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CANDELA QUEMA LUCEROS. TESTIMONIO, MEMORIA Y VIOLENCIA

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Arturo Caballero

Félix Huamán Cabrera (Pariamarca, Canta, 1943), al igual que muchos escritores en nuestro país, comparte la creación literaria con la docencia universitaria. Su labor novelística no es reciente. Así lo demuestran Por la nieve habían venido (1972), El pedregal de Yaname (1974), Agua encanta (1978), El toro que se perdió en la lluvia (1984), Candela quema luceros (1989), Noche de relámpagos (1994), Sierpe de acero y soles de oro (2000), En las espigas de junio (2001) y Ladraviento (2002). Su obra literaria es parte de un proceso de emergencia que desde el margen de la metrópoli limeña y provinciana revela un lamentable ninguneo hacia las publicaciones que no satisfacen a la crítica oficial, a las editoriales transnacionales, a los medios de comunicación y a los escritores consagrados, más aún si provienen, como acabo de señalar, de los márgenes del circuito oficial.

Candela quema luceros va por su cuarta edición (San Marcos, 2009) y según testimonio de su autor ha superado los 12.000 ejemplares. Marcel Velásquez, en su análisis sobre el centro y los márgenes en la narrativa peruana contemporánea, comenta que fue gracias a la investigación de Mark R. Cox sobre la novela peruana de la violencia política que esta novela capturó el interés de críticos en los Estados Unidos antes que en el Perú. Y así como ella, muchas otras novelas son verdaderos éxitos editoriales en sus regiones o en circuitos reducidos de la capital, pero invisibles para el gran público hasta que tengan la fortuna de ser descubiertas por la crítica especializada o los medios de comunicación hegemónicos.

Esta novela cuenta, a modo de un extenso monólogo en segunda persona, la historia de la masacre de la comunidad de Yawarhuaita cometida por la acción represiva de las fuerzas del orden. Cirilo, único sobreviviente y testigo de la devastación de su pueblo, se niega a aceptar la muerte de sus compoblanos, por lo cual se empeña en reanimarlos exigiendo a sus cuerpos yacentes que se levanten para retomar sus labores cotidianas. Este monólogo es alternado con la narración en tercera persona de sucesos previos y posteriores a la masacre y por el relato en primera persona del testimonio de Gelacho, un abigeo que profanó el altar de la niña Sarapalacha al interior de una cueva, a quien la comunidad de Yawarhuaita le rendía especial veneración. El resultado de esta ofensa según los comuneros será el advenimiento de tragedias para el pueblo, por lo que acuerdan castigar al culpable recurriendo en primera instancia a las autoridades de la localidad.

Ante la falta de interés del juez y la policía, la comunidad decidió hacer justicia por sus propias manos de acuerdo a sus tradiciones, para lo cual aprehendieron al culpable luego de que fuera liberado. Los principales de la comunidad se quejaron ante el juez por este hecho, pero solo provocaron su disgusto, pues la supuesta niña asesinada por Gelacho para las autoridades no era más que unos pedruscos mal apilados al interior de una cueva. Los principales fueron arrestados y después liberados a la fuerza por una indignada turba de comuneros. La respuesta fue una violenta incursión armada contra Yawarhuaita para «sofocar la desobediencia, y controlar la situación y hacer respetar las leyes». Al término de la refriega, Cirilo sale de su refugio y contempla la comunidad devastada: no quedó sobreviviente alguno. Una comisión investigadora lo encuentra en el preciso instante en que inútilmente conmina a los comuneros asesinados a que se reincorporen, por lo cual es tomado como un demente incapaz de informar sobre lo acontecido en el lugar.

El animismo y el pensamiento mítico están muy presentes en esta novela. La estrecha relación entre el hombre andino y la naturaleza es una constante desde las palabras iniciales dirigidas a José María Arguedas. Más adelante, Cirilo y el narrador en segunda persona que lo interpela evocan la veneración de los comuneros hacia los animales y la tierra, los cuales son dotados de humanidad, pues son susceptibles de padecer las desgracias que afectan a los hombres. De igual modo, las cualidades más despreciables se transfieren a las serpientes, los pumas y los cuervos para reforzar su semejanza con los autores de la masacre. De otro lado, las montañas y los cerros cumplen deseos pero a cambio exigen respeto, de lo contrario causan desastres. Asimismo, hay una explicación mítica sobre el origen de la violencia: la profanación del altar de la niña Sarapalacha por parte de Gelacho. La violenta represión armada contra el pueblo se explica como consecuencia de esa profanación. Esto evidencia que la cosmovisión andina racionaliza míticamente la realidad del momento de acuerdo a cómo se presenta, planteando una explicación-interpretación propia, alterna a la que se construye desde la ciudad letrada.

El valor de lo testimonial para la conservación de la memoria y la construcción de una verdad histórica es un aspecto muy importante en esta novela. Gelacho muerto explica cuál fue la verdad de los hechos que lo involucran como causante de las desgracias que sobrevinieron contra Yawarhuaita. Es un muerto que da testimonio, desea que le crean; por eso brinda detalles. Gelacho comparte con Cirilo su testimonio para que se conozca «su» verdad. Necesita de una voz intermediaria que acredite su discurso. Detrás de la imposibilidad de comunicarse, pues aquel está muerto y este vivo, y del empeño de Cirilo por reanimar a los muertos hay dos demandas que luchan conjuntamente por revelarse: la verdad y la memoria. Por ello es que para reanimarlos Cirilo les recuerda qué hacían, cómo eran cada uno, y lo grato de la vida comunal en el pasado. Los trata como si estuvieran vivos y les exige volver a trabajar. En su condición de sobreviviente, siente que le corresponde desenterrar los cadáveres de quienes no descansarán hasta que se escuchen o descubran sus testimonios con el fin que complementen las versiones predominantes en el presente, o las modifiquen radicalmente.

Cirilo es la voz de los muertos: habla y recuerda por ellos. En otros apartados lo hace el narrador en segunda persona que se dirige a él. Por otro lado, Cirilo y Gelacho mantienen un diálogo trunco en el que existe simultaneidad, pero no interacción. Cirilo no obtiene respuesta de los muertos y Gelacho tampoco logra ser escuchado por Cirilo. Pese a ello, se interrogan y reclaman mutuamente, se lamentan y arrepienten y no se dan por vencidos en sus propósitos: mantener vivo el recuerdo de los comuneros y revelar su propia versión de los hechos. Aquí es muy importante evaluar la actitud de Gelacho en su afán de trascender su verdad más allá de la muerte, lo cual junto al esfuerzo de Cirilo hacen de esta historia una metáfora de la lucha contra el olvido.

Lo anterior tiene relación con que las víctimas sean testimonio silencioso de un pasado violento. Aun muertos, revelan información que complementa la versión que de su historia trágica predomina en el presente. Quieren ser escuchados, que no se los olvide. Están muertos pero existen en tanto tienen mucho que decir. Lo único que los haría desaparecer es el olvido y con ello sus testimonios. El esfuerzo de Cirilo es el de mantenerlos vivos mediante la evocación de la memoria personal y colectiva: hablándoles sobre cómo eran cada uno de los muertos reconstruye la historia de la comunidad hasta las vísperas de la masacre. En buena cuenta, su memoria es lo que mantiene vivos a los comuneros masacrados.

Al igual que en Retablo hay un desencanto por lo que ofrece la ciudad: el progreso y el conocimiento no compensan la decadencia moral en la cual la urbe sumerge al migrante andino, a quien corrompe, o en el mejor de los casos, lo estabiliza económicamente pero a costa del desarraigo. Gelacho no solo se aculturó en la ciudad sino que sus defectos se acentuaron; prueba de ello es su degradación moral y la falta de respeto a las creencias de la comunidad que posteriormente desestima, ya que considera estar fuera del alcance del castigo de las divinidades porque ya conoció otras realidades donde ello no funciona así. Si bien su experiencia con la urbe fue marginal, pues solo llegó a los linderos, bastó ese leve contacto para «contagiarse» de su influjo.

Otro aspecto importante es la relación entre las instituciones y la comunidad. Gelacho fue forzado mediante tortura a confesar que mató a una «niña». De nada le sirvió explicar el mito, porque no le creyeron. Al tomarle declaración, solo quedó claro que confesó un crimen, cuyos detalles o aclaraciones sobre el mito de la Sarapalacha fueron irrelevantes para las autoridades hasta el momento en que verificaron que Gelacho no asesinó a una niña real sino que profanó la cueva de Quipani donde para los comuneros de Yawarhuaita habitaba una divinidad benefactora de la comunidad. Las autoridades menospreciaron el valor de ese lugar sagrado al no mostrarse dispuestos a comprender la importancia que tenía para los comuneros ni la gravedad del acto cometido por Gelacho. El agresor fue liberado luego que las autoridades desestimaran la acusación, ya que para el juez se trató de una burla. El desprecio por la causa de la comunidad manifestado por los representantes de las instituciones del Estado encargados de impartir justicia evidencia que la cultura hegemónica amparada en la institucionalidad solo hace extensivos sus alcances a los sujetos que comparten una idea excluyente de nación donde respeto mutuo de los valores culturales no tiene lugar sino la jerarquización de la diferencia cultural es desmedro de los más vulnerables.

Esta situación determinó que la ley de la comunidad entre en confrontación con la ley del Estado al igual que las instituciones comunales respecto a las judiciales y policiales. Para la comunidad de Yawarhuaita las instituciones del Estado perdieron legitimidad en el momento que restaron importancia a su demanda de justicia. Mientras el juez no vio en el acto de Gelacho una falta que ameritara su detención, los comuneros exigían un castigo ejemplar que al no poder obtenerlo dentro del sistema previsto por las instituciones del Estado, no les quedó más remedio que recurrir a sus propias instituciones comunales por una cuestión de representatividad real.

En este punto es muy nítida la impronta del caso Uchuraccay. La interpretación de la comisión que tuvo a su cargo la investigación de la masacre de los periodistas fue que se trató de un malentendido producto del atraso cultural en el que subsistían algunas comunidades de los andes respecto al resto de la nación. Se sostuvo que los periodistas fueron asesinados de acuerdo a un ritual ancestral destinado para combatir a seres demoníacos. El abandono en el que estas comunidades permanecieron, visible por el desconocimiento de las leyes e instituciones del Estado y, por el contrario, su fidelidad a prácticas ancestrales para la regulación de la vida social también se expusieron como explicaciones de la conducta violenta atribuida a los comuneros de Uchuraccay. Por esta razón es muy significativo que al final del relato una comisión se haga presente, interrogue a Cirilo y luego concluya que en Yawarhuaita no ha quedado nadie sino un demente incapaz de informar algo.

A pesar que el sujeto andino queda fijado dentro de un estereotipo muy trajinado en la narrativa indigenista —el colectivismo, el animismo y el aislamiento cultural— el mayor acierto de Candela quema luceros está en el valor que le otorga al testimonio, como una demanda que trasciende el silencio y que es consecuencia de la necesidad de las víctimas por compartir su verdad. También destaca por la reflexión que suscita acerca de la dificultad de construir una memoria colectiva dentro de una nación heterogénea, socioculturalmente jerarquizada y consecuentemente plena de tensiones entre el Estado y las identidades culturales, y entre las instituciones nacionales y las instituciones marginales no reconocidas por el establishment pero que son más significativas para sus miembros que las primeras. Y finalmente por constituirse en un relato que simboliza la lucha contra el olvido, el mayor asesino de la memoria.

Arequipa, 9 de marzo de 2012 Sigue leyendo

LOS ASESINOS DE LA MEMORIA

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En diciembre del año pasado, poco antes de regresar al Perú, visité el «D2», un centro clandestino de detención donde se torturaba y encerraba a sospechosos de terrorismo; en realidad, a cualquier ciudadano que tuviera la desdicha de ser secuestrado por agentes militares y policiales sin mediar explicación o derecho a ejercer la legítima defensa. Durante la década del 70 funcionó como Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTE). Lo sorprendente es que este centro de detención haya operado sin mayores dificultades en el pasaje Santa Catalina, entre la Catedral y el Cabildo, y a 50 metros de la Plaza San Martín, es decir, en pleno corazón de la ciudad. Hoy es un Museo de Sitio y Archivo Provincial de la Memoria, uno de los lugares de la memoria más emblemáticos de Córdoba, cuyo gobierno provincial se encarga desde 2006 del mantenimiento de las instalaciones que albergan una muestra permanente de documentos, imágenes y ambientes que evocan el horror infligido a las víctimas sobre todo en la etapa más oscura de esta dependencia durante el gobierno de la Junta Militar en la Argentina (1976-1983). El análisis de los documentos de las fuerzas de seguridad indica que por aquí pasaron aproximadamente 20.000 personas entre 1971 y 1982.

El D2 ocupó un lugar especial dentro de la estructura de la Policía Provincial. Fue creado para combatir un tipo de delito difusamente tipificado como «subversión», ya que toda manifestación social, política o cultural interpretada como peligrosa por los agentes de seguridad del Estado podía ser calificada como subversiva a tal punto que varios libros de literatura infantil, entre ellos algunos de la escritora María Elena Walsh fueron censurados y sacados de circulación por considerar que inculcaban ideas radicales a los niños. Los militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos libros que —a su entender— ponían en cuestión valores sagrados como la familia, la religión o la patria. La Torre de Cubos, de la escritora cordobesa Laura Devetach, y un Elefante ocupa demasiado espacio, de Elsa Bornemann integran la extensa lista de libros infantiles censurados por la dictadura. Ni siquiera los adolescentes estuvieron libres del acoso de los agentes de seguridad destacados en el D2. En una de las salas del museo hay una muestra permanente con fotografías de los estudiantes desaparecidos de la Escuela Alejandro Carbó. Un episodio similar ocurrió en la ciudad de La Plata cuando un grupo de estudiantes secundarios que luchaban por la reincorporación del boleto escolar gratuito fueron brutalmente secuestrados y torturados durante meses en un centro clandestino de detención. La edad de estos jóvenes oscilaba entre los 14 y 18 años.

La persecución ideológica organizada desde el Estado tiene una larga tradición en la Argentina. A principios del siglo XX, la «Ley de residencia» fue aplicada contra inmigrantes anarquistas, socialistas y cualquier grupo político considerado peligroso. La policía fue la cara visible de la represión a huelgas dirigidas por movimientos obreros y estudiantiles; sin embargo, también existieron divisiones parapoliciales que actuaban en la clandestinidad y gozaban de impunidad y de la complacencia del poder político que eventualmente recurría a ellos para combatir la subversión de manera «más efectiva y silenciosa».

La Junta Militar utilizó los recursos del Estado para sostener su persecución ideológico-política a estudiantes, activistas sociales, sindicalistas, militantes de partidos de izquierda, miembros de grupos armados y a todo aquel sospechoso de participar en actividades subversivas. El secuestro, la tortura, el encierro, la desaparición y el asesinato fueron los principales métodos utilizados por los agentes asignados al D2, quienes en diferentes ocasiones actuaron conjuntamente con las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares como el Comando Libertadores de América (CLA) y la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A).

En 1972 el Departamento de Informaciones de Córdoba recibió mayor presupuesto y personal con la finalidad de incrementar las tareas espionaje, organización de la información obtenida, detenciones, secuestros, interrogatorios y torturas de personas consideradas como una amenaza para el orden social. Los periodos de mayor represión y crímenes ocurrieron entre 1974 y 1979 cuando el D2 estuvo a cargo de ese departamento policial. Durante esos años, estuvieron al mando el Insp. Mayor Ernesto Julio Ledesma (1974-1975), el Crio. Insp. Pedro Raúl Telleldín (1975-1977) y el Crio. Juan Fernando Esteban (1977-1979). Los vínculos de la Policía Provincial con la política eran de tal dimensión que en febrero del 74 el Tte. Cnel. Domingo Navarro, jefe de la Policía de Córdoba, lideró un alzamiento conocido como el «Navarrazo» cuyo desenlace fue la destitución del gobernador electo y la intervención federal en el gobierno provincial.

En marzo de 2006, en el contexto de los 30 años del golpe de Estado que llevó a los militares al poder, los legisladores provinciales de Córdoba aprobaron unánimemente la ley 9286, conocida como «Ley de la Memoria», la cual dispone la implementación de la Comisión Provincial de la Memoria, la creación del Archivo Provincial de la Memoria y la ubicación de ambas instituciones en las antiguas instalaciones del Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba, más conocido como «D2». La cesión de este lugar a la Comisión Provincial de la Memoria fue un hecho histórico dentro del proceso de lucha de los organismos de Derechos Humanos por la construcción de Memoria, Verdad Histórica, Justicia y Reparación Social frente a las graves violaciones a los Derechos Humanos.

Un elemento que le brinda representatividad a la Comisión son las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones estatales que la conforman como la filial de Abuelas de Plaza de Mayo, la Universidad Nacional de Córdoba, la Asociación de Ex Presos Políticos, H.I.J.O.S. y Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, además de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la provincia. De este modo, el Museo de Sitio, ex D2, se integra más eficientemente a la vida de la comunidad que lo rodea superando la idea tradicional que se tiene acerca de los lugares de la memoria como simples espacios monumentales, exhibición descarnada del horror o recuerdo sin reflexión.

Al respecto, la gestión Kirchner asumió una postura totalmente opuesta a la política del olvido de sus predecesores, derogando la ley de punto final promulgada durante el gobierno de Carlos Menem, a través de la cual se amnistió a los militares que unos años antes fueron sentenciados culpables por los crímenes cometidos durante la dictadura lo que permitió que se les juzgue en la Argentina y no en España como lo había solicitado el juez Baltazar Garzón por los delitos cometidos contra ciudadanos españoles. El gobierno de Néstor Kirchner derogó la amnistía, rechazó la extradición, pero reabrió los juicios que culminaron en la encarcelación de los artífices de la violencia de Estado. Asimismo, cada 24 de marzo desde 2006 se celebra en toda la nación el Día de la Memoria, como recuerdo de la fecha en que se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. En Córdoba, todos los jueves, a lo largo del pasaje de Santa Catalina, se muestran las fotografías de los desaparecidos en el D2. Las imágenes van acompañadas de sus datos personales, la fecha de su desaparición y su profesión u oficio.

Un lugar de la memoria no se reduce a una edificación o monumento que periódicamente se convierta en un espacio de conmemoración o una mera exposición de testimonios e imágenes. La exhibición del horror en sí mismo no es suficiente para reflexionar acerca de lo que allí vivieron las víctimas. Los lugares de la memoria tienen una labor más activa: la capacidad de integrar las memorias personales dentro de un gran relato que trascienda la suma de las partes mediante el contraste de versiones particulares, de lo público y lo privado. Por ello la construcción de un gran relato sobre la memoria es una tarea que se realiza desde el presente y es el mejor antídoto contra el olvido y el mejor recurso para mantener a raya a los asesinos de la memoria. Sigue leyendo

ENTREVISTA A JULIÁN PÉREZ, AUTOR DE RETABLO (2004)

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Por Arturo Caballero

AC: En los últimos años, se observa un creciente interés de narradores, críticos y editoriales en el discurso del conflicto armado interno o violencia política. ¿En tu opinión, se trata de un interés espontáneo o está condicionado por otras variables?

De hecho que está condicionado por diversas variables. Supongo que cualquier motivación es válida para escribir una obra con una referencia tan llamativa; pero es preciso señalar que cada interés trae a colación una obra. Creo yo que hay tres variables importantes entre otras que pueden señalarse: el afán por vender el tema y pretender acceder al canon de la literatura peruana por esa vía; responder a la preocupación por negar toda posibilidad de razón estructural al tema de la violencia habida en las décadas del 80 y del 90, que estaría atada a un afán de lanzamiento editorial; y, finalmente, por reflexionar y explicar las motivaciones históricas y estructurales de hechos tan dramáticos que costó tantas vidas y marcó a toda una generación. Aunque es posible que las fronteras no sean tan rígidas entre una y otra variable.

AC: De acuerdo a ello, entonces, ¿podemos hablar de una narrativa de la violencia política en el Perú o se trata de un condicionamiento editorial y/o de la crítica especializada como manifestó Miguel Ángel Huamán en su polémica con Gustavo Faverón?

Creo que se trata de ambas cosas. No tengo la suerte de conocer a Faverón ni he leído sus opiniones; pero sí a Miguel Ángel Huamán, un académico especializado en los estudios literarios y del discurso en general que va renovando su aparato teórico de modo permanente; me parece que sus afirmaciones al respeto del tema de la violencia son acertadas e importantes, aun cuando decir que la aparición de tantas obras que tematizan la violencia política se debe sólo a la exigencia editorial o de la crítica no es del todo acertado.

AC: De las diversas investigaciones o antologías de relatos sobre la violencia política, ¿cuáles son las que te parecen más reveladoras y frente a cuáles tienes tus mayores reparos?

Creo yo que el estudio más importante es el de Miguel Gutiérrez; también son importantes los estudios de Miguel Ángel Huamán, de Santiago López Maguiña, de Juan Carlos Ubilluz y de Víctor Vich; así como los trabajos críticos de Ricardo González Vigil, sobre todo por la amplitud de su mirada en la incorporación de textos de diversas perspectivas en cuanto a la referencia de la violencia política. Lo de Gutiérrez tiene la particularidad de proponer aspectos reflexivos en los que no necesita arrojar al territorio del mal puro al sujeto subversivo para explicar sus excesos y su performance; ni se deja avasallar, en mi concepto, con la abrumadora parafernalia discursiva construida por los medios de comunicación de la hegemonía, en los que al sujeto subversivo se le ha vaciado de toda capacidad humana en un afán de convertirlo en un mero homo sacer y dejarlo sin ningún argumento. Además, articula sus propuestas en las márgenes de la intelectualidad académica, desde espacios más o menos libres de control y manipulación mental.

AC: Acerca de Retablo. Es una novela que ha obtenido muy buenos comentarios tanto del público lector como de la crítica. Particularmente, me parece muy sólida en varios aspectos: el enfoque narrativo, las líneas argumentales, el lenguaje y el amplio repertorio de variables sociales, culturales, políticas, ideológicas y económicas que permiten comprender más que sentenciar el proceso de la violencia política en el Perú. ¿Algún propósito en especial orientó la escritura de Retablo?

No puedo afirmar de una motivación expresa. Tal vez podría hablarse de una necesidad. Tuve una idea que me perturbaba antes de iniciar la escritura de Retablo: comprender y explicarme el porqué de los acontecimientos tan dramáticos que a fin de cuentas es lo que abunda en la historia de los hombres aunque queramos usar la estrategia del avestruz y pretendamos engañarnos con que la violencia social y política es el invento de un loco, que las violentas diferencias jerárquicas entre los grupos humanos es un invento del marxismo, que todo aquel que se atreve contra la mansedumbre es un totalitario. Leer novelas u otras obras literarias es, en la mayoría de los casos, sumergirse en un mar de violencia a veces inusitada y tan dramática que perturba y desafía la razón; leer La Biblia, por muy sagrada que parezca, la Iliada, Guerra y Paz, incluso la carnavalesca Gargantúa y Pantagruel, Los miserables, hasta saltarnos a Las benévolas, por citar ejemplos cumbres, es atravesar un campo sembrado de violencia, dramatismo y dolor que proviene del enfrentamiento de grupos humanos que no tienen nada que envidiar a los animales salvajes. Creo que Retablo intenta dar una respuesta a esta necesidad existencial de su autor.

AC: ¿Lo autobiográfico fue el insumo principal para escribir esta novela?

No tanto, pero sí, como en la ejecución de cualquier obra novelística siempre hay algún aprovechamiento de aspectos autobiográficos. Hay en la novela modelos reales, pero hay más la existencia de seres ficticios, de espacios inventados aunque todo eso esté teñido por lo vivido y lo amado o lo sufrido. Aun cuando puede haber ese insumo lo fundamental es que mi trabajo se orienta a la reflexión y la búsqueda de una explicación de la vida de los personajes; de sus posturas, de su performance frente a lo que le plantea la sociedad peruana.

AC: Un elemento que adquiere mucha importancia en la novela es el empeño de Néstor y Escola, padres de Manuel Jesús, porque sus hijos estudien en la escuela y la universidad, así como la influencia ejercida por el saber letrado en la expansión de la ideología de los alzados en armas, sobre todo en los jóvenes estudiantes hijos de campesinos. También se observa que el grado de apasionamiento por el saber fue en algunos casos proporcional a la intensidad con la cual jóvenes como Grimaldo se plegaron a la lucha armada ¿Acaso las humanidades y las ciencias sociales en vez de humanizar deshumanizaron a quienes buscaban una explicación racional de la realidad y de su propia historia?

Más allá de las fantasías culturales que gobiernan la vida de los hombres, la verdad es una para todos. Ocurre que, en efecto, hay un saber letrado opuesto, de algún modo, al saber letrado hegemónico, que a veces se tiñe de ciertos aspectos acontecimentales, articula un suplemento en la situación y desgarra las fantasías que años de dominio cultural hegemónico nos hicieron (y nos hacen) creer como verdades indubitables. Cuando los jóvenes alto andinos se apropiaron del saber letrado articulado por la cultura de la resistencia, comprendieron que, por ejemplo, las grandes diferencias sociales no son una disposición de Dios sino un producto meramente histórico; de manera que la supuesta búsqueda de humanización del saber letrado hegemónico (Peter Sloterdijk afirma que las ciencias humanas no son sino un recurso para domesticar a los hombres) sólo busca hacer del hombre un tranquilo animal sufriente y resignado; en cambio el saber letrado de la resistencia desestabiliza lo anterior, de manera que los jóvenes andinos, como los personajes de Retablo, al racionalizar la historia de los hombres y su propia historia se convirtieron en sujetos “deshumanizados”.

AC: En Retablo no se encuentra un lenguaje pleno de quechuismos, salvo los que identifican la toponimia o a personajes de la región; tampoco hay una supervaloración de lo indígena andino ni extensas evocaciones de lo mágico-mítico-religioso del pensamiento andino. Observo, más bien, que se expone el mundo andino bastante permeable —y no menos conflictivo— con la modernidad, lo cual me parece un punto de quiebre respecto a otras novelas que abordan la violencia política. ¿Cuál es tu apreciación al respecto?

Creo que Retablo observa el mundo andino atravesado de modernidad; no lo ancla en un instante pre-moderno, atrapado por el fantasma de la nación cercada como sí lo hacen otras novelas según afirma Juan Carlos Ubilluz en su valioso estudio Contra el sueño de los justos. Creo que Retablo toma en cuenta el desenvolvimiento del mundo andino dentro de la dinámica de las relaciones culturales del mundo actual. Quisiera hacer aquí una atingencia: si validamos una obra supuestamente andina por la referencia que trae no podemos perder esta perspectiva; muchas de las novelas supuestamente andinas y que traen el tema de la violencia presentan un referente andino en los niveles culturales, sociales y económicos esencialmente premodernos, donde los cholitos y las cholitas siguen, por decir, vistiendo poncho y pollera cuando observamos que aun en los puntos más lejanos de las zonas andinas el poblador de la actualidad usa vaquero y gorro, además de llevar sus bultos ya no en llikllas y costalillos sino en mochilas. Leo con asombro cómo obras supuestamente andinas lo que crean es la imagen del poblador andino como lo quiere el otro cultural occidentalizado, que casi nada ha cambiado con respecto al “indio que asoma de su rústica mansión”. Pero no sólo eso, sino que hay “críticos” que sobrevaloran dichas obras porque según ellos nos hablan del Ande, de su cultura, de sus mitos y representa su “racionalidad”; sospecho que lo que quieren estos críticos es también vender la imagen del sujeto andino como lo quiere la hegemonía cultural a cambio de su autoafirmación como intelectuales y la aceptación de sí mismos por la cultura hegemónica. En este afán, estos últimos, se han reinventado la importancia de Churata o de Arguedas y lo han convertido en tótems sagrados, en dioses de la “racionalidad” del “runa”.

AC: En el enfoque notablemente realista de tu narrativa debieron influir algunos autores que te formaron como lector. ¿A qué escritores sueles retornar regularmente o consideras que influyeron decisivamente en tu oficio de novelista?

De hecho que hay una implícita o explícita relación intertextual con obras diversas que han sido parte de mi formación literaria. Admiro incluso hasta ahora a Guy de Maupassant, el gran cuentista francés del siglo XIX, a los grandes clásicos Como Cervantes, Proust, Joyce o Kafka; a los latinoamericanos como Rulfo, Guimaraes Rosa, Roa Bastos, Onetti; a los nuestros como Vallejo, Alegría, Arguedas entre otros. Con ellos me inicié en el ejercicio de la lectura y de la escritura literaria y, desde luego, tuvieron que ver en mí como escritor y como sujeto cultural. No puedo dejar de mencionar el papel que jugaron mis padres en mi formación literaria, como agentes que me incorporaron al maravilloso mundo de la tradición oral. Recuerdo que con ellos teníamos asegurado el deleite de asistir a los relatos orales, en nuestra lejana niñez y en las noches mágicas y algo góticas del pueblito ayacuchano de Espite. Cada uno de ellos tenía un repertorio inacabable de relatos orales que me hacía pensar que esa afición y no otra fue la que les unió hasta la tumba.

AC: ¿Cuál fue el mayor desafío que enfrentaste al escribir Retablo?

Instalar una voz marginal, periférica, que de alguna manera articule una perspectiva nueva, diversa o distinta al tomar como referente principalmente los eventos dramáticos de la década del 80. Pero no sólo eso sino darle voz al verdadero sujeto singular; sin embargo, una cosa son los buenos deseos y otra muy distinta es haber logrado lo que se ha querido.

AC: Diferentes científicos sociales han señalado la violencia estructural, resultante de la pobreza, discriminación, aislamiento y abandono históricos a lo que estuvo expuesta la región de Ayacucho, como la causa de que la ideología del PCP-SL tuviera acogida en algunos sectores de la población. Desde la literatura, ¿opinas que Retablo apoyaría esta explicación?

Creo que va por allí, en tanto que diversos críticos apuntan logros en la novela que van más allá de la simple representación de una referencia.

AC: El indigenismo dominó gran parte de las investigaciones en ciencias sociales y humanidades, así como la creación en artes y letras. ¿Tienes alguna lectura particular del indigenismo hoy en el contexto del centenario de Arguedas y del auge de la narrativa de la violencia política?

Mira, a mi no me interesa mucho la paja; seguramente hay mucha razón en lo que dicen de Arguedas pero yo lo que tengo claro es que sus personajes no son sujetos que atraviesan el desafío del acto ético como sí lo hacen, por ejemplo, los personajes de Ciro Alegría. Lo del indigenismo me interesó más bien como propuesta política y cultural en un momento dado de la historia del Perú; pero, andando los años, se ha convertido en una suerte de discurso anacrónico aun en muchos de los escritores andinos actuales. No sólo me importa el dolor de los habitantes de las pequeñas aldeas andinos sino también lo que pasa en la aldea global.

AC: En lo personal, cada vez me convenzo más de que la novela es un género en el cual se demuestran hipótesis acerca de la realidad, pero bajo un registro diferente al académico. En ciertos casos, esta cualidad es más evidente que en otras. Incluso, es posible que el autor no sea consciente de tal hipótesis novelística. Si tuvieras que enunciarlo de alguna manera, ¿Existe tal cosa en tu novela? ¿Cuál sería la “tesis” que sostiene Retablo?

No tengo duda con respecto a que la literatura y el arte, en general, son formas de conocimiento especiales. El discurso literario no sólo es deleite, ejercicio lúdico, trabajo de la forma, elección de contenidos, sino reflexión, sugerencias y propuestas no sólo para comprender la historia sino la subjetividad y la intersubjetividad humana. Escritores como Palma, Vallejo, Arguedas, Alegría, entre los más notables, expresan en sus obras incluso un implícito proyecto de nación peruana.

AC: ¿En tus próximos proyectos de novela seguirás explorando el tema de la violencia política? ¿Podrías adelantarnos algo de tu próximo trabajo?

Tengo dos novelas casi concluidas; estoy por definir el título de cada una de ellas. Aunque el referente ya no es específicamente la década del 80, estas novelas siguen indagando por otros temas afines a las relaciones humanas.

Pueblo Libre, Lima, 7 de febrero de 2012 Sigue leyendo

RETABLO Y LAS COORDENADAS DE LA VIOLENCIA

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Carlos Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

Novela escrita bajo un registro testimonial, narrada a manera de una indagación en la memoria personal y colectiva de una comunidad, cuyos individuos constituyen una red fundamental en la historia de Manuel Jesús Medina, protagonista principal. El regreso a Pumaranra lo confronta con su pasado, su historia y su memoria. Este viaje hacia su pueblo inicia un proceso de reactivación de la memoria que implica desentrañar, hallar y revelar una explicación acerca de su tragedia personal y la de sus compoblanos. Todo apunta hacia la violencia armada que asoló la región en los 80, cuyos orígenes, sin embargo, se remontan mucho tiempo atrás. Esta búsqueda en el pasado determinará el momento en que se inició la violencia, las causas y circunstancias en que se produjo, y las secuelas que aún se prolongan hasta el presente. De este modo, la vuelta al pasado se propone como un medio para la reparación del presente, un presente insatisfactorio, incompleto, carente de sentido. La comprensión del porqué, cuándo y cómo sucedieron los hechos de la violencia le permitirán a Manuel Jesús evaluar con mayor perspectiva su propio presente y el accionar de los actores: victimarios, víctimas y cómplices.

Retablo (Lima, 2004) sitúa las coordenadas del origen de la violencia en las confrontaciones entre los «uquis» notables de Pumaranra, terratenientes y autoridades, y los indios «chutos», pobladores desclasados y desposeídos, en particular entre el linaje de los Amorín y el clan de los Medina. También, en la rivalidad histórica entre las comunidades de Lucanamarca y Pumaranra. La perdurabilidad de esta violencia subsistente a lo largo del tiempo fue acumulando una reserva de resentimiento en las víctimas, pues muchos jóvenes de la región, así como Grimaldo, el hermano de Manuel Jesús enrolado en las huestes de los subversivos, hallaron en su propia historia familiar y comunal las justificaciones para revertir esta situación mediante una lucha armada contra el poder que los oprimía: el de los notables de Pumaranra y Lucanamarca, y el de las autoridades políticas que los apoyaban. En ese preciso momento, la violencia social de alcance cotidiano (odios personales, venganzas, asesinatos, agravios y abusos reiterados, y la ambición de los lucanamarquinos por las minas de sal de Pumaranra) desbordó cuando lo ideológico-político apuntaló una respuesta violenta contra una historia de agresiones igualmente violentas. En consecuencia, cuando la cotidianeidad de la violencia social se institucionalizó, es decir, cuando formó parte de las prácticas que regulan las relaciones entre los miembros de una comunidad, donde un grupo social actúa en perjuicio de otro sin posibilidad de cambio para los más vulnerables, debido a que el poder político es cómplice de tal situación, dicha violencia acumulada explicaría el origen y desarrollo de la violencia política.

De este modo, el discurso de la lucha armada contra el Estado, sus instituciones y autoridades surgió como reacción ante el abuso de poder cometido por quienes se coludieron («uquis» de Pumaranra y Lucanamarca) contra una población a la cual no se consideró como ciudadanos sino como siervos. El resentimiento acumulado en las generaciones posteriores se articuló con la ideología revolucionaria del marxismo-leninismo-maoísmo que ofrecía a los desposeídos un camino de liberación y reivindicación. La falsa promesa del progreso y su materialización excluyente acentuó más esta reacción violenta.

La indagación en el origen de la violencia, línea argumental que articula la novela, se sostiene, en buena parte, en la historia de Grimaldo Medina desde su infancia hasta su abatimiento por las fuerzas de orden. En el presente, durante la búsqueda del cuerpo, Manuel Jesús ensaya una explicación para el desenlace fatal de su hermano a partir del legado paterno de rebeldía y de su inquietud intelectual. Grimaldo creció viendo a su padre como un hombre siempre dispuesto a dirigir a la comunidad para resistir los embates de quienes deseaban someterlos. El ejemplo de su padre Néstor fue el de un líder opuesto al poder opresor pero que carecía de la solvencia del saber letrado y la educación superior. Por esta razón, Néstor se empeñó en que sus hijos sepan leer, escribir, estudien en la escuela y sigan una carrera universitaria, pues consideró que de esa manera podrían defender mejor sus derechos, es decir, que serían menos vulnerables que quienes permanecen iletrados. La confianza de Néstor en el saber letrado como herramienta para defender sus derechos tuvo como contraparte la tendencia a la crítica de lo establecido que a Grimaldo lo condujo hacia la lucha armada. Esta violencia tuvo como uno de sus pilares la difusión ideológica a través del discurso letrado en las aulas universitarias. El saber letrado no necesariamente nos inmuniza contra la violencia, eventualmente, puede ser su motivador.

Si bien la memoria permite el reencuentro con el pasado, en el caso de Retablo no se trata solo de una evocación psíquica sino que exige al protagonista reinstalarse en los lugares de la memoria, de manera análoga al trabajo documental del cronista o del historiador para recabar fuentes que corroboren o desmientan una versión predominante de la historia. Manuel Jesús se siente inconforme con la lectura que tiene de su vida hasta ese momento. Esta es la principal motivación que posee para emprender el viaje de regreso en búsqueda de una explicación si bien no más satisfactoria que la actual, al menos diferente y sobre todo esclarecedora. Esta necesidad de reinterpretar su historia personal mediante la reconstrucción del pasado hace necesario reinstalarse en el lugar donde aconteció la violencia y buscar a los sujetos de la memoria, quienes también poseen distintas versiones de la historia colectiva y de la historia del protagonista. El contraste entre estos relatos y la versión inicial que trae Manuel Jesús contribuirá a la elaboración de un relato integral que dará cuenta de aspectos complementarios ausentes en los relatos previos. La permanencia de relatos fragmentados y dispersos impide que los individuos y la colectividad comprendan las secuelas de la violencia en el otro. En cambio, la elaboración de un gran relato sobre la violencia a partir de los relatos aislados que se van recogiendo en el lugar de los hechos demuestra la existencia de una compleja red donde se articula lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo. Al evocar la memoria colectiva, también se es portavoz de los otros, se sienta un precedente para que los demás inicien su proceso de recuperación de la memoria personal y lo contrasten entre sí. En este sentido, el emprendimiento de Manuel Jesús constituye un acto ejemplar para todos los sujetos de la memoria.

Esta novela representa un esfuerzo por la recuperación de la memoria personal a partir de hechos cotidianos de diversa índole. Durante el proceso de reconstrucción de su memoria, Manuel Jesús hallará las claves para explicarse el presente. Por eso regresa a su pueblo natal, para ubicar el momento en que se echó a perder su vida. Manuel Jesús descubre que la clave de su tragedia personal está en la violenta historia de Pumaranra, en la historia de agresiones contra su familia y su padre, y en el desenlace fatal de su hermano Grimaldo, quien lideró una columna de subversivos. La reconstrucción, en un solo relato de la memoria, de estas historias dispersas es posible gracias a que su evocación les da continuidad y sentido integral. Ello se evidencia en el tono usado por el personaje principal y los narradores complementarios en algunos capítulos: no hay un ánimo de sentenciar, sino un esfuerzo por comprender.

Solo de esta manera, y luego de un balance del pasado, podría situar ese momento crítico y trabajar en su reparación después de comprender las circunstancias que lo produjeron. La reparación se realiza en el presente pero hurgando con transparencia en el pasado. Entiéndase el término «reparación» como un giro de sentido, una reinterpretación de los acontecimientos, una relectura de la historia o una sustitución de significados, todo ello producto del enjuiciamiento de los relatos que sobre la violencia ha logrado conocer y que han modificado su relato personal.

Es también la recuperación de la memoria colectiva de otros sujetos de la comunidad, a través de los recuerdos del protagonista principal. Así, un solo hombre encierra la historia de muchos hombres, lo cual destaca nuevamente los vínculos entre lo individual y lo colectivo. Retablo nos demuestra que «no solo se vive una vez» porque la memoria actualiza infinitamente el pasado, como refugio y evasión, pero también como un medio para iniciar un proceso de reparación del presente.
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La teta asustada de Claudia Llosa

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El terror también se hereda

Arturo Caballero Medina

En un artículo publicado en Letras del Sur, comenté algunos aspectos relativos al impacto que La teta asustada podría actualmente generar en la opinión pública y los posibles motivos por los que el presidente Alan García no participó directamente de los homenajes a la directora y a la actriz principal como sí lo hizo con otras personalidades. A diferencia del anterior, en el presente comentario, me concentraré en comentar algunos aspectos de la trama de la aclamada cinta de Claudia Llosa que suscitaron mi atención. La pauta de guía mi comentario se basa en una interpretación de carácter metafórico sobre algunos simbolismos presentes en el argumento, lo cual me lleva a afirmar que uno de los principales valores de la realización de La teta asustada tiene que ver con el lenguaje poético que esta sugiere a través de las distintas metáforas que a continuación analizaremos.

En primer lugar, el título del filme obedece a una creencia que los habitantes de las zonas de emergencia durante el conflicto armado interno desarrollaron posteriormente como explicación de los temores de los niños nacidos bajo la sombra de la violencia. En este sentido, la principal idea que la cinta transmite es que el miedo se hereda aun sin haberlo experimentado directamente. No obstante, sí fue vivenciado de otra manera desde el vientre materno en el momento en que la madre fue víctima sexual de la violencia. El comportamiento aislado y temeroso de Fausta es para su tío un síntoma inequívoco de que padece el mal de la teta asustada: no tiene alma y está como muerta en vida, carece de emociones y está anulada para el amor.

Todo ello confluye en una conducta defensiva y por momentos agresiva que la sumergen en un ambiente de autismo social. Su único vínculo con la realidad es el cadáver de su madre cuyos gastos de entierro la obligan a trabajar como empleada del hogar. Ocasionalmente, sus cantos la distraen de sus temores, lo cual se convierte en un estímulo para inventar melodías sobre todo cuando halla que la dueña de casa quien se dedica a la música culta, se muestra interesada por aquellas improvisadas melodías. Sin embargo, fuera de estos espacios, el terror subyace constantemente.

En segundo lugar, los contrastes socioculturales que destaca la película son muestra de una determinada perspectiva desde donde se mira a la sociedad peruana, no como un entramado, sino como una superposición de segmentos en los que la movilidad social ocurre a nivel interno de las clases sociales y muy poco no nada entre clases sociales diferentes. Por un lado, tenemos la sobriedad, elegancia y refinamiento artístico de la dueña de casa donde labora Fausta. Algo que aquí es preciso resaltar es si bien las clases sociales aparecen segmentadas, los conflictos personales de carácter emocional que persisten a manera de traumas en la memoria de quien los experimentó no distinguen raza, lengua ni clase social. Son universales en la medida que todo ser humano es susceptible de ser una víctima de cualquier tipo de violencia. Sin embargo, inteligentemente, la cinta muestra que esta idea no es asimilada en su total magnitud ni de igual forma por todas las víctimas, ya que, desde la posición de la dueña de casa —una mujer psicológicamente muy conflictuada— no es posible superar la marca de la diferencia social: exige a Fausta que continúe con sus cantos y los utiliza para improvisar melodías con miras a su concierto; luego del mismo, abandona a Fausta en la calle para que se dirija a la casa por su cuenta y no cumple con lo prometido: un collar a cambio de sus cantos. Vemos aquí que, a pesar de que ambas poseen conflictos no resueltos, los desposeídos suelen llevar la peor parte.

Otro aspecto contrastante está relacionado con el folklorismo de los migrantes que viven en los asentamientos humanos de la capital. En ciertos momentos, estos retratos los percibo inútilmente exagerados, mas no inverosímiles. El matrimonio de la prima de Fausta es un pretexto para observar cómo para la gran mayoría de migrantes y descendientes de generaciones post conflicto armado el presente es mucho más importante que el pasado; mientras la memoria es para Fausta una forma de tener presente aquel trauma que vivió su madre, para sus paisanos es preferible concentrarse en el bienestar presente y enterrar a sus muertos lo más pronto posible. No es casual que, según lo indican algunas encuestas sobre la memoria de las décadas de la violencia, las víctimas de las zonas rurales prefieren no indagar más en el asunto. Sin embargo, Fausta persiste en su afán de enterrar como se debe a su madre, lo cual significa con dignidad, honrando su memoria y en paz consigo misma. ¿Cómo podría lograrlo? Desentrañando la verdad que crece dentro de ella. Sin esto, será imposible reconciliarse con la vida.

En tercer lugar, es muy importante la metáfora vinculada a la papa. La papa en la vagina tiene una doble significación. Protege de la violación, pero, a la vez, impide la superación del trauma porque el motivo de su presencia y su presencia misma evocan, constantemente, por asociación de ideas, aquello que se teme. Asimismo, la papa es el símbolo de una solución dramática —que aparentemente no es transitoria— a una situación igualmente dramática que permanece en el presente a través de la memoria. Fausta sabe que la papa le provoca daño, puesto que se ramifica y crece —lo mismo que sus temores que se manifiestan en todas sus actividades cotidianas— a pesar de que corta sus raíces. No obstante, este dolor es preferible a la violación. En una escena, Fausta reclama airadamente al jardinero la falta de papas en el huerto. Este responde que la papa “florece poco”. Por parte de ella, vemos cierta identificación morbosa con su sufrimiento, lo cual suele ser característico de algunas víctimas de cualquier tipo de violencia quienes llegan a convencerse de que el sufrimiento del trauma es algo constituyente de sus vidas y que por ello es inmodificable; a ello se agrega este placer perverso al no desear, en parte superarlo (Fausta se niega, en un principio, a la extracción de la papa que está en su vagina). Detrás de las palabras del jardinero se desliza la idea de que la papa, al florecer poco, tiene también muy poco que ofrecer porque su verdadero crecimiento no es visible sino en las entrañas donde tiende a multiplicarse de la misma forma que el miedo crece en Fausta.

Por último, el desenlace de la película es también profundamente simbólico. Luego de que a Fausta le extraen por fin la papa de la vagina, recibe como regalo del jardinero una saludable flor de papa. Se trata de una superación de aquello que le provocaba dolor y de una evolución hacia un estado más armonioso. Por ello, en cierto sentido, el florecimiento de la papa anuncia el renacimiento de Fausta. Asimismo, las soluciones transitorias a los traumas no los eliminan, sino que los acentúan porque se transforman en su constante recuerdo. El aislamiento tampoco es una solución para superarlo, pero la preocupación de quienes rodean a la víctima puede mucho más que la indiferencia, el olvido o el asistencialismo de quienes prefieren comprar o pagar su bienestar emocional. De otra parte, en la búsqueda de un lugar para enterrar por fin a su madre, Fausta encuentra que, frente al mar, su madre puede hallar la paz que le fue tan esquiva en la vida. De esta manera, Fausta inicia el proceso de reconciliación con su pasado y presente después de transformar el dolor en esperanza como consecuencia de la solidaridad de quienes la rodeaban.

En síntesis, La teta asustada, desde una lectura metafórica, sugiere la necesidad de no olvidar a las víctimas de la violencia, de todo tipo de violencia, porque ellas, por sí solas, podrían desarrollar mecanismos de defensa que, a la postre, las condenen al autismo social, lo que agudizaría el conflicto que las aqueja. Además, nos recuerda que el terror también se hereda y que por ello, como sociedad, aún tenemos un compromiso no resuelto con aquellos a quienes olvidamos y que, actualmente, seguimos condenando al olvido, postergando indefinidamente su reconciliación consigo mismos y con su entorno social.

TRAILER DE LA TETA ASUSTADA

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