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Es muy extendida la idea de que los cursos de letras no son tan importantes como los cursos de ciencias —oposición errónea, ya que se sugiere la idea de que las humanidades o letras no son ciencias—. Esta idea tiene mucho arraigo en la actualidad, sobre todo en los directivos de escuelas privadas y de colegios preuniversitarios, así como en los padres de familia, quienes están convencidos de que los alumnos deben prepararse para la universidad, es decir, solo para un examen de admisión. Tal idea se ve reforzada por el prestigio que tienen ciertas profesiones vinculadas a carreras técnicas en las cuales los conocimientos prácticos son más importantes que la especulación teórica.
Sin embargo, creemos que desde las humanidades, específicamente desde la Literatura, es posible fomentar el pensamiento crítico si se toman en cuenta algunas consideraciones que durante muchas décadas, han sido ignoradas, lo cual trajo como consecuencia que la Literatura sea percibida como “un curso de relleno” y no como una vía que conduce no solo al disfrute de una experiencia artística, sino a la reflexión.
La primera dificultad que encuentra la Literatura tiene que ver con la manera en que se la define. Según Miguel Ángel Huamán (2001), la definición de Literatura es compleja, puesto que en esta disciplina el objeto de estudio coincide con la denominación de la disciplina. Por ello, convendría hacer una primera distinción. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Literatura? Huamán señala que la Literatura puede ser entendida como creación artística, donde tenemos a los diversos géneros literarios; como historiografía (épocas, contextos, movimientos literarios, autores, etc.); y como teoría y crítica, es decir, como reflexión científica sobre el quehacer literario y como valoración de dicha experiencia; y, finalmente, como enseñanza de la Literatura, o sea, la transmisión de algunos de los saberes antes mencionados.
De todas estas definiciones, la más extendida entre los profesores de Lengua y Literatura, hoy denominada Comunicación Integral, es la Literatura como historiografía, pero muy poco o casi nula la valoración e interpretación del fenómeno literario. De esta forma, se tiene que para la gran mayoría de profesores y estudiantes de secundaria, el curso de Literatura consiste no tanto en analizar obras, sino en memorizar argumentos, biografías de autores, contextos históricos y características de movimientos literarios. Todo ello, si bien es importante, no debería ser lo central al momento de enseñar Literatura, porque se trata de conocimientos extraliterarios que no contribuyen directamente a la valoración del texto que tendría que atravesar ciertas etapas previas.
En consecuencia, los análisis literarios que se plantean bajo este enfoque historicista rodean el texto pero no lo interpretan. Se concentran en la vida del autor, pero no demandan al estudiante a que plantee una interpretación propia del mismo. Y cuando se pretende esto, se suele transmitir las reflexiones más consolidadas y se tiende a desvalorar aquello que el alumno pueda plantear, por considerarlo poco elaborado.
El historicismo y el biografismo en la enseñanza de la Literatura en la escuela se explican por la seguridad que brindan estos enfoques al maestro (Sánchez 2004). Es más fácil refugiarse en un saber establecido e inamovible que plantear nuevos desafíos, tal como lo exigiría la interpretación personal de una novela, cuento o poema. Al respecto, existe mucha resistencia por parte de un sector importante de los maestros de la especialidad en cambiar estos enfoques por otros más innovadores.
Esto a su vez se explica por una deficiente formación en los que respecta a los estudios literarios. En las facultades de educación, no es común que los docentes de Lengua y Literatura tengan como profesores a especialistas de Lingüística y Literatura, sino más bien a otros educadores que también fueron formados bajo el mismo paradigma, lo cual conduce a que se repita el mismo modelo ciclo tras ciclo. Se necesitaría revertir esta situación para que los planes curriculares cambien y así cambie la manera de enfocar la Literatura desde la educación. En general, debería balancearse la didáctica con los contenidos. Conocimientos básicos de narratología, análisis estructural del relato, nociones de teoría literaria servirían mucho para aclarar tantos malentendidos en torno a la ciencia literaria como la confusión entre el autor, narrador y el personaje, o la excesiva confianza en la biografía como método para interpretar la obra.
El segundo paso luego de resolver lo referente a la formación del docente en estudios literarios tiene que ver con la didáctica de la literatura. Lo que se busca no es que el alumno se convierta en escritor ni que memorice datos sobre escritores o épocas o que recite versos de memoria y mucho menos que piense que un texto está cerrado a la interpretación única que le da su libro o su profesor. El objetivo es que el alumno dialogue con el texto y que contraste valoraciones en un ambiente en el que el propósito mayor es mucho más que comprender un texto: se trata de formar individuos capaces de intercambiar posturas diversas acerca de un mismo hecho sin negarse a la posibilidad de exista la pluralidad. El reconocimiento de una realidad cultural diversa en un país como el nuestro es una de las tareas pendientes que se debe asumir desde la educación (Córdova 2007) y la Literatura puede colaborar con este objetivo. Una educación en democracia no puede dejar de lado el hecho de que cada sujeto posee una perspectiva que podría ser diferente, pero no necesariamente incompatible con las demás, sino complementaria.
Bibliografía
Huamán, Miguel Ángel. Educación y Literatura. Lima: Mantaro, 2003.
—————————–. Problemas de Teoría Literaria. Lima: Signo Lotófago, 2001.
Sánchez Mejías, Rolando (ed.) Obras maestras del relato breve. Barcelona: Océano, 2004.
Córdova, Paula. ¿Cambio o muerte de las lenguas? Reflexiones sobre la diversidad lingüística, social y cultural del Perú. Lima: UPC, 2007.
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