Archivo por meses: julio 2009

Creación literaria. Diego Cabrera

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IMPRESIÓN CAPITAL

Diego Cabrera
Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas

Advertencia: El presente texto pretende ser un reflejo visceral, pero también meditado de la relación que tengo con la ciudad en la que nací y crecí. El elemento privado e íntimo no está dado por el formato requerido por el taller (un diario), sino por los elementos vitales que lo componen. De ahí que este sea más una suerte de catarsis personal que está influida por mi educación, costumbres y experiencia que una especie de bitácora programática.

La vida nos confronta diariamente a una dialéctica de la cual la ciudad no escapa. En el caso de nuestra urbe, un diálogo que es propio de los sordos y más aún de los necios: aquel que nos somete a la nostalgia y la melancolía, a la reverberación más pura y a la imagen más pagana -y por ende más vital y verdadera-, pero sobre todo a la experiencia de crecer en medio del caos y la informalidad con indulgencia y permisividad. Se trata de un diálogo particular, ciertamente hipócrita, en el cual una de las partes de queja de la otra pero al mismo tiempo la aplaude e incentiva. Es esa dinámica esquizofrénica la que posibilita el éxito de los Polvos, los Quilcas, la situación de nuestro transporte público y la corrupción de la policía nacional por poner solo algunos ejemplos. Y es que así como Lima, la Ciudad de Los Reyes –y también “de los Chávez, de los Quispe…”), nos permite vivir como reyes si tenemos algo de dinero en el bolsillo, suficientes agallas y poca conciencia, también nos arremolina y, al hacerlo, devela nuestro lado menos amable y civilizado, y termina confrontándonos como hienas hambrientas que ven en el otro a su presa.

Pero, contrario a lo que piensan aquellos que añoran en silencio los años previos a la reforma agraria, cuando los cultores de la economía estamental reproducían practicas colonialistas que, por sobre todo, atentaban contra la dignidad de los peruanos indígenas, ese arremolinamiento y sus secuelas no llegaron durante lo que Matos Mar vino a llamar el “Desborde Popular”, sino que comenzaron a erosionar a medida que se iba consolidando el proceso de migración del campo a la ciudad, a medida que una parte del pueblo se empezó a ‘capitalizar’, es decir a integrar, en especial a partir de la década del noventa.

Paradójicamente, paralelo a la reinserción económica de nuestro país, una vez adoptadas de forma explicita las políticas neoliberales, y posterior a su despegue macroeconómico, los especialistas empezaron a hablar de una reconciliación entre las elites empresariales y los sectores más marginados de la sociedad (para fines socioeconómicos, el caso del MegaPlaza Norte serviría de contundente ejemplo), de un acercamiento que con el tiempo derivaría en la ansiada empatía social, siempre y cuando el Estado sea capaz de redistribuir con mayor eficacia los recursos que el nuevo modelo le permite acumular, pero la realidad nos demostraría lo contrario, dando lugar al escepticismo y la desazón (acá podemos mencionar los recientes casos de Bagua y Andahuaylas como ejemplo de que el mentado acercamiento siempre entraña algún interés económico y no una verdadera vocación social).

El problema es complejo y esta Lima de cielo ‘panza de burro’, superficie árida y edificación cada vez más vertical, cuyos pobladores son tan emprendedores como conformistas, cálidos en el trato con el extranjero pero malcriados en sus maneras con sus compatriotas, esta ciudad supersticiosa pero también devota, masoquista en los deportes, sincrética en sus colores y formas y deliciosa en sus sabores, esta capital que es chicha pero también limonada y sobre todo arroz con leche y mazamorra morada, aeropuerto y platos siete colores es el epicentro de esa complejidad.

De ahí que me sienta zarandeado y tironeado por su devenir, agobiado y triste por su aparente destino (decir que el sino de nuestra nación depende exclusivamente de sus dirigentes es un facilismo que pretende exculpar a una ciudadanía, por ahora, poco dispuesta a entender el hecho de ser peruano, o de ser limeño que para nuestra perspectiva capitalina, o sea centralista, vendría a ser lo mismo), pero a la vez privilegiado y feliz por acogerme en su seno.

Tengo la fortuna de pertenecer a una generación en la cual los valores no solo se formaban de manera virtual, por intermedio de teclados, a través de pantallas y a costas de clicks. He disfrutado cuando de niño acompañaba a mi madre al mercado y las fruteras que se encontraban de camino nos regalaban, gracias a mis ‘quecos’, parte de su mercadería, cuando tomaba jugos surtidos o engullía las afamadas yuquitas de Balconcillo y tuve la dicha de haber frecuentado, parroquianamente y gustosamente, el Palermo original de La Victoria todos los domingos acompañado de mis padres; en casa tuve fiestas infantiles con payasos, magos y animadoras de verdad, no de las que te improvisan en los restaurantes de comida rápida, al lado de artificios monótonos que pretenden reemplazar a los memorables columpios, subí bajas y ruedas de antaño; pude ver Cobra, Robotech y a los Transformers que valen, a Yola, al Nubeluz de Almendra y la desaparecida Mónica Santa María, Super Campeones, Los Caballeros del Zodiaco, vi luchar a Stone Cold Steve Austin y al mejor Shawn Michaels y coleccione álbumes de Navarrete cuando solo las mejores figuritas eran adhesivas, cuando era raro que te vendan los álbumes ‘llenos’; en la calle, he pichangueado en la pista y luego en el parque, jugué Bata, Lingo, Matagente, Callejón Oscuro, Paredón, Perú Fútbol, Tumbaditas, Vale Todo, Vencidas y también juegos más inocentes como Escondidas, Chapadas, Siete Pecados, Encantados al lado de otros más atrevidos como Botella Borracha o Strip Poker; he ido al Play Land Park, a la Feria del Hogar de los Grandes Estelares, pese a que no pude ir, porque tan solo tenía cuatro años, a ver al mejor de todos (el que presentó a Héctor Lavoe en el 86), me pude subir al Tagada, al Zipper, a casas del terror torrejas y montañas rusas decadentes; me envicie jugando Street Fighter en consolas gigantes mientras conocía a la gente de mi barrio adolescente -¡por eso extraño las tiendas de video juegos!-; he toneado con toldos de los cuales se sostenían luces y cortadoras que hoy me parecen ‘pacharacas’, obsoletas y anacrónicas, tonos en los que pude bailar al son de Disc jockey´s antes que les digan Dj’s, cuando surtían la bandeja de discos de sus equipos de música con ritmos que iban más allá del reggaeton, la pachanga y el abominable latin pop; también pude jugar carnavales a ‘la mala’ sin que los tombos -no los serenos- me persigan, he comerciado con mi ropa en el Ovalo Gutierrez, he apostado chelas en el Taco del frente de la Católica, he ganado six pack’s en el fúlbito de mano de la plazoleta de la playa Santa María -aunque eso les haya costado a mis amigos una paliza, de la que me salvé de casualidad, en el Club del balneario-, he canjeado ropa vieja por cebiches en el Silencio, he jugado ‘cachito’, ‘prende y apaga’, ‘Callao’ y juegos de mesa palpables al son de Cabitos, Pomalcas Light y Cartavios Limón; he mataperreado.

Por todo eso, hoy me siento un hijo bastardo de esta Lima progresista y tecnificada. No entiendo de iPod’s, iPhone’s e iBook’s, mucho menos de Mac’s o los programas de diseño que tan bien dominan los más jóvenes; sin decirlo, prefiero las cámaras de rollo a las digitales, también tomar Pisco puro por encima de sus amaneradas versiones sour; y estoy seguro que, de tener la oportunidad, más disfrutaría de jugar nuevamente World Cup con mis amigos que el comunal Winning Eleven; confío más en mi colchón que en el banco para guardar mi dinero y descreo de las tarjetas de crédito pese a que tengo, en verdad por obligación, algunas.

No creo que ser un marciano al pensar de esa manera. Estoy seguro que gran parte de los jóvenes nacidos hasta mediados de los ochenta comulgan en mi sentir respecto a esta ciudad cuyos cambios (climáticos, sociales, culturales, económicos) nos afectan con violencia sin menguar un ápice el inmenso cariño que sentimos por ella.

Lima, 03 de julio de 2009
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Literatura y creación I. Marissa Duthurburu

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Carlos Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

El viernes 3 de julio, finalizó el Taller de creatividad literaria en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). El taller comprendió, en la primera parte, un acercamiento a la técnica narrativa a través algunos relatos de escritores contemporáneos. En la segunda parte, se abordó la poesía y algunas estrategias para motivar la creatividad, vinculadas al entorno urbano y al diario como una herramienta de introspección que despierta la creatividad. Ambas secciones del taller fueron dictadas por el autor de esta nota y por el profesor Jaime Zapata. Como parte de las actividades del taller, iremos publicando los textos de los talleristas, tanto relatos breves como poesía. En esta oportunidad, presentamos la prosa poética de Marissa Duthurburu.

Marissa Duthurburu (Lima, 1990)
Estudiante de Arquitectura
Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas

No te abandono

Te conozco desde que nací, desde el primer momento en que llenaste mis pulmones con ese aire de urbe y emoción tan típico de ti. Me viste dormir, me vista soñar. Me viste sonreír por primera vez. Tomaste mi mano cuando empecé a caminar y luego, al crecer, me empujaste un par de veces para que cayera y aprendiera a levantarme sola. Bajo tu mirada gris, lloré más de una vez; oí tu voz, un murmullo en el viento, el ronroneo de motores… Avanza.

¿Cómo olvidarme de ti al acordarme de mí? ¿Cómo no hablar a los demás de ti si me enseñaste todo lo que sé? Lima mía, ciudad donde reí, ciudad de mi primer amor… Ciudad que aún se mece bajo una huella colonial…

No eres lo que solías ser. No puedo salir a tus calles sin pensar que corro peligro. No puedo estar tranquila sabiendo que con la polera que no usé, un niño pudo haber pasado la noche sin sentir las garras del frío en su piel descubierta.

Ciudad de contrastes, ¿en qué momento ocurrió? Todo el invierno nos suplicas con lágrimas que flotan a nuestro alrededor, y te desesperas al comprender que seguimos enfrascados en nuestra rutina, y no escuchamos lo que tratas de decir. Pero, ¿qué tratas de decir?

Lima de mi vida, yo no te abandono, no, y tampoco lo hará el resto. Porque vivimos en ti, y tú estás en todas partes. Eres el niño que sonríe, el enfermo que se queja, el esposo que trabaja, la madre que camina. Eres la bocina de un camión, el girasol de un novio a su amada, un disparo en la distancia y los gritos de terror, una hoja que baila en el viento, edificios imperiales, cosquilleo del mar, mis manos, mis pies, mi reflejo y mi alrededor. Y yo no te abandono. Hoy no te abandono.

Fórmula 1 Red Bull

Sábado
Lima
Multitud
Emoción
¡Apachúrrense!
¡Arrímense!
¿Empezó?
¿Empezó?

Cámara
Flash
Empínate
Agáchate
¿Pasó?
¿Pasó?
Giró
¡Voló!

Velocidad
Destreza
Adrenalina
Pasión
Motor
Ruido
“¡Repetición!”
Se exclamó

Admiración
Fascinante
Sonrisas
Sorpresas
Coulthard
Triunfante
Combi
Anhelante

Rapidez
Aceleración
Carro y
Corazón
Huellas
Autopista
Tu memoria
Mi memoria.

Al despertar

Hoy me despertaré y pensaré que es un nuevo día. Miraré por la ventana y agradeceré a Dios por estar aquí. Me tomará un buen rato decidir levantarme o no, pero después de haberlo meditado me pararé e iré a desayunar. De seguro encontraré a mi perro dormido en el sillón de la sala y será la misma historia de todos los días.

Luego, poco a poco, los recuerdos irán regresando a mi memoria. Mi familia, la universidad, mis amigos. Pensaré en lo que haré hoy día y soñaré con lo que voy a hacer mañana… Y me regresaré abruptamente de las fantasías de mi mente con el sonido de mi celular. Mi corazón se acelerará, y probablemente tropiece al correr a contestarlo, pues antes de ver la pantalla sabré que estoy a punto de escuchar a la persona que más amo en el mundo. Le diré que lo extrañé con una sonrisa enamorada y, probablemente mi hermana pase a mi costado y me pregunte por qué pongo cara de idiota si él no me puede ver.

Iré a la universidad, o a visitar a una de mis abuelas. Tal vez decida pasar a saludar a alguna amiga, o ir a montar. Me atraerá la última posibilidad, y comenzaré a imaginarme sentada en mi caballo, galopando al lado del pasto verde con el cielo celeste y viento soplando en mi cara y el sol tibio calentando mi piel… Recordaré la sensación de libertad, de estar sin preocupaciones en ese pedazo de verde al medio de tanto gris.

Llegará la tarde, y después la noche, y con un libro, o el sonido del timbre, una broma o una canción en la radio, comenzará otra historia. Y con un beso de buenas noches, terminará.

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