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LOS ASESINOS DE LA MEMORIA

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En diciembre del año pasado, poco antes de regresar al Perú, visité el «D2», un centro clandestino de detención donde se torturaba y encerraba a sospechosos de terrorismo; en realidad, a cualquier ciudadano que tuviera la desdicha de ser secuestrado por agentes militares y policiales sin mediar explicación o derecho a ejercer la legítima defensa. Durante la década del 70 funcionó como Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio (CCDTE). Lo sorprendente es que este centro de detención haya operado sin mayores dificultades en el pasaje Santa Catalina, entre la Catedral y el Cabildo, y a 50 metros de la Plaza San Martín, es decir, en pleno corazón de la ciudad. Hoy es un Museo de Sitio y Archivo Provincial de la Memoria, uno de los lugares de la memoria más emblemáticos de Córdoba, cuyo gobierno provincial se encarga desde 2006 del mantenimiento de las instalaciones que albergan una muestra permanente de documentos, imágenes y ambientes que evocan el horror infligido a las víctimas sobre todo en la etapa más oscura de esta dependencia durante el gobierno de la Junta Militar en la Argentina (1976-1983). El análisis de los documentos de las fuerzas de seguridad indica que por aquí pasaron aproximadamente 20.000 personas entre 1971 y 1982.

El D2 ocupó un lugar especial dentro de la estructura de la Policía Provincial. Fue creado para combatir un tipo de delito difusamente tipificado como «subversión», ya que toda manifestación social, política o cultural interpretada como peligrosa por los agentes de seguridad del Estado podía ser calificada como subversiva a tal punto que varios libros de literatura infantil, entre ellos algunos de la escritora María Elena Walsh fueron censurados y sacados de circulación por considerar que inculcaban ideas radicales a los niños. Los militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos libros que —a su entender— ponían en cuestión valores sagrados como la familia, la religión o la patria. La Torre de Cubos, de la escritora cordobesa Laura Devetach, y un Elefante ocupa demasiado espacio, de Elsa Bornemann integran la extensa lista de libros infantiles censurados por la dictadura. Ni siquiera los adolescentes estuvieron libres del acoso de los agentes de seguridad destacados en el D2. En una de las salas del museo hay una muestra permanente con fotografías de los estudiantes desaparecidos de la Escuela Alejandro Carbó. Un episodio similar ocurrió en la ciudad de La Plata cuando un grupo de estudiantes secundarios que luchaban por la reincorporación del boleto escolar gratuito fueron brutalmente secuestrados y torturados durante meses en un centro clandestino de detención. La edad de estos jóvenes oscilaba entre los 14 y 18 años.

La persecución ideológica organizada desde el Estado tiene una larga tradición en la Argentina. A principios del siglo XX, la «Ley de residencia» fue aplicada contra inmigrantes anarquistas, socialistas y cualquier grupo político considerado peligroso. La policía fue la cara visible de la represión a huelgas dirigidas por movimientos obreros y estudiantiles; sin embargo, también existieron divisiones parapoliciales que actuaban en la clandestinidad y gozaban de impunidad y de la complacencia del poder político que eventualmente recurría a ellos para combatir la subversión de manera «más efectiva y silenciosa».

La Junta Militar utilizó los recursos del Estado para sostener su persecución ideológico-política a estudiantes, activistas sociales, sindicalistas, militantes de partidos de izquierda, miembros de grupos armados y a todo aquel sospechoso de participar en actividades subversivas. El secuestro, la tortura, el encierro, la desaparición y el asesinato fueron los principales métodos utilizados por los agentes asignados al D2, quienes en diferentes ocasiones actuaron conjuntamente con las Fuerzas Armadas y grupos paramilitares como el Comando Libertadores de América (CLA) y la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A).

En 1972 el Departamento de Informaciones de Córdoba recibió mayor presupuesto y personal con la finalidad de incrementar las tareas espionaje, organización de la información obtenida, detenciones, secuestros, interrogatorios y torturas de personas consideradas como una amenaza para el orden social. Los periodos de mayor represión y crímenes ocurrieron entre 1974 y 1979 cuando el D2 estuvo a cargo de ese departamento policial. Durante esos años, estuvieron al mando el Insp. Mayor Ernesto Julio Ledesma (1974-1975), el Crio. Insp. Pedro Raúl Telleldín (1975-1977) y el Crio. Juan Fernando Esteban (1977-1979). Los vínculos de la Policía Provincial con la política eran de tal dimensión que en febrero del 74 el Tte. Cnel. Domingo Navarro, jefe de la Policía de Córdoba, lideró un alzamiento conocido como el «Navarrazo» cuyo desenlace fue la destitución del gobernador electo y la intervención federal en el gobierno provincial.

En marzo de 2006, en el contexto de los 30 años del golpe de Estado que llevó a los militares al poder, los legisladores provinciales de Córdoba aprobaron unánimemente la ley 9286, conocida como «Ley de la Memoria», la cual dispone la implementación de la Comisión Provincial de la Memoria, la creación del Archivo Provincial de la Memoria y la ubicación de ambas instituciones en las antiguas instalaciones del Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba, más conocido como «D2». La cesión de este lugar a la Comisión Provincial de la Memoria fue un hecho histórico dentro del proceso de lucha de los organismos de Derechos Humanos por la construcción de Memoria, Verdad Histórica, Justicia y Reparación Social frente a las graves violaciones a los Derechos Humanos.

Un elemento que le brinda representatividad a la Comisión son las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones estatales que la conforman como la filial de Abuelas de Plaza de Mayo, la Universidad Nacional de Córdoba, la Asociación de Ex Presos Políticos, H.I.J.O.S. y Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, además de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la provincia. De este modo, el Museo de Sitio, ex D2, se integra más eficientemente a la vida de la comunidad que lo rodea superando la idea tradicional que se tiene acerca de los lugares de la memoria como simples espacios monumentales, exhibición descarnada del horror o recuerdo sin reflexión.

Al respecto, la gestión Kirchner asumió una postura totalmente opuesta a la política del olvido de sus predecesores, derogando la ley de punto final promulgada durante el gobierno de Carlos Menem, a través de la cual se amnistió a los militares que unos años antes fueron sentenciados culpables por los crímenes cometidos durante la dictadura lo que permitió que se les juzgue en la Argentina y no en España como lo había solicitado el juez Baltazar Garzón por los delitos cometidos contra ciudadanos españoles. El gobierno de Néstor Kirchner derogó la amnistía, rechazó la extradición, pero reabrió los juicios que culminaron en la encarcelación de los artífices de la violencia de Estado. Asimismo, cada 24 de marzo desde 2006 se celebra en toda la nación el Día de la Memoria, como recuerdo de la fecha en que se produjo el golpe de Estado que inició la dictadura militar más sangrienta de la historia argentina. En Córdoba, todos los jueves, a lo largo del pasaje de Santa Catalina, se muestran las fotografías de los desaparecidos en el D2. Las imágenes van acompañadas de sus datos personales, la fecha de su desaparición y su profesión u oficio.

Un lugar de la memoria no se reduce a una edificación o monumento que periódicamente se convierta en un espacio de conmemoración o una mera exposición de testimonios e imágenes. La exhibición del horror en sí mismo no es suficiente para reflexionar acerca de lo que allí vivieron las víctimas. Los lugares de la memoria tienen una labor más activa: la capacidad de integrar las memorias personales dentro de un gran relato que trascienda la suma de las partes mediante el contraste de versiones particulares, de lo público y lo privado. Por ello la construcción de un gran relato sobre la memoria es una tarea que se realiza desde el presente y es el mejor antídoto contra el olvido y el mejor recurso para mantener a raya a los asesinos de la memoria. Sigue leyendo

Indefiniciones políticas. Sobre el artículo de Luis Carlos Malca

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Arturo Caballero

(Recomiendo leer antes el post de Gonzalo Gamio sobre el particular y el artículo de Malca)

Desde hace algunos meses tenía previsto escribir un ensayo sobre cuyo título precisamente era La izquierda reaccionaria. Lo hacía con una intención distinta a la de Luis Carlos Malca, es decir, no para proponer un cambio de términos, sino para distinguir el trigo de la paja. Es que uno de los retos que enfrenta la nueva izquierda, así como la vieja guardia, es la fragmentación interna; en contraste con el espíritu de cuerpo que mayormente caracteriza a los bloques conservadores, reaccionarios y de derecha, la izquierda ha tenido que lidiar sobre todo contra las facciones que amenazaban diluirla en un sinfin de partículas en torno a un líder.

En el artículo “Izquierda reaccionaria”, Malca sostiene que el término izquierda caviar debe cambiarse por el de izquierda reaccionaria. Supuestamente esta es la postura que pretende demostrar. Sin embargo, no logra este cometido ni expone los argumentos que persuadan de la validez de su postura. Veámoslo a continuación

SOLO GIRO A LA IZQUIERDA

Primero, describe a los integrantes de la izquierda caviar como un grupo elitista identificado claramente con una clase social económicamente privilegiada y de piel blanca. De esto último se deduce que los caviares poseen cierto poder que utilizan para refrendar la validez de sus propuestas, lo cual entra en contradicción con lo mencionado por Malca en el mismo texto, o sea, que la izquierda caviar es un grupo indeterminado. ¿Los caviares son un grupo selecto, exclusivo, identificable y diferenciable o son una masa informe e indeterminada? Asimismo, apelar al calificativo de “gente bien” para validar su crítica a los caviares no es un recurso que logre convencer porque en nada esclarece el debate en torno al rol de los cuestionados caviares: lo que hace es retransmitir un prejuicio que, como todo enunciado de ese tipo posee la eficacia de la pincelada efectista y sonora, pero carece de la necesaria profundidad para explicar las debilidades de la propuesta contraria. Si Malca, con mayor tranquilidad hubiera diseñado un análisis suscinto de ideas, habría evitado recurrir a la personalización de adjetivos como suele hacerlo Andrés Bedoya Ugarteche, Aldo Mariátegui, Rafael Romero o Uri Ben Schmuel. Estoy seguro que ni siquiera Eduardo Hernando Nieto ni cualquier otro representante de la derecha pensante podría ampararse en las opiniones de los periodistas antes mencionados; así como, difícilmente, aquellos que nos definimos de izquierda podríamos suscribir los exabruptos de Hugo Chávez o las transnochadas opiniones de Roberto Ledesma.

Otro error de Malca es grupalizar a los sujetos que critica bajo una misma etiqueta (al igual que aquellos que piensan que Humala o Chávez son de izquierda o que representan a la izquierda. Error muy frecuente cuando se abarca un cuerpo muy amplio y por encima de cualquier posibilidad de definición. ¿Quiénes son los destinatarios de la crítica de Malca? Solo leemos adjetivos ya consignados en la trilogía ultraconservadora del periodismo que le hace un flaco favor a los intelectuales de derecha. Caracterizar conductas grupales sin identificar a los sujetos es como pensar que en la noche todos los gatos son pardos. Con esa misma lógica, Eduardo Hernando Nieto y Andrés Bedoya Ugarteche (o Aldo Mariátegui) serían interlocutores igualmente válidos en un debate sobre Derechos Humanos: personalmente preferiría debatir con el primero por la calidad de sus argumentos.

En segundo lugar, indica que detrás de las propuestas de los caviares se esconde un fundamentalismo camuflado mediante ideas como justicia social, derechos humanos y medio ambiente. Tal fundamentalismo consistiría en la defensa de una verdad divina, es decir, que detrás de la defensa de los derechos humanos, por ejemplo, subyace la idea del culto a una verdad como quien rinde culto a Dios. Malca confunde la defensa de una convicción con dogmatismo e intransigencia. Bajo esta lógica, cualquiera que sostenga una creencia por el solo hecho de creer firmemente en ella o por manifestar abierta y recurrentemente su desacuerdo con ciertos temas sería un reaccionario. Una mente dogmática, fundamentalista o fanática no solo cree tener la verdad sino que se empeña en que el Otro crea y sienta esa verdad con la misma intensidad; es más, está muy preocupado en que el Otro se corrija puesto que el fundamentalista asume apriori que el Otro está equivocado. Es así que la línea entre fanatismo y librepensamiento es muy frágil: resulta muy fácil convertirse en fanático del antifanatismo. En tanto, Malca no distingue los matices será difícil saber quiénes son los fanáticos intransigentes que pretenden imponer por la fuerza el credo de los DDHH.

Respecto a las conquistas caducas no me queda claro a qué se refiere exactamente. ¿Le parece que los derechos humanos o la justicia social son reclamos caducos?

Otro aspecto que merece ser comentado es lo referente a la tolerancia con los intolerantes a propósito de algunos comentarios sobre la participación de Malca en la semana de los DDHH en la PUCP. Al menos yo lo tengo muy claro. La pluralidad no implica dar tribuna abierta a los incendiarios para quemar la pradera. Eso es imprudencia y falta de sensatez. No debe confundirse objetividad con dogmatismo o la diversidad con relativismo. En tiempos donde muy pocos se atreven a llamar las cosas por su nombre suele suceder que opiniones polémicas pasan por innovadoras; el insulto procaz con la crítica frontal (sino lean los artículos de Andrés Bedoya Ugarteche). Bajo el argumento de una malentendida apertura entonces justificaríamos a los que irrumpieron en la ceremonia de la CVR+5 en el Ojo que llora, puesto que ejercían su libertad de expresión. Peor todavía si es que se formaliza la participación extemporánea de un expositor que se dedicó a ironizar sobre los asistentes al evento. Si para Punto Edu ello no constituye una ofensa -como aclaran en una respuesta a un lector- no sé qué puede llegar a serlo.

Finalmente, el título del artículo se presenta interesante pero no logra cuajar completamente. Malca debió incidir en definir lo que entendía por izquierda reaccionaria, o sea, en aquellos rasgos que distinguen a esta izquierda de las demás. Malca propone un reemplazo de términos, mas no realiza un análisis serio del término propuesto: lanzar diatribas o calificativos a diestra y siniestra no es el medio para analizar el tema que plantea. Sin embargo, sí estoy de acuerdo en que existe una izquierda reaccionaria, aquella que no deslindó ni deslinda posturas con el terrorismo, aquella que hasta ahora no realiza un mea culpa y que se empeña en sostener posturas anacrónicas como la revolución armada o reducir la injusticia social a la lucha de clases. Esta izquierda es la que merece ser cuestionada y definida como un lastre para la nueva izquierda. De otro lado, también creo que existe una izquierda caviar, frívola, superficial y de cóctel, pero de ninguna manera gravitante a nivel de la ciudadanía y mucho menos intelectualmente. La izquierda a la que se le llama caviar está en otro lado y no en la CVR ni en las ONG pro derechos humanos. Es aquella que teme asumir un rol protagónico en la política nacional y que se niega a comprarse el pleito con sus detractores. Esa izquierda y no otra, merece todo mi rechazo.
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Indefiniciones políticas. Sobre el artículo de Luis Carlos Malca

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Arturo Caballero

(Recomiendo leer antes el post de Gonzalo Gamio sobre el particular y el artículo de Malca)

Desde hace algunos meses tenía previsto escribir un ensayo sobre cuyo título precisamente era La izquierda reaccionaria. Lo hacía con una intención distinta a la de Luis Carlos Malca, es decir, no para proponer un cambio de términos, sino para distinguir el trigo de la paja. Es que uno de los retos que enfrenta la nueva izquierda, así como la vieja guardia, es la fragmentación interna; en contraste con el espíritu de cuerpo que mayormente caracteriza a los bloques conservadores, reaccionarios y de derecha, la izquierda ha tenido que lidiar sobre todo contra las facciones que amenazaban diluirla en un sinfin de partículas en torno a un líder.

En el artículo “Izquierda reaccionaria”, Malca sostiene que el término izquierda caviar debe cambiarse por el de izquierda reaccionaria. Supuestamente esta es la postura que pretende demostrar. Sin embargo, no logra este cometido ni expone los argumentos que persuadan de la validez de su postura. Veámoslo a continuación

SOLO GIRO A LA IZQUIERDA

Primero, describe a los integrantes de la izquierda caviar como un grupo elitista identificado claramente con una clase social económicamente privilegiada y de piel blanca. De esto último se deduce que los caviares poseen cierto poder que utilizan para refrendar la validez de sus propuestas, lo cual entra en contradicción con lo mencionado por Malca en el mismo texto, o sea, que la izquierda caviar es un grupo indeterminado. ¿Los caviares son un grupo selecto, exclusivo, identificable y diferenciable o son una masa informe e indeterminada? Asimismo, apelar al calificativo de “gente bien” para validar su crítica a los caviares no es un recurso que logre convencer porque en nada esclarece el debate en torno al rol de los cuestionados caviares: lo que hace es retransmitir un prejuicio que, como todo enunciado de ese tipo posee la eficacia de la pincelada efectista y sonora, pero carece de la necesaria profundidad para explicar las debilidades de la propuesta contraria. Si Malca, con mayor tranquilidad hubiera diseñado un análisis suscinto de ideas, habría evitado recurrir a la personalización de adjetivos como suele hacerlo Andrés Bedoya Ugarteche, Aldo Mariátegui, Rafael Romero o Uri Ben Schmuel. Estoy seguro que ni siquiera Eduardo Hernando Nieto ni cualquier otro representante de la derecha pensante podría ampararse en las opiniones de los periodistas antes mencionados; así como, difícilmente, aquellos que nos definimos de izquierda podríamos suscribir los exabruptos de Hugo Chávez o las transnochadas opiniones de Roberto Ledesma.

Otro error de Malca es grupalizar a los sujetos que critica bajo una misma etiqueta (al igual que aquellos que piensan que Humala o Chávez son de izquierda o que representan a la izquierda. Error muy frecuente cuando se abarca un cuerpo muy amplio y por encima de cualquier posibilidad de definición. ¿Quiénes son los destinatarios de la crítica de Malca? Solo leemos adjetivos ya consignados en la trilogía ultraconservadora del periodismo que le hace un flaco favor a los intelectuales de derecha. Caracterizar conductas grupales sin identificar a los sujetos es como pensar que en la noche todos los gatos son pardos. Con esa misma lógica, Eduardo Hernando Nieto y Andrés Bedoya Ugarteche (o Aldo Mariátegui) serían interlocutores igualmente válidos en un debate sobre Derechos Humanos: personalmente preferiría debatir con el primero por la calidad de sus argumentos.

En segundo lugar, indica que detrás de las propuestas de los caviares se esconde un fundamentalismo camuflado mediante ideas como justicia social, derechos humanos y medio ambiente. Tal fundamentalismo consistiría en la defensa de una verdad divina, es decir, que detrás de la defensa de los derechos humanos, por ejemplo, subyace la idea del culto a una verdad como quien rinde culto a Dios. Malca confunde la defensa de una convicción con dogmatismo e intransigencia. Bajo esta lógica, cualquiera que sostenga una creencia por el solo hecho de creer firmemente en ella o por manifestar abierta y recurrentemente su desacuerdo con ciertos temas sería un reaccionario. Una mente dogmática, fundamentalista o fanática no solo cree tener la verdad sino que se empeña en que el Otro crea y sienta esa verdad con la misma intensidad; es más, está muy preocupado en que el Otro se corrija puesto que el fundamentalista asume apriori que el Otro está equivocado. Es así que la línea entre fanatismo y librepensamiento es muy frágil: resulta muy fácil convertirse en fanático del antifanatismo. En tanto, Malca no distingue los matices será difícil saber quiénes son los fanáticos intransigentes que pretenden imponer por la fuerza el credo de los DDHH.

Respecto a las conquistas caducas no me queda claro a qué se refiere exactamente. ¿Le parece que los derechos humanos o la justicia social son reclamos caducos?

Otro aspecto que merece ser comentado es lo referente a la tolerancia con los intolerantes a propósito de algunos comentarios sobre la participación de Malca en la semana de los DDHH en la PUCP. Al menos yo lo tengo muy claro. La pluralidad no implica dar tribuna abierta a los incendiarios para quemar la pradera. Eso es imprudencia y falta de sensatez. No debe confundirse objetividad con dogmatismo o la diversidad con relativismo. En tiempos donde muy pocos se atreven a llamar las cosas por su nombre suele suceder que opiniones polémicas pasan por innovadoras; el insulto procaz con la crítica frontal (sino lean los artículos de Andrés Bedoya Ugarteche). Bajo el argumento de una malentendida apertura entonces justificaríamos a los que irrumpieron en la ceremonia de la CVR+5 en el Ojo que llora, puesto que ejercían su libertad de expresión. Peor todavía si es que se formaliza la participación extemporánea de un expositor que se dedicó a ironizar sobre los asistentes al evento. Si para Punto Edu ello no constituye una ofensa -como aclaran en una respuesta a un lector- no sé qué puede llegar a serlo.

Finalmente, el título del artículo se presenta interesante pero no logra cuajar completamente. Malca debió incidir en definir lo que entendía por izquierda reaccionaria, o sea, en aquellos rasgos que distinguen a esta izquierda de las demás. Malca propone un reemplazo de términos, mas no realiza un análisis serio del término propuesto: lanzar diatribas o calificativos a diestra y siniestra no es el medio para analizar el tema que plantea. Sin embargo, sí estoy de acuerdo en que existe una izquierda reaccionaria, aquella que no deslindó ni deslinda posturas con el terrorismo, aquella que hasta ahora no realiza un mea culpa y que se empeña en sostener posturas anacrónicas como la revolución armada o reducir la injusticia social a la lucha de clases. Esta izquierda es la que merece ser cuestionada y definida como un lastre para la nueva izquierda. De otro lado, también creo que existe una izquierda caviar, frívola, superficial y de cóctel, pero de ninguna manera gravitante a nivel de la ciudadanía y mucho menos intelectualmente. La izquierda a la que se le llama caviar está en otro lado y no en la CVR ni en las ONG pro derechos humanos. Es aquella que teme asumir un rol protagónico en la política nacional y que se niega a comprarse el pleito con sus detractores. Esa izquierda y no otra, merece todo mi rechazo.
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