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La teta asustada de Claudia Llosa

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El terror también se hereda

Arturo Caballero Medina

En un artículo publicado en Letras del Sur, comenté algunos aspectos relativos al impacto que La teta asustada podría actualmente generar en la opinión pública y los posibles motivos por los que el presidente Alan García no participó directamente de los homenajes a la directora y a la actriz principal como sí lo hizo con otras personalidades. A diferencia del anterior, en el presente comentario, me concentraré en comentar algunos aspectos de la trama de la aclamada cinta de Claudia Llosa que suscitaron mi atención. La pauta de guía mi comentario se basa en una interpretación de carácter metafórico sobre algunos simbolismos presentes en el argumento, lo cual me lleva a afirmar que uno de los principales valores de la realización de La teta asustada tiene que ver con el lenguaje poético que esta sugiere a través de las distintas metáforas que a continuación analizaremos.

En primer lugar, el título del filme obedece a una creencia que los habitantes de las zonas de emergencia durante el conflicto armado interno desarrollaron posteriormente como explicación de los temores de los niños nacidos bajo la sombra de la violencia. En este sentido, la principal idea que la cinta transmite es que el miedo se hereda aun sin haberlo experimentado directamente. No obstante, sí fue vivenciado de otra manera desde el vientre materno en el momento en que la madre fue víctima sexual de la violencia. El comportamiento aislado y temeroso de Fausta es para su tío un síntoma inequívoco de que padece el mal de la teta asustada: no tiene alma y está como muerta en vida, carece de emociones y está anulada para el amor.

Todo ello confluye en una conducta defensiva y por momentos agresiva que la sumergen en un ambiente de autismo social. Su único vínculo con la realidad es el cadáver de su madre cuyos gastos de entierro la obligan a trabajar como empleada del hogar. Ocasionalmente, sus cantos la distraen de sus temores, lo cual se convierte en un estímulo para inventar melodías sobre todo cuando halla que la dueña de casa quien se dedica a la música culta, se muestra interesada por aquellas improvisadas melodías. Sin embargo, fuera de estos espacios, el terror subyace constantemente.

En segundo lugar, los contrastes socioculturales que destaca la película son muestra de una determinada perspectiva desde donde se mira a la sociedad peruana, no como un entramado, sino como una superposición de segmentos en los que la movilidad social ocurre a nivel interno de las clases sociales y muy poco no nada entre clases sociales diferentes. Por un lado, tenemos la sobriedad, elegancia y refinamiento artístico de la dueña de casa donde labora Fausta. Algo que aquí es preciso resaltar es si bien las clases sociales aparecen segmentadas, los conflictos personales de carácter emocional que persisten a manera de traumas en la memoria de quien los experimentó no distinguen raza, lengua ni clase social. Son universales en la medida que todo ser humano es susceptible de ser una víctima de cualquier tipo de violencia. Sin embargo, inteligentemente, la cinta muestra que esta idea no es asimilada en su total magnitud ni de igual forma por todas las víctimas, ya que, desde la posición de la dueña de casa —una mujer psicológicamente muy conflictuada— no es posible superar la marca de la diferencia social: exige a Fausta que continúe con sus cantos y los utiliza para improvisar melodías con miras a su concierto; luego del mismo, abandona a Fausta en la calle para que se dirija a la casa por su cuenta y no cumple con lo prometido: un collar a cambio de sus cantos. Vemos aquí que, a pesar de que ambas poseen conflictos no resueltos, los desposeídos suelen llevar la peor parte.

Otro aspecto contrastante está relacionado con el folklorismo de los migrantes que viven en los asentamientos humanos de la capital. En ciertos momentos, estos retratos los percibo inútilmente exagerados, mas no inverosímiles. El matrimonio de la prima de Fausta es un pretexto para observar cómo para la gran mayoría de migrantes y descendientes de generaciones post conflicto armado el presente es mucho más importante que el pasado; mientras la memoria es para Fausta una forma de tener presente aquel trauma que vivió su madre, para sus paisanos es preferible concentrarse en el bienestar presente y enterrar a sus muertos lo más pronto posible. No es casual que, según lo indican algunas encuestas sobre la memoria de las décadas de la violencia, las víctimas de las zonas rurales prefieren no indagar más en el asunto. Sin embargo, Fausta persiste en su afán de enterrar como se debe a su madre, lo cual significa con dignidad, honrando su memoria y en paz consigo misma. ¿Cómo podría lograrlo? Desentrañando la verdad que crece dentro de ella. Sin esto, será imposible reconciliarse con la vida.

En tercer lugar, es muy importante la metáfora vinculada a la papa. La papa en la vagina tiene una doble significación. Protege de la violación, pero, a la vez, impide la superación del trauma porque el motivo de su presencia y su presencia misma evocan, constantemente, por asociación de ideas, aquello que se teme. Asimismo, la papa es el símbolo de una solución dramática —que aparentemente no es transitoria— a una situación igualmente dramática que permanece en el presente a través de la memoria. Fausta sabe que la papa le provoca daño, puesto que se ramifica y crece —lo mismo que sus temores que se manifiestan en todas sus actividades cotidianas— a pesar de que corta sus raíces. No obstante, este dolor es preferible a la violación. En una escena, Fausta reclama airadamente al jardinero la falta de papas en el huerto. Este responde que la papa “florece poco”. Por parte de ella, vemos cierta identificación morbosa con su sufrimiento, lo cual suele ser característico de algunas víctimas de cualquier tipo de violencia quienes llegan a convencerse de que el sufrimiento del trauma es algo constituyente de sus vidas y que por ello es inmodificable; a ello se agrega este placer perverso al no desear, en parte superarlo (Fausta se niega, en un principio, a la extracción de la papa que está en su vagina). Detrás de las palabras del jardinero se desliza la idea de que la papa, al florecer poco, tiene también muy poco que ofrecer porque su verdadero crecimiento no es visible sino en las entrañas donde tiende a multiplicarse de la misma forma que el miedo crece en Fausta.

Por último, el desenlace de la película es también profundamente simbólico. Luego de que a Fausta le extraen por fin la papa de la vagina, recibe como regalo del jardinero una saludable flor de papa. Se trata de una superación de aquello que le provocaba dolor y de una evolución hacia un estado más armonioso. Por ello, en cierto sentido, el florecimiento de la papa anuncia el renacimiento de Fausta. Asimismo, las soluciones transitorias a los traumas no los eliminan, sino que los acentúan porque se transforman en su constante recuerdo. El aislamiento tampoco es una solución para superarlo, pero la preocupación de quienes rodean a la víctima puede mucho más que la indiferencia, el olvido o el asistencialismo de quienes prefieren comprar o pagar su bienestar emocional. De otra parte, en la búsqueda de un lugar para enterrar por fin a su madre, Fausta encuentra que, frente al mar, su madre puede hallar la paz que le fue tan esquiva en la vida. De esta manera, Fausta inicia el proceso de reconciliación con su pasado y presente después de transformar el dolor en esperanza como consecuencia de la solidaridad de quienes la rodeaban.

En síntesis, La teta asustada, desde una lectura metafórica, sugiere la necesidad de no olvidar a las víctimas de la violencia, de todo tipo de violencia, porque ellas, por sí solas, podrían desarrollar mecanismos de defensa que, a la postre, las condenen al autismo social, lo que agudizaría el conflicto que las aqueja. Además, nos recuerda que el terror también se hereda y que por ello, como sociedad, aún tenemos un compromiso no resuelto con aquellos a quienes olvidamos y que, actualmente, seguimos condenando al olvido, postergando indefinidamente su reconciliación consigo mismos y con su entorno social.

TRAILER DE LA TETA ASUSTADA

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El Oscar: un premio gremial

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Arturo Caballero Medina

La 81º entrega de los premios Oscar congregó, como todos los años, la atención mundial sobre la industria del cine de los Estados Unidos. Y es que, como lo dijo el crítico de cine Ricardo Bedoya, el Oscar es un premio que la academia estadounidense otorga a Hollywood y, en menor medida, a la producción cinematográfica mundial. Se trata de un premio que, desde hace algún tiempo, se parece mucho al Nobel de Literatura, ya que, en ambos casos, no se suele premiar casi siempre al mejor cualitativamente hablando, sino al que más haya contribuido a la consolidación de la industria cine-consumo norteamericana o a causas filantrópicas y/o principistas, mas no literarias necesariamente en el caso del Nobel.

El formato de la premiación demuestra lo que dije líneas arriba. La participación de Hugh Jackman, como un danzarín maestro de ceremonias que interactúa con el resto de actores, evidencia la gran preocupación de los organizadores del premio más glamoroso del mundo por entretener a la audiencia incluso fuera de la pantalla grande. Pareciera que se quiere transmitir el mensaje de que todos los presentes son, de alguna manera, ganadores por el solo hecho de estar allí presentes. En retribución a su dedicación por engrandecer el culto al cine-consumo, es que se ofrece ante ellos un espectáculo que garantizará la experimentación de las mismas sensaciones que un espectador tiene cuando ve una película: alegría, tristeza, drama, suspenso, pánico, etc. Es como si se quisiera exponer a los protagonistas del cine (actores, guionistas, directores y productores) ante la madre de todas las películas en la cual ellos y los creadores son, durante un par de horas, espectadores-protagonistas de sus propios dramas. De esta manera, el premio Oscar se constituye en una ficción de la ficción (metaficción), es decir, en una institución que está más allá de la realidad e incluso de la ficción, puesto que se encarga de evaluar el producto que los creadores de ficciones obtienen, a su vez, tomando como referencia la realidad.

En el artículo anterior, me preguntaba si alguna vez una película peruana obtendría el Oscar. Estoy convencido de que no, y no es porque no crea que lo pueda merecer. De hecho, el reconocimiento que el Festival de Berlín otorgó a La teta asustada de Claudia Llosa demuestra que existe una apertura mayor en Europa por apreciar no solo la taquilla o los efectos especiales, sino también el trabajo de una directora latinoamericana, del equipo de producción y de un reparto de actores que apostaron por una proyecto sostenido sobre todo por la entrega a su profesión. Simplemente, el Oscar nos será esquivo porque sus categorías más importantes están reservadas a su propio cine. Lucho Llosa contó una anécdota sobre la producción de La fiesta del chivo. La producción estadounidense que recibió el proyecto exigió reducir la duración de la cinta aduciendo que la muerte de un dictador latinoamericano no es rentable ni de interés para el público norteamericano.

Si bien no es novedad que el cine estadounidense coloque la taquilla por encima de la calidad de la cinta, también es cierto, y recojo aquí la opinión de Alberto Servat, que la academia hollywoodense suele actuar por mero cálculo cuando se trata de producciones de bajo presupuesto o marginales, tipo El mariachi o recientemente Slumdog millionaire que se convierten en éxitos de taquilla, si es que no adoptan la forma de franquicias con secuelas interminables. Que un premio mundialmente tan prestigioso como el Oscar conceda un reconocimiento a este tipo de películas debe interpretarse, más que como un signo de apertura, como una forma de insertarlas en un circuito mayor circulación donde potenciar las ganancias. Y no quiero decir que la cinta de Danny Boyle no haya merecido obtener la mayor parte de premios y es aquí donde discrepo con Servat: los motivos por los cuales una institución conceda o no un premio a un artista no tienen nada que ver con el contenido de la obra. Por ello, a pesar de que los premios otorgados a Slumdog millionaire puedan ser oportunistas y calculados para atraer a Bollywood, ello no desmerece a la película.

En la medida que el Oscar continúe siendo un premio endogámico con apariencia de pluralidad y destaque más por ser un desfile de modas de los famosos de Hollywood, dudo mucho que películas como La teta asustada puedan obtener un reconocimiento como el que recibieron en Berlín. No obstante, ni Claudia Llosa ni Magali Solier ni todo el equipo de producción necesitan un Oscar para sentirse complacidas por su labor: el abrazo del Oso nos queda para rato.
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