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LAS CUENTAS DE MARTÍN

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Con Ciencias morales, Premio Herralde de Novela 2007, Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) confirmó una sólida trayectoria como novelista iniciada con La pérdida de Laura (1993), pasando por Los cautivos (2000), Dos veces junio (2002), Segundos afuera (2005) Museo de la revolución (2006), Cuentas pendientes (2010) y que se prolonga hasta la muy reciente Bahía Blanca (2012), conjunto de obras que convierten a Kohan en un escritor imprescindible de la literatura argentina actual.

Cuentas pendientes es una historia sobre la desolación individual, sobre la vida penosa y apagada de Lito Giménez, un anciano que vive sin pena ni gloria una vejez decadente en un departamento alquilado. Su mujer, de quien se ha separado años atrás, pero con la cual aún por momentos interpreta el rol matrimonial, vive en un departamento vecino y depende de la exigua pensión que Giménez le proporciona; quien, además, está apremiado por las deudas en especial por el alquiler atrasado de un par de meses. Giménez es un apocado, un tipo a quien la gloria le ha sido esquiva y que tampoco se ha esforzado por perseguirla denodadamente. “Ya no espera más de la vida, se conforma con que no lo jodan”.

Lo primero que como lector se advierte en la novela, y una de sus cualidades más logradas, es la atmósfera del relato: un viejo apartamento en un edificio ruinoso, “y si no fuera por el patiecito, no recibiría nada de luz”, sugieren un escenario sombrío, austero, casi menesteroso, semejante a la vivienda del coronel y su esposa en la célebre novela corta de Gabriel García Márquez, sensaciones reforzadas por la caracterización de los personajes, pues todos se hallan muy lejos de vivir una existencia satisfactoria o brillante, sino que más bien es opaca, apagada y deslucida.

La descripción de la rutina de Giménez y los personajes que lo rodean destacan la monotonía de unas vidas resignadas al curso que les tocó vivir. Lito subsiste consultando oportunidades de negocio en los avisos clasificados que interesan a un amigo suyo quien lo compensa con unos pocos billetes al mes; Elvira, “su señora”, se la pasa atendiendo a su madre, quien está postrada en cama, enferma, casi paralizada; su hija Inés atraviesa una seria crisis matrimonial que se suma a los pesares cotidianos de Giménez y su mujer; y el dueño, quien aparentemente lleva una vida resuelta y sin contratiempos, poco a poco revela sus propias fisuras existenciales.

El enfoque narrativo de los primeros capítulos hasta casi la mitad pareciera ser de un narrador testigo que conoce los hábitos de Giménez al detalle, pero a partir de la intervención directa del dueño, un profesor universitario de lengua que ha publicado algunas novelas, nos percatamos de que este era el narrador que nos introdujo a la historia y que no tuvo piedad al juzgar al protagonista; su ensañamiento desmesurado y las oportunas dosis de humor que vierte sobre ese entorno sórdido contrastan con su propio drama revelado hacia el final.

Lo mejor de la mitad de la novela hacia adelante son los diálogos entre Giménez y el dueño, donde la novela gana en profundidad y matiza la visión decadente del personaje principal, construida por el narrador desde el inicio, con la picardía como estrategia para evadir los emplazamientos del dueño que exige el pago de la renta atrasada. Estos son sin duda los mejores momentos de Giménez, porque el humor lo salva de asumir una responsabilidad que lo aqueja.

Cuentas pendientes nos sumerge en una sordidez amena, cómplice con la cotidianidad de una vida que no espera nada más que una oportunidad para cobrarse una revancha que, posiblemente, nunca llegue.
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EL ALIENISTA DE LA CASA VERDE

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Carlos Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

Las letras brasileras también tienen su «Casa Verde». El responsable de esta coincidencia es el escritor Machado de Assis. Sin embargo, a diferencia de la noctámbula, itinerante y endeble casa de don Anselmo y la Chunga, que congregaba a los Inconquistables y todo tipo de vagos y vividores, la Casa Verde del Dr. Simão Bacamarte no desborda de sensualidad, placer ni bullicio y muchos menos recibe de buen grado a parroquianos de ocasión. Todo lo contrario: nadie en su sano juicio iría por voluntad propia a su Casa Verde. Asimismo, los escenarios son distintos. No es el árido desierto piurano bañado por las cálidas aguas del Pacífico ecuatorial sino la densa floresta atlántica de Itaguaí en el estado de Río de Janeiro; y también la época, pues del Perú republicano de los años 40, nos trasladamos al periodo imperial del Brasil a mediados del siglo XIX. De igual modo, las personalidades de los protagonistas son absolutamente disímiles. El oportunismo picaresco de don Anselmo contrasta con la pasión intelectual del Dr. Bacamarte, por lo cual aquel sería recluido sin duda alguna en la Casa Verde el eminente médico de Itaguaí. Comparten, sí, el rechazo del pueblo donde se ubican y un estado de constante zozobra ante las amenazas de quienes desean desaparecerlas. Pero las que se ciernen sobre esta casa no son de índole religiosa, mas no por ello, menos fanáticas. Esta es la realidad que rodea la Casa Verde de El alienista (1882), tal como la concibió su autor.

Joaquin Maria Machado de Assis nació en el Morro do Livramento, en Río de Janeiro, el 21 de junio de 1839. Vivió sus primeros años en una modesta vivienda de una granja propiedad de su madrina, doña Maria José de Mendonça Barroso. Su infancia estuvo marcada por una frágil salud y un carácter tímido, a consecuencia de los periódicos ataques de epilepsia que padecía. En la adolescencia, trabajó como tipógrafo aprendiz en la Imprenta Nacional donde su amistad con el director Manuel Antônio de Almeida fue fundamental para su formación e ingreso a la escena literaria local. A partir de la publicación de sus poemas en «La Marmota», adquirió reconocimiento y frecuentó círculos literarios y periodísticos. Posteriormente, su trabajo como servidor público en el Ministerio de Viacão y su matrimonio con Carolina Augusta Xavier de Iovais —una cultivada señora portuguesa quien le brindó la estabilidad de una vida conyugal apacible y afectuosa, evitando que la epilepsia frustrase su carrera literaria— aseguraron que pudiera dedicarse plenamente a escribir. Ello explica el porqué la muerte de su esposa lo sumió en tan profunda depresión al punto que contaba los días para reencontrarse. Su deseo se cumplió en 1908 cuando el «Brujo de Cosme Velho», llamado así porque residía en el barrio de Cosme Velho, partió al encuentro de Carolina.

Es autor de Memórias Póstumas de Brás Cubas (1881), quizá su obra más famosa, Quincas Borba (1891) y Dom Casmurro (1899), entre una variedad de piezas narrativas, poéticas y teatrales. El alienista es un relato muy peculiar. Este cuento largo, casi una novela plantea una interrogación sobre la frontera entre la normalidad y la locura, colocándonos ante una cuestión desafiante: ¿quién está loco?, lo que, a su vez, implica una crítica al cientificismo positivista de fines de siglo XIX. Es una magnífica obra humorística sobre la locura y la sanidad. La trama pone de relieve la cuestión del poder. Se le considera el primer cuento realista de la literatura brasilera.

Cuenta la historia del eminente Dr. Simão Bacamarte, médico dedicado al estudio de la mente humana, quien decide construir la «Casa Verde», un hospicio para tratar a enfermos mentales en la pequeña ciudad de Itaguaí. En un estilo realista y fantástico al mismo tiempo, Machado de Assis desarrolla una historia sorprendente en la que se muestra al lector que todo es relativo, que la normalidad no siempre es aquello que la ciencia y los hechos pueden revelar de forma absoluta. El mayor acierto del relato es la combinación armónica entre humor, realismo y subjetividad.

En El alienista está muy presente el espíritu de la época, la total confianza en que la ciencia y la razón explicarían y solucionarían todos los problemas humanos, y la observación como método científico predilecto capaz de desentrañar los fenómenos más complejos de la naturaleza y la mente humana. Las ciencias humanas, en particular la psicología, no escaparon a este influjo. La idea de nación en las jóvenes repúblicas americanas estuvo apoyada fuertemente en el cientificismo positivista: progreso, desarrollo, civilización, ilustración, modernidad, racionalidad, etc. Este proyecto inclusive es posible rastrearlo en el caso del Brasil, desde el periodo imperial.

Machado de Assis le tomó el pulso al pensamiento ilustrado de la época con especial énfasis en el impacto que tuvo en las sociedades urbanas periféricas a las metrópolis coloniales como lo es Itaguaí respecto a Río de Janeiro a mediados del siglo XIX. En aquel momento, el cientificismo se presentó como un discurso posicionado en un grado cero de observación desde el cual cualquier sujeto adecuadamente formado en tal o cual disciplina lograría imponer una explicación precisa de los fenómenos de la naturaleza en virtud del prestigio que gozaba el saber científico y las credenciales académicas obtenidas en las mejores escuelas y universidades de la Colonia o de Europa. De esta manera, la explicación científica de los fenómenos físicos se trasladó sin más al estudio de los fenómenos de la mente humana, de modo que el margen de la interpretación propio de las ciencias del espíritu como las llamó Dilthey, fue tomado como una señal que inducía a indeterminaciones y subjetividades espúreas condenadas a eliminarse de toda investigación rigurosa que aspirase a ser considerada científica. El alienista retrata muy bien esta situación a través del Dr. Bacamarte y su obsesión por descubrir las causas de la locura, de su minuciosa observación de la conducta de los habitantes de Itaguaí y en las grandes facilidades que obtuvo por parte de las autoridades imperiales para proceder con sus investigaciones.

En la segunda mitad del siglo XIX, Europa atravesaba por una serie de transformaciones económicas, científicas e ideológicas que determinaron el surgimiento de una estética antirromántica. La nueva revolución industrial, animada por el cambio tecnológico y el progreso científico, no sólo modificó los procesos de producción, sino también la estructura económica, haciendo surgir una rica burguesía urbana, lujosa, poderosa y muy interesada en sintonizar con el espíritu de la época, es decir, con la modernidad y su punta de lanza, la ciencia, motor del progreso. Machado de Assis procedió a analizar su realidad a la luz de las nuevas teorías y corrientes filosóficas. Y es que el Realismo era una tendencia que respondía a esa necesidad, caracterizándose por la objetividad, impersonalidad, realismo, racionalismo, análisis psicológico de los individuos, verosimilitud, contemporaneidad y pesimismo al abordar la complejidad de la vida humana.

En este sentido, el aspecto más logrado de El alienista es el enfoque del narrador. Dispuesto como una voz en off neutral, externa, distante, pero a la vez objetiva y omnisciente, dosifica poco a poco la trama de la historia sin mayores requiebros ni artificios técnicos deslumbrantes. Este cuento-novela está diseñado con la precisión de un mecanismo que se echa a andar solo una vez que se activa. El narrador funge como un cronista que ha obtenido información sobre los sucesos que acontecieron en Itaguaí tiempo atrás y de la figura del Dr. Bacamarte y sus allegados mediante fuentes y documentos sobre los cuales manifiesta al lector que no puede garantizar su absoluta fidelidad y además que existen pasajes no muy claros que complementa con información oral, pero que hará el esfuerzo por estructurar una versión lo más fidedigna a los hechos reales. Esta confesión de parte del narrador es muy significativa porque sugiere la idea de que la fidelidad histórica es un ideal inalcanzable pese a la existencia de documentos, ya que las fuentes dan cuenta de datos contradictorios y diversos. La literatura, concretamente la novela, se ubica, por consiguiente, en una posición desde la cual subvierte la propuesta cientificista de que la realidad, en este caso un hecho histórico, pueda revelarse en toda su complejidad y, además, de que la magnitud del acontecimiento deba necesariamente justificar su narratividad. La obsesión científica del Dr. Bacamarte deja el plano individual para convertirse en un asunto de interés social por cuanto altera el curso de la cotidianeidad de la gente de Itaguaí, un pequeño poblado marginal en contraste a la metrópoli de Río de Janeiro.

¿Acaso la obsesión científica no es también pasible de calificarse como insania mental? ¿Es la razón es único medio para lograr la comprensión de la realidad y la explicación a todos los problemas humanos? La lectura de El alienista nos confronta con esta y otras interrogantes dentro de las cuales la más evidente es: ¿quién es el loco de Itaguaí? Sigue leyendo

PIGLIA Y LA NOVELA HOY

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Carlos Arturo Caballero

Ricardo Piglia es uno de los escritores latinoamericanos más influyentes en la actualidad, y reconocido además por la crítica como uno de los más notables cultores del género policial en la Argentina y Latinoamérica. Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992), Plata quemada (1997) y Blanco nocturno (2010) figuran entre sus novelas más destacadas. Dentro de su producción ensayística, Crítica y ficción (1986), La Argentina en pedazos (1993) y El último lector (2005) resaltan por sus originales apreciaciones acerca de la crítica literaria, el oficio de escribir y la política.

Piglia ha sido merecidamente distinguido por la Universidad Nacional de Córdoba con el Premio Universitario de Cultura 400 años. Ante un auditorio repleto de estudiantes, profesores, periodistas y sobre todo de sus entusiastas lectores, manifestó que hacía muchos años no visitaba la ciudad, pero que tenía muy presente la tradición de la primera casa de estudios de la Argentina, donde en 1918 tuvo lugar la Reforma Universitaria, cuya influencia se extendió por todas las universidades del país y el continente. La intelectualidad argentina, precisó, se formó en la educación pública, una educación libre, laica y gratuita.

Su conferencia tuvo como tema central la situación de la novela hoy. Según Piglia, la novela fundamenta su existencia sobre la base de la tensión entre la realidad y la ficción, la verdad y la falsedad. Estas dualidades o dicotomías serían las que definieron durante mucho tiempo la novela. Por ejemplo, el protagonista de la primera novela moderna, El Quijote, se encuentra atrapado entre una realidad hostil y la ficción de los libros de caballería. Madame Bovary quisiera rendirse ante un amante real que estuviera a la altura de los que habitan en las novelas románticas que lee con denodada pasión. Y para Balzac la novela es la historia privada de las naciones. Verdad/falsedad, realidad/ficción: la dicotomía constituyente de la novela.

Otra característica que Piglia atribuye a la novela es su historicidad. La novela sería una forma histórica de narración que no existió siempre, pese a que existían narraciones. La vida está hecha de relatos que contamos y que nos cuentan. Por ello, relatar es una actividad cotidiana. De algún modo u otro, afirma Piglia, todos somos expertos narradores. En este sentido, la novela trabaja con una realidad ya narrada, ya que los novelistas capturan las narraciones que circulan en la realidad. Por ende, siempre hay un testigo de las historias, las cuales muestran algo sin decirlo abiertamente. Esto convierte a la novela en un archivo de las narraciones que circulan o circularon dentro de una sociedad, un «registro de la memoria social». De acuerdo a esto, se desprende que la novela encierra un discurso paralelo y metafórico al de la historia oficial, por lo cual sería posible abordarla como un documento de la época.
Pero ¿qué es una buena historia para Piglia? Es un relato que interese a quien lo cuenta como a quien lo escucha. En consecuencia, aquel que aspira a ser novelista debe plantearse la siguiente cuestión: ¿soy capaz de transmitir a mi lector la emoción que la historia produjo en mí? ¿Puedo narrarle con la misma intensidad esa historia a mi lector? Por los temas e historia no habría que preocuparse. La realidad está repleta de ellas, circulan continuamente alrededor de nosotros.

No obstante, si lo anterior ha caracterizado a la novela moderna ¿no nos encontramos próximos a su fin? La dicotomía que hoy define a la novela es la oposición entre texto vs. imagen, acuñada dentro de la frase «una imagen vale más que mil palabras». Piglia reconoce que la temporalidad ha sido un factor fundamental en el desplazamiento de las tensiones constituyentes de la novela. El tiempo de la interpretación de la imagen es instantáneo, mientras que en la lectura está mucho más mediatizado. El lenguaje exige mayor temporalidad para descifrarlo. Piglia acierta al señalar que el desafío de la novela hoy es la falta de tiempo y la sobreabundancia de imágenes. No es que haya menos lectores, es todo lo contrario, lo que ocurre es que no hay tiempo para leer como antes, es decir con la pausa necesaria para procesar el relato, interiorizarlo y convertirlo en una experiencia personal inigualable como otras que nos suceden en la vida real. Prueba de ello es que cada vez más la lectura masiva se concentra en objetivos utilitarios, lo cual el mercado satisface con creces a través de manuales de autoayuda o de introducción básica a temas de actualidad mundial.

Piglia rastrea el giro de esta tensión novelística frente a la modernidad desde Kafka y Joyce. Ambos son los paradigmas mediante los que explica el modelo de novelista tradicional y el moderno. Los kafkianos requieren de y aislamiento. Su receta para crear es no ser interrumpido. Sin embargo, hoy luchamos contra la invasión de nuestra privacidad y seguidamente, contra la interrupción. Ambas han socavado el modelo de novelista kafkiano sobre todo durante las últimas tres décadas. De otro lado, los joyceanos se mueven leyendo por la ciudad. Incorporan la interrupción a su habitus, conviven con ella. Leen en el autobús, en el metro, en el avión, con un Ipod, en un bar o en el ordenador a la vez que navegan por Internet o revisan sus correos electrónicos.

Si este es el panorama actual, no es muy auspicioso para el tipo de novela contemplada por Piglia: una novela testimonial que le tome el pulso a la historia y que registre la memoria social. La imagen seduce, manipula e influye mucho más que la palabra oral o escrita. La experiencia lectora en la actualidad se ha fragmentado y reducido a un ámbito de costo-beneficio (¿cuánto me sirve?). La novela no ha permanecido inmune al mercado ni a las nuevas exigencias de la sociedad posmoderna, en la cual lo efímero y lo liviano son cualidades muy apreciadas.

La conclusión que Piglia no llegó a señalar fue que, si bien la novela podrá persistir como una forma de conocimiento alterno de la realidad, está transformándose del mismo modo que la pintura frente al cine, el cine frente a la televisión o la televisión frente a Internet. La distancia que el cine independiente mundial y el europeo en particular tomaron de Hollywood sirvió para cultivar una esteticidad de culto autónoma frente al gusto popular y al de las grandes corporaciones cinematográficas. El desafío de la novela es el de los novelistas: conservar su autonomía creadora sin perjuicio de lo que la época le exija. La atemporalidad histórica es un derecho conquistado por los creadores de ficciones que vale la pena defender.

Córdoba, Argentina, 9 de noviembre de 2011
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