Archivo por meses: marzo 2015

UNA TEORÍA SENTIMENTAL

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The Theory of Everything (2014), de James Marsh, narra la historia del científico Stephen Hawking. A diferencia de otros biopics que profundizan el lado intelectual del personaje, este filme relata la historia sentimental de Stephen Hawking (Eddie Redmayne) y su esposa Jane Hawking (Felicity Jones), autora de Travelling to Infinity: My life with Stephen por Jane Hawking, memorias en las que se basa la cinta.

En tanto biografía romántica, la película de Marsh no permite apreciar la dimensión intelectual del personaje, excepto por su excentricidad, originalidad científica y progresivo reconocimiento mundial. El drama de Jane Hawking como esposa que posterga sus planes de vida entregándose por completo al cuidado del brillante físico inglés y de su familia explica en gran parte que la celebridad de Hawking no hubiera sido posible sin su abnegado sacrificio. Por ello es que la cinta insiste denodadamente en el deterioro emocional de la señora Hawking en paralelo a la consagración científica y mediática de su marido.

A los seguidores de Hawking posiblemente les decepcione no hallar en esta película sesudas explicaciones sobre el origen del universo, ardorosas polémicas o sugestivas revelaciones científicas. El final acontece sin complicaciones y, ciertamente, varias secuencias reiterativas, sobre todo en el affaire de Jane, nos hacen pensar que Hawking era más bien una figura decorativa, un obstáculo para su plena realización, un real insorportable.

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LIMA NO NECESITA MURALES

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Publicado en El Búho.pe 16-03-2015

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Cuando Alan García publicó un poema en El Dominical de El Comercio no fueron pocos los críticos literarios que atraparon el señuelo. Se esforzaron denodadamente en descalificar ese poema y enfatizar la incompetencia de García en materia poética. Sin embargo, lo menos importante era analizar las virtudes literarias del ex presidente, sus lecturas formativas o su cultura literaria. Aquella publicación significó una flagrante manifestación de poder, lo cual pasó inadvertido para los críticos nacionales. De modo semejante, ahora que Luis Castañeda Lossio decidió borrar los murales del centro de Lima, las críticas se concentran en su incompetencia para evaluar idóneamente una expresión cultural, dejando de lado que esta decisión es una desesperada exhibición de poder.

No son las representaciones delos murales lo que enfurece al alcalde de Lima, ni siquiera el que algunas de ellas hayan sido pintadas por un miembro del Movadef o que la gestión de Susana Villarán haya remunerado a los artistas que pintaron los murales, pues no lo anima la austeridad económica. Tampoco es una cruzada de la alta cultura contra la cultura popular ni una defensa cerrada de la elegancia colonial del Centro Histórico contra los cultores del mal gusto. Lo que verdaderamente lo hace rabiar es que la seducción de su pragmatismo -de la obra que habla por sí sola, del cemento que silenciaba cualquier crítica- ya no cautiva como antes a los limeños.

El peso de su pragmatismo resumido en la consigna «Vuelven las obras» viene convirtiéndose en peso muerto, es decir, en lo que realmente es si solo se valora un gobierno a partir de la cantidad de pavimento y concreto vertido en la ciudad, prescindiendo del valor que comporta el vivir en una ciudad diversa donde el encuentro con el otro es un diario desafío.

Castañeda apela al sujeto práctico, al que no cuestiona el procedimiento sino que exige resultados, al hombre y mujer resolutivos, no reflexivos. En una maniobra desesperada apela a una fibra sensible en el imaginario nacional: Sendero Luminoso. Pues si calificar al adversario ideológico como «maricón», «negro de mierda», «indio bruto» o «calabacita» es hoy políticamente incorrecto, decir que el otro es un «terruco» todavía es muy rentable en la política nacional, pues si no nos encontramos premunidos de buenos reflejos, nos veremos envueltos en un perverso sentido común: en que la violencia siempre viene del otro.

Y esto es solo el comienzo. Los embates del actual alcalde de Lima serán más intensos según interprete que va perdiendo aceptación. La historia ha demostrado que los gobernantes autoritarios no se intimidan sino que endurecen sus métodos contra el descontento popular.En los casos más desesperados, agudizan las contradicciones estableciendo fronteras entre el bien y mal, lo necesario y lo inútil, el progreso y el atraso, la palabra y la acción o la eficiencia y la incapacidad a fin de conservar una reserva dura de apoyo siempre dispuesta a conservar el poder y asegurar la desigualdad en su favor.

En la guerra los vencedores imponen condiciones a los vencidos; además de infligirles pérdidas materiales y simbólicas, se empeñan por borrar la memoria de quienes han sido derrotados:cambios de nombre, desplazamiento o transformación de espacios, movilización de poblaciones, imposición de un credo, lengua, nacionalidad, etc. Castañeda está librando una guerra contra los ciudadanos que dijeron NO a la revocatoria de Susana Villarán e intentando aplacar el rechazo creciente entre sus seguidores. Le está costando asimilar que el voto que lo llevó al sillón municipal no significaba necesariamente una licencia para aniquilar la memoria de su predecesora. Castañeda debe creer que está castigando ejemplarmente a quienes se rehusaron admitir que él representa la mejor elección para Lima; está convencido de que está disciplinando a los que niegan que «las obras hablan por sí mismas» y que «es mejor hacer que hablar».

Insistir en la falta de criterio para promover la cultura no hará mella alguna al autoritarismo de Castañeda, por el contrario, le servirá como insumo para demoler lo avanzado por Susana Villarán. Debemos persuadir a la gran mayoría de ciudadanos que viven en Lima no solo deque se está cometiendo un atropello contra algunos artistas y sus obras, o deque nuestra ciudad requiere espacios masivos de acceso para contemplar arte al aire libre, sino de que otra ciudad es posible, una en la que la reflexión sobre los procedimientos sea tanto o más importante como la obtención de resultados, donde la cultura no sea un emblema vacío de distinción social sino una prioridad para reconocernos todos.

Hasta ahora la intolerancia ante la disidencia lo está haciendo hablar. Debemos sacarlo de esa zona de confort que es el silencio contrariando su discurso resultadista con mayor contundencia. El desafío está en hacer que Castañeda hable evidenciando el autoritarismo de su obrar.

 

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CUERPOS QUE IMPORTAN

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Publicado en Revista Latinoamericana de Ensayo Critica.cl 5-03-2015

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Michel Foucault le interesó sobremanera el poder performativo del saber científico sobre los cuerpos vivientes. En Histoire de la sexualité (1976),   señaló que el biopoder, el poder sobre la vida, se desarrolló desde el siglo XVII a través de dos modalidades que se yuxtaponen. La primera se ocupó del cuerpo como máquina (educación del cuerpo, desarrollo de aptitudes, incremento de su rendimiento y docilidad, inserción del cuerpo en sistemas de control) que conjuntamente configuran una anatomopolítica del cuerpo humano. La segunda, formada hacia la mitad del siglo XVIII, se enfocó en el cuerpo-especie (regulación de la mortalidad y natalidad, nivel de salud pública, longevidad, etc.) y está controlada por una biopolítica de la población.

Sin embargo, si el autor de Vigilar y castigar fuera testigo de esta época, convendría con nosotros en que hoy la biopolítica del saber científico está siendo desplazada por biopolítica de las industrias culturales. En primer lugar, porque aquella ya perdió su «encanto seductor», es decir, sus propósitos son explícitos o fácilmente reconocibles. En cambio, la cultura de masas ofrece placer anticipado, inmediato y sin restricciones. En segundo lugar, el capitalismo, que tuvo en el saber científico un aliado estratégico, ahora viene prescindiendo de sus servicios en favor de las industrias culturales. Quizá, luego de observar este panorama, Foucault hubiera abandonado el análisis de los saberes científicos y avanzado sobre el análisis de la cultura pop. Y tal vez Roland Barthes abordaría el cuerpo en nuevas Mythologies.

Desde que la cultura de masas fijó el cuerpo como un territorio a conquistar, sus representaciones han variado significativamente. Los certámenes globales de belleza, los torneos deportivos, la industria pornográfica, el reggaeton y la cultura fitness nos demuestran que el cuerpo es mucho más que su materialidad. En pleno apogeo del hedonismo posmoderno, el culto al cuerpo es uno de los grandes credos de la cultura pop. Por ello es que las industrias culturales están tanto o más interesadas que las ciencias en disciplinar el cuerpo.

Si la Realidad es el gran sistema semiótico, el Cuerpo bien puede ser el segundo. El cuerpo es hoy un territorio en disputa en parte porque, así como la realidad, el cuerpo es objeto de interpretaciones y transformaciones. La industria del espectáculo lo erotiza, el deporte lo reviste de un aura sagrada, la publicidad racializa su imagen, la religión lo convierte en templo, la pornografía lo comercia. Todos son discursos que disciplinan el cuerpo.

Los cuerpos disciplinados son objeto de veneración. El culto al cuerpo joven posterga la pregunta por el futuro, pues el presente es el tiempo que lo domina. Es tal su influencia que no solo se empeña en retrasar el envejecimiento sino en apresurar el advenimiento de la juventud. La maduración precoz de los cuerpos infantiles devenidos adolescentes y de inmediato jóvenes se acentúa conforme el cuerpo joven modela formas de pensar, sentir y actuar cada vez más determinantes en la vida pública y privada.

Celebridades del deporte, la farándula y el espectáculo en franco declive profesional compiten en realities juveniles contra rivales que aparentemente no están a su altura. Sin embargo, la lógica de esta competencia no tiene como propósito consagrar a figuras anteriormente exitosas en su actividad, sino, al contrario, exponer la decadencia de sus cuerpos en contraste con el ascenso de otros, desconocidos, inexpertos, vacuos, apolíneos, dóciles, explícitamente heterosexuales y más jóvenes. Estos son los cuerpos que importan a las industrias culturales hegemónicas.

El rigor físico impuesto a los cuerpos no queda en la simple autocontemplación o exposición pública. El único modo de validar la supremacía de un cuerpo joven sobre otro es haciéndolos combatir. Se entrenan para vencer. La competencia los somete a pruebas que confirmen o desestimen, y en consecuencia, premien, castiguen o expulsen al cuerpo en disputa.

La competencia jerarquiza los cuerpos. Físicamente exhiben los atributos que los han hecho merecedores del triunfo. Otros compensan lo físico con lo estético. Los más afortunados conjugan ambos aspectos.  De este modo, el acercamiento de los cuerpos perfectos, triunfantes y hegemónicos es inexorable. La admiración del cuerpo joven adquiere mayores dimensiones cuando su performance es colectiva.

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El mayor obstáculo que enfrentan las sexualidades-otras (lesbiana, gay, transgénero, bisexual) está en las representaciones del cuerpo heterosexual como determinante categórico de un género sobre la base de un sexo. Los realities de competencia juvenil, concursos de belleza, torneos deportivos y fuerzas armadas conciben el cuerpo como un instrumento al servicio de la heterosexualidad normativa, es decir, de esta concepción inmóvil por la cual sexo y género son categorías recíprocas y predeterminadas por una condición anatómica y genética. En Gender Trouble (1990) y Bodies that matter (1993) Judith Butler desmanteló este determinismo entre sexo y género, contraviniendo el sentido común por el cual el sexo es lo natural y el género lo cultural y sosteniendo que en realidad sexo y género son construcciones discursivas, historizables y performativas, es decir, que el discurso sobre sexo y el género es el que ha construido la correspondencia entre ambos, así como los roles sociales que los sujetos (y sus cuerpos) deben asumir en consonancia con esa correspondencia. Los cuerpos de las sexualidades-otras son los cuerpos que no importan a la industria cultural hegemónica.

El cuerpo es atravesado por el sexo, el género y la raza, entre otras tantas categorías disciplinares de la corporalidad. Las industrias culturales no solo sexualizan sino que racializan el éxito: boxeo, básquet, tenis, fútbol y rugby darían mucho que hablar sobre los cruzamientos entre sexo, género, clase y raza, y sobre las determinaciones sexo-raciales que históricamente han operado sobre los cuerpos protagonistas de esos deportes. En el ascenso de la vedette y el futbolista como personajes icónicos de la cultura popular, podemos rastrear los reacomodos del cuerpo: cirugías estéticas, la imagen del (o la) sex-symbol que no pasa de moda y blanqueamiento social.

Estas representaciones son síntomas de discursos sobre el cuerpo al que usan para autoafirmarse. La emancipación de un cuerpo dócil implica comprender que existen estructuras de poder que no emplean la fuerza, por el contrario, seducen en vez de coaccionar. La biopolítica de los cuerpos que la cultura de masas divulga a través del entretenimiento triunfa cuando nos convence de que se trata de nuestro cuerpo, de que el cuerpo nos pertenece, de que el zapping nos salvaguarda de ver lo que no queremos ver, de que hay que complacer lo que el cuerpo pide.

La mejor forma de combatir esas representaciones hegemónicas es subvirtiendo los cuerpos que importan, pues si realmente la sociedad desea un cambio, debe estar dispuesta a contemplar, también, dentro y fuera de la pantalla, los cuerpos que no le importan.

Hacer que un cuerpo importe en hacerlo significante.

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