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LOS CAMINOS DE PIGLIA

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Publicado en la Revista Latinoamericana de Ensayo Critica.cl 12-09-2013

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El policial latinoamericano tiene en Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) a uno de sus más notables escritores. Sus novelas Respiración artificial (1980), La ciudad ausente(1992), Plata quemada (1997), Blanco nocturno (2010) y la reciente El camino de Ida (2013); los cuentos reunidos en La invasión (1967), Nombre falso (1975) y Prisión perpetua (1988); así como los ensayos Crítica y ficción (1986), La Argentina en pedazos (1993) y El último lector (2005) integran lo más destacado de su obra.

En El camino de Ida, Piglia retoma a Emilio Renzi, habitual personaje de sus novelas,  protagonista deBlanco Nocturno y que apareciera por primera vez en La invasión. Renzi, a quien nada le espera en Buenos Aires, mientras que Estados Unidos solo le ofrece una vigencia sin pena ni gloria, aceptó la invitación de la profesora Ida Brown para dictar un curso en la prestigiosa Taylor University de New Jersey sobre la experiencia argentina del naturalista y escritor William Henry Hudson. Luego de sostener un furtivo affaire con Ida, se convierte en el principal sospechoso para la policía que investiga la repentina muerte de la profesora.

La trama policial del relato permite apreciar la maestría de Piglia en el dominio del género. La experiencia de Renzi como profesor de un seminario sobre Hudson; la investigación de la muerte de Ida Brown; y la búsqueda y captura del matemático Thomas Munk conforman las principales líneas argumentales narradas por Renzi en primera persona. Su evocación, puesto que entre los sucesos narrados y el presente ha mediado cierto tiempo, es la que da coherencia a la historia. Retrospectivamente, el narrador personaje va recuperando fragmentos de hechos ya acontecidos. Renzi se remonta al pasado y dentro de él inserta otras líneas argumentales menores: su pasado en Buenos Aires, el deterioro de su matrimonio y breves referencias a la dictadura militar en Argentina. Aunque la experiencia norteamericana de Renzi y su interés por Hudson, y la muerte de Ida Brown se perfilaban como las tramas más importantes, la historia de Munk concita la atención durante la mayor parte de la narración. El estilo de escritura facilita recorrer la historia sin detenerse en detalles nimios. Algunas descripciones brindan una idea general que el lector con suma facilidad puede completar para luego avanzar, lo cual muestra un uso idóneo de la elipsis narrativa, de manera que breves trazos y omisiones oportunas redondean algunas escenas que de otro modo hubieran requerido un desarrollo aparte.

El aspecto más sobresaliente de la trama es la amenaza inminente que representan las organizaciones conspirativas anticapitalistas. Los investigadores sospechan que la muerte de Brown estaría vinculada a una serie de asesinatos perpetrados por una organización anarquista contra los académicos más prestigiosos de las universidades norteamericanas, a quienes han decidido eliminar porque los acusan de ser el sostén intelectual del capitalismo. Este es precisamente el componente ideológico que desarrolla la novela: el capitalismo que controla los modos de producción intelectual, la tecnología invasiva de la privacidad ciudadana, la vigilancia del Estado sobre la ciudadanía, en oposición a la resistencia y ataques de agrupaciones secretas permiten una lectura de la biopolítica capitalista que ejerce control sobre los sujetos. El camino de Idatambién podría leerse en clave frankfurtiana, debido a la postura dócil de la ciencia ante el avance del capitalismo, la cual fue examinada desde la teoría crítica de Max Horkheimer, quien en «Teoría tradicional y teoría crítica» (1927) afirmaba que el progreso científico fue impulsado por el capitalismo y favorable a sus intereses.

De este modo, el relato configura un sucinto mapeo ideológico de las amenazas contemporáneas contra los Estados imperiales que, a su vez, atentan contra las libertades ciudadanas. Lo particular es que el modo de lucha contemporánea contra el capitalismo, tal como se expone en la novela, ya no apela a un emprendimiento colectivo organizado a través de un frente visible y compacto como lo fue a inicios del siglo XX, sino que aquella asume un signo anarquista, donde la iniciativa solitaria, dispersa y fragmentaria, pero firme en sus propósitos, dificulta la represión del sistema. En el nuevo panorama de lucha política anunciado por el manifiesto de Munk, los proyectos colectivos marxistas que descreían de las iniciativas individuales son reemplazados por un giro anarquista donde el binomio individuo/sociedad no comporta una oposición irreductible sino mutuamente complementaria.

Paralelamente, el relato muestra las rivalidades académicas entre intelectuales de primera línea; los perfiles profesionales y personales de quienes se inician en la vida académica, a la cual se entregan con denodada pasión y excelencia, a tal punto que una tesis de grado o de posgrado se torna estilo de vida, y además, en el caso de Ida, mantienen una rigurosa disciplina para ocultar su vida privada —cuyos detalles nadie imagina, por ejemplo, el deterioro inadvertido de la vida personal resultado de un afán total por la investigación académica—; y las polémicas entre intelectuales consolidados y nuevas mentes brillantes que emergen para interpelarlos.

La novela indaga en los dilemas de quienes se dedican a la enseñanza y la investigación académica de alto nivel. En este punto, se advierte una dicotomía implícita entre académicos e intelectuales. Los primeros son representados como laburantes del sistema educativo, quienes en algún momento de su carrera proyectaron la imagen de una promisoria trayectoria intelectual, pero que al ser absorbidos por el sistema, devinieron burócratas del saber; poseen prestigio pero los más jóvenes amenazan con desplazarlos; su actividad se rige por la lógica de la producción editorial académica (publicar un paper o perecer); son eficientes, cumplidores, distendidos, sociables, resignados y licenciosos. Por el contrario, los intelectuales son sujetos contrariados, oscuros, díscolos, desadaptados, insumisos, introvertidos, perfeccionistas y entregados totalmente al trabajo intelectual; su genialidad no encaja en el mundo académico que lo constriñe y ahoga sus capacidades, por lo cual solo les queda sabotear el sistema al cual conocen desde adentro. Esta es la línea argumental que desarrolla la historia del brillante matemático Thomas Munk —la parte más consistente y seductora de toda la novela—, quien decide apartarse de la academia y emprender una utopía anarco-ecologista radical. Munk es un convencido de que el capitalismo ha empobrecido el trabajo intelectual, por lo cual ha planeado un ataque sostenido contra los cuerpos disciplinarios controlados por la biopolítica capitalista. Renzi y Munk componen los términos de la contradicción académico/intelectual.

En Munk se materializa la idea de que la nueva lucha intelectual consiste en un ataque violento contra el sistema que amenaza la libertad. Munk es una mente brillante —quien no ha perdido el juicio, sino que racionaliza los usos de la violencia,  lo cual no es admitido por las fuerzas de seguridad y el grueso de la opinión pública sino como demencia— alguien que asume una lucha individual anarquista y anticapitalista. Munk fue  formado en uno de los centros del más prestigioso saber académico mundial, la Universidad de Berkeley, y declara la guerra contra quienes considera son el soporte del capitalismo: los investigadores más connotados de las universidades norteamericanas.

Munk aspira retornar a un primitivismo inmaculado de capitalismo. Para él la intelectualidad académica está coludida con el capitalismo y él ha de castigarlos. Su discurso no es irracional, pues halla justificaciones racionales para sus planes convencido de que saber es poder, foucaultianamente hablando. Este excéntrico matemático abandonó la academia y el trabajo intelectual para emprender una solitaria lucha contra el capitalismo. Su performance lo aproxima al fanático cultural Saúl Zuratas de El Hablador (1987): Munk y Zuratas fueron formados en los centros académicos más importantes de su entorno; ambos fueron destacados estudiantes e investigadores, y también experimentaron un desencanto progresivo ante el sistema que los instruyó, al cual enfrentaron de modos diferentes.

Mención aparte merecen el bovarismo y quijotismo de Munk en lo referente a la performatividad del discurso literario y, a partir de ello, los límites y posibilidades de las utopías revolucionarias. ¿Es la violencia producto de la insania o de la razón? ¿Acaso no hemos construido  razones que justifican la violencia? ¿Acaso el saber más destacado no ha elaborado modos de objetivación y subjetivación del sujeto subversivo que a priori lo descalifican para el debate atribuyéndole un origen maligno? No obstante, El camino de Ida nos coloca ante una pregunta fundamental: ¿cuál es el modo de subversión de lo establecido al que nos incita la literatura?

Una hipótesis que se desliza es que la excelencia intelectual conduciría al fanatismo, y que el mundo intelectual constituye un reducto para individuos disfuncionales o propensos a trastornos de la personalidad.  Como si a una gran virtud la acompañara un desorden moral o mental proporcional. El académico es descrito como esclavo de una institución que lo fosiliza, alguien que vive para la universidad, un burócrata académico; el intelectual es representado como un agente subversivo, saboteador, peligroso porque conoce al monstruo desde adentro y lo quiere destruir para salvar a la humanidad. Tal es la lectura de las agencias de seguridad estadounidenses: que los atentados contra académicos son obra de una organización anarco-ecologista.

También el relato da lugar a la situación de los migrantes en los Estados Unidos, cuya sociedad constituye un crisol multicultural fragmentado y jerárquico: rusos, italianos, polacos, irlandeses, mexicanos, etc., que llegan para construir la América. Particular atención merecen los sujetos de frontera: Hudson, Conrad, Borges, Sarmiento, escritores que vivieron entre dos mundos y que mantuvieron relaciones tensas con la civilización y la barbarie. En este sentido, la novela de Piglia reactualiza el conflicto entre civilización y barbarie a través de esos sujetos de frontera como Hudson y Conrad, «escritores atados a una doble pertenencia», anota Renzi.

El camino de Ida incide en que la instrumentalización acrítica de la teoría y el uso perverso y desvirtuado de su potencial emancipador transforman a la academia en instrumento del poder. En consecuencia, proliferan académicos dóciles ante la teoría, cuerpos dóciles ante el poder y sujetos resentidos contra el sistema que persiguen una refundación violenta. Pero sobre todo, aporta un diagnóstico literario sobre los modos contemporáneos de lucha política, donde la literatura advierte la violencia que vendrá, esa que emerge cuando la civilización engendra su propia barbarie.

 

 

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BORGES, WALSH Y PIGLIA

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Los escritores argentinos y la dictadura militar

El proceso de renovación de la literatura argentina a inicios de los setenta, cuya principal cualidad era la progresiva emancipación de los escritores respecto a Borges, fue interrumpido por la dictadura militar. La represión de la dictadura impactó en la literatura, pues también setradujo en represión sobre textos considerados subversivos del nuevo orden deseado por la Junta Militar para la nación. Un abordaje de la novela argentina de las últimas tres décadas desde los estudios literarios complementa lo que desde las ciencias sociales se ha venido produciendo. Cabe señalar que la literatura en general y la novela en particular rehúyen a las determinaciones políticas o sociales en el sentido que sobrepasan el significado al que estas podrían reducirla. La narrativa especialmente tiene la facultad de registrar los discursos sociales que navegan a su alrededor, pero no los reproduce fielmente sino que los refracta en discursos simultáneos y muy diversos.

En 1976, en el prólogo a La moneda de hierro , Borges escribió «Sé que éste libro misceláneo que el azar fue dejándome a lo largo de 1976, en el yermo universitario de East Lansing y en mi recobrado país […]». Los poemas de este libro evocan el pasado familiar, de la patria, sus símbolos fundacionales, los héroes militares de las guerras de independencia entre otros asuntos. Es singular la importancia del «recobrado país» al que se refiere en el prólogo. Borges siempre se abstuvo de pronunciarse abiertamente sobre política, pese a que le sobraban motivos para afirmar que «Los peronistas no son ni buenos, ni malos; son incorregibles» o que «La peor desdicha es que lo derrote a uno gente despreciada:…, los peronistas a nosotros». Afiliado al Partido Demócrata Conservador, frecuentemente insistía en calificar al gobierno de Juan Domingo Perón como «los años de oprobio».

El 19 de mayo de 1976, Videla se reunió en la Casa Rosada con Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y otros escritores quienes le manifestaron su preocupación por los intelectuales que estaban siendo procesados por el Poder Judicial. Según la versión de La Prensa del 20 de mayo de 1976 Borges declaró: «Le agradecí personalmente (a Videla) el golpe de Estado del 24 de Marzo que salvó al país de la ignominia y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado la responsabilidad del Gobierno […]». Posteriormente, Sábato fue uno de los tantos intelectuales que censuraron la adhesión de Jorge Luis Borges al nuevo gobierno y presidió la comisión que elaboró el informe Nunca más.

Cinco años después, Borges cambió de actitud. El 30 de marzo de 1981 firmó una «Solicitada sobre los desaparecidos » junto a Adolfo Pérez Esquivel, Ernesto Sábato y los obispos Miguel Hesayne y Jorge Novak. El autor de El aleph comentó la visita de las madres y abuelas de Plaza de Mayo, quienes le pidieron que se pronuncie.

Una tarde vinieron a casa las madres y abuelas de Plaza de Mayo a contarme lo que pasaba. Algunas serían histriónicas, pero yo sentí que muchas venían llorando sinceramente, porque uno siente la veracidad. ¡Pobres mujeres tan desdichadas! Eso no quiere decir que sus hijos fueran invariablemente inocentes, pero no importa. Todo acusado tiene derecho al menos a un fiscal, para no hablar de un defensor. Todo acusado tiene derecho a ser juzgado. Cuando me enteré de todo este asunto de los desaparecidos me sentí terriblemente mal. Me dijeron que un general había comentado que si entre cien personas secuestradas, cinco eran culpables, estaba justificada la matanza de las noventa y cinco restantes. ¡Debió ofrecerse él para ser secuestrado, torturado y muerto para probar esa teoría, para dar validez a su argumento! La guerrilla y el terrorismo existieron, desde luego, pero, al mismo tiempo, no creo que sean modelos aconsejables.

No pretendo urdir una diatriba contra Borges como escritor sino que intento contextualizar el sentido de su «recobrado país» tomando en cuenta: a) que es una frase inscrita en el prólogo donde el sujeto de la enunciación es el propio Borges y no un yo poético; b) la temática de los poemas; y c) sus declaraciones acerca de la Junta Militar. En los poemas dedicados a la esencia de la patria y a los valores tradicionales y más conservadores de la nación (véase «Elegía de la patria») opera una conversión de lo ideológico devenido en retórica literaria, donde los militares son herederos de una épica histórica. Y aunque no podemos afirmar que sus textos celebran a los militares golpistas, recordemos que Borges no sufrió la censura ni la feroz persecución de la que fueron víctimas cientos de escritores entre 1976 y 1982. También es justo señalar que condenó la guerra de las Malvinas a la que calificó como un emprendimiento de los militares para perpetuarse en el poder. En 1985 hizo referencia a la guerra en Los conjurados , en el poema «Juan López y John Ward».

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Rodolfo Walsh representa la otra orilla. La lenta reacción de Borges contrasta con la inmediata reacción de Walsh ante las tropelías de los militares golpistas tanto por sus intervenciones escritas como por su trágica desaparición. El 24 de marzo de 1977 publicó su Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar , la última palabra pública del escritor militante Rodolfo Walsh, y al día siguiente un pelotón especializado lo emboscó en calles de Buenos Aires con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh se resistió y fue herido de muerte. Su cuerpo nunca apareció. Otras versiones señalan que fue fusilado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) de donde provenía el grupo de tareas que lo intervino.

Entre 1976 y 1979, periodo en el que la represión alcanzó su ápice más siniestro, los escritores argentinos asumieron dos actitudes frente a la dictadura: la adhesión y la confrontación. Hacia 1979 empieza a asomar una literatura de adhesión a la dictadura o que al menos circulaba dentro de la esfera de su tolerancia. Al caso de Borges se suman Bioy Casares y Manuel Mujica Lainez. La literatura más explícita sobre el tema se publicaba fuera del país. Julio Cortázar radicaba desde varios años atrás en Europa, pero solía participar de las manifestaciones junto a organizaciones de exiliados para protestar contra el gobierno militar. En México, país que acogió a la mayor parte de exiliados por la represión, Cortázar apareció públicamente en varias oportunidades en las que dejó sentado su discrepancia con lo que sucedía en la Argentina. Como en otras ocasiones, no dejó de pronunciarse una y otra vez con la verdad y contra el genocidio y el olvido.

En febrero de 1981, demostró una profunda sensibilidad al discurso político de las Madres: «La desaparición ha reemplazado ventajosamente el asesinato en plena calle o al descubrimiento de los cadáveres de incontables víctimas; los Gobiernos de Chile y de Argentina, y los comandos paralelos que los apoyan, han puesto a punto una técnica que, por un lado, les permite fingir ignorancia sobre el destino de los desaparecidos, y por otro lado prolonga, de la manera más horrible, la inútil esperanza de parientes y amigos ». Ese año se nacionalizó francés, como protesta contra la dictadura.

En 1980, Ricardo Piglia publica su primera novela Respiración artificial en Argentina, cuatro años después del golpe militar. Las enormes restricciones a la actividad cultural lo condujeron a desarrollar un estilo que sin renunciar al cuestionamiento del régimen reflejara la situación represiva y que al mismo tiempo permitiera evadir la censura. Tal estrategia fue utilizada por novelistas y en particular por músicos y dramaturgos cuya obra difundida dentro del país poco a poco captaba el interés del gran público en reductos muy concretos. Este lenguaje alternativo fue un recurso para oponerse al régimen que sustentaba «el monopolio del saber, del poder y de la palabra ». A partir de la novela de Piglia, se hicieron más patentes los cuestionamientos a la dictadura y la explicitación de su tratamiento desde la literatura que trascendieron la denuncia desde el testimonio, la memoria o la autobiografía para proponer otra representación más híbrida que oscilaba entre lo realista y lo fantástico.

La próxima semana comentaremos las novelas de la guerra de Malvinas. Sigue leyendo

PIGLIA Y LA NOVELA HOY

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Carlos Arturo Caballero

Ricardo Piglia es uno de los escritores latinoamericanos más influyentes en la actualidad, y reconocido además por la crítica como uno de los más notables cultores del género policial en la Argentina y Latinoamérica. Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992), Plata quemada (1997) y Blanco nocturno (2010) figuran entre sus novelas más destacadas. Dentro de su producción ensayística, Crítica y ficción (1986), La Argentina en pedazos (1993) y El último lector (2005) resaltan por sus originales apreciaciones acerca de la crítica literaria, el oficio de escribir y la política.

Piglia ha sido merecidamente distinguido por la Universidad Nacional de Córdoba con el Premio Universitario de Cultura 400 años. Ante un auditorio repleto de estudiantes, profesores, periodistas y sobre todo de sus entusiastas lectores, manifestó que hacía muchos años no visitaba la ciudad, pero que tenía muy presente la tradición de la primera casa de estudios de la Argentina, donde en 1918 tuvo lugar la Reforma Universitaria, cuya influencia se extendió por todas las universidades del país y el continente. La intelectualidad argentina, precisó, se formó en la educación pública, una educación libre, laica y gratuita.

Su conferencia tuvo como tema central la situación de la novela hoy. Según Piglia, la novela fundamenta su existencia sobre la base de la tensión entre la realidad y la ficción, la verdad y la falsedad. Estas dualidades o dicotomías serían las que definieron durante mucho tiempo la novela. Por ejemplo, el protagonista de la primera novela moderna, El Quijote, se encuentra atrapado entre una realidad hostil y la ficción de los libros de caballería. Madame Bovary quisiera rendirse ante un amante real que estuviera a la altura de los que habitan en las novelas románticas que lee con denodada pasión. Y para Balzac la novela es la historia privada de las naciones. Verdad/falsedad, realidad/ficción: la dicotomía constituyente de la novela.

Otra característica que Piglia atribuye a la novela es su historicidad. La novela sería una forma histórica de narración que no existió siempre, pese a que existían narraciones. La vida está hecha de relatos que contamos y que nos cuentan. Por ello, relatar es una actividad cotidiana. De algún modo u otro, afirma Piglia, todos somos expertos narradores. En este sentido, la novela trabaja con una realidad ya narrada, ya que los novelistas capturan las narraciones que circulan en la realidad. Por ende, siempre hay un testigo de las historias, las cuales muestran algo sin decirlo abiertamente. Esto convierte a la novela en un archivo de las narraciones que circulan o circularon dentro de una sociedad, un «registro de la memoria social». De acuerdo a esto, se desprende que la novela encierra un discurso paralelo y metafórico al de la historia oficial, por lo cual sería posible abordarla como un documento de la época.
Pero ¿qué es una buena historia para Piglia? Es un relato que interese a quien lo cuenta como a quien lo escucha. En consecuencia, aquel que aspira a ser novelista debe plantearse la siguiente cuestión: ¿soy capaz de transmitir a mi lector la emoción que la historia produjo en mí? ¿Puedo narrarle con la misma intensidad esa historia a mi lector? Por los temas e historia no habría que preocuparse. La realidad está repleta de ellas, circulan continuamente alrededor de nosotros.

No obstante, si lo anterior ha caracterizado a la novela moderna ¿no nos encontramos próximos a su fin? La dicotomía que hoy define a la novela es la oposición entre texto vs. imagen, acuñada dentro de la frase «una imagen vale más que mil palabras». Piglia reconoce que la temporalidad ha sido un factor fundamental en el desplazamiento de las tensiones constituyentes de la novela. El tiempo de la interpretación de la imagen es instantáneo, mientras que en la lectura está mucho más mediatizado. El lenguaje exige mayor temporalidad para descifrarlo. Piglia acierta al señalar que el desafío de la novela hoy es la falta de tiempo y la sobreabundancia de imágenes. No es que haya menos lectores, es todo lo contrario, lo que ocurre es que no hay tiempo para leer como antes, es decir con la pausa necesaria para procesar el relato, interiorizarlo y convertirlo en una experiencia personal inigualable como otras que nos suceden en la vida real. Prueba de ello es que cada vez más la lectura masiva se concentra en objetivos utilitarios, lo cual el mercado satisface con creces a través de manuales de autoayuda o de introducción básica a temas de actualidad mundial.

Piglia rastrea el giro de esta tensión novelística frente a la modernidad desde Kafka y Joyce. Ambos son los paradigmas mediante los que explica el modelo de novelista tradicional y el moderno. Los kafkianos requieren de y aislamiento. Su receta para crear es no ser interrumpido. Sin embargo, hoy luchamos contra la invasión de nuestra privacidad y seguidamente, contra la interrupción. Ambas han socavado el modelo de novelista kafkiano sobre todo durante las últimas tres décadas. De otro lado, los joyceanos se mueven leyendo por la ciudad. Incorporan la interrupción a su habitus, conviven con ella. Leen en el autobús, en el metro, en el avión, con un Ipod, en un bar o en el ordenador a la vez que navegan por Internet o revisan sus correos electrónicos.

Si este es el panorama actual, no es muy auspicioso para el tipo de novela contemplada por Piglia: una novela testimonial que le tome el pulso a la historia y que registre la memoria social. La imagen seduce, manipula e influye mucho más que la palabra oral o escrita. La experiencia lectora en la actualidad se ha fragmentado y reducido a un ámbito de costo-beneficio (¿cuánto me sirve?). La novela no ha permanecido inmune al mercado ni a las nuevas exigencias de la sociedad posmoderna, en la cual lo efímero y lo liviano son cualidades muy apreciadas.

La conclusión que Piglia no llegó a señalar fue que, si bien la novela podrá persistir como una forma de conocimiento alterno de la realidad, está transformándose del mismo modo que la pintura frente al cine, el cine frente a la televisión o la televisión frente a Internet. La distancia que el cine independiente mundial y el europeo en particular tomaron de Hollywood sirvió para cultivar una esteticidad de culto autónoma frente al gusto popular y al de las grandes corporaciones cinematográficas. El desafío de la novela es el de los novelistas: conservar su autonomía creadora sin perjuicio de lo que la época le exija. La atemporalidad histórica es un derecho conquistado por los creadores de ficciones que vale la pena defender.

Córdoba, Argentina, 9 de noviembre de 2011
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