Lastimada

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Una espantada paloma fue el origen de aquella plumita blanca. Esa que cayó de su collar en ese rapto de miedo, que la precipitó a levantar el vuelo desde nuestro techo. Dejó caer esa plumita acompañada involuntariamente de una mínima gota de sangre o quizás de una gota de lágrima, no lo puedo afirmar, era un ser de uno u otro modo herido. Y esa plumita de su cuello cayó tambaleante, a merced de la brisa y del silencio, apreciando los segundos pasar, hasta llegar a parar al capot del viejo Toyota. El Toyota la recibió completamente empolvado, como lo dejamos por el intempestivo abandono, impertérrito como siempre en su mismo lugar, como haciendo guardia a esa nuestra guarida. Y como la ciencia pero también el sentimiento lo establecían la plumita tocó primero el capot con su punta mojada y se posó en ese lugar preciso con sumo protocolo. Y mojada como estaba la plumita y empolvado como estaba el capot, aquélla se quedo ahí fija, segura ya frente al viento y frente al silencio y frente a la indiferencia. Lo sé porque al llegar la vi aún ahí, moviéndose con gracia. Y vi además aquel círculo perfecto. Un círculo perfecto de limpieza que entre todo ese polvo se había formado en el capot, usando la pluma como radio, su pequeña punta como eje y a la brisa como fuerza de movimiento. Nunca se había rendido la brisa, pero nunca había vencido tampoco en separarlos. Solo dejaron con ello ese lunar en el capot, por lo demás llenísimo de polvo. Un lunar de gracia fija en el dolor.

Ability to Convey

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In my opinion, an essential matter for a learning program, regardless of the level in which it is provided (i.e. school, college), is that teachers have enough ability to relate well with students. That is because, in the end, that circumstance will help him or her convey in a better way the ideas and knowledge that he or she intends to teach. I think there are two main reasons that support this point of view of mine. In the first place, it is ought to be differenced what knowledge is and what methodology is. The reason is that these two aspects are not always bound together in the same person. Of course that does not make any of them more or less valuable than the other. It is sometimes just about the abilities that everyone has and that make each one especial. I have seen several examples of this in my own studies. In my university law school there were great researchers in certain topics that, it was well known by everybody, were not able to convey reasonably well their ideas. On the other hand, there was the other kind of teachers. Even though they were not experts in the matter they taught, their great abilities to speak with enthusiasm about the topics made students pay extra attention to what they would say. Second, I think learning is sensitive to the sympathy of teachers and to their ability to make students be interested in taught topics. Once again, knowledge is not more important for this matter than methodology. When a teacher is able to motivate enough the students, knowledge turns to be less important. Probably that is also because what is taught is usually only an introduction to matters. It is more important in the end that students make further research and complete their learning by their own. A good example might be what happened to me: the courses that I remember the most from my life at law school are the ones with teachers that were able to motivate me the most. That is why I think it is really important that teachers develop their ability to relate well with students and that learning organizations take this circumstance into consideration when deciding which teacher to choose for any course.

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The Unholy Trinity

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Puedo puedo puedo tomar prestada la mínima parte de la punta del lapicero finepen para dedicar devotos esfuerzos al trazo milésimo y dulce, tan minucioso él, que tus amables patitas atravesarán para llegar por mares y pescados, volando y desempolvando, descabellando, sintiendo la longitud de las brisas hasta aquella isla, isla de gritos uno y otro, hasta 3, hasta el silencio, del dolor de garganta, del dolor del dolor y el puro que no me fumé anoche, el que no me fumé con alguien que no conocí, que solo se acercó con esperanza, esperanza de perderla, hasta un rebote de sol y res, y dejando un bajo en el aire, susurrando el coming to an end, y rebote adicional de mi y dos, alguien up above nos aconseja, nos distrae, incumbe su rostro alrededor, alrededoreándote, mientras tu alrededoreas esa pequeña palmera, de metal, este es el final of the mankind de hacer las cosas, no pienses que el día está terminado cuando algo de merced hay aún para nosotros en esta botella, magnetizada ella y yo, y rebote de re y res, y esa arena de cemento y ese cielo blanco, vacuo, tristemente veo el sparkling de la melancolía rebalsando ese tintineante, ese fue el último imaginario que te dejé, antes de adocenarme en tu dintel y en mis palabras, y al dejarme ir ya has reconocido el lugar y ya te han anunciado, y tu de sordera tienes tanto como de ceguera, por eso solo te alimentas de medio pescado antes de echarte a dormir en acurruque redondo, y confías en ese piano, en esa casaca amarilla. Una vuelta más.

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Concierto de Navidad

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Aún antes de que acabara la presentación observamos a la Soprano salir de la Catedral. Acompañada por su madre y desapercibida. Con el vestido en un bolso bandolera Nike, el que había sustituido por un jean ajustado y una casaca púrpura en una capilla que se encuentra entre el altar y el nicho del Señor de los Temblores. El concertino era un señor ya mayor, quien probablemente en la competencia local pasaba muchos apuros por imponerse sobre los jóvenes usuarios de las nuevas tecnologías. Como, de momento, no había alguien mejor, el concertino por defecto era él, como lo había sido desde hace treinta años, más por el sonido de su labia que por su habilidad con el arco. El director era un músico más bien joven, profesor a duras penas de un colegio de mujeres, quien luego de una etapa de crecimiento y aprendizaje con el cabello corto, había cogido la batuta hasta tener la confianza de dejarse el cabello hasta los hombros. Con su energía en los movimientos, el oboe y el fagot bromeaban diciendo que seguían más a su cabello que a la varita. El director había logrado domar a los niños para que, si no llegaban a disfrutar, al menos puedan soportar el aburrimiento de la Pavana de Fauré y el arreglo Air de la BWV 1068. Y entre él y el concertino, que había agregado a sus virtudes una serena paciencia frente a los niños, habían repetido hasta la perfección las señales con la batuta y el arco para el inicio y la introducción de los villancicos tradicionales. Eso no era lo que más preocupaba a los dos. En lo que pensaban ambos era en los padres de familia. Todos habían llegado con cámaras de fotos y se les veía en ese estado entusiasta. A esa preocupación se unía la entrada gratuita y la escasez de asientos en la Catedral, que habían sido reservados nada más que para las autoridades municipales y las personas de tercera edad. El movimiento del público era atroz, su bulla solo contrarrestada por la amplitud del edificio, la que naturalmente significaba la imperfección del sonido de cualquier orquesta. Al menos esto último lo sabía muy bien el director al aceptar el concierto de cada navidad. Y cada navidad se hacía la misma pregunta: ¿Cómo había hecho Bernstein para controlar al coro de niños de la Filarmónica de Dresden en Berlin aquella navidad del 89? ¿Cómo había hecho para controlar a sus padres? Sin embargo, contra todo pronóstico, el concierto siguió decentemente su curso, la quietud de los niños fue admirable, el barullo de los padres el esperable, y, salvo uno que otro desliz de una de las flautas, del propio concertino y del contrabajo que habían tenido que acomodar a último momento, se adentraron en las canciones tradicionales que sabían despertarían más emociones en el público que las combinaciones europeas. Se acercaron finalmente al último silencio que había sido acomodado en esa versión orquestal del villancico final. La intensidad de los sonidos iba in crescendo. Concertino y director habían apostado que en ese próximo silencio los padres de familia estallarían en júbilo y se pararían a aplaudir. Ya había sucedido así en un concierto similar con el coro del colegio Byron de Lima. El último movimiento ni se oyó porque los padres dieron fin al concierto anticipadamente. En la apuesta, el concertino se puso del lado de la tropa de padres cusqueños y su prudencia milenaria al aplaudir. El director con sus 35 conciertos escuchados en el extranjero juvenilmente pensaba que pesaría más la emoción de los familiares al escuchar un silencio que podía llenarse con sus aplausos. No estaba ante el público del Metropolitan o de la Bastilla, ni menos ante el público de la Schauspielhaus que acogió a su héroe Bernstein. Estaba en su tierra natal y ahí los aplausos prorrumpirían. Además, él controlaba el silencio, su duración. Y así lo hizo. Sacudió con fuerza su melena hasta callar al más distraido de los trompetas. Y esperó. Esperó al chasquido de dos palmas al unirse. Bastaba una persona, bastaban dos palmas, unidas con fuerza y el estrépito de la multitud les seguiría. Así ya había ocurrido en su cálida visita a las ciudades de la costa. Una sola abuela entusiasta y el público daría por terminado el concierto. Pero no ocurrió. El silencio perduró. Solo vio los ojos del concertino, y en sus ojos a la gente y en la gente la mirada de reojo, y en el reojo la prudencia máxima y el silencio que carcomió desde tan atrás a aquellos que veían a los cusqueños callar y solo mirar ante las órdenes y los insultos. Los cusqueños callaron y el concertino dio finalmente todo por cerrado y enfiló su violin en el último movimiento del villancico con sus comisuras levantadas y sin esperar señal alguna de la batuta. El concierto terminó solo unos segundos después.

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Saludo en Plateros de Tamaru

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¿Qué tiene aquella esquina que en el olvido deberá quedar? No lo sabemos. ¿Qué puede haber sido ese saludo que como sutil debió darse? No lo sé yo. Acaso las pizcas de remordimiento y de pasado quedaron tras bambalinas, y las apagaron las directoras de lo ya dictaminado. Solo sé que las repeticiones de lugares se ven afortunadamente flotar. Es a veces una rémora, muchas veces un cobijo, pero siempre un universo, la circunstancia de la pequeñez. Yo le atribuyo unos dos saludos por hora dentro de este infiernillo. Incluso si uno se pone a no pensar, se percibe de él un sonido propio, un sabor propio. Eso sí, necesitas unas buenas botas, porque, recuerda, sea un pastor alemán despedazado o un río de lluvia sobre el empedrado, tienes que pisar hacia adelante.

Hemos procurado, debo agregar, ejercitar los músculos de la parte superior de tu cuerpo. Eso tiene naturalmente una repercusión que viene a contramano de lo que significan estos días. Te es imposible voltear el cuello hacia la derecha. La conexión entre tu hombro izquierdo y tu cuello está completamente enfriada. De eso no hay nada que hacer. No hay donde esconder, atar o aniquilar el dolor. Lo único que se sabe es que se aminora con una cobertura de lana tras una frotación con ungüento de hoja de coca.

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Circuito Sur de Sajonia

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Me iba a esperar Sophie a las 9 en punto. El transporte público se había retrasado, cosa acostumbrada para mí, pero extraña para ese país. Entre los restos de la gente de la reunión nocturna tuvimos que sentarnos a decidir. Decidimos poner a prueba la camioneta recién comprada y manejar las 3 o 5 horas hasta la ciudad, todo para no estropear mi record imbatible de puntualidad. Era un buen vehículo al fin y al cabo y sería, más bien, un placer manejarlo. Me tocó ir con uno de los viejos maestros: mucha conversación pero muchos consejos, mucha advertencia y mucha amabilidad. Llegamos a la variante y caímos en cuenta que no podíamos tomar el camino de venida, tendríamos que abrirnos paso por el camino de tierra. Cómo quejarse si se manejaba un motor alemán. Y así fuimos cruzando cerros hasta llegar a Ösnabruck. Ahí ya no pudimos avanzar más. El río se había desbordado y en el agua completamente roja como de baños termales rondaba una criatura, nos decían los que llegaron anteriormente. Los veía masticar algo apuradamente que no veía lo que era. Subí a la loma para ver la sombra moverse y con suerte alcanzar a divisar a la criatura cuando saliera a la superficie. Un joven ayudante colaboró lanzando una roca que lo atrajo rápidamente. Así apareció, era un cocodrilo. Un cocodrilo del que quedaba solamente su cabeza. Un cocodrilo hecho de algo como dulce o confitura, que los viajeros estaban comiendo poco a poco, porque así estaba dispuesto. Pero también estaba dispuesto que nadie que estuviera al día con los impuestos podía servirse de la parte del cocodrilo que constituía su rostro y de sus partes más feroces como sus fauces, sus colmillos. Era aterrador verlo. Y también aterrador saber que todos los sajones estaban al día con los impuestos. No llegaría a las 9 en punto.

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Sueño de Alberto Zegarra Villena

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Finalmente se había dado. Y se había demostrado que todo funcionaba. Estaba feliz y orgulloso, satisfecho e ilusionado. Era todo completamente creíble y, en lo posible, completamente lógico. Sabía el costo de todo ello, lo mucho que perdía. Y sucedió aquello. De la forma más cruda e impactante. Tuve que despedirme de  los suyos con palabras lentas. Le vi correr con seriedad por la venganza. Estábamos en el espacio detras de la casa-hacienda, donde comienza el camino de Belille. Con todo, conocí a esta nueva familia. Estaban los Pacheco, bien extranjeros ellos. Estaba algún detestable amigo de Álvaro. Oh perturbadora aparición, la que salió de este episodio, acá sentado, acá escribiendo, acá haciéndome pensar, porque cuando uno camina, no mira al horizonte, porque ahí hay muchas distracciones, en la turbulencia uno mira el suelo y su monotonía, así puede uno concentrarse mejor en algo más estático y pensar o quizás dejar de pensar, qué hiciste para ingresar desde tan lejos, y yo tratando de alejarte, obligado a hacerlo, yo mandándote a dar vuelta a esa manzana que ya no cabe en el pecho, caracoles, haber sabido de esto antes. Ni las imágenes, acaso su voz, en realidad su forma de moverse y su inutilidad para caminar. Ya no creo en nada y nada de tranquilidad creó ese intento de salir a caminar. Iré a buscarte, iré a buscarte, en esta o en la otra, pequeña esquiva. Me acerqué a uno de los Pacheco. Le conté del episodio de la persecución de la fiera, del sincontrol de ese momento y el abandono de la esperanza, de la salida que fue esa columna, de la habilidad repentina de escalar la roca, y de la trampa preparada en lo alto de la columna por él, ese atrapa hocicos que cogió por la nariz a esa fiera tiburón. Él quedó como héroe y todo eso se filmó, y el volvió a su quehacer de hablar sobre derecho tributario.

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El espacio detrás de los asientos traseros

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Bajé de la oficina. Hacía calor. Fui hacia el carro. Abrí las ventanas. Subí al asiento. Empecé a manejar. Crucé el Pentagonito. Aceleré tras un semáforo. Una paloma entró al carro. Me recompuse. Estacioné el carro. Abrí puertas y ventanas. No salió. Subí al asiento. Empecé a manejar. La miré por el retrovisor. Se quedó inmóvil. Empezó a moverse. Batió sus alas. Se cayó de costado. Murió. Estacioné el carro. Heme aquí.

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Justicia Penal

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El objetivo del texto es discernir sobre el concepto de justicia penal que se maneja como sustento de los sistemas de justicia actuales, en los que se tratará de encontrar algunas nociones básicas presentes en el Utilitarismo de John Mill y en el Leviatán de Thomas Hobbes, de modo que se puedan responder las preguntas de si el castigo es un nuevo daño y de cuán cerca está el castigo de la venganza.

En este sentido, primero es necesario revisar la fundamentación teórica de la aplicación penal. Por ejemplo, en el título preliminar del Código de Ejecución Penal se dice que “[e]l objetivo de la ejecución penal es la reeducación, rehabilitación y la reinserción del penado en la sociedad”. Esta fundamentación teórica de la aplicación penal responde a una postura filosófica humanista proveniente de las ideas del pensamiento ilustrado y asentado en la revolución francesa como base del derecho, en la cual, se toma a la persona humana como fin principal, sujeto de derechos y libertades, de modo que todos los hombres sean libres, independientes e iguales (incluyendo también al penado que cometió un delito), pues todos los seres humanos son dignos de derechos, como diría I. Kant, por su condición de seres racionales autolegisladores importantes como fines en sí mismos.

Sin embargo, lo que se pretende sostener es que cualquier persona agraviada que, en cualquier circunstancia, pide justicia, difícilmente podríamos pensar que está clamando por la reeducación, rehabilitación y reinserción en la sociedad del agresor; sino que por el contrario, naturalmente, lo que está exigiendo es un justo castigo como retribución correcta del delito que cometió. John Mill habla de los sentimientos de defensa propia y de simpatía que comparten todos los seres humanos, que llevan a un sentimiento completamente natural de venganza. La persona agraviada tiene lógicamente este sentimiento y esto no es nada sorprendente. No obstante, es necesario recalcar que este sentimiento de venganza no puede realizarse en una retribución arbitraria y privada, sino que debe ser administrada estrictamente según el criterio de utilidad o de mayor felicidad, de modo que el delito cometido no solo contra el agraviado, sino contra toda la sociedad, sea retribuido también por el interés de toda la sociedad.

Para explicar esta administración del castigo recurro también a la concepción de Estado presente en el Leviatán de Thomas Hobbes. Hobbes habla del contrato que realizan aquellos que quieren abandonar el estado natural de guerra, pactando una mutua renuncia a libertades para conservar la paz y el bienestar común y confiando la administración del estado formado a un hombre o a una asamblea de hombres que juzguen adecuadamente procurando el bienestar general de las personas. Un ente como éste se encargaría de administrar la justicia y los castigos de acuerdo a lo que sea más útil para las personas.

De esta manera, el objetivo principal deja de ser la rehabilitación del penado, para ser (como corresponde y como se aplica incluso en el siglo XXI) la administración coherente de un castigo justo, todo esto al amparo de los jueces a los que se confía la tarea (Leviatán) de impartir los castigos tomando siempre en cuenta los criterios correctos (Utilitarismo) como los de igualdad e imparcialidad, para la mayor felicidad de la sociedad. En ese sentido, el castigo sí constituye un nuevo daño y sí es muy afín a la venganza, pero porque es la forma más natural que tiene el hombre de aplicar justicia y porque se hace bajo la garantía de un juicio previo.

* Con esto no se niega que se pueda rehabilitar a los reos, pero se debería hacer esto aceptándose que se hace por la conveniencia de la sociedad y no por el bien del penado.

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