Camino de Santiago. Día 4. O Pedrouzo, A Salceda

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La de hoy fue una etapa corta, poco más de 19 kilómetros. La gran dificultad fueron los estragos físicos del día anterior, ese al que llaman “el rompepiernas”. El albergue en el que estuvimos anoche tenía tantos caminantes curándose heridas, poniéndose ungüentos, cubriéndose con vendas, que ahora entiendo por qué antiguamente había tantos hospitales de peregrinos en muchos puntos del Camino. Mis piernas y mi espalda también estaban muy adoloridas y este es el día en que desde el inicio se sintió como una peregrinación y no como una caminata lúdica para observar el paisaje gallego. Pero como el día anterior, no voy en ello solo. Son tantos los que caminan juntos, especialmente desde Arzúa, que es donde se cruzan el Camino del Norte y el Camino Francés. ¿Por qué caminan? ¿Cuál es la motivación de cada uno? Sería muy interesante escuchar las respuestas a esas preguntas de cada peregrino. Escucho que algunos se preguntan eso entre sí. Pero me da la impresión de que sería una pregunta muy personal para muchos. ¿Por qué hice yo el Camino de Santiago? En eso estuve pensando hoy, especialmente en los momentos en que la mochila se sentía más pesada. El nombre empezó a aparecer en el último par de años en que empecé a leer sobre historia colonial española y sobre historia moderna europea. La referencia extraña al Camino de Santiago aparecía en muchos momentos, a pesar de estarse hablando de algún lugar en Francia o Italia. ¿No que Santiago de Compostela estaba al oeste de la península ibérica? Luego, alguien en alguna de las infinitas llamadas zoom que tuve en tiempo de pandemia mencionó que se conectaba desde Santiago de Compostela y recuerdo tratar de ver cómo se veía la ciudad desde Google Maps y especialmente desde Google Street. Finalmente, hace algunos meses me encontré de nuevo con un amigo de Cusco al que llamamos “Pires” (por el parecido  no el jugador del Arsenal de la técnica que tenían con el balón de fútbol). Era psicólogo, ahora también es filósofo. Y en la conversación sobre amigos, libros, proyectos, experiencias e ideas, que por momentos estaba a punto de irse hacia cuestiones metafísicas, llegamos al tema del Camino de Santiago: religioso, espiritual, físico, aparentemente se trataba de una experiencia única y ahí me convencí que debía de hacerlo. Pero debo decir, más que espiritual (como hablando de encontrarse a sí mismo) o físico (como hablando de los que disfrutan de desafiar a su cuerpo con esfuerzos físicos extremos), mi motivación principal para este viaje ha sido la religiosa, la católica. No creo que yo sea un ferviente católico. Hasta hace algunos años tal vez me habría sido incluso indiferente llamarme católico o agnóstico. Pero después de leer más en los últimos tiempos sobre la historia del mundo medieval y moderno temprano, no pude dejar de ver cuánto la religión está imbricada en la sociedad cuando uno quiere estudiar cualquier elemento cultural del pasado, especialmente cuando se trata de la historia del derecho. No se puede entender la historia del derecho en occidente sin tener nociones claras de las instituciones de la iglesia católica y su evolución. Eso me hizo prestar más atención a la formación católica forzosa que tuve de niño y joven. La Biblia, una de las principales fuentes del credo catolico, del derecho canónico y del derecho en general, es para mí un documento masomenos familiar. Pero no solo eso. Al leer sobre historia social latinoamericana, he puesto mucho más atención en lo que se llama “la religiosidad popular”: las fiestas costumbristas, las hermandades y cofradías, los cultos a las reliquias, las creencias heredadas de la familia, la apreciación de la arquitectura religiosa (y la economía generada alrededor de todo esto), esa religiosidad que a veces concuerda con la religiosidad oficial, pero que en muchos casos se aparta y hasta la contradice. Tal vez el espacio en que más cuenta me di de estas interacciones (y, por tanto, me reconcilié con mi ser católico) fue al ir a la fiesta de Paucartambo, el lugar perfecto para explorar el interés cultural que puede generar la religiosidad popular. Ahí (donde he estado varios años seguidos gracias a Sven, un gran amigo que viene de una familia tradicional paucartambina) hasta para el más ateo es difícil escaparse del cariño a la Virgen del Carmen. Bueno, volviendo a la península ibérica, la mejor palabra que encuentro para describir la peregrinación a Santiago de Compostela es “religiosidad popular”. Las conchitas, las espadas de Santiago, las flechas amarillas, el saludo de “buen camino”, los albergues (por teléfono y en Booking.com), la venta de báculos para ayudar la caminata, el pulpo gallego, los hórreos, el icono del Camino y del apóstol Santiago que se ve en los polos, mochilas y sombreros, y las promesas que cada peregrino ha hecho al venir. Es la religión católica, sí, la gente está caminando hacia un templo cristiano donde la tradición ubica los restos de uno de los discípulos del mismísimo Jesús. Pero el Camino representa mucho también otros elementos culturales para los que vienen a realizar la ruta. O, puesto de otro modo, la gente, los peregrinos se han apropiado de la leyenda de Santiago y la han convertido en una experiencia contemporánea, un episodio memorable de la vida civil de muchos. Luego de terminar la travesía, no compartirán este viaje con el párroco de su ciudad, lo harán con sus amigos y colegas y se reproducirá este fenómeno cultural que escapa de lo puramente religioso. Pues creo que por eso he caminado estos días. Para observar y ser parte de esa experiencia cultural en parte católica y en parte uber-católica. Por eso, mañana será un momento emotivo la llegada hasta la Catedral de Santiago de Compostela.

 

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