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Jaime Abanto Padilla – Presidente de la Asociación de Poetas y Escritores de Cajamarca (APECAJ)

Cada 15 de abril se celebra el Día del Poeta Peruano, como un homenaje al que fuera y es hasta hoy el más insigne de la poesía peruana y uno de los más ilustres de la poesía del mundo según la crítica literaria mundial.
Desde 1985, cada 15 de abril se conmemora el Día del Poeta peruano, evocando el fallecimiento de César Vallejo. La fecha quedó establecida gracias a la Ley N° 24616 que fue promulgada el 29 de diciembre de 1985 por el presidente Alan García, como un homenaje al “Peruano Universal”, César Vallejo.
Vallejo murió sin ser famoso, la fama le vino años después, su poesía trató de ser opacada por críticos de pacotilla como Clemente Palma y hasta por poetas, hoy olvidados, que veían en él un nuevo camino en la poesía americana.
Hablar de Vallejo resulta siempre recurrente, miles de libros sobre él se han escrito en todo el mundo y en decenas de idiomas y no hay un día en que no se hable de él y se escriban nuevas líneas sobre su poesía en cualquier punto del mundo.
Vallejo siempre fue visto como un hombre triste, como un hombre bucólico y melancólico al que todo lo deprimía. Callado y pensativo, -por la histórica fotografía recortada en donde con la palma de la mano derecha sostiene su mentón- pero la realidad, y eso ha sido demostrado por muchos biógrafos del poeta santiaguino, es que Vallejo fue un ser humano, con arrebatos y pasiones, mujeriego hasta no más y enamorador hasta el hastío.
Vallejo fue un eterno enamorado, la vendedora de chicha de su natal Santiago le quitaba el sueño, Mirto, Otilia – su sobrina, pues era la hija de su hermano mayor- Rita… y la compañera hasta su muerte, la francesa, Georgette Philippart.
En la vida de Vallejo hubo dos mujeres llamadas Otilia, dos Otilias por las que su corazón y su alma dijeron y escribieron mucho. Una de Ellas fue Otilia Vallejo, la hija de su hermano, su sobrina, mujer a quien el poeta amó con mucha fuerza, sus versos dan cuenta de ese amor que aunque prohibido no necesariamente era imperdonable en un poeta de su magnitud. La otra fue Otilia Villanueva Pajares con la que se conocieron en Lima en 1918, cuando Vallejo forjaba su poemario Trilce -libro que se publicó en 1922- Otilia Villanueva llega a la vida de César Vallejo gracias a que se la presenta un amigo suyo, celendino, llamado Manuel Rabanal Cortegana.
La musa Otilia Villanueva ha sido plasmada en Trilce en más de 20 ocasiones, parece que la vida no fue tan dulce y que aquella relación tuvo un mal desenlace, según Espejo hasta la habría obligado a abortar luego de romper con ella. Por su parte Manuel Rabanal Cortegana contrajo nupcias con Rosa Villanueva Pajares, hermana de Otilia, boda en la que Vallejo fue padrino. Vallejo siempre estuvo distanciado de la idea del matrimonio y más del hecho de tener familia, sus concepciones filosóficas no lo permitían y lo de interrumpir un embarazo con sus parejas no es historia nueva, pero no juzgamos el hecho solo buscamos aportar un aspecto poco conocido del más grande de los poetas peruanos y universales. Vallejo inmortalizó a Otilia en su segundo libro: Trilce.
Después de Vallejo en los 60´y 70´ la poesía peruana entró en ebullición y se enriqueció con dos generaciones que le dieron lustre a la literatura poética de un modo inigualable, Javier Heraud, Antonio Cisneros, César Calvo, Luis Hernández, Rodolfo Hinostroza, Marco Martos, Carmen Luz Bejarano, Livio Gómez, Ricardo Silva Santistevan…
La generación del ´60 fue la más prodigiosa. Hubo muchos chispazos intermitentes después de ella pero lo más selecto se concentró en la del ´60.
Cajamarca tuvo lo suyo, -hoy lamentablemente apagado, no por falta de producción, sino de vena-. Pero del tiempo prodigioso y de los versos que se escribieron destacan: Mario Florián, Jorge Díaz Herrera, Oscar Imaña, Amalia Puga, Manuel Ibáñez Rosazza, Santiago Aguilar, Garrido Malaver…
Ellos también sembraron la poesía en medio de las tardes que recorrían, eran otros tiempos y era otra la forma de pensar y de ver el mundo y la vida. Hoy parece que la vida misma se ha despoetizado y que existe un abandono hacia lo que en algún momento significó uno de los puntos más importantes de unión de nuestra sociedad.
Los festivales poéticos cada vez son más escasos y cuando los hay, están plagados de improvisados de todas las edades buscando una fotografía que los trascienda a la posteridad. En Cajamarca particularmente la poesía está fragmentada como lo están otras artes. Un sobretodo no convierte a nadie en poeta, tampoco la verborrea cantinera, menos la que se auto flagela. Se acabaron los poetas de antaño, los que editaban en mimeógrafo porque sus libros trascendieron a la inmortalidad – como Ibáñez Rosazza o Santiago Aguilar lo hicieron- como aquellos que Manuel encolaba en las madrugadas en la calle Ilo en las alturas de esta ciudad de Cajamarca. Hoy la poesía se ha convertido en frívolas reuniones de los sabelotodo que buscan esquinas oscuras para insultar arteramente, tirar piedras y esconder la mano… como decía el inalcanzable y universal César Vallejo: Hay hermanos, muchísimo que hacer.

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