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Juan Carlos Valera Málaga (*)

Antiguamente el estereotipo del abogado se reflejaba en aquél que ofrecía una cantidad innumerable de pruebas y presentaba miles de escritos al juez, lo cual en la práctica conllevaba que el proceso judicial se vuelva largo y complejo innecesariamente, desnaturalizando el fin concreto del proceso de solucionar el conflicto o incertidumbre con relevancia jurídica.

La economía, como ciencia que contribuye a la eficiencia y eficacia en el menor tiempo, esfuerzo y costo posible, se está cimentando en este mundo globalizado, y el conocimiento de la misma por los abogados es un imperativo práctico que permite al letrado desarrollar estrategias procesales óptimas en tiempo, dinero y eficiencia, sin descuidar la búsqueda de la verdad, la justicia y la seguridad.

El factor tiempo para el abogado y sus patrocinados es de suma trascendencia, pues la reducción de los plazos judiciales y el ahorro de etapas procesales le permite fomentar el interés de sus patrocinados en buscar su ayuda o consejo no sólo en el caso materia de controversia judicial, sino también en la posibilidad que el litigante le recomiende a otros potenciales clientes que busquen su asesoría y servicios profesionales.

La eficiencia procesal debe buscar la excelencia en la tramitación del expediente así como perseguir resultados satisfactorios; por ello, el abogado debe redactar una demanda en términos legibles, expresando ordenadamente sus ideas, sustentando pruebas concretas con la correspondiente fundamentación jurídica que generen en el juez el interés de sus pretensiones. Parafraseando a Schopenhauer, el abogado al momento de redactar un escrito debe hacerlo con el gusto y el decoro de un artista, sin necesidad de serlo.

La optimización también se logra mediante la inmediación de los jueces con los justiciables y abogados, el contacto directo de las partes es la mejor oportunidad para expresar e ilustrar con claridad y profundidad su verdad particular; un juez no es una persona distante, sino, en cambio, se sentirá identificado con la causa en la medida que el justiciable y los abogados trasmitan sus verdades en su lenguaje verbal y paraverbal, recordemos que el lenguaje verbal y paraverbal es el noventa y cinco por ciento de toda comunicación eficaz; pero algunos abogados no comprenden esto y se limitan a presentar abundantes escritos que, en vez de aclarar sus argumentos, generan más confusión al juez.

El litigante puede tener limitaciones educativas, pero no un abogado, por eso es importante que el abogado se instruya no sólo en derecho, sino que amplíe su cultura leyendo aclamados libros o cultivando la amistad con personas con elevados valores que ayuden a mejorar sus técnicas de comunicación, y contribuyan a la retroalimentación del mensaje ante el juez.

El abogado debe coadyuvar al juez a agilizar y facilitar los juicios, caso contrario, si los letrados prolongan injustificadamente los procesos, a la larga, harán que los litigantes se alejen, y al alejarse hará más difícil la búsqueda de la clientela para el abogado, además que volverá crítica su actividad profesional que, incluso, sin que se dé cuenta, afectará su carácter y personalidad.

(*) Juez integrante del Programa Social “Justicia en tu Comunidad” de la Corte de Lima

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