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( 1917 – 2002)

Nace el P. Serapio Rivero en Bercianos del Real Camino, León, siendo sus padres, Juan y Victoriana. Ingresa al noviciado en Valladolid en 1933 y realiza su primera profesión en 1934. La guerra civil interrumpe sus estudios eclesiásticos que alternará entre Valladolid y el Real Monasterio de El Escorial donde los culminará en 1941, profesando de votos solemnes el 20 de septiembre de 1941. Es ordenado de sacerdote el 21 de marzo de 1942 en Madrid.

En 1943 el P. Serapio Rivero, “Riverito” para los amigos, que lo éramos todos, había sido destinado a Iquitos, por lo que había recibido el crucifijo de misionero en la Basílica de la Virgen del Pilar, en Zaragoza. Pero al llegar al Perú, es destinado al Seminario que tenían los Agustinos en Chancay

Pasados unos meses le trasladan a la comunidad de Chosica donde vive al servicio de Dios y de su pueblo querido hasta el final de sus días. Su labor pastoral la desarrolla en dos campos: la parroquia y la educación.

Casi treinta años como capellán de las Religiosas Salesianas de Chosica, Vicario Parroquial de nuestras parroquias de San Fernando (Chosica), pero, sobre todo, de Santo Toribio de Mogrovejo, Iglesia principal de la Villa del Sol. A varias generaciones ha bautizado, ha dado la primera comunión, ha casado y ha ayudado a bien morir. Conocía a cada uno de sus parroquianos y se le veía rodeado de personas sencillas. Largos años transcurrió celebrando la misa vespertina, previo rezo del Santo Rosario, confesiones y siempre la homilía diaria: directa, práctica y adaptada a tantas gentes humildes que le acompañaban.

Casi toda su vida transcurrió en el aula, patios y capilla del Colegio Santa Rosa de Chosica. Sus fuertes eran los cursor de Religión y Geografía práctica, y sobre todo, la Astronomía. Era un apóstol de la buena prensa. Las fotocopiadoras y sus operadoras agradecen al P. Rivero por la constancia en difundir el mensaje de Cristo. En los patios repartía revistas, copias de devocionarios, oraciones y estampas.

Siempre rodeado de jóvenes a quienes, mas de una vez, perdonaba el castigo a cambio de una revista “Aguiluchos”, “Misión sin Fronteras”, etc.

Todos intuían en el al hombre recto, al que no se casaba con la doblez ni la mentira, al hombre que se percataba de todo, se sonreía de mucho y rechazaba con firmeza cuanto veía censurable. En su rostro, preocupado, pero alegre con su suerte siempre, es decir, contento con Cristo que lo llamo de pequeño. Seco en el decir, sin florituras, pero con tan sincero cariño y amor apostólico, que nadie puede enfadarse con el. Enamorado de su sacerdocio, loco por la Señora y por un puñado de santos Agustinos e insistentemente pendiente de los Seminaristas de la Provincia Nuestra Señora de Gracia del Perú.

En el cementerio le aclamaban a viva voz: “Hasta pronto P. Riverito”. Por tres veces se oyó este clamor, y también “el P. Rivero, Santo”. Un religioso agustino, ya de edad, y que ha asistido al entierro de muchos religiosos comentaba: “Nunca he sentido, como ahora, la certeza de que los restos que sepultamos, pertenecen a un santo”.

En Chosica le conocían todos y ahora se encomiendan a el niños y viejos. Era tan evidente que era un hombre de Dios que le están brotando pedigüeños por doquier, para que interceda por ellos ante el Señor. Y parece que no lo está haciendo tan mal, porque ya se comenta que tiene vara alta para convencer a Dios Padre.

Pequeño tributo a mi maestro de las aulas del Santa Rosa de Chosica. Alguna vez le acompañé a las reuniones de la Legión de María. Alguna vez le ayudé en la Biblioteca del Colegio que cuidaba con gran entusiasmo. Cuántos libros prestados por él me inciaron en el mundo de los versos y de la prosa. Sucriptor voluntario de Aguiluchos, alguna vez me transmitió un interés por el orden sacerdotal.

Señor, resérvame un lugar junto al Padre Serapio. No importa si lo canonizan o no.

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