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Solo en la intimidad de mi habitación,
sentado sobre mi cama,
abro una graciosa caja que pertenece a mamá;
entre mis manos tomo
lo que guarda en su interior:
fotografías.

Veo caras alegres, conocidas,
gente sonriendo de contenta
gente sonriendo de alegría.
algunas caras son serias,
pero no están molestas;
algunas son de mis padres…

Veo a mi madre en una de ellas,
en sus años mozos,
sonriendo como una mañana de primavera
como si me estuviera mirando
con esos ojos de estrellas…

Veo a mi padre en otra de ellas,
hace dos o tres décadas,
sonriéndole al viento y al mar
desde la cubierta
de la bolichera…

Ahora los veo juntos,
abrazados;
sonriendo de alegría y amor,
y me están mirando;
cierro mis ojos y me digo:
“ya todo ha pasado;
pasó como pasa el sol
terminado el anochecer,
pasó como el agua del río
que nunca ha de volver,
pasó como el tiempo amigo,
que juntos los vio alguna vez”.

Y me pongo a llorar
en silencio y soledad,
“dime tiempo, la verdad:
¿algún día mis padres
se llegaron a amar?”

Ahora tengo otra fotografía
entre mis manos,
y en ella estamos mis padres y yo,
y los tres sonreimos,
y los tres estamos juntos,
y los tres nos queremos.

“yo estoy seguro, de verdad
que algún día se llegaron a amar”
– pienso dejando de llorar-
“esas fotos no me pueden engañar,
el verdadero amor no s epuede imitar
ni para una fotografía:
tal vez nuestros cuerpos
no estén juntos bajo el mismo techo,
tal vez nuestros labios
no sonrían de contento
pero están juntos y sonriendo nuestros corazones
porque aún nos seguimos queriendo”.

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