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“CAPÍTULO XLV

 

De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula, y del modo que comenzó a gobernar

“… Ante el cual se presentaron dos hombres ancianos; el uno traía una cañaheja por báculo, y el sin báculo dijo:

–   Señor a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro, por hacerle placer y buena obra, con condición que me los devolviese cuando los pidiese; pasáronse muchos días sin pedírselos, por no ponerle en mayor necesidad, de volvérmelos, que la que el tenía cuando yo se los presté; pero por parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, pero me los niega y dice que nunca tales diez escudos le presté, y que si se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo testigos ni del prestado ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto; querría que vuestra merced le tomase juramento, y si jurare que me los ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante de Dios.

–   ¿Qué decís vos a esto, buen viejo del báculo? – dijo Sancho.

A lo que dijo el  viejo:

–   Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuestra merced esa vara; y pues él lo deja en mi juramento, yo juraré como se los he vuelto y pagado real y verdaderamente.

Bajó el gobernador la vara, y en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos escudos que se le pedían; pero él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran gobernador, preguntó al acreedor qué respondía a lo que decía su contrario, y dijo que sin duda alguna su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuando se los había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pediría nada. Tornó a tomar su báculo el deudor y bajando la cabeza, se salió del juzgado. Visto lo cual Sancho, y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido. Trujéronsele, y en viéndole Sancho le dijo:

–   Dadme, buen hombre, ese báculo; que le he menester.

–   De muy buena gana, – respondió el viejo -: héle aquí señor-

Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho y dándosele al otro viejo le dijo:

–   Andad con Dios, que ya váis pagado.

–   ¿Yo señor? – respondióle el viejo -. Pues ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro?

–   Sí – dijo el gobernador-; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.

Y mandó allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos en oro; quedaron todos admirados, y tuvieron  a su gobernador por un nuevo Salomón.

Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo, en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga de lo que pedían. De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; y más que él había oído contar otro caso como aquel al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula. Finalmente el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría por tonto, o por discretoLuego, acabado este pleito, entró en el juzgado una mujer asida fuertemente de un hombre vestido de ganadero rico, la cual venía dando grandes voces, diciendo:

–   ¡Justicia, señor gobernador, justicia, y si no la hallo en la tierra, la iré a buscar al cielo! Señor gobernador de mi ánima, este mal hombre me ha cogido en la mitad dese campo, y se ha aprovechado de mi cuerpo como si fuera trapo mal lavado, y, ¡desdichada de mí!, me ha llevado lo que yo tenía guardado más de veinte y tres años ha, defendiéndolo de moros y cristianos, de naturales y extranjeros, y yo, siempre dura como un alcornoque, conservándome entera como la salamanquesa en el fuego, o como la lana entre las zarzas, para que este buen hombre llegase ahora con sus manos limpias a manosearme.

–   Aun eso está por averiguar: si tiene limpias o no las manos este  galán – dijo Sancho.

Y volviéndose al hombre, le dijo qué decía  y respondía a la querella de aquella mujer. El cual, todo turbado, respondió:

–   Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda y esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; páguele lo soficiente, y ella, mal contenta, asió de mí y no me ha dejado hasta traerme a este puesto. Dice que la forcé, y miente, para el juramento que hago o pienso hacer; y esta es toda la verdad, sin faltar meaja.

Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata; él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y haciendo mil zalemas a todos y rogando a Dios por la vida y salud del Señor gobernador, que así miraba por las huérfanas y menesterosas y doncellas; y con esto se salió del juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos; aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.

Apenas salió, cuando Sancho dijo al ganadero, que se le saltaban las lágrimas, y los ojos y el corazón se le iban tras su bolsa:

–   Buen hombre, id tras aquella mujer, y quitadle la bolsa, aunque no quiera, y volved aquí con ella.

Y no lo dijo a tonto ni a sordo; porque luego partió como un rayo y fue a lo que se le mandaba. Todos los presentes estaban suspensos, esperando el fin de aquel pleito, y de allí poco volvieron el hombre y la mujer más asidos y aferrados que la vez primera, ella la saya levantada y en el regazo puesta la bolsa, y el hombre pugnando por quitársela; mas no era posible, según la mujer la defendía, la cual daba voces diciendo:

–   ¡Justicia de Dios y del mundo! Mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor de este desalmado, que en mitad del poblado y en mitad de la calle me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme.

–   Y ¿Háosla quitado? – preguntó el gobernador.

–   ¿Cómo quitar?- respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aún garras de leones: antes el ánima de mitad en mitad de las carnes!

–   Ella tiene razón – dijo el hombre-, y yo me doy por rendido y sin fuerzas, y confieso que las mías no son bastantes para quitársela, y déjola.

Entonces el gobernador dijo a la mujer:

–   Mostrad, honrada y valiente, esa bolsa.

Ella se la dio luego, y el gobernador se la volvió al hombre, y dijo a la esforzada y no forzada:

–   Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza. Andad con Dios, y mucho de enhoramala, y no paréis en toda esta ínsula ni en seis leguas a la redonda, so pena de doscientos azotes ¡Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora!

Espantóse la mujer y fuese cabizbaja y mal contenta, y el gobernador dijo al hombre:

–                                             Buen hombre, andad con Dios a vuestro lugar con vuestro dinero, y de aquí en adelante, si  no le queréis perder, procurad que no os venga en voluntad de yogar con nadie.

El hombre le dio las gracias lo peor que supo, y fuese, y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de su nuevo gobernador…”

 

CAPÍTULO LI

 

Del progreso del gobierno de Sancho Panza, con otros sucesos tales como buenos

…”pero con su hambre y con su conserva se puso a juzgar aquel día, y lo primero que se le ofreció fue una pregunta que un forastero le hizo, estando presentes a todo el mayordomo y los demás acólitos, que fue:

–   Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío (y esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso). Digo, pues, que sobre este río estaba un puente, y al cabo della, una horca y una como casa de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma. “Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna.” Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, y los jueces los dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que tomando juramento a un hombre, juró y dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba, y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento, y dieron: “Si a este hombre le dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y, conforme a la ley, debe morir; y si le jurado verdad, por la misma ley debe ser libre.” Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán los jueces de tal hombre; que aun hasta agora están dudosos y suspensos. Y habiendo tenido noticia dela agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intrincado y dudoso caso.

–   A lo que respondió Sancho:

–   Por cierto que esos señores jueces que a mí os envían lo pudieran haber escusado, porque yo soy un hombre que tengo más de mostrenco que de agudo; pero, con todo eso, repetidme otra vez el negocio de modo que yo le entienda: Quizá podría ser que diese en el hito.

Volvió otra vez el preguntante a referir lo que primero había dicho, y Sancho dijo:

–   A mi parecer,  este negocio en dos paletas le declararé yo, y es así: el tal hombre jura que va a morir en la horca, y si muere en ella, juró verdad, y por la ley puesta merece ser libre y que pase la puente; y sino le ahorcan, juró mentira, y por la misma ley merece que le ahorquen.

–   Así es como el señor gobernador dice – dijo el mensajero; y cuanto a la entereza y entendimiento del caso, no hay más que pedir ni que dudar.

–   Digo yo, pues agora – replicó Sancho – que deste hombre aquella parte que juró verdad la dejen pasar, y la que dijo mentira la a ahorquen, y desta manera se cumplirá al pie de la letra la condición del pasaje.

–   Pues, señor gobernador – replicó el preguntador-, será necesario que el tal hombre se divida en partes, en mentirosa y verdadera; y si se divide, por fuerza ha de morir, y así no se consigue cosa alguna de lo que la ley pide, y es de necesidad espresa que se cumpla con ella.

–   Venid acá, señor buen hombre – respondió Sancho-; este pasajero que decís, o yo soy un porro, o él tiene la misma razón para morir que para vivir y pasar la puente; porque si la verdad le salva, la mentira le condena igualmente; y siendo esto así, como lo es, soy de parecer que digáis a esos señores que a mí os enviaron que, pues están  en un fil las razones de condenarle o absolverle, que le dejen pasar libremente, pues siempre es alabado más el hacer bien que el mal, y esto lo diera firmado de mi nombre si supiera firmar, y yo en este caso no he hablado de mío, sino que se me vino a la memoria un precepto, entre otros muchos que me dio mi amo don Quijote la noche antes que viniese a ser gobernador desta ínsula: que fue que cuando la justicia estuviese en duda, me decantase y acogiese a la misericordia; y ha querido Dios que agora se me acordase, por venir en este caso como de molde.

–   Así es – respondió el mayordomo-, y tengo para mí que el mismo Licurgo, que dio leyes a los lacedemonios, no pudiera dar mejor sentencia que la que el gran Panza ha dado. Y acábese con esto la audiencia desta mañana, y yo daré orden como el señor gobernador coma muy bien a su gusto“El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” es una joya de la literatura española y universal. En ella intervienen dos personajes principales: el idealista don Quijote, que en su locura es capaz de pelearse con los molinos de viento, creyendo que son unos gigantes. Aunque los escépticos de nuestros días emplean calificativos peyorativos como quijotesco para referirse a lo que es inútil por ser difícil de realizar.

No obstante ello, considero don Quijote encarna el idealismo, sin el cual la humanidad no puede progresar. Un hombre sin ideales será siempre un conformista. Quizá sea el momento de forjarnos un ideal hacia el cual dirigirnos.

Pero estas líneas están consagradas al otro personaje, el escudero Sancho, quien es considerado por muchos como el arquetipo del hombre vulgar e inculto. Para otros, encarna al hombre realista, pragmático, utilitario.

Me atrevo a discrepar  con José Ingenieros cuando dice que “Ningún Dante podría elevar a Gil Blas, Sancho y Tartufo hasta el rincón de su paraíso, donde mora Cyrano, Quijote y Estockmann. Son dos mundos morales, dos razas, dos temperamentos: Sombras y Hombres, seres desiguales que no pueden pensar de igual manera. Siempre habrá evidente contraste entre el servilismo y la dignidad, la torpeza y el genio, la hipocresía y la virtud. La imaginación dará a unos el impulso original hacia lo perfecto. La imitación organizará en otros los hábitos colectivos. Siempre habrá, por fuerza, idealistas y mediocres”.

En los pasajes comentados, el comportamiento de Sancho dista mucho de la mediocridad. Miguel Torres Méndez, señala que, “como se sabe, algunos pasajes de la obra literaria en la que interviene el fiel escudero de Don Quijote tienen bastante contenido jurídico, sobre todo los pasajes que sacan a relucir lo que se conoce como al “prueba pancista”, el cual es un criterio de probanza judicial. Dichos pasajes son de un contenido jurídico tan rico e interesante que han dado lugar a que se califique para la posteridad el criterio susodicho, “prueba pancista”, calificativo que se le da en símil o comparación con otro criterio de probanza judicial conocido literariamente, el cual es el de la “prueba salomónica””Como parte de una broma, Sancho es nombrado gobernador de un lugar llamado ínsula Barataria. Como tal, le corresponde administrar justicia. Entonces no existía el Poder Judicial como el órgano estatal encargado de impartir justicia. Lejos estaba la montesquiana teoría de la separación de poderes. Era el gobernante quien realizaba las funciones jurisdiccionales.

A fin de probar su ingenio, los habitantes de la ínsula le traen  varios casos. No obstante el bromista contexto de la obra, considero que en los pasajes comentados, Sancho, estuvo genial. Y es que todos tenemos un poco que don Quijote y un poco de Sancho Panza. Ojalá aflorara siempre en nuestros actos lo bueno que tenemos de cada uno de ellos.

En el pasaje del viejo del báculo nos encontramos con un medio probatorio de nuestros ordenamientos procesales derogados: el Código de Procedimientos Civiles de 1912El anciano del báculo manifiesta en un primer momento que no ha recibido el dinero y que si lo recibió ya lo devolvió. El paciente acreedor señala que no recuerda haber recibido el pago, pero difiere al juramento de su contrario a quien considera un buen cristiano. PERLA VELAOCHAGA anota que “sólo debe emplearse esta probanza en el caso de tener completa confianza en la calidad moral de la persona a quien se le  solicita, cuando no hay otras pruebas que la eventual confesión del contrario, o cuando se esté dispuesto a cualquier riesgo antes de hacer públicos, mediante los otros medios de probanzas, hechos bochornosos o denigrantes. En tales supuestos debe emplearse esta prueba”.

El viejo del báculo jura haber pagado la deuda. Y dice la verdad porque el báculo contenía el dinero que debía a su acreedor. Al entregar el báculo a su adversario para que se lo sostuviera, era cierto que le había dado el dinero. Sin embargo, Sancho va más allá del artificio y ordena que se entregue la cañaheja en propiedad al acreedor. Al romper el báculo, Sancho se convenció de que el dinero prestado no había sido devuelto. No olvidemos que la prueba del pago incumbe a quien pretende haberlo efectuadoLa experiencia de vida de Sancho le fue muy útil, al recordar el relato del cura respecto a un caso similar. La experiencia es un fruto que se cosecha con el paso de los años. No hemos de menospreciarla, antes bien, hemos de sembrarla y regarla cada día. La sentencia de Sancho al decir “Andad con Dios que ya vais pagado”, no sólo obligó al deudor malicioso a pagar contra su voluntad, como sucede al dictarse toda sentencia de condena. Fue una ejecución de sentencia instantánea. El ideal de todo demandante. La negación de la maldición gitana: “Pleitos tengas, y los ganes”.

La gente asombrada por el fallo compara a Sancho con el rey Salomón. Tras semejante comparación ¿puede considerarse a Sancho como un hombre mediocre? Considero que hacerlo sería una injusticia. De pronto Ingenieros no leyó el Quijote con ojos de jurista.  Sancho es un hombre común, y serlo no es un demérito.

En el pasaje de la mujer y el ganadero, tenemos las versiones contradictorias de la mujer, quien alegaba haber sido violada y la del ganadero que alegaba que en realidad la mujer reclamaba un mejor pago por la prestación de servicios sexuales. O sea que la mujer presuntamente deshonrada  era una  prostituta.

A fin de resolver la querella, Sancho ordena al ganadero que entregue su bolsa de dinero a la mujer. De esta manera actúa una singular reconstrucciónAl no dejarse quitar la bolsa pese a los constantes forcejeos, es evidente que la mujer no hubiese permitido que el ganadero abusara de ella.  Asimismo Sancho toma en cuenta la declaración asimilada de la mujerLa sentencia de Sancho tiene una estupenda valoración de la prueba: “Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitad menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza”. Como consecuencia de la reconstrucción, Sancho llega a la convicción de que ni siquiera el mitológico hijo de Júpiter hubiese sido capaz de violar a la mujer. Ergo, esta consintió la relación sexual a cambio de una paga, pretendiendo luego una paga mejor de la recibida, no dudando en calumniar a su ocasional amante. Abuso del derecho es pretender el pago de una retribución mayor a la convenida.

En el pasaje del puente, Sancho da otra gran muestra de ingenio, dictando una sentencia que escarnecería a más de un magistrado. Según la norma, el hombre mentiroso debía morir ahorcado. Al decir que iba a morir ahorcado, el viajero puso a sus juzgadores en un dilema: no podían ahorcarle por decir la verdad o tenían que ahorcarlo por haber mentido. Al igual que Salomón ordenó que partieran al niño que era reclamado por las dos prostitutas, Sancho en un primer momento señala que la mitad veraz del hombre debía morir y la mitad mentirosa debía morir. Al advertir su interlocutor que ello no era posible, en lugar de perder tiempo en un estéril análisis sobre la tipicidad de la norma, Sancho fija la cuestión en discusión o controversia de una manera muy sencilla: no pudiendo demostrarse antes de cruzar el puente si el hombre mintió o dijo la verdad, al manifestar que iba a morir en la horca, ante la existencia de una duda razonable, usando la misericordia resuelve ordenando la absolución del reo.

Mención aparte merecen los consejos que le diera don Quijote antes que fuese a gobernar la ínsula. En un pequeño folleto denominado “Administración de la JusticiaEl buen Sancho, sin saberlo, aplicó el principio del in dubio pro reo. Aquel principio que es el eje fundamental del proceso, no solo penalEl reconocimiento del mayordomo al considerar a  Sancho con Licurgo, el gran legislador de los lacedemonios, es el reconocimiento de la trascendencia de la función jurisdiccional frente a la legislativa. Los roles son distintos. El legislador crea la norma. El juez la interpreta aplicándola a un caso concreto.

Sin embargo hoy día muchos legisladores pretenden impartir justicia a su leal saber y entender. Otras veces algunos jueces pretenden legislar, cuando con motivación aparente dan cabida a curiosas interpretaciones que distorsionan el sentido de la norma, dictando sentencias arbitrarias.

Es el legislador quien debe legislar. Y el juez el llamado a impartir justicia. Cada quien tiene su lugar en el sistema democrático. Lamentablemente nuestro atávico autoritarismo surge a cada instante y nos cuesta vivir en democracia.

En los dos primeros casos, una causa civil y una querella penal, Sancho logra la finalidad de los medios probatorios y se forma convicción respecto de los hechos expuestos por las partes. En el último, en la consulta respecto de una causa penal, ante una duda razonable en las cuestiones de hechos, absuelve al procesado.

Sancho es un hombre humilde  En el caso del puente, reconoce hidalgamente que ha sido su amo don Quijote el que le ha enseñado el precepto y en el caso del viejo del báculo que fue el cura quien le contó un caso similar.

Otro detalle que enaltece a Sancho es agradecer a Dios por haberle permitido resolver con acierto. Esa humildad salomónica que es inherente a la magistratura y que olvidamos muy de vez en cuando. Porque Sancho es consciente de sus limitaciones: es un analfabeto, un hombre vulgar, para muchos indigno de administrar justicia. No obstante ello, es un hombre que tiene sentido de justicia como cualquier persona.

Esperemos que muy pronto muchos Sanchos administren justicia en el Perú, y que la prueba pancista nos ayude a mejor resolver las controversias. Ojalá que al momento de resolver un asunto complejo, al igual que el fiel escudero del caballero de la triste figura,  nos acordemos de pedir la ayuda del Altísimo.

 


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