El viaje de hoy comenzó mejor que los días anteriores. Al menos había gente en el sendero durante la mayor parte de la caminata; salimos temprano esta vez. Y observar a la gente es todo un arte de mnemotecnia. Poco a poco vas recordando a quienes adelantaste o a quienes te adelantaron. Una pareja con la hija que pone piedritas en cada señal de kilómetro, la pareja que lleva un chihuahueño, el grupo de joven italianos boyscouts, la señora holandesa que camina lento pero seguro. A algunos los hemos ido perdiendo en el camino, a algunos los hemos estado descubriendo entre ayer y hoy. Caminar entre tanta gente hizo que se sintiera una real peregrinación, todos comparten la determinación de caminar, pero cada uno por sus propias motivaciones; algunos — me emociona pensar en ello — por una promesa que le hicieron a alguien. Por eso, todos se saludan, tienen una buena disposición para ayudarse y conocer a gente nueva, y portan de manera muy ostensible alguna forma de concha, que es el símbolo de los peregrinos de Santiago. El Camino comenzó bien también porque en su mayor parte no discurría al lado de una carretera de autos. Imagino que muchas de las rutas que los peregrinos tomaban en décadas y siglos pasados, con el tiempo de manera natural se volvieron la ruta de los automóviles. Para conservar la peregrinación por los caminos originales, en algunos momentos hay que seguir la ruta al lado de una pista. A veces también aparecen caminos alternativos, probablemente no los originales, pero eso sí, alejados de la autopista. En este tramo, hubo menos de eso, los senderos eran por caminos peatonales flanqueados por muros de piedra o árboles; vi muchos eucaliptos en los senderos (pensé que ese árbol solo aparecía en los Andes).En cierto momento del camino llegamos a un grupo de casas donde había un café-bar llamado “Campanilla”. Debe haber sido hacia las once de la mañana. Ahí paramos a comer una hamburguesa y un vino, que es lo que único que tomo en estos días. Miré la guía y me decía que el lugar en donde estábamos, “O Coto”, era el primer punto en que tocábamos la provincia de A Coruña, en castellano, La Coruña. Todos los días anteriores, desde nuestra llegada a Sarria, habíamos estado en otra provincia de Galicia: Lugo. No había caído en cuenta que en algún momento nos tendríamos que mover a otra provincia, donde se encontrará también Santiago de Compostela, y que esa provincia era La Coruña. La Coruña no es un nombre desconocido para mí debido a lo aficionado que era al fútbol cuando era un colegial. En esos tiempos, del Barcelona de Rivaldo y el Real Madrid de Raúl, había un equipo que les hacía batalla, como tal vez lo hace hoy el Atlético de Madrid. Ese era el Deportivo La Coruña. Recuerdo a Alvaro Luque, a Diego Tristán, a Roy Makaay. Mi hermano Alvaro se volvió incluso hincha de ese equipo, alguien le regaló esa camiseta de rayas celestes y blancas, tal vez ganaron La Liga en esos primeros años de los dos mil. Pues, veinte años después, aquí estaba yo poniendo un pie por primera vez en la provincia de La Coruña. Y aquí me voy a quedar por unos días porque todavía me queda harto Camino por recorrer. Al decidir sobre el viaje, simplemente tomamos la ruta del Camino Francés en sus últimas cinco etapas. Entonces hoy teníamos que llegar necesariamente a Arzúa, a 28.8 kilómetros de Palas de Rei. El punto medio, que, en un plan mejor pensado, hubiera sido la llegada de una etapa adicional más razonable, era Melide. Ahí Jorge, el presidente de la asociación de amigos del Camino en Sarria, nos recomendó que fuéramos a una pulpería llamada A Garnacha. En este viaje en que nuestra guía han sido las recomendaciones verbales de la gente, aquí nuestra parada técnica fue también un rotundo éxito culinario. Probamos el “Pulpo Gallego”. Una suerte de pulpo al olivo, como lo conocemos en Perú, pero con algunos toques adicionales de un polvito rojo y tal vez algo más que mi limitado vocabulario de persona que no sabe cocinar no puede describir. En fin, otro manjar que añado a la lista de platillos que describí en el anterior texto y que me hacen pensar que la comida peruana está emparentada con la cocina española mucho más de lo que inicialmente pensé. Hubo que volver a la realidad después de esto porque Melide era solamente la mitad del camino, faltaba la otra mitad. Esta vez, que no estábamos solos sino cerca a distintos grupos que también tenían propuesto llegar a Arzúa, lo desafiante no fue lo psicológico, sino lo físico. El trayecto fue extenuantemente largo y con muchas subidas pronunciadas. No ayudaba que no hubiera una sola nube en todo el cielo, ni una sola. En cierto momento fui consciente de cómo el camino en el último tramo fue una cuestión de subir y bajar tres cerros cubiertos por algunos bosques; no era más que eso, ese extraño ciclo de descender feliz hasta encontrar un bonito puente medieval para luego subir sufridamente las faldas de un nuevo cerro, teniendo con suerte algo de bosque para protegerse del sol. La entrada a Arzúa no fue mucho mejor. Justo lo que más se odia en el viaje, un sendero que va al lado de una autopista que conecta casas esporádicas y algún grifo. Visto de otra manera, era como una caminata cualquiera en una típica ciudad estadounidense. Todo este drama nos tomó casi exactamente ocho horas y media. Solo espero tomar un buen baño, descansar un poco y luego tratar de encontrar un buen pulpo gallego en alguna parte de Arzúa.
Camino de Santiago. Día 3. Arzúa, O Coto, Melide
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Hola seca, muy bonito el relato, me hizo recordar cuando hacíamos esos campeonatos con el pimboll pequeño hasta las madrugadas, y Álvaro siempre su equipo era Deportivo la Coruña, un saludo hasta donde te encuentres y sigue disfrutando el viaje