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No se preocupe Doctor, yo me encargo

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“Este whatsapp es todo un problema para las llamadas”, me dijo. Ya no le comenté que había sido yo quien le había colgado porque estaba en la zona silenciosa de la biblioteca cuando recibí su primera llamada. Amable y apurado me dio unas rápidas ideas para la preparación de la próxima presentación de su libro “El Indio en el Derecho” con el Instituto Riva-Agüero. Me contó también de unas peripecias finales con la edición, que era lo último que quedaba pendiente con el libro. “Queda solamente que lo leamos Doctor”.

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No ha pasado más de una semana desde esa nuestra última conversación. Ha pasado casi una década desde la primera. En aquella ocasión le llamó al derecho real de superficie, mi tema de tesis, “Uno de esos curiosos casos de los que hablaba Ihering que como fantasmas surgen del pasado”. Me exigió entonces aprovechar el año en Alemania y escribir a su amigo Thomas Duve para coordinar una estancia en la biblioteca del Instituto Max Planck en Frankfurt. Todos estos años después, ahora para el doctorado, otra vez ha sido él llevándome ante otra colega suya, para trabajar en esta silenciosa biblioteca. Habrá quienes lo recuerden como un magistrado, pero eso era algo pasajero en él. Habrá quienes lo recuerden como un historiador, pero él mismo decía que esa era “incompleta descripción”. Él fundamentalmente era un investigador del derecho, alguien que había encontrado su vocación en estudiar y descubrir más maneras de entender el derecho como un fenómeno social, un fenómeno de la vida y no solo de los textos legales, y que había aprendido a utilizar el método de la historia como su herramienta predilecta. Un historiador del derecho.

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Me dio la indicación de que participemos en la presentación de su libro como comentaristas Hans Cuadros, yo y todavía le quedaba la duda de qué otro académico podía ser. Yo me comprometí a pensar en ello y eso lo dejó tranquilo. “Gracias José Carlos, ya te tengo que dejar…”.