En nombre de Alan

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Las noticias te las informan primero los grupos de whatsapp. Apenas despierto miro el celular y ya hay un gran número de notificaciones de gente en Perú. Un grupo de ex compañeros de mi promoción de pregrado es el que ya se ha lanzado en su vocación de reporteros. A las siete en punto de la mañana uno de ellos preguntó si Alan ya había sido detenido e instantes después comentó “Alan se ha disparado un balazo… No se sabe su estado, no le deseo la muerte pero tampoco nada bueno”. A Alan se le odia seguramente, pero, ¿la muerte? ¿Qué se debe responder ante ello? ¿Qué se debe desear ante ello? Y la segunda fuente de información yo creo que es naturalmente el twitter. Un par de minutos en esa aplicación y ya tienes la versión light de todo lo que ha pasado en el mundo (en tu mundo). Alan se habría disparado en su casa en el momento en que los agentes del Ministerio Público fueron a detenerlo. Leí bien, se disparó con un revólver. Difícil de comprender la magnitud de la noticia. Y lo primero que se me viene a la mente al ver todo esto es la periodista Patricia Gamarra. En su twitter había estado desde hacía semanas sumando una chela (un emoticon de cerveza) por cada vez que Alan mencionaba el problema de la anemia en el país, el enésimo caballito de batalla que Alan había adoptado en su larga carrera política, esta vez para desestabilizar a Martín Vizcarra. Había prometido Patricia Gamarra que el número final de chelas que acumulara en este perverso juego sería el número de chelas que se pondría el día que se llevaran a Alan detenido. Y cómo dudar de esa apuesta si los grandes políticos de nuestro medio habían ido cayendo uno a uno a punta de declaraciones de empresarios brasileros en los últimos meses. No era una pregunta de si sí o si no, era una pregunta de cuántas chelas. ¿Podía ser tan fácil esto? Nunca nada sucede tan sencillamente en la vida, aquello que más esperas, o quizás no generalizaré, aquello que más espero nunca sucede, tengo que trabajar mucho para creer que no sucederá para que realmente suceda, y creo que eso es una regla de la vida, la ley de murphy. Y en efecto en eso pensé, esa apuesta segura de Patricia Gamarra ya no parece ir a suceder, Alan se ha intentado suicidar e increíblemente le está cerrando la boca a Patricia Gamarra (y a muchos otros), está ganando esa apuesta imposible de ganar. Y, sin embargo, no hay nada más que continuar el día, tengo que terminar de alistarme e ir a mi cubículo, tengo que reunirme a las nueve y media con Sami, mi compañera de trabajo en el seminario de Neil Brenner y tenemos que avanzar en el proyecto.

A las diez y treinta y tres de la mañana es de nuevo el grupo de whatsapp de los compañeros de promoción el que alerta y es el mismo compañero de la primera frase el que escribe: “Sí”; “Murió”; “Ala…”. En las últimas horas se había estado debatiendo médicamente, a la vez que políticamente, históricamente, judicialmente, su muerte. Esta acaba de confirmarse. No me puedo imaginar cómo esté Perú en estos momentos y, sin embargo, tengo solo media hora para terminar una lectura para un seminario antes de ir a un evento en el segundo piso del edificio Sackler. Termino al vuelo la lectura y salgo corriendo al evento. Es una charla titulada “1910 to the 4th Transformation” haciendo referencia a la Revolución Mexicana y a las promesas de reforma del recientemente electo Andres Manuel López Obrador. La organiza DRCLAS, el David Rockefeller Center for Latin American Studies de Harvard. Entro al salón y me saludo con Diane Davis, la profesora latinoamericanista con la que justamente estamos trabajando una investigación que considera el proceso de urbanización de los ejidos en México y que hacía unas horas me había enviado la propuesta urbana de López Obrador (AMLOPOLIS) para revisarla. Escuchamos una charla y luego otra, luego la rueda de preguntas y antes de que hagan una segunda pregunta, una investigadora del DRCLAS, una señora mayor, alza la voz y anuncia que Alan García, expresidente de Perú, acaba de fallecer de un tiro en la cabeza. La gente en la sala, investigadores y profesionales de Latinoamérica, más que todo de México, expresan un rumor rápido, alguien se anima a repreguntarle a la investigadora cómo ha pasado, pero rápidamente dicen “bueno, creo que seguimos”; muchos han venido de lejos para hablar no de Alan, sino de México. ¿Cuán importante era Alan en Latinoamérica? Algunos dicen que era el mejor orador de la región, tal vez olvidándose de Fidel, la verdad no sé qué juzgar de la parca reacción de los presentes en esta charla. Tal vez no era tan importante a nivel regional, tal vez Perú no es tan importante a nivel regional. Es, pues, un país de media tabla en todo. Pero lo que ha hecho Alan hoy está un paso más allá de lo que hacen los políticos en esta región, he hecho algo por la historia, por las páginas de los libros que serán dedicadas a él; culpable como seguramente era, se rehusó a salir de su casa enmarrocado, ya se había negado a ello con su intento de asilo, ahora lo hace nuevamente, pero esta vez es diferente. Todos los políticos básicos enmudecen, se suavizan, se retraen cuando está la cárcel de por medio, aprenden a vivir en la cárcel, se vuelven más cristianos, vuelven a pensar en sus familias, en su hogar, reciben un lavado forzoso de toda la suciedad de la política. Pero Alan no, Alan es en sí mismo la política, es el amo de esa suciedad y su preocupación por su lugar en la historia va más allá de su partido, va más allá de su dinero, va incluso más allá de su esposa, sus hijos, su hijo menor, es capaz de tomar la decisión final pensando en esas páginas de la historia. Eso, pues, lo separa del resto de los políticos que hemos tenido en todo el tiempo en que yo he vivido.

Termina a las cinco el seminario con Neil Brenner y nos vamos caminando con él desde el quinto piso de Gund Hall hasta el tercero pasando por los trays. En esos instantes de caminar me dice, “No te preocupes, mándame tus ideas sobre el paper cuando puedas, imagino que debes estar con la cabeza en otro lado con lo que está pasando en Perú”. Él, que no es un latinoamericanista, ha escuchado también las noticias. Yo le digo, “Sí, la verdad es que en este momento en Perú están de cabeza” y le cuento lo que parece estar pasando, lo que parece ser una movida maestra, la movida final: el suicidio vuelve en una figura sanguinaria al fiscal a cargo del caso, ya esa figura de persecución irracional se había ido fomentando en los últimos meses. También pone en ascuas al gobierno, que decididamente apoya la labor de los fiscales. También cierra la boca de todos los que no veían el día en que Alan saliera enmarrocado de su casa. Finalmente, le da un empujón casi sin precedentes a un partido aprista que había estado moribundo por su cercanía a los casos de corrupción. O tal vez me esté equivocando largamente, pero esa es mi lectura de esta movida en este momento. Consuelo a Neil diciendo que esta noticia viene en un contexto en el que, felizmente, el aparato institucional de Perú está funcionando, se ha seguido la sucesión presidencial después de la renuncia de PPK, está en marcha un proceso de investigación de parte de un equipo fiscal serio, el suicidio es, en última instancia, no una desgracia nacional, solamente una desgracia personal. E inevitablemente Neil me empieza a preguntar sobre cómo deben haber sido los entretelones del momento del suicidio, qué clase de situaciones se habrán presentado en el momento de decidir matarse. Y yo no lo sé, no sé cómo es que había decidido todo esto, cómo había vivido esos últimos instantes Alan, lo más cercano que recuerdo es la entrevista que vi ayer, donde Alan responde con cotidianeidad a las preguntas de Carlos Villareal, un lamentable entrevistador, quizás buen reportero, pero de los peores entrevistadores que he visto, qué pena que Alan tuviera su última entrevista con él. Ya ahí el tema de la discusión había sido su inminente detención y no recuerdo haber podido leer nada en las palabras suyas que puedan asemejarse a unas palabras finales, a un momento de especial tensión, a una despedida final, qué pasaría por la mente de Alan en ese momento, por qué entraba a las minucias de los documentos de su caso, por qué solo mencionó casi de pasada su lugar en la historia, no lo comprendo.

Tengo horas de oficina con Diane Davis a las cinco y quince. Ya voy preparado para, en nombre de Alan, darle explicaciones sobre las noticias de este día.

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