Al llegar me había animado a tomar el tren debido a que confiaba en mi habilidad de entender los mapas. Si lo había hecho en Tokyo tenía que poder hacerlo acá. En efecto, resultó muy sencillo. Más allá de sufrir con el peso de las maletas y con ello hacer el ejercicio que no había hecho en meses, ha sido todo muy entendible en el camino hasta llegar al Child Hall, la residencia en la que me quedaré al menos un año. Lo único es que en el camino me perdí de algo de lo que solo después, al ir a comprar una computadora a Best Buy, me di cuenta, gracias a Eduardo. La estación Kendall tiene, o quizás debería decir es, un instrumento musical enorme. Son unos tubos como los de un órgano con una suerte de martillos que los hacen sonar y que se encuentran en medio de las dos vías de tren dentro de la estación. La forma de activarlos es a través de una palanca que se encuentra en ambos andenes. Uno jala esa palanca con suficiente fuerza como para hacer balancear los martillos hasta hacer que toquen ligeramente los tubos y se produzca un sonido muy similar al timbre de inicio de clase de las universidades en Japón. Fíjese Usted.
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