Solo estabas, sin atender al porvenir ni a tu agujeta suelta. Solo atendiendo a la gota de moco que estuvo por deslizarse, antes de ser arrastrada por la manga de tu cuello de tortuga. Era una calle de arena, hecha para los autos, pero tomada por la gente para caminar, sí, los autos les respetaban. Habías escogido esos zapatos negros escolares, no por lindura ni comodidad, simplemente porque desde él podías lanzar mejor al jugar las canicas. En ese tiempo no sentías frío y, eso sí, como hoy día, adorabas la lluvia y los resbalones, el barro que se formaba en esa precisa vía. Sabías también que había un hueco abierto por un maleante en esa reja. Uno que llevaba al Colegio Garcilazo, directamente al estadio y su gras verde, cuidado como ninguno en esa tu ciudad. Te arrastrabas por ese matorral, hasta sentir tu rostro picante con el roce de las hierbas. Y esperabas el timbre de salida del turno mañana.
Archivo por meses: mayo 2015
Mudanza Atribulada
Caminar embarrado, y de ti y de ellos, por calles empedradas, bodega e inca, siempre en sonidos amplificados, dicen ellos al sintetizar, expandir aquí y allá, clausurado de o sin misericordia, dios de las diapositivas sermones, tabladillo y hangar, quiero decir toldo remendado, a la italiana, vida nocturna y esperanza de escuchar a cada pregunta que sí asistirás, aunque falten 3, 2, 1, minutos, estás, te alimentas de las distancias, de las diferencias económicas, de las decisiones difíciles, de aquellas que nos diferencian del inerte elefante de la mesa de centro, una mesita, y una imagen a la que corriste para ver al otro lado del espejo, podré respirar? me dejarás transpirar? totalidad de tiempo y nulidad de ruedas, para poder servirte y entregarte una bandita que dice “espera con paciencia a que no pase el tiempo”, la frase china que nunca será un consejo, pero que siempre llevaré en mi billetera de personalidad y cuerina. Un bufalo central, como el tiempo en el que se tomó la decisión y la necesidad de conseguir un sucedáneo de la bendición del señor de Huanca.
Lastimada
Una espantada paloma fue el origen de aquella plumita blanca. Esa que cayó de su collar en ese rapto de miedo, que la precipitó a levantar el vuelo desde nuestro techo. Dejó caer esa plumita acompañada involuntariamente de una mínima gota de sangre o quizás de una gota de lágrima, no lo puedo afirmar, era un ser de uno u otro modo herido. Y esa plumita de su cuello cayó tambaleante, a merced de la brisa y del silencio, apreciando los segundos pasar, hasta llegar a parar al capot del viejo Toyota. El Toyota la recibió completamente empolvado, como lo dejamos por el intempestivo abandono, impertérrito como siempre en su mismo lugar, como haciendo guardia a esa nuestra guarida. Y como la ciencia pero también el sentimiento lo establecían la plumita tocó primero el capot con su punta mojada y se posó en ese lugar preciso con sumo protocolo. Y mojada como estaba la plumita y empolvado como estaba el capot, aquélla se quedo ahí fija, segura ya frente al viento y frente al silencio y frente a la indiferencia. Lo sé porque al llegar la vi aún ahí, moviéndose con gracia. Y vi además aquel círculo perfecto. Un círculo perfecto de limpieza que entre todo ese polvo se había formado en el capot, usando la pluma como radio, su pequeña punta como eje y a la brisa como fuerza de movimiento. Nunca se había rendido la brisa, pero nunca había vencido tampoco en separarlos. Solo dejaron con ello ese lunar en el capot, por lo demás llenísimo de polvo. Un lunar de gracia fija en el dolor.