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Ellos de verdad lo creían. Protestaban y protestaban, y gritaban porque consideraban tener derecho de zapatear el huayno, levantar polvo en la ronda, bailar mirando sus pies sin levantar la cabeza, meneando la cabeza, sintiéndose inentendidos, orgullosos de su entonación, más minutos de los debidos. A estos jóvenes yo conocí, grité con ellos, dediqué con ellos y nos despedimos todos, colocándonos siempre en un brindis aparte. A ese lugar volveré en octubre.