De gatos y cetáceos

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Martes 11:59 pm. El gato en sus pininos de conductor estacionó a duras penas el golf dos casas más allá de lo debido. En esta ciudad de miramientos y delincuencia, nadie mira con anuencia un auto negro estacionado en la puerta. Más si fue frente a la puerta del garaje. Me apuré, me apuré en patas delanteras a mover el respectivo, mientras el gato se encargaba de sus propios miniproblemas. Y sucedió que en el mismo momento de encender el carro, se abrió la puerta del garaje. El dueño, ¿el dueño? salía a imponer respeto sujetando con el brazo la soga del correspondiente can. Oh, sorpresa la mía al ver entre la lluvia a Ramón Huapaya cruzar el umbral. Lo vi cruzar la puerta sujetando un poodle blanco como amenaza, todo mientras yo con el rostro cubierto retrocedía el golf hasta la puerta de la Casa Dalí. Ya con el gato notificado y detrás de los arbustos, vimos al maestro de maestros de administrativo económico subirse con su acompañante a ese viejo sedán, que debe conservar por ser un auto metal hasta el mismo carburador y que de paso deja en claro que en el Rodrigo se trabaja por honor y no por mercedes y bmws. A la 1 de la mañana ya estábamos todos en Las Artes, las sorpresas que nos trae el extrañado invierno de esta Lima grisácea.

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