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Arturo Caballero Medina
ACTUALIZACIÓN: Recomiendo también la lectura del interesante post “El encanto de la sumisión” de Gonzalo Gamio sobre este tema
El encarcelamiento de Magaly Medina y los petroaudios y correos electrónicos de Rómulo León son los temas que continúan acaparando los principales titulares en los medios de comunicación nacionales. Atrás quedaron la inflación, los conflictos sociales en el interior del país, los esporádicos ataques del narcoterrorismo, la crisis económica mundial y ni qué decir del juicio a Fujimori. La mayor parte de la opinión pública está interesada en saber si Magaly saldrá o no de la cárcel, en las amantes de Rómulo León y los secretos que guarda, y en quiénes serán las próximos héroes y soñadores en Bailando por un sueño. Sin embargo, en comparación con estos sucesos, muy pocos están realmente preocupados por la salida de Augusto Álvarez Rodrich de la dirección de Perú 21 y de los principales columnistas de ese diario. (Y creo que mucho menos por la reunión de APEC, más bien noto a la población algo dividida: bien por el feriado largo, pero fastidiada por el cierre de calles y avenidas).
Es que existen ciertos temas talismán que provocan en la población una gran fascinación. Esto lo saben muy bien los expertos en marketing y publicidad: el asunto consiste en crear necesidades en el consumidor y convencerlo de que realmente requiere de aquello que, usualmente, prefería prescindir. En el caso de los medios de comunicación social, no es muy distinto, como podemos apreciarlo diariamente, ya que la agenda política nacional no la establecen los partidos políticos ni los intelectuales ni siquiera el gobierno: son los medios de comunicación quienes discuten sobre las cuestiones de interés nacional, son los periodistas de opinión quienes han reemplazado a los intelectuales en el cuestionamiento del poder, a veces acertadamente, y otras, de manera vergonzosa. A los políticos solo les toca la risible tarea de alimentar este circo, sin embargo, también generan pasiones encontradas en la opinión pública.
En este contexto nada promisorio ¿qué hacer con la libertad de expresión? ¿qué tan reales son las libertades cuando se constituyen solo como una arenga y no como una costumbre cotidiana y responsable? Personalmente, considero que la libertad de expresión en el Perú es un tema utilizado de manera oportunista por parte de sus eventuales defensores. A continuación, expongo las razones que sustentan mi postura.
En primer lugar, cuando un gobierno socialista o dictatorial aplica censuras a la información, todos los medios de comunicación, con sus figuras más emblemáticas a la cabeza, cierran filas en defensa de la libertad de expresión. Así ocurrió, recordarán, cuando los periodistas más connotados del país (¿digo bien o debería decir más bien de Lima?) protestaron airadamente frente a la embajada de Venezuela debido al cierre de un canal de televisión en ese país; pero luego de enterarnos de la salida de Álvarez Rodrich de Perú 21, la indignación de la mayoría de esos periodistas brilla por su ausencia: se la guardaron de la misma forma que Federico Salazar, Mónica Delta y Nicolás Lúcar durante el fujimorato. A pesar de que lo de Perú 21 nos toca directamente, salvo algunas voces como Rosa María Palacios, un poco menos Beto Ortiz y, esto hay que reconocerlo, los bloggers y cientos de comentaristas que los frecuentan, en la prensa, radio y televisión ha rebotado muy débilmente esta noticia.
En contraste con lo anterior, cuando se trata de un gobierno liberal, apoyado por cifras macroeconómicas favorables, la indignación de algunos de aquellos periodistas antichavistas es mucho menos intensa. Me viene a la mente el caso de Frecuencia Latina cuando Montesinos favoreció a los hermanos Winter para quitarle el canal a Baruch Ivcher. Contrariamente a lo que sucede hoy, muchos periodistas protestaron abiertamente contra esta decisión. (Aunque también tuvo sus bemoles —Fernando Viaña defendió ardorosamente el canal contra la intervención de los Winter, pero, años después, integró una lista al congreso por el fujimorismo— dicha reacción decía mucho de lo que vendrían los años siguientes).
No sucedería igual con la salida de Fernando Ampuero de la unidad de investigación de El Comercio ni con la de Álvarez Rodrich de Perú 21. Al respecto, Cecilia Valenzuela lamentó la salida de ambos periodistas, pero atribuye la causa a una manipulación deliberada de los petroaudios y petromails que tuvo en ciertos periodistas, como Fernando Rospigliosi, a tontos útiles que le hicieron el juego a los que quieren desestabilizar la democracia. No sé si Cecilia les hace un favor o los recrimina. Como lo dije antes, existen temas más atractivos para la opinión pública y mientras los propietarios de los medios de comunicación estén más pendientes de la rentabilidad que de los principios que conducen la labor periodística, le darán al consumidor lo que le gusta, ya que así aseguran su cuota de participación en el poder entendido como capacidad de influencia.
Siguiendo esta línea, en el caso de Magaly, muchos periodistas de opinión sostuvieron que la sentencia era desmesurada y algunos alegaron que constituía un mal precedente para la libertad de expresión. Paradójicamente, esos mismos no emitieron opiniones tan vehementes respecto al caso Álvarez Rodrich, cuyas reacciones, como dije antes, fueron más bien aisladas, tímidas. Todos se hacían el muertito porque nadie quería comprarse el pleito. La moral de la responsabilidad se impuso a la moral de la convicción: actuaron por cálculo, evaluando reacciones, daños y perjuicios, costo y beneficio; y no por salvaguardar su propia integridad moral que, a la postre, es lo único que sostiene la credibilidad de un periodista. Sino que nos lo recuerde Nicolás Lúcar luego de protagonizar en vivo y en cadena nacional aquel vergonzoso infundio contra Valentín Paniagua.
Jorge Del Castillo explica la salida del director de Perú 21 como una decisión empresarial de los propietarios de El Comercio. Por lo tanto, no es que el Ejecutivo haya tenido algo que ver, sino, por el contrario, se trataría de una decisión autónoma en la que el gobierno no tiene ingerencia alguna. Flaco favor el que le hace Del Castillo a la nueva dirección de El Comercio porque, así como lo plantea, se trata de una decisión empresarial, utilitarista, calculadora, donde la ley de la oferta y la demanda, del costo-beneficio se impusieron a la autonomía que debe garantizar un medio a sus periodistas tanto para asumir el éxito como los perjuicios de su actividad. Asimismo, el mercado también nos explica el porqué del silencio cómplice de los periodistas estilo “protesta frente a la embajada de Venezuela en defensa de la libertad de expresión”. La oferta y la demanda nos dicen que la salida de Álvarez Rodrich no es rentable ¿quién lo conoce? ¿lo leerá el chofer de combi, el datero o el cobrador? No. Todos quieren conocer los faenones de Rómulo o si Lucianita era el cerebro de la operación. Como vemos, la calidad de las exigencias periodísticas de gran parte de la opinión pública son muy pobres, sino pensemos porque Laura Bozzo, Jaime Bayly y Magaly tuvieron tanto éxito.
A gran parte de la opinión pública poco le importa que un medio como Perú 21 haya sido silenciado tan sutilmente. El pretexto de la decisión empresarial es el velo que intenta cubrir el hecho de que existen métodos más refinados para coactar la libertad de expresión. El APRA ha perfeccionado la técnica fujimontesinista, ya que comprar líneas editoriales es muy riesgoso; tal vez los accesos al poder o compartir parte de este es más atractivo para aquellos propietarios de medios y para ciertos periodistas que alimentan la imagen del oficialismo en perjuicio de su propia credibilidad. Entonces, ¿Cómo puede sentir el ciudadano de a pie amenazada su libertad de expresión si no sabe como fortalecerla y mucho menos ponerla en práctica? ¿Cómo hacerlo si quienes deberían cuestionar el poder carecen de espíritu crítico? Tarea difícil. Traslado la pregunta a Cecilia Valenzuela.
¿Dónde están aquellos que se rasgaron las vestiduras por el cierre de un canal de televisión en Venezuela? Hoy callaron en todos los idiomas. Es así como defienden la libertad de expresión en el Perú y así como contribuyen a su desaparición. Muere aplastada por el silencio cómplice de los que no se atreven a decir que condicionaron su indignación a la rentabilidad del mercado. Desde aquí, mi solidaridad con Augusto Álvarez Rodrich, con todos los ex columnistas de Perú 21 y un especial reconocimiento a los que desde adentro, como Eduardo, Giacosa y al entrañable “Otorongo” (quien protesta sin cabeza), entre otros tantos quienes no esconden su rechazo contra una medida tan arbitraria y que no se tragan el cuento de la decisión empresarial autónoma sin ingerencia del gobierno.
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