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Carlos Arturo Caballero
El formato del comentario en un blog no brinda el espacio suficiente para delinear una respuesta completa a las interrogantes planteadas por los comentaristas. Se presta, sobre todo, a esbozos o pinceladas que ganan más en impacto inmediato que en profundidad. Por ello, es que decidí exponer mis ideas sobre un comentario vertido en este blog acerca del reciente artículo de Mauricio Aguirre -“El poder de la escritura”- que discute directamente con la editorial que Aldo Mariátegui publicó hace unas semanas bajo el título “Supa no supo”.
La primera cuestión no tiene relación directa con la refutación de las ideas de Aldo Mariátegui acerca de las lenguas, pero tiene que ver con parte de la argumentación de Mauricio Aguirre en relación al convencimiento de la superioridad cultural que amparó la Conquista de América. Respecto a la periodización del Siglo de Oro, Alan Martínez menciona que “Los españoles del siglo XVI no estaban orgullosos de su Siglo de Oro, porque, en primer lugar, ese rótulo se aplica al siglo XVII. Luego, como bien señaló Bartolomé Benassar, no existía una conciencia de que se vivía una edad dorada por parte de los hombres de dicha época: por el contrario, la literatura aurisecular está marcada por el desengaño”.
Al respecto, es necesaria una precisión: a pesar de las diferencias entre las periodizaciones sobre el Siglo de Oro, la mayoría de investigadores coincide en ubicarlo desde el siglo XVI al XVII (del Renacimiento al Barroco) cuyos límites son difíciles de definir incluso para los más entendidos en el tema, ya que el dilema consiste en determinar si se trató de continuidad y/o ruptura en ambas tendencias.
No obstante, es cierto que la conciencia sobre la grandeza del Siglo de Oro no fue paralela a su esplendor, sino en la etapa tardía (aprox. mediados del XVII cuando inicia su decadencia). Lo que el autor del artículo “El poder de la escritura” debió precisar fue esto. Sin embargo, el argumento de fuerza no se debilita porque se afirma que la conquista española se amparó en la creencia de una superioridad cultural basada en la posesión de una religión verdadera en oposición al paganismo y la idolatría; de una lengua escrita frente a las lenguas orales; y de todo un bagaje cultural (ciencias, humanidades, letras, artes, etc.) a las cuales se consideraba superiores. Encontraremos mayores alcances en La voz y su huella de Martin Liendhart (quien indaga en los mecanismos que posibilitaron la conquista entre los cuales destaca a la escritura, pero también analiza cómo, desde el margen, Guamán Poma de Ayala logró subvertir la jerarquía dominante).
En la segunda parte de su comentario manifiesta que le “parece aventurada la idea de que los españoles tenían prejuicios hacia las lenguas indígenas”. Una segunda precisión es urgente aquí. En Historia General de las Indias (1555), Francisco López de Gómara manifiesta al Rey Carlos I de España
“Mas no tienen letras, ni moneda, ni bestias de carga; cosas principalísimas para la policía y vivienda del hombre […] Y como no conocen al verdadero Dios y Señor, están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios de hombres vivos, comida de carne humana, habla con el diablo, sodomía, muchedumbre de mujeres y otros así. Aunque todos los indios que son vuestros subjectos son ya cristianos por la misericordia y bondad de Dios, y por la vuestra merced y de vuestros padres y abuelos, que habéis procurado su conversión y cristiandad”
Este texto contiene, como la gran mayoría de textos producidos por las mentes letradas desde el Nuevo Mundo, una cosmovisión etnocentrista -muy particular de la época a propósito- y además abiertamente prejuiciosa que buscaba justificar la empresa conquistadora amparándose en razones de fe.
Yendo a lo estrictamente lingüístico, tenemos que Antonio de Nebrija en el prólogo a su Gramática de la Lengua Castellana (1492) (atención a esta fecha y al convencimiento se superioridad cultural detrás de la posesión de la lengua castellana) expresa que
“que despues que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos barbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con ellas nuestra lengua; entonces por esta mi Arte podrian venir enel conocimiento della, como agora nos otros deprendemos el arte de la gramatica latina para deprender el latin.
I cierto assi es que no sola mente los enemigos de nuestra fe, que tienen ia necessidad de saber el lenguaje castellano, mas los vizcainos, navarros, franceses, italianos, y todos los otros que tienen algun trato y conversacion en Espana y necessidad de nuestra lengua, si no vienen desde niños ala deprender por uso, podran la mas aina saber por esta mi obra”
En atención a esto, considerar que “el debate sobre la superioridad de las lenguas se ubica en el XIX, no el XVI ni el XVII” no es una afirmación del todo exacta: tal creencia de superioridad, atravesó los siglos y subsiste en el presente. Prueba de ello es el pensamiento tras la editorial de Aldo Mariátegui y la no insignificante cantidad de adherentes que lo avalan.
Asimismo, es necesario aclarar de quiénes hablamos cuando hablamos de los españoles. Aquí las precisiones son muy necesarias para no caer en generalizaciones, en verdad, aventuradas: la conquista fue una empresa político-eclesiástica. No en vano ambos poderes (arzobispo/virrey; la cruz y la espada) luchaban por el control. De esto se sigue que no siempre coincidían en sus intereses.
A parte de ello, al interior de la Iglesia tampoco existía tal comunidad de intereses. Prueba de ello es que algunas órdenes como los jesuitas efectivamente buscaron humanizar la evangelización mediante la búsqueda de equivalencias culturales entre ambas culturas.(Los primeros estudios antropológicos -muy aparte de lo acertados o no- en el Nuevo Mundo provinieron de misioneros, quienes se basaron en la observación directa de la vida cotidiana de los nativos ganados para la fe católica).
No obstante, la pregunta es ¿fue esta la actitud predominante durante la conquista y la colonia o se trató más bien de una tendencia disidente? Vale recordar lo que sucedió con las reducciones en el Paraguay y el motivo por el cual fueron despojados los jesuitas del control de las mismas. Eminentes jesuitas como Francisco Suárez (1548-1617) y Juan de Mariana (1536-1624), a poco de haberse fundado la Compañía de Jesús, habían desarrollado las teorías del origen del poder en el pueblo; del tiranicidio para quien se apartara de la misión de atender al bien común; y respecto del contenido impositivo de esta última, diseñaron la teoría de la ley tributaria injusta, con caracteres indelebles de innegable actualidad. Por razones obvias, Carlos III decidió su expulsión. Para mayores indagaciones, sugiero revisar “La expulsión de los jesuitas y la política fiscal en la América Hispánica” de Juan Eduardo Leonetti.
La relaciones entre la espada (la monarquía) y la cruz (el papado) eran por momentos ambivalentes; sin embargo eran socios de la conquista. Dependían mutuamente para consolidar la dominación del Nuevo Mundo. Mientras la espada garantizaba la superioridad tecnológica y militar de los europeos, es decir, la dominación física de los nativos; la cruz procuraba convertir esa subyugación temporal en una de carácter permanente al destruir cualquier vestigio o antecedente cultural (generalmente religioso) de los conquistados. Así, el sometimiento militar inicial dio paso a uno de tipo cultural en el que los viejos ídolos y dioses fueron reemplazados por las nuevas manifestaciones cristianas. La conversión o evangelización no sólo tenía propósitos espirituales (salvar las almas de los indios), sino políticos, pues pretendía convertirlos en siervos de la corona española o portuguesa. De esa forma la “fe” y el “hierro” colaboraron entre sí para convertirse en uno de los aparatos de dominación más efectivos de la historia de la humanidad. Por todo esto, pecaríamos de ingenuos al pensar que el espíritu que animó el accionar del padre Bartolomé de las Casas o del padre Antonio Ruiz de Montoya fuera la marca distintiva de la Iglesia en su conjunto. (Reservamoral.org aborda extensamente el rol de la evangelización en tiempos de conquista. Recomiento su lectura a propósito de unas declaraciones de Benedicto XVI en Brasil).
Finalmente, Alan Martínez afirma que “el comentario de Aldo, a pesar de su desenfado, aporta mucho más que el de Henry, quien solo aprovecha la oportunidad para adular a su jefe, al igual que el dueño de este blog”. Hasta antes de esta afirmación, las discrepancias se desenvolvían en el campo de las ideas, pero luego pasaron a la calificación facilista y gratuita. Pese a ello, vayamos por partes. ¿Cuál es el aporte que ofrece Aldo en su comentario sobre “El poder de la escritura”?
Qué cosa!!! Tanta huachafada socialistoide!!! Esta bien, respetemos a los quechua, aymaras y en fin a todos los amazonicos hablantes, pero, por favor, de que sirven esas lenguas en el mundo de hoy. Ellos deben adaptarse al medio, no al reves. Sus idiomas son inferiores en el mundo de hoy, pero no porque sea de brutos o etc sino porque no conseguiran ser competitivos. Se que muchos chicos del Cusco estan aprendiendo directamente del español el ingles, el frances, el chino. Idiomas que tienen relevancia, que los hacer productivos.
Su noción sobre el respeto cultural es sorprendente. Es más contemplación pintoresca o decoración folklórica. El respeto mutuo como actitud cultural permite la integración a pesar de las diferencias. Significa que acepto la posibilidad de aprender algo del otro y del otro también respecto a uno. En su comentario, Aldo afirma que hay un conjunto de lenguas que no sirven porque no son competitivas hoy como si la existencia de una lengua tuviera que justificarse por la oferta/demanda del momento. Es decir, como lo manifestó Virginia Zavala en relación a la polémica Sumire-Hildebrandt: “lenguas sí, pero hablantes no”. ¿Qué tipo de doble moral es ésa? Es del mismo tipo de aquella propia de algunos de nuestros pseudoliberales para quienes las libertades económicas y las libertades políticas corren por cuerdas separadas, es decir, bien vale olvidarse de la ética y los principios si hay dinero en el bolsillo: la lógica de la razón cínica. Insisto en saber cuál es, para Alan Martínez, el aporte de Aldo al debate.
De otra parte, ¿en qué radica la certeza del comentarista respecto a las motivaciones que guían mi postura sobre los contenidos de los artículos y/o comentarios en este blog? Debe saber el comentarista que cuando he discrepado de alguien, lo he emplazado directamente y sin ambages. Y cuando, por algún motivo, he cruzado la línea del debate e invadido otro espacio, he rectificado mis afirmaciones en el acto porque prefiero mantenerme en el terreno de las ideas. Coincidir no es adular, suscribir una postura ajena no es claudicar. El adulador y el oportunista se autoanulan, se alienan en pro de una causa en la cual no creen y de la que desean obtener provecho. En mi caso, procuro que las ideas sean aquellas protagonistas que interpretan mis convicciones.
Este ha sido, finalmente, el ánimo que ha guiado este y todos los artículos que he publicado hasta hoy.
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