Los ‘betlemitas’ en Lima


Cuantel de Barbones, donde estuvo el antiguo hospital Nuestra Señora del Carmen de los betlemitas

La también llamada Orden de Bethlem o Compañía Bethlemnítica fue fundada en Guatemala por fray Pedro de San José Betancourt en 1660; se trató de la primera congregación nacida en el Nuevo Mundo. Sus frailes llegaron al Perú, en 1671, durante el gobierno del virrey Conde de Lemos El primer betlemita fue fray Rodrigo de la Cruz, natural de Marbella (Granada). El virrey lo puso al frente del Hospital Nuestra Señora del Carmen (fundado en 1648 por el indio Juan Cordero y el presbítero Antonio Dávila), que atendía a los convalecientes; luego, se les entregó a los betlemitas otro hospital, titulado “incurables” de Santo Toribio, establecimiento que luego tomó el nombre “El Refugio”.

Además del cuidado de los enfermos, estos frailes también se dedicaron a la enseñanza de las primeras letras y se caracterizaron por divulgar los “nacimientos” o “belenes”. El que estaba ubicado en la casa de la Orden, en Lima, se hizo muy famoso, pues tanto el Niño Jesús como la Virgen María y San José podían “moverse” gracias a un curioso mecanismo de articulación. Por ello, en Navidad, los limeños acudían en gran número a este “pesebre” para disfrutar del espectáculo. Por sus barbas, los frailes de esta Orden también fueron llamados los “barbones”: usaban capa y sayal de paño pardo, con una cruz azul, ceñidor de correa y sandalias; la cruz fue luego sustituida por un escudo que representaba la Navidad de Jesús. Cuentan los testimonios que asistían a los enfermos aunque tuvieran males contagiosos y aunque fuesen herejes e infieles, y se les prohibía montar a caballo. La congregación también tuvo domicilio en Cuzco, Huamanga, Trujillo y Cajamarca. En 1808, acordaron quitarse la barba.

De otro lado, los frailes betlemitas arrendaron de los mercedarios un fundo entre lo que es hoy Miraflores y Surquillo para procurarse recursos en su labor caritativa: el fundo “Barboncito”, llamado así por las barbas de los frailes (hoy existe la Urbanización Barboncito en Miraflores, pero el fundo también abarcaba las inmediaciones de la avenida Domingo Orué en surquillo). Según algunos datos, la casa-hacienda de esta propiedad agrícola se encontraba donde hoy está ubicada la sede del Ministerio de Justicia (calle Scipión Llona 350, Miraflores). Poco fue el tiempo en que estuvieron los betlemitas en esta zona, pero el nombre se mantuvo durante todo el siglo XIX hasta nuestros días. Finalmente, en 1830, los “barbones” desaparecieron tras la disolución de la orden, decretada por el gobierno español por su apoyo a la independencia americana. Hay una tradición de Ricardo Palma titulada “Los Barbones” (se puede bajar de Internet).

Hospital Nuestra Señora del Carmen u Hospital de Barbones (Convento Grande de los Betlemitas).- La fundación de este hospital (1648), permitió que los indios convalecientes que salían del Hospital de Santa Ana no fuesen por “calles y plazas dándose al desorden, contrayendo nuevos y más peligrosos males por accidentes o reincidiendo en la enfermedad… atendiéndose al año tres milo indios y habiendo años en que no moría ni uno solo”, como detalla un documento colonial. Estaba ubicado en la calle Barbones (actual cuadra 15 del jirón Junín), cerca de la Muralla, llegó a tener 150 camas. Quedó arruinado después del terremoto de 1687, por lo que fue trasladado, por iniciativa de Fray Rodrigo, a un solar fuera de las murallas, ahora llamado Hospital de Barbones. El hospital se sostenía con las donaciones de personas virtuosas, limosnas y las rentas de la Orden, que lo administró hasta finales del XVII. Lamentablemente, el edificio del hospital desapareció totalmente en el siglo XIX al reformarse para que sirviera de cuartel militar. Por ello, la antigua Portada de Barbones de la Muralla de Lima se llamó así porque se ubicó cerca a las inmediaciones de la casa de la convalecencia de los indios, el cual estuvo a cargo de los padres Betlemitas a partir del año 1732. Estos sacerdotes lucían grandes barbas, motivo por el cual se les conoció con el sobrenombre de “barbones”. Asimismo, la calle Barbones era la actual cuadra 15 del jirón Junín; desembocaba en la Portada de Barbones.

El Hospital Santo Toribio de Mogrovejo.- Fue fundado en 1669 por el virrey Conde de Lemos, gracias al sacerdote huanuqueño fray José de Figueroa y el capitán español Domingo Cueto. Se le conocía con los nombres de “Refugio”, “Hospicio de Incurables” o “Santo Toribio de Incurables” y ocupó el antiguo local del Colegio de Caciques en el barrio de Maravillas (cuadra 12 del jirón Ancash), el mismo que conserva hasta la actualidad. Estuvo dedicado a la atención de mendigos inválidos e incurables de sexo masculino. El hospital sufrió con el terremoto de 1746, pero fue reconstruido por los betlemitas. En 1804, durante el gobierno del virrey Avilés, se creó el hospicio de incurables de mujeres, contiguo al de hombres, gracias a la donación que hizo la dama limeña Marian de Querejazu y Santiago Concha. “El Refugio” estuvo bajo la administración de los betlemitas. En 1862, fue adjudicado a la Beneficencia Pública de Lima y, en 1869, se encargó su administración a la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl (llegadas al Perú en 1858). El nombre “Hospicio de Incurables”, considerado denigrante y desconsolador, fue cambiado definitivamente en 1933 por el de “Santo Toribio de Mogrovejo”.
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La orden de San Juan de Dios en Lima


La plazuela de San Juan de Dios y parte de la estación del mismo nombre

Los “juandedianos” hicieron su aparición en el Perú en 1593 con el hermano Luis Pecador (u Hojeda). Sus miembros trabajaron intensamente por los enfermos y fundaron hospitales y casas de reposo para la gente más necesitada, lo que les significó el aprecio del resto de la población. En 1610, ya contaban con varios sanatorios en el Callao, Pisco, Huamanga y el Cuzco. Luego de la Independencia, la orden se retira del país en 1835 y regresa en 1952.

Iglesia y hospital de San Diego de los hermanos de San Juan de Dios.- En 1594, un piadoso matrimonio compuesto por Cristóbal Sánchez Bilbao y Lucía de Esquivel fundaron el Hospital de San Diego para convalecientes que saliesen del Hospital de San Andrés no curados totalmente, así como para ancianos tullidos e impedidos. La orden hospitalaria de San Juan de Dios fue la escogida por el matrimonio fundador para regentar el Instituto y, de esta manera, construyeron una sala de enfermería muy amplia y una iglesia vecina, de mediana estructura aunque bien adornada. Todo el complejo estuvo ubicado en la actual plaza San Martín.

Respecto a la iglesia, fue construida hacia 1600. Fue muy lujosa y en ella se celebraban grandes fiestas, por lo que el arzobispo Arias de Ugarte, en 1633, se quejaba pues no parecía iglesia de hospital. Su hermoso retablo fue diseñado por Constantino de Vasconcelos y tallado por José Lorenzo Moreno y Jofré Pizarro (1662). Lamentablemente, no tenemos más detalles sobre este templo, ni siquiera el padre Bernabé Cobo nos dice nada especial sobre ella. Fue reparada totalmente después del terremoto de 1687 por el alarife Pedro Fernández de Valdés. Con el terremoto de 1746, fue uno de los pocos complejos de Lima que no sufrió gran daño. Su iglesia recién se había remodelado bajo los cánones del barroco (había sido inaugurada el 23 de marzo de aquel fatídico año para Lima) con el diseño de Santiago Rosales, quien levantó una cúpula de madera, cal y yeso con ocho claraboyas y fajas alternas sobre gran tambor, y como remate una linterna ochavada, como detalla Jorge Bernales Ballesteros.

La ausencia de los “juandedianos” en el siglo XIX hizo que sus propiedades quedaran al abandono. Esto hizo posible que, el 17 de enero de 1850, durante el gobierno de Ramón Castilla, el ministro de Relaciones Exteriores, Justicia y Asuntos Eclesiásticos, don Manuel Bartolomé Ferreyros, firmara un decreto supremo entregando sus bienes a la Beneficencia Pública de Lima para que los empleara del modo que más le conviniera al interés público. La decisión fue la construcción de la estación del ferrocarril al Callao; la nueva estación, que se empezó a construir en julio de 1850, siguiendo los planos del ingeniero John England, también llevó el nombre de “San Juan de Dios”. Solo se salvó el convento, que permaneció en pie hasta 1914, año en que fue demolido para dar paso a la futura Plaza San Martín.

Hospital San Juan de Dios del Callao.- Fue construido en el caserío de Bellavista, en 1770, durante el gobierno del virrey Amat. Estuvo destinado a la asistencia de hombres y mujeres residentes en el Callao y a las personas que llegaban al puerto en las naves militares o de comercio. Fue también llamado “Hospital de Bellavista” y se construyó en los terrenos de la hacienda Bocanegra. Fue administrado por los betlemitas, pero en 1836 pasó a la Sociedad de Beneficencia del Callao. Desde esa fecha, se dedicó exclusivamente a mujeres, teniendo a su lado la Maternidad de Bellavista y a la Escuela de Enfermeras. Con el terremoto de 1940 se destruyó; fue clausurado y sus pacientes fueron trasladados al Hospital de Guadalupe. Luego, en 1968, se inauguró el nuevo Hospital de San Juan de Dios, construido por la Beneficencia Pública del Callao y equipado por el Fondo Nacional de Salud y Bienestar Social.
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III Coloquio Internacional ‘Hacia el Bicentenario de la Independencia del Perú’

Los días 14 y 15 de noviembre tendrá lugar el III Coloquio “Hacia el Bicentenario de la independencia del Perú”, organizado por el Instituto Riva-Agüero de la PUCP, en colaboración con la Embajada de España y el Centro Cultural de España.

En este tercer coloquio participarán importantes historiadores de Lima, provincias y de España. Se abordarán diversos aspectos de la vida peruana durante el proceso emancipador, tales como política económica, religiosidad, símbolos patrios, Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, vida militar, negociaciones y algunos frutos del proceso. Estas reuniones buscan mantener la presencia del Bicentenario en la conciencia colectiva hasta la conmemoración de la fecha clave del 2021, con la intención de impulsar en la sociedad la comprensión de los cambios y las promesas que se llevaron a cabo entonces, pero que debemos perfeccionar hoy para preparar el futuro.

Los días del coloquio, 14 y 15 de noviembre, funcionarán cuatro mesas de exposición y debate. EI III Coloquio tendrá lugar en la sede del Instituto Riva Agüero (Camaná 459, Lima) y está coordinado por los profesores Margarita Guerra y Juan Luis Orrego. La Conferencia Inaugural estará a cargo de la doctora Carmen Villanueva (PUCP): “La vida cotidiana en tiempos de la Independencia”. El ingreso al Coloquio es libre, previa inscripción hasta el viernes 11 de noviembre a los correos electrónicos ira@pucp.edu.pe y dira@pucp.edu.pe o al teléfono: 626-6600, consignando su nombre completo, correo electrónico de contacto y teléfonos. Las vacantes son limitadas. Se entregará constancias de asistencia a quienes participen en ambas jornadas (La expedición de la constancia tiene un costo de 20 nuevos soles)

PROGRAMA

LUNES 14 DE NOVIEMBRE

MESA 1 (4:30-5:30 pm)
Luis Bustamante Otero (Universidad de Ciencias Aplicadas)
Vida privada y crisis colonial. La sevicia en Lima en las postrimerías coloniales: algunas precisiones conceptuales y estadísticas

Maribel Arrelucea (Universidad de Lima)
Independencia, liberalismo y esclavitud

Paul Rizo-Patrón Boylan (Pontificia Universidad Católica del Perú)
En comisión del real servicio. El marqués de San Lorenzo de Valleumbroso y el fidelismo peruano

Preguntas: 5:30-5:50 pm.
Intermedio: 5:50-6:00 pm.

MESA 2 (6:00-7:00 pm.)

Marta Lorente (Universidad Autónoma de Madrid)
Constitucionalismo hispano: ¿una tercera vía?

Julissa Gutiérrez (Universidad de Piura)
El puerto de Paita: puerta de ingreso de propaganda revolucionaria y lugar de paso de insurgentes, 1812-1818

Deynes Dámaso Salinas Pérez (Instituto Francés de Estudios Andinos)
Los diputados peruanos en las Cortes Españolas. 1810-1814. Una aproximación a través de la prosopografía

Preguntas: 7:00-7:20 pm
Intermedio: 7:20-7:30 pm.

Conferencia Inaugural: Dra. Carmen Villanueva (7:30-8:00 pm.)
La vida cotidiana durante la Independencia

MARTES 15 DE NOVIEMBRE

MESA 3 (4:30-5:30 pm.)

Lizardo Seiner (Universidad de Lima)
La rebelión de 1811 en Tacna: liderazgos y represiones

Roxanne Cheesman (Pontificia Universidad Católica del Perú)
Economía y comercio del Perú a fines del siglo XVIII, según el manuscrito de José Ignacio de Lequanda

Dionisio de Haro (Universidad Rey Juan Carlos)
Independencia y política monetaria: el Banco Auxiliar de Papel Moneda

Preguntas: 5:30-5:50 pm.
Intermedio: 5:50-6:00

MESA 4 (6:00-7:00)

José Barletti
El proceso de la independencia en la Amazonía peruana

Fausto Alvarado (Pontificia Universidad Católica del Perú)
La historiografía y el Centenario de la independencia de las repúblicas sanmartinianas (Perú, Chile y Argentina)

Carlota Casalino (Universidad Nacional Mayor de San Marcos)
Los civiles de la Independencia y la construcción de héroes

Preguntas: 7:00-7:20 pm.
Intermedio: 7:20:7:30 pm.

Conferencia de Clausura (7:30-8:00 pm.)

Cierre:
Instituto Riva-Agüero PUCP.
Embajada de España.

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Los jesuitas en Lima (4)

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Colegio de la Inmaculada a inicios del siglo XX

La expulsión de los jesuitas.- En 1767 ocurrió un hecho que remeció profundamente no solo a la Iglesia, sino a la educación, la cultura y la economía de España y América. Fue la expulsión de la Compañía de Jesús, decretada por el rey Carlos III, quien guardó en su real pecho las razones de su decisión el 27 de febrero de aquel año. Mucho se ha debatido sobre los motivos de esta grave decisión. De hecho, años antes, Portugal y Francia habían ya expulsado a la Orden de sus territorios. Hubo un cúmulo de motivos, tanto civiles como eclesiásticos, incluso económicos (la orden tenía gran poder económico, cultural y político). Carlos III, de otro lado, debió soportar la presión de sus consejeros y servidores deseosos de neutralizar la gran influencia de la Compañía. Había celos y rivalidades en todos los campos respecto a los seguidores de San Ignacio.

La orden de expulsión llegó a Lima secretamente. Con estricta reserva, el virrey Amat dispuso todo a sus asesores, tanto civiles como militares. Así, en la madrugada del 9 de septiembre de 1767, los cinco domicilios de la Compañía en Lima fueron allanados en forma simultánea. Unos 700 hombres ocuparon el Colegio Máximo de San Pablo, el Noviciado de San Antonio Abad, la Casa Profesa Nuestra Señora de los Desamparados, el Colegio del Cercado y el Colegio de Bellavista (Callao). Poco a poco se les comunicó a los padres de la Compañía el Real Decreto de modo que, al atardecer del mismo 9 se encontraban concentrados en el Colegio de San Pablo (hoy San Pedro) todos los jesuitas que había en Lima y cercanías (haciendas Villa, San Juan, Santa Beatriz, San Borja, Bocanegra). Luego, también fueron llegando a la capital los jesuitas de las casas de pisco, Ica, Huancavelica, Huamanga y Trujillo, hasta sumar un total de 243. Finalmente fueron embarcados en el Callao en varios navíos con dirección a la Península. La mayoría de jesuitas terminó refugiándose en Italia, en los Estados Pontificios; allí les llegaría la terrible noticia de la supresión de la Compañía dictada por el papa Clemente XIV. Cabe destacar que, entre los expatriados peruanos, estuvo el estudiante arequipeño de 20 años Juan Pablo Viscardo y Guzmán, autor de la Carta a los españoles americanos (1791) y precursor de la Independencia hispanoamericana.

Fueron devastadoras las consecuencias de esta expulsión. Como dice el padre Armando Nieto, “De la noche a la mañana quedaban abandonadas, sin rumbo, centenares de escuelas, misiones, poblaciones. De orden del Gobierno español se desmantelaban, sin explicación, instituciones de cultura y ciencia que había costado mucho esfuerzo levantar y sostener. ¿Podía el estado prometerse encontrar fácilmente reemplazos para todo lo que yacía ahora desamparado?”.

El regreso de los jesuitas.- El Perú fue el último país de América al que la Compañía vuelve, habiendo sido el primero al que llegó en el siglo XVI. Fue el Obispo de Huánuco, Teodoro del Valle, que viajó a Roma con ocasión del primer Concilio Vaticano, quien tomó la iniciativa la gestionar el regreso de los jesuitas. Fruto de su encuentro con el “General” de aquella época, Pedro Beckx, acordaron enviar algunos padres para enseñar en el seminario de la diócesis. Así, en septiembre de 1871, llegó el primer grupo de cuatro jesuitas. Poco tiempo después, llegaron otros tres procedentes de Ecuador, entre los que se encontraba Francisco Javier Hernández, nombrado primer superior de la Compañía restaurada en el Perú. El monseñor Del Valle tomó la precaución de pedir permiso al gobierno de Balta, no sin la oposición de algunos sectores liberales.

El pequeño grupo se dividió en dos, uno a trabajar en Huánuco y el otro en Lima. Melchor García, un caballero piadoso, invitó a los jesuitas de Lima a que enseñaran en un colegio nacional que él dirigía. Luego, con motivo de una visita a la nueva Escuela Normal de Mujeres regentada por las madres del sagrado Corazón, el presidente Mariano I. Prado expresó su admiración por la labor de las monjas, al mismo tiempo que lamentó el hecho de que no existía una obra similar para varones. Pero, al enterarse de que los jesuitas habían retornado, el Presidente promovió un proyecto para confiar a la Compañía un proyecto similar. Fue así que se estableció, por decreto del 18 de mayo de 1878, la “Escuela Normal de Varones”, que, en realidad, fue el mismo colegio de Melchor García, ahora reformado y refaccionado. Así nació el Colegio de la Inmaculada, con solo 3 jesuitas y 101 alumnos. En 1879, llegaron 7 jesuitas más de Europa y, en 1880, los 9 miembros que estaban en Huánuco, abandonaron esa zona y bajaron a Lima a reforzar la labor de los padres y hermanos en el colegio de la Inmaculada.

Durante la guerra con Chile, los padres prestaron servicio como capellanes, y los hermanos como enfermeros. Además, el colegio se convirtió en hospital de sangre. Un episodio dramático fue cuando el coronel Cáceres se ocultó de los chilenos en el aposento del Padre Superior, mientras se curaba de una herida en la pierna.

Luego del conflicto, los jesuitas recibieron su antigua Iglesia de San Pedro, que pronto se convirtió en un centro para los apostolados tradicionales de la Compañía: la devoción al Sagrado Corazón, la congregación mariana y la asociación piadosa “Nuestra Señora de la O”. Un grave problema surgió en 1886. A raíz de un libro de publicado por el padre Ricardo Cappa, los jesuitas fueron expulsados del Perú tras una polémica decisión del Congreso. Aunque el presidente Cáceres vetó la medida, aconsejó a los padres para que se fuera, discretamente, por cuenta propia, Unos lo hicieron; otros, no. Una vez calmada la tempestad, en 1888, los jesuitas regresaron y reabrieron el colegio.

Desde Lima, dieron el salto a Arequipa para fundar el Colegio San José (1898) y encargarse del Templo de La Compañía. De este modo, con San Pedro, el Noviciado, una Casa de Ejercicios en Miraflores y su labor en Arequipa, se completó el cuadro de entonces, que duró hasta 1945. Desde ambas ciudades, los jesuitas fueron formando generaciones de jóvenes y asociaciones cristianas que cumplían un importante apostolado en ambas ciudades.

En 1946, el Papa le encargó a la Compañía la atención de la Misión de San Javier del Marañón (Maynas), un paso clave para llegar no solo a las fronteras sino a los pueblos aborígenes. Luego, a partir de 1950, con el crecimiento de la población, la Provincia abarcó buena parte del territorio peruano, extendiéndose por el sur hasta Tacna; en la sierra, hacia Cusco, Juliaca, Abancay y Huancayo; por el norte, hasta Chiclayo y Piura; y, en Lima, con las parroquias de Fátima, Santo Toribio, Desamparados y el Colegio San Francisco Javier. La idea era brindar apoyo espiritual y una educación que promoviera cómo contribuir al país. En este contexto, se inició el proyecto Fe y Alegría, para lograr una educación pública de calidad a favor de los más pobres, así como la participación en la fundación de la Universidad del Pacífico (1962) y orientar a la Pontificia Universidad Católica del Perú (durante el rectorado del padre jesuita Felipe Mac Gregor, entre 1963 y 1977) con la finalidad de dar un claro aporte al mundo profesional del país. Asimismo, durante los años sesenta, la Compañía vivió el espíritu del Concilio Vaticano II, para estar a tono con la nueva realidad latinoamericana: justicia y opción por los menos favorecidos (que fue también la orientación de Medellín y Puebla). De esta manera, las obras pastorales y la educación popular se multiplicaron en los sectores marginales de las principales ciudades del país.

El Colegio de la Inmaculada.- Jorge Basadre, en su Historia de la República, señala que en 1878 se abrió en Lima el colegio de la Inmaculada en el local de la calle Botica de San Pedro, funcionando como Escuela Normal de Varones y plantel de instrucción media. Fue clausurado, por disposición del gobierno, en 1886, pero reabierto en 1888. Su local pasó por varios lugares, uno de ellos en la calle Corcovado (hoy cuarta cuadra de la avenida Emancipación, ex jirón Arequipa), hasta que los jesuitas compran los terrenos del Jardín “Tivolí Francés”, ubicado en la novísima avenida La Colmena. En 1901, se coloca la primera piedra del nuevo local y, al año siguiente, comienza la mudanza; asimismo, junto al nuevo colegio, se inicia la construcción de un templo dedicado a Santo Toribio de Mogrovejo. En 1913, concluye la construcción del templo y en, 1920, se culmina la fachada principal.

Con el terremoto de 1940, el Colegio no sufrió mayor daño, pero la Escuela de Agricultura (hoy Universidad Nacional Agraria La Molina), funcionó por un tiempo en el local del colegio de La Colmena. Sin embargo, los jesuitas ya estaban buscando un terreno más grande para el colegio y los encuentran uno de 32 hectáreas a principios de la década de 1950 en Monterrico. En 1953, ponen la primera piedra de un nuevo y más amplio local. Fue así que, en 1956, se inaugura la sección Infantil en Monterrico, que había sido creada en 1950 con las Siervas de San José, quienes habían recibido el encargo de organizarla. Recién en 1967 se muda a surco la Sección Secundaria. Fueron 65 años en que funcionó el colegio en el local de La Colmena.

Fe y Alegría.- Según su portal en Internet, este proyecto educativo inició sus actividades en 1966 “con la creación de cinco colegios en las zonas pobres que circundaban el perímetro de Lima, aunque su fundación se registra el 31 de julio de 1965. El P. José María Vélaz vino de Venezuela en compañía de Ignacio Marquínez y José Luis Alcalde para trabajar en la obra. Luego de conversaciones con las principales autoridades políticas del país y con el valioso apoyo de la madre María Miranda de las Madres del Sagrado Corazón, quien motivó a las maestras de la Escuela Normal de Monterrico para colaborar en los primeros colegios, Fe y Alegría obtuvo sus primeros cimientos para caminar hacia su principal objetivo: educación integral de calidad para los sectores marginales. En setiembre del mismo año, el P. José Antonio Durana se incorpora a la institución como Director Nacional, posteriormente lo hacen el Arzobispo Augusto Vargas Alzamora y el P. Manolo García Solaz. Desde entonces, cada año Fe y Alegría ha ido creciendo gracias al cariño y apoyo de miles de peruanos, quienes a través de diferentes medios, han hecho posible la educación de miles de niños y adolescentes de escasos recursos. Los años 1967 a 1974 fueron tiempos de organización, constitución de equipos de trabajo para la dirección del Movimiento, el acompañamiento pedagógico de los centros, el cultivo de relaciones con el Estado y la búsqueda de las bases de financiamiento. En esta etapa se fortalecen las líneas de capacitación docente, reflexión sobre la educación popular y la educación técnica, construcción de colegios y la expansión a provincias. Entre 1975 y 1979 se enfatiza el trabajo de fortalecimiento del equipo y el accionar pedagógico, se potencia la educación técnica a través de talleres y una formación más integral, y se sientan pautas de una política de construcciones. La década de los 80 se caracteriza por una mayor preocupación por la calidad educativa, con soporte en una profundización del sentido de Misión e Ideario pedagógico de Fe y Alegría y en pautas de organización escolar. Desde la década de los 90, ya con una madurez adquirida a lo largo de los años, se emprende una política de diversificación de los proyectos educativos. Así, surgen los “Programas de Autoempleo”, la fundación de colegios en la selva, la expansión de la educación rural a través de redes escolares, la “Defensoría del Niño”, la Escuela de Padres y la Educación Radiofónica. Todo este esfuerzo responde al compromiso de ayudar a superar las necesidades concretas de los sectores populares menos favorecidos, para que ellos mismos sean protagonistas en la mejora de su calidad de vida”.

La iglesia y la parroquia de Fátima (Miraflores).- En la década de 1930, los jesuitas adquirieron un extenso terreno casi llegando a la Bajada de Armendariz donde instalaron una residencia y una casa de ejercicios. El 5 de Setiembre de 1955, inauguraron la Iglesia de Fátima, con toques de estilo neocolonial. Su diseño correspondió al ingeniero Guillermo Payet. Su planta es de tipo basilical, la nave central es más elevada que las laterales y, en el coro, destacan las esculturas en relieve de la Asunción de la Virgen realizada por Julian Alangua. Tiene 7 pinturas murales, concebidas por el pintor español Eusebio Roa. La imagen de la Virgen fue traída de Portugal y fue realizada por el escultor Jose Ferreira Thedin, quien trabajó, hasta 1952, todas las imágenes de la Virgen Fátima de Portugal. Recién el 7 de mayo de 1965, el cardenal Juan Landázuri Ricketts autorizó la creación de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima. Su primer párroco fue el padre José María Izuzquiza Herranz, y tenía como vicarios a los padres Martín Urrutia, Felipe de Benito y José Luis Maldonado. Este último fue nombrado párroco el 7 de mayo de 1966, y tuvo como vicarios a los padres Martín Urrutia y Felipe de Benito. El 7 de julio de 1965, el padre inició la escuela parroquial, cuya primera directora fue Carmen Aza. Correspondió al padre José Antonio Eguilior construir el atrio y el primer salón parroquial en 1967.

La Universidad Antonio Ruiz de Montoya.- Es la primera universidad jesuita del Perú. Inició sus actividades el año 2003, aunque con el respaldo de la larga tradición educativa jesuita en el país que se remonta, como sabemos, al Virreinato. En la segunda mitad del siglo XX, los jesuitas fundaron el “Instituto de Humanidades Clásicas”, que sería refundado bajo el nombre de “Escuela de Pedagogía, Filosofía y Letras Antonio Ruiz de Montoya”, en 1991. Ruiz de Montoya (Lima, 1585-1652), estudió en el Colegio de San Martín y entró de jesuita a los 24 años habiendo vivido, según se cuenta, los agitados años juveniles “peor que un gentil”. Ordenado sacerdote en 1612, fue destinado a la región del Guayrá, antiguo territorio del Paraguay. Por 25 años estuvo inmerso en el mundo de las reducciones de Río de la Plata, aquel utópico intento de crear una república de indígenas. Las expediciones armadas (bandeiras) que partían de Sao Paulo (paulistas) buscaban tierras para Brasil; mejor dicho, iban en busca de minas, a la caza de indígenas, y de paso, a quitar del medio a los jesuitas, organizadores de aquella república ideal. Él fue quien inspiró la famosa película La Misión (1986), dirigida por Roland Joffé, y protagonizada por Robert De Niro, Jeremy Irons, Ray McAnally y Aidan Quinn en los papeles protagónicos, y ganadora de varios premios internacionales.

Sobre las bases de esta Escuela, que empezó a funcionar en el Juniorado de Breña (calle Fulgencio Valdéz, detrás de la Iglesia y parroquia de los Desamparados) se fundaría la actual Universidad. Su creador fue el padre Vicente Santuc, de origen francés, quien canalizó su anterior experiencia institucional en el Centro de Investigación y Capacitación para el Campesinado de Piura (CIPCA) para cimentar con la Universidad Ruiz de Montoya una institución que intenta ser fiel al legado educativo misionero del pasado, gracias al vínculo que establece entre el conocimiento y la praxis. La UARM se presenta así como una institución de educación superior comprometida con la Fe y la Justicia, en búsqueda de una sociedad libre, inclusiva y sostenible, con un especial énfasis a la educación personalizada, tal y como se estila en las más de 200 instituciones de educación superior jesuita existentes en el mundo de hoy (Avenida Paso de los andes 970, Pueblo libre). Sigue leyendo

Los jesuitas en Lima (3)

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LAS HACIENDAS JESUITAS EN EL VALLE DE LIMA:

Hacienda San Borja.- Los terrenos de lo que hoy es San Borja pertenecieron a la familia Brescia y se ubicaban en la jurisdicción de Surquillo. Recién en 1983 se independizó y cobró vida propia. Su nombre viene de la antigua hacienda San Francisco de Borja, que en los tiempos coloniales fue propiedad de la Compañía de Jesús (en este caso, de los jesuitas del Noviciado de San Antonio Abad). Aquí se cultivó, hasta el siglo XVIII; alfalfa, olivos, trigo, cebada y maíz; también algunas frutas como pepino y zapallo. También había corrales con ganado ovino y vacuno.

Hacienda Chacarilla del Estanque.- Esta elegante urbanización, entre los distritos de Surco y San Borja, debe su nombre a que fue un fundo donde, en los tiempos virreinales, se mandó construir un Estanque para regar estos terrenos sino también las haciendas de San Juan y Villa, más al sur. En efecto, este Estanque, por el cual sus dueños cobraban un “estanco”, se nutría de las aguas de los ríos Surco y Ate, y las distribuía a otras zonas (es por ello que también en otros documentos se habla de este fundo como “Chacarilla del Estanco”). Desde el siglo XVII, la hacienda “Chacarilla del Estanque” fue propiedad de los jesuitas, quienes la convirtieron en un exitoso complejo agrícola con huertos de árboles frutales y olivares, cercados por tapias. El valor de esta propiedad, entonces, no solo dependía de su producción agrícola sino también del agua que distribuía su Estanque a otras propiedades y por el cual se sacaba una buena renta. Ya en la República, a finales del siglo XIX, la hacienda era propiedad del inmigrante italiano Vicenzo o Vicente Risso, quien calculó el valor de la propiedad en 21 mil soles.

Hacienda San Juan.- Inicialmente, fue una Provisión que el cabildo limeño concedió, en 1559, al vecino Diego de Porras Sagredo, nacido en Sevilla, y miembro de la generación de conquistadores del Perú; fue alcalde de Lima en 1572, 1575 y 1580. En la Provisión decía que “en el camino de Pachacamac junto al arenal hay un pedazo de tierra, sin agua y sin acequias abiertas que es baldío”. En efecto, no se le daba a Porras una buena tierra, pues era muy arenosa y sin suministro de agua. Fue así que quiso desprenderse de ella, para buscar una mejor propiedad agrícola, y se la concedió a la Compañía de Jesús en 1581, concretamente al Colegio de San Pablo. Huérfana de riegos y mediocre en su capacidad productiva, San juan se vio en la necesidad de expandirse en busca de agua, hacia Villa u otro lugar. Fue así que, en 1600, los jesuitas adquieren Chacarilla (del Estanque) para drenar aguas a la sedientas tierras de San Juan. A lo largo de los siglos XVII y XVII, los jesuitas supieron explotar las posibilidades de San Juan con cañaverales (rubro más importante), viñedos, olivares y ganado, así como arrendando partes de la extensa propiedad; casi 250 esclavos trabajaban en estas tierras. Con la expulsión de la Compañía, la hacienda pasó a manos de Temporalidades que, a su vez, vendió la propiedad a Joseph García y Urbaneja, antiguo arrendatario de los jesuitas. Luego, durante los tiempos previos a la Independencia, pasaría a manos de José Alzamora Ursino y Mendoza, quien la retuvo hasta los tiempos tempranos de la República. Más adelante, San Juan fue testigo de la tragedia de la guerra con Chile, a tal punto de regalar su nombre a una de las batallas que sellaron el triste destino de Lima con la ocupación del enemigo. Fue uno de los trofeos del Ejército Expedicionario chileno. Hoy aún podemos observar, en estado ruinoso, un sector de sus instalaciones, incluida la vieja iglesia.

Hacienda Villa.- Por Real Cédula de 1590, se confirió de plenos poderes al visitador de tierras Francisco Cuello para repartir y asignar predios en el valle de Surco entre quienes estuvieran dispuestos a adquirirlos. Grandes extensiones de tierras extensiones de tierras surcanas fueron declaradas en libre disposición. Así, la siempre despierta Compañía, a través de su Colegio Máximo de San Pablo fue favorecida con una merced Real (emitida por el cuarto virrey Marqués de Cañete) el 7 de mayo de 1795, que le concedió la propiedad del “Valle de Villa”, donde vivían naturales del pueblo de Surco. Solo eran 60 fanegadas, pero los jesuitas, con el tiempo, ampliaron la propiedad comprando más tierras circundantes (entre otros factores para procurarse de recursos hídricos), especialmente a Juan Tantachumbi, cacique y gobernador de Santiago de Surco. Los jesuitas también compraron esclavos, en un principio 100, para dar brazos a la nueva propiedad, que empezó a producir caña. Hasta la expulsión de la Compañía, en 1767, los jesuitas, a pesar de la falta de agua, lograron convertir a Villa en un complejo azucarero muy próspero, combinando el trabajo de algunos indios de la zona con más de 200 esclavos. Tras la expulsión, comenzó otra historia, que empezó con la intervención del oidor Pedro Antonio de Echeverz y Zubiza, a los pocos días de la orden dictada por Carlos III. Luego, la oficina de Temporalidades pone en subasta la hacienda (1778) y la adquiere, por 200 mil pesos, el comerciante Pedro Tramarría y Barreda, quien moriría en Lima en 1803. La hacienda entró a un proceso de transición, siendo administrada por el marqués de Montemira, uno de los albaceas de Tramarría. Hubo un remate y fue adquirida, en 1806, por José Antonio de Lavalle y Cortés, natural de Trujillo y acaudalado comerciante del Tribunal del Consulado de Lima. Lavalle y su descendencia serían los que tuvieron que encarar los trastornos desatados por la guerra de Independencia y los turbulentos años de la temprana República. En la década de 1850, la familia Lavalle se desprendería de la Hacienda Villa, que fue adquirida por el coronel Juan Mariano de Goyeneche y Barreda, patriarca de una de las más aristocráticas familias arequipeñas, quien, tras la abolición de la esclavitud inició la introducción de trabajadores chinos a la hacienda. La Guerra del Pacífico, con el saqueo de Villa y la sublevación de sus culíes, marcaría el fin de la era decimonónica de esta emblemática hacienda del sur de Lima.
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Los jesuitas en Lima (2)

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Actual Salón de Grados de la Casona de San Marcos, donde antes estuvo la capilla Nuestra Señora de Lorento del Noviciado jesuita

Los jesuitas y la educación en la Lima virreinal.- La llegada de los padres de la Compañía fue un importante paso en la promoción de la educación juvenil. Establecieron el Lima varios colegios, de los cuales destacaron el Colegio Máximo de San Pablo, fundado en 1568; el Real Colegio de San Martín, creado en 1582, durante el gobierno del virrey Martín Enríquez de Almansa; y el Colegio Mayor de San Felipe, inaugurado en 1592.

Respecto al Colegio de San Pablo, sus profesores, todos jesuitas, gozaron de gran prestigio académico; algunos de ellos, autores de diversas obras como José de Acosta (De Natura Novi Orbis), Diego de Avendaño (Thesaurus indicus) y Pedro de Oñate (De Contractibus); aquí también enseñó el santo varón Francisco del Castillo. Su Biblioteca fue la más importante del Nuevo Mundo; en 1750 tenía 43 mil volúmenes, cuando la biblioteca de la Universidad de Harvard sólo contaba con 4 mil ejemplares. Cabe anotar que al menos 9 mil de estos libros formaron parte de la primera colección de la Biblioteca Nacional del Perú, fundada en 1821 por el libertador San Martín. Asimismo, su farmacia fue la mejor del Perú. Al principio, solo servía a toda la red de colegios y haciendas que tenía la Compañía en el Perú, pero luego se convirtió en la principal farmacia del Virreinato; de ella salió, por ejemplo, el primer cargamento de quinina a Roma, en 1631, por la habilidad del jesuita italiano Agustino Salumbrino, primer farmacéutico de esta farmacia, quien tras verla aplicada en los indios comenzó a suministrarla en Lima para la curación de fiebres y resfríos. La iglesia del Colegio es hoy en día la Basílica y Convento de San Pedro. El Colegio de San Martín, por su lado, recibía jóvenes entre 12 y 24 años y los adiestraba en Letras. Los alumnos procedían de todas las regiones del Virreinato y permanecían en el plantel hasta 4 años o más. Se calcula que desde la fundación del colegio hasta la expulsión de la Orden, pasaron por sus aulas unos 5 mil alumnos. De allí salieron futuros nobles, militares de alta graduación,. Obispos, arzobispos, oidores, asesores de virreyes, académicos, rectores de San marcos, escritores, alcaldes y varones eminentes de santidad. El virrey Teodoro de Croix dijo en su Memoria que la fama del colegio no desapareció tras la expulsión de la Orden y que su falta se dejó sentir en toda la extensión del Virreinato. Finalmente, el Colegio de San Felipe, para “hijos y nietos y conquistadores y personas beneméritas”, tuvo más categoría que el de San Martín y su Rector tenía que ser el mismo que el de la Universidad de San Marcos. A sus estudiantes se les exigía ciertas condiciones intelectuales, morales y físicas, además de acreditar distinción familiar y pobreza. Permanecían 8 años en el Colegio, donde estudiaban Artes, Cánones y Teología. No eran admitidos hijos de familias social y económicamente disminuidas, los castigados por la Inquisición, los mulatos, los zambos y los enfermos de males contagiosos. El plantel dejó de funcionar en 1771.

De otro lado, los jesuitas también se hicieron cargo de la educación de los hijos de los curacas (caciques) en dos famosos colegios: El Príncipe (Lima) y San Francisco de Borja (Cuzco). El de Lima se llamó así no tanto por el Príncipe de Esquilache, Francisco de Borja y Aragón, virrey del Perú entre 1616 y 1621 e iniciador de la obra, sino por el príncipe Felipe, el futuro rey Felipe IV. Estuvo ubicado en el Cercado de Indios de Lima y comenzó a funcionar albergando a unos 30 hijos. Una “Relación” de la época nos dice: Viven en comunidad; llevan un traje especial; un hermano jesuita les enseña lectura, escritura y cálculo; un maestro de capilla les enseña música y canto. Parte principal del día se dedica a la instrucción religiosa y a las prácticas de piedad.

El Noviciado Jesuita de San Antonio Abad (hoy Casona de San Marcos).- Según el libro de Reinhard Augustin Burneo (Orígenes y evolución del conjunto arquitectónico de la Casona de San Marcos. Lima, 2005), el primer Noviciado jesuita funcionó de 1592 hasta 1593 en el Colegio Máximo de San Pablo, actual conjunto de San Pedro. Luego se trasladó a la Casa de Santiago del Cercado, dentro de la reducción cercado de indios. Pero, debido a las dimensiones reducidas del local, se trasladó, en 1599, a la huerta de San José, junto al río Rímac. La insalubridad y la humedad de la zona afectaron la salud de los internos, por lo que la Compañía decidió construir la sede definitiva del Noviciado en la chacra o huerta de los jesuitas, conocida popularmente como la Chacarilla de San Bernardo. El 5 de noviembre de 1605, el receptor general del Santo Oficio, don Antonio Correa Ureña, mediante escritura pública, se comprometió ante el provincial de los jesuitas, el padre Esteban Páez, a donar un total de 42 mil ducados de Castilla para la construcción y fundación de la Casa de Probación y Noviciado de San Antonio Abad.

En 1608 quedaron concluidos los primeros trabajos del nuevo Noviciado, que se convirtió, por su organización, en uno de los exponentes de la vanguardia intelectual y poder económico que alcanzó la Compañía durante el Virreinato. Estaba compuesto por la Capilla de San Antonio Abad y dos patios: uno, junto a la iglesia, donde se encuentra hoy el Patio Principal o de Maestros; el otro, ya desaparecido, ubicado en un sector del actual Parque Universitario. Tenía, además, siete pequeñas capillas o ermitas distribuidas dentro de la amplia huerta o chacarilla. En 1613, el Noviciado amplió considerablemente el área de su propiedad con la compra de la casa y huerta de Alonso ramos de Cervantes, colindantes con el cementerio de la Iglesia de Guadalupe y con la Chacarilla de la Compañía, en los alrededores del actual Palacio de Justicia. Ese mismo año, los jesuitas, mediante un juicio de propiedad, se adjudicaron una casa inmediata a la inconclusa Capilla de San Antonio de Abad, propiedad hasta entonces de Diego Castrillejo. Sobre este sector se construyó la antigua portería del Noviciado, dentro del área que ocupa hoy el Patio de Letras. La primitiva capilla del Noviciado, construida a semejanza de la iglesia que hizo levantar el mismo Antonio Correa en su ciudad natal (Valdemoro, España) quedó concluida en 1614. Fue modificada como consecuencia del terremoto de 1687 y tenía, según testimonios del siglo XVII, una singular volumetría, una bella portada-retablo y una bóveda muy elevada sobre el crucero. Era una de las más bellas de Lima, hasta su destrucción por el terremoto de 1746.

El atroz terremoto de 1746 cambió para siempre la fisonomía del Noviciado, pues la Capilla de San Antonio Abad y la mayoría de los claustros, salones, bibliotecas, capillas y aulas se vinieron abajo. La tarea de reconstrucción duró varios años. Según Augustin Burneo, “La planta del nuevo edificio siguió, en líneas generales, el mismo trazado del anterior conjunto, tanto en la ubicación de los patios como en la disposición de los ambientes. Como resultado de este proceso se incorporaron nuevos patios y salones, como el Patio de Júniores o de Chicos, el Patio de Machos y el salón General. En 1766 fue inaugurada la nueva Iglesia del Noviciado, que reemplazó a la Iglesia de San Antonio Abad, destruida por un sismo dos décadas antes”. Finalmente, el 9 de julio de 1769, luego de la expulsión de los jesuitas, una Real Cédula determinó el nuevo uso del antiguo Noviciado como sede del real Convictorio de San Carlos, donde quedaron unificados los Colegio Reales de San Martín, perteneciente también a la Orden jesuita, y el de San Felipe y San Carlos.

¿Qué queda hoy del viejo Noviciado de los jesuitas?

a. El Salón General.- Su fecha de construcción data de la segunda mitad del XVIII y reemplazó a un salón general de la Orden jesuita destruido por el terremoto de 1746. En los últimos años del Noviciado y durante la etapa del Convictorio de San Carlos, fue el principal foro de discusión y el escenario de los más importantes debates académicos; a esto contribuyó su concepción arquitectónica, que dispone a sus ocupantes frente a frente, propiciando así el debate entre posiciones antagónicas. Su restauración concluyó en 1994.
b. Patio de los Jazmines.- Se ubica dentro de un sector que en una primera etapa del Virreinato estuvo ocupado por chacras y huertos, como lo confirman los restos de una acequia de regadío que los atravesaba, encontrada durante los trabajos de exploración arqueológica. Su planta y construcción corresponden a los años posteriores del sismo de 1746. Su restauración se inició en 1992.
c. Patio de Chicos.- También conocido como e “La Mula” o de los “Júniores Seminaristas” formó parte de las ampliaciones tras el terremoto de 1746. Los trabajos arqueológicos revelaron evidencias de antiguos cimientos que pudieron pertenecer a una de las siete capillas de los jesuitas que se encontraban repartidas en la Huerta del Noviciado y la Chacarilla de San Bernardo. El nombre de “Chicos” se dio durante los años del Convictorio, pues estaba destinado a la instrucción de los recién iniciados en los estudios. Su restauración concluyó en 1999.
d. Salón de Grados.- Situado entre los Patios de los Jazmines y de Letras, tiene sus orígenes en la capilla de Nuestra Señora de Loreto, levantada en la segunda mitad del siglo XVII como capilla interior del Noviciado, pero destruida en 1746 por el terremoto. Según las excavaciones arqueológicas, la primitiva capilla estaba ubicada en la parte posterior del actual Salón de Grados, y su plante era más reducida. La actual capilla corresponde a la reconstrucción del Noviciado; es de planta rectangular y está cubierta por una bóveda mixtilínea en madera, decorada con pinturas que representan a santos y doctores de la Iglesia. La bóveda solo conserva seis de sus nueve tramos originales. Tras la expulsión de los jesuitas, la antigua capilla fue transformada, recortándose el tramo de la bóveda donde estaban representados San Ignacio de Loyola y San Antonio Abad, en el extremo sur; también se retiraron dos tramos de la bóveda en el lado Norte de la capilla, que fueron reemplazados por una bóveda vaída que configuró el nuevo espacio del presbítero. La restauración se concluyó en 1998.
e. Antigua huerta.- Donde hoy se levanta la nueva cafetería es una mínima parte de lo que fue la gran huerta del Noviciado jesuita. A lo largo del Virreinato y de la primera República fue reduciendo su tamaño. El 6 de abril de 1770, tras la expulsión de los jesuitas, la huerta se subastó; la adquirió el doctor Miguel de Valdivieso, quien la volvió a vender al Convictorio parte de ella que regresó a formar parte del conjunto. Las obras de restauración concluyeron en 1999.
f. Patio de Letras.- También llamado de los Naranjos. Sus orígenes se remontan a 1613, cuando le fue adjudicada a don Andrés Hernández, Rector del Noviciado, una vivienda y solar ubicados en la parte posterior de la Iglesia de san Antonio abad. Aquí estuvo ubicada la antigua portería de la Iglesia y del Noviciado, que contaba con talleres, depósitos y establos. Las excavaciones arqueológicas en el sur del patio, bajo el nivel del piso actual, los cimientos de estas construcciones anteriores al Noviciado y evidencias de otra ocupación más antigua: un empedrado de cantos rodados y el arranque de un muro de piedra y barro. Su restauración concluyó en 2003.
g. Patio Principal.- También llamado de Maestros, es el más antiguo de la Casona. Su planta se ha mantenido inalterada desde la fundación del Noviciado. Colindante con la Iglesia, este patio albergó a lo largo de toda su historia las dependencias y dormitorios de las máximas autoridades de las instituciones que ocuparon la Casona. Su restauración concluyó en 2006.

El Cercado de Indios de Lima.- Una de las tareas más delicadas que debieron asumir los jesuitas fue la administración de la única doctrina de indios dentro de la ciudad de Lima: el Cercado. Sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XVI durante el gobierno del virrey de Toledo. Con el propósito de proteger y evangelizar a los indios dispersos de Lima, se fundó este pueblo autónomo y cercado con muros altos de adobe con tres puertas, las que se cerraban de noche para impedir que los indios salieran de noche para emborracharse o para evitar que sean molestados por los demás vecinos de la ciudad. De todo esto derivó el nombre de “cercado”. De acuerdo a los documentos, la fundación de este pueblo de indios y de su iglesia fue el 25 de julio de 1571, se allí su nombre Doctrina de Santiago del Cercado. De otro lado, antes de la construcción de la vieja muralla de Lima, ordenada por el virrey Palata, ya existía en la ciudad un barrio amurallado. En efecto, el pueblo de Santiago tenía un muro de 3 metros de alto, que rodeaba la reducción. Tenía 3 puertas de acceso y se construyó para vigilar y controlar mejor a los indios. En su interior, había una plaza en forma de rombo, donde estaba la iglesia, y calles rectas y alineadas a esta plaza. Las casas tenían una sola planta con una pequeña huerta.

¿Qué hicieron los jesuitas? Construyeron una iglesia (que luego el arzobispo Mogrovejo consagraría a la Virgen de Nuestra Señora de Copacabana) y una casona con cuatro cuartos y una huerta; asimismo, establecieron que las limosnas del Colegio de San Pablo sirvieran para la manutención del lugar; hubo también limeños que realizaron donaciones para cumplir con este esfuerzo “civilizador”. Otro tema que debieron enfrentar los jesuitas fue el de la evangelización de los indios. Comenzaron con un catecismo, muy didáctico, que luego fue mejorado y adaptado para otras reducciones. Era en castellano pero luego sería traducido al quechua por el padre Alonso de Barzana, doctrinero del Cercado, quien, además, llevaba los registros de todos los indios, por edades, condición civil y grado de evangelización. Lo cierto es que la reducción del Cercado se convirtió, por la eficiencia de los jesuitas, en modelo de evangelización y futuros doctrineros venían a ella por ser una buena “casa de lengua”, es decir, escuela donde se aprendía el quechua. En la iglesia de Santiago del Cercado se formaron cuatro cofradías que, en épocas de fiesta, especialmente en la del Corpus Christi, salían en procesión con muchos cirios y adornaban los altares con velas y flores; los padres controlaban en estas festividades a los indios para que no se embriaguen. Otra labor que cumplieron los padres de la Compañía fue la construcción de un hospital para indios. Se inició como una enfermería, fue creciendo hasta atender no solo a los indios del Cercado sino a de otros lugares, debido al esmero en la atención médica. También crearon una casa de reclusión para hechiceros o “dogmatizadores”, supuestos responsables de daños espirituales hacia la población indígena. La fundación de este recinto se hizo bajo el gobierno del virrey Francisco de Borja y Aragón, el Príncipe de Esquilache. Finalmente, en la escuela de la reducción, llamada Santa Cruz, los jesuitas enseñaban a los indios a leer y escribir, así como el adoctrinamiento de la moral y la doctrina cristiana para alejarlos de sus cultos idolátricos. La escuela de Santa Cruz, en síntesis, buscó concientizar y propagar una educación católica y humanística, ya que también recibían instrucción en música y canto.
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Los jesuitas en Lima (1)

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La iglesia de San Pedro en el siglo XIX, según el Atlas de Paz Soldán

En 1534, san Ignacio de Loyola funda la Societas Jesu (S.J.), una nueva orden religiosa aprobada por Paulo III en 1540. Sus integrantes, más conocidos como “jesuitas”, trataron de interpretar a la nueva Iglesia militante de la Contrarreforma. Los jesuitas llegaron a adaptar la doctrina cristiana a las difíciles circunstancias de la época. Se enfrentaron a las realidades políticas y morales de su siglo y tomaron parte activa en la educación, asuntos públicos y obras misioneras. Actuaron, por ejemplo, en las cortes reales como confesores y educadores de príncipes y nobles. Fundaron muchos colegios e impulsaron muchas misiones no sólo en Europa sino en las tierras recién conquistadas por españoles y portugueses.

Bajo su autoridad máxima y vitalicia, el “General”, un jesuita se consideraba a sí mismo como soldado de Dios bajo la bandera de la Cruz, listo para luchar por la propagación de la Fe ante los protestantes, los herejes o los infieles. La Orden, por ello, estaba organizada con criterios militares: rígida disciplina, voto de obediencia al Papa y prohibición de cualquier crítica a los superiores. Bajo estos criterios, todo el mundo fue dividido en provincias jesuitas, y su “ejército” de sacerdotes siguió los caminos trazados por los navegantes y conquistadores europeos.

Los jesuitas en el Perú.- El tercer General de la Compañía, san Francisco de Borja, gracias al interés del rey Felipe II, fue quien envió al Perú a los primeros jesuitas. La “expedición” estuvo compuesta por los frailes Jerónimo Ruiz del Portillo, Luis López, Antonio Álvarez, Diego de Bracamonte y Miguel Fuentes; y los hermanos Juan García, Pedro Lobet y Luis de Medina. Llegaron al Callao el 28 de marzo de 1568; en Lima fueron recibidos por el arzobispo Jerónimo de Loayza y los vecinos de la ciudad. Los jesuitas, por vez primera en América, no venían al Perú para ejercer apostolado solo a los españoles y mestizos de los centros urbanos. Especialmente se les designó como campo de trabajo la evangelización de los indios, según el deseo de san Francisco de Borja.

En Lima, los jesuitas tuvieron domicilios en el complejo de San Pedro y en el Cercado de Indios; también tuvieron casas en Cuzco, Potosí, Juli y Arequipa, así como centros misionales en La Paz, Panamá, santa Cruz de la sierra, Chuquisaca y Santiago de Chile. Al finalizar el siglo XVI, poseían 13 domicilios en el Virreinato del Perú. El incremento de sus miembros fue notable: en 1584 eran 132; en 1594, 232. Esto se debió no solo al contingente que vino de Europa sino a las vocaciones que despertaron en el Nuevo Mundo, como las de Bartolomé de Santiago (arequipeño), Blas Valera (chachapoyano), Juan de olivares (chileno), Onofre Esteban (chachapoyano) y Pedro de Añasco (limeño). Es importante mencionar la presencia de los jesuitas en Juli (Puno), donde establecieron un centro misional de primer orden, que luego serviría como modelo para las famosas misiones del Paraguay.

EL COMPLEJO DE SAN PEDRO:

La iglesia de San Pedro.- Los jesuitas llegaron en abril de 1568 y, según Anello Oliva, cronista jesuita, se alojaron en el Convento dominico. Ese mismo año consiguieron su solar, en el mismo sitio que hoy, y construyeron una capilla provisional. Al año siguiente, los jesuitas ampliaron su solar inicial y ponían la primera piedra de una iglesia más grande. Adquirieron más solares para lograr un espacio aceptable para la fundación que deseaban: el Colegio Máximo de San Pablo, creado en 1583. La iglesia se culminó en 1574 y fue ricamente decorada con retablos y relicarios; también tenía pinturas, especialmente del pintor romano (jesuita) Bernardo Bitti, quien también pintó el dorado de los retablos.

Como vemos, originalmente la iglesia se llamaba Colegio Máximo de San Pablo. Una descripción anónima de Lima hacia 1620 señalaba: “… la casa de los jesuitas era la más rica y poderosa de la ciudad, pues su iglesia hasta los frontales de los altares, eran de fina y gruesa plata”. Según fray Antonio de Espinoza, el culto se llevaba de forma lujosa en la vieja iglesia. Había en el atrio una ventana alta por la que salía un sacerdote los días de misa para que los esclavos de caballo no se quedasen sin doctrina, lo que en cierto modo era una forma de “capilla abierta”, muy usadas desde el siglo XVI.

La iglesia sufrió su tercera reconstrucción entre 1624 y 1636, y fue consagrada dos años más tarde. Tiene como modelo lejano a la Iglesia de Gesú de Roma, el templo jesuita más importante de la capital italiana; el padre Vargas Ugarte asegura que el padre Nicolás Durán Mastrilli llevó a Lima, en 1623, los planos de la iglesia romana.. A pesar de ser construida durante la época del barroco, es la más “renacentista” de las iglesias limeñas. Luego del terremoto de 1746, sus bóvedas de crucería serán reemplazadas por bóvedas de cañón seguido, confeccionadas en madera. El hermano Martín de Aizpitarte, jesuita de origen vasco, fue el que se encargó de la obra, pero no la vio acabada pues murió en 1637, un año antes de ser inaugurada.

Lo cierto es que el 31 de julio de 1638, los jesuitas inauguraron el nuevo templo de San Pablo en un sitio mayor que el viejo, derribado para formar un cementerio y el nuevo atrio. La nueva iglesia tenía 66 metros de largo, 33 de ancho y 33 en el crucero. El templo se adornó con costosos recuadros y muchas obras de pintura, sobre todo del pincel de Bernardo Bitti, cuyas obras de la vieja iglesia se mudaron a la nueva. Parece que en los arcos laterales había un lienzo de Bartolomé Esteban Murillo, que representaba la Sagrada Familia. El interior del convento tenía tres patios con pilares de piedra del siglo XVI. Hay pocas referencias sobre estos patios, pero sí hay descripciones de la Capilla de “Nuestra Señora de la O”, que estaba al interior del Convento.

Cuenta Jorge Bernales Ballesteros, que con el terremoto de 1687, se produjo un hecho excepcional, que desató una de las devociones limeñas más hermosas. Días antes del sismo (que ocurrió el 20 de octubre), una imagen de la Virgen empezó a sudar y llorar 32 veces, y cesó su llanto el día del siniestro. La imagen fue conocida después como “Nuestra Señora del Aviso”, y recibió gran culto desde entonces. Su fiesta fue ese día trágico de octubre, que dejó en pie pocos templos, uno de ellos el de San Pablo de los jesuitas. En efecto, con el temblor, no sufrió gran cosa el templo.

Con el gran terremoto de 1746, el templo sí sufrió un poco más. Los jesuitas tuvieron que rehacer la cubierta con el sistema de bóveda de cañón. Se perdieron las dos torres y, al reconstruirlas, las rebajaron un poco, con chapiteles “apiramidados” al estilo sevillano, que aún pueden observarse en los grabados del siglo XIX. El interior recuperó su belleza con sus antiguos retablos finamente restaurados, todo sin alterar la planta original del templo (nota: Tras la expulsión de los jesuitas, el templo tomó el nombre actual de San Pedro, 1770).

Plazuela de San Pedro.- La historia de esta plazoleta se remonta, según Juan Bromley, a 1626, cuando el procurador de la orden de los jesuitas, fray Cristóbal Garcés, se presentó al Cabildo diciendo que ya había tratado con el vecino Juan Esteban de Montiel la compra de unas casas frente a la iglesia de la Compañía; sin embargo, otro vecino, Pedro de Villarroel se las había apropiado y había empezado a derribarlas. Agregó el fraile que la Compañía quería esas casas para crear una plaza pública que sirviera de ornato a la ciudad pero también como lugar de prédica del Evangelio y adoctrinamiento de niños negros e indios sin interferir con los oficios que se celebraban dentro del templo; asimismo, la nueva plazuela serviría para dejar a los negros y criados y a los caballos y carruajes de los vecinos que concurrían a la iglesia. El tema ya se estaba viendo en la Real Audiencia, pero el padre Garcés acudió al cabildo para que apoyase también la causa. Al final, todo resultó como lo quiso la Compañía: Villarreal vendió las casas a los jesuitas con la expresa condición de que no se edificaría ningún inmueble para dar paso a la plazuela. Cabe destacar que, durante los años del Virreinato, también se le llamó “plaza de los coloquios”, porque en ella los jesuitas montaban sus funciones teatrales de tipo religioso; asimismo, desde la plazuela también podía observar el público lo que se escenificaba en el atrio de la iglesia. También fue llamada “plazuela del gato”, aunque no sabemos el porqué de este nombre. Desde 1986, se encuentra en esta plazuela el monumento al ensayista y diplomático peruano Víctor Andrés Belaunde, cuya escultura en bronce es obra Humberto Hoyos Guevara; el que fuera presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, está de cuerpo entero y dando cátedra.

La Capilla de “Nuestra Señora de la O”.- Ubicada junto a la iglesia de San Pedro, fue construida en 1615 por la Cofradía o Congregación Mariana de Nuestra Señora de la Expectación del Parto, conocida como Nuestra Señora de la O (por la “O” admirativa con que comienzan las antífonas latinas del Magnificat los 8 días que preceden a la Natividad); el director de esta congregación era el padre Juan de Córdova. Su primera descripción corresponde al padre Bernabé Cobo, quien dijo que tenía 38 metros de largo y 16 de ancho. Contaba con una sola nave cubierta de madera a tres paños formando un semi-exágono decorado con florones, piñuelas, pinjantes y molduras doradas. Asimismo, zócalos de azulejos y, frente al altar mayor, tres tribunas en el sitio del coro con baluastres verdes y dorados; tres órdenes de asientos en forma de teatro, pues también era capilla para actos literarios; finalmente, añade Cobo, en el altar mayor, un magnífico Cristo Crucificado de la escuela montañesina (es decir, parecido al Señor de Burgos). Con los diversos sismos que ha soportado Lima, la Capilla ha recibido varias remodelaciones y hoy es casi irreconocible a la descripción que nos dejara el padre Cobo. Por ejemplo, los cambios al neoclásico (retablos) que le aplicó el presbítero Matías Maestro hacia 1798. Hasta la expulsión de la Compañía de Jesús (1767), el Colegio San Pablo, de la orden jesuita, la usó como capilla, aunque siempre se consideró que era propiedad de la Congregación Mariana de Nuestra Señora de la O. Es notable el magnífico lienzo de La Virgen de la Candelaria, del Bernardo Bitti, que se encuentra en la sacristía de la Capilla.

Francisco del Castillo (Lima, 1615-1673).- Fue evangelizador de negro. Su vocación religiosa la sintió desde muy joven. A los 11 años, ingresó al servicio de Juan de Cabrera, deán del cabildo catedralicio y, gracias a las recomendaciones de éste, ingresó al colegio jesuita de San Martín. Allí destacó como capillero de la virgen de Loreto. A los 14 años, definió su vocación por el sacerdocio. En un principio, quiso trabajar en favor de los indios de las misiones jesuíticas de Maynas, pero la vida cotidiana de Lima le descubrió otra misión: la cristianización de los indios esclavos que, en esa época eran unos 20 mil en la Ciudad de los Reyes. Así, Francisco acudía a los hospitales donde eran derivados para tratar sus enfermedades y administrarles la confesión y animarlos para la esperanza. En su Autobiografía cuenta que una vez impidió un suicidio, pues encontró un negro a punto de ahorcarse, de quien dijo: “…consólele y quiétele los cordelillos, que el demonio le había depurado para el efecto…”. Aquí queremos resaltar dos aportes de Francisco del Castillo a la vida espiritual de la ciudad:

1. Su prédica dominical en el mercado del Baratillo, cercano a la orilla derecha del río Rímac. En esa plazuela, todos los domingos, en medio de mercachifles y compradores, subido sobre una mesa, impartía los conocimientos básicos del catolicismo a la población más pobre de Lima. Su prédica no era convencional. Recurría a la sorpresa y a los mecanismos del barroco a través de unas láminas y cuadros conocidos como los novísimos, unas viñetas diseñadas para mentes sencillas, figuras de personas en la gloria o en el sufrimiento, con el fuego del infierno. En la plazuela, Castillo instaló una muy venerada cruz de roble, que luego daría lugar a la ermita “Santa Cruz del Baratillo” (1673)
2. Su labor como reformador de la capilla levantada en honor a Nuestra Señora de los Desamparados, patrona de Valencia (España), que por entonces era una ermita ruinosa ubicada en una plazuela a espaldas del Palacio de los virreyes. Allí, hacia 1660, al pie del crucifijo de la Agonía, Francisco del Castillo dio por primera vez en el Perú e Hispanoamérica el sermón sobre la Pasión de Cristo (o Sermón de las Tres Horas), que se inició a las 12 del día y terminó a las 3 de la tarde. La tradición iniciada por Castillo la continuó otro jesuita, Alonso Messía Bedoya, y subsiste hasta nuestros días.

Luego de muchos años de predicación, trabajo pastoral y lucha por la dignidad de los más pobres de lima, murió Castillo el 11 de abril de 1673, a los 58 años de edad. De su vida santa se dio testimonio cuando aún vivía. Los jesuitas de entonces, como Estanislao de Kostka decía: “¿Y para qué nos remontamos al Paraíso, padres, teniendo en la tierra un ejemplo de tan prodigiosas virtudes como el padre Francisco del Castillo”.

La iglesia de Nuestra Señora de los Desamparados.- Fue demolida en 1939 para dar paso al jardín posterior del actual Palacio de Gobierno. Fue fundada a en la segunda mitad del siglo XVII, durante el gobierno del virrey Conde de Lemos. Si bien antes era una ermita, su primera piedra se colocó en 1669, perteneció a los jesuitas y la construcción quedó a cargo del alarife Manuel de Escobar; el padre jesuita Francisco del Castillo fue su principal impulsor. En su altar había una réplica, hecha en Lima, de Nuestra Señora de los Desamparados con el Señor de la Agonía; al costado del templo se ubicaba una casa profesa de los jesuitas y un Colegio de Niños. Nada pudieron hacer los conservacionistas de la época para impedir su demolición. En compensación, el estado peruano entregó a los jesuitas un terreno y levantó una nueva Iglesia en la avenida Venezuela, cuadra 12, Chacra Colorada (Breña).
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Los agustinos en Lima


Iglesia de San Agustín a finales del siglo XIX

Esta orden, creada en el siglo XIII, siguiendo los lineamientos de los escritos de Agustín de Hipona (354-430), se estableció en el Perú en 1551. Su “General” era el padre Jerónimo Seripando, quien autorizó la partida, desde España, de una veintena de frailes para evangelizar a los indios; el “superior” era Andrés de Salazar. Salieron de Salamanca, se embarcaron en Cádiz con rumbo a Panamá (donde se quedaron cuatro meses) y llegaron a Lima el 1 de junio de 1551: Luego que surgieron del puerto del Callao y se supo de su llegada en Lima, se conmovió el puerto y la ciudad. Apenas saltaron en tierra, iban tropas y tropel de bandadas de gente, y a los que les preguntaban dónde iba, les respondían que a ver a los santos agustinos que venían de España; de rodillas les besaban las manos y fue tan grande la veneración viéndoles la vida y experimentando sus virtudes, que por algunos años se hincaba de rodillas la gente ordinaria, y los indios cuando ellos pasaban, y estaban descaperuzados y bajas las cabezas hasta que hubiesen pasado, cuenta el cronista Antonio de la Calancha.

Los agustinos tomaron como primera residencia las casas ubicadas en la manzana de San Marcelo y luego (1573) la que actualmente se encuentra entre las calles San Agustín, Lártiga, Plazuela del Teatro y Calonge, a un par de cuadras de la Plaza de Armas. Dominicos y mercedarios protestaron por la cercanía, pues se desobedecía la disposición que fijaba en más de 200 cañas la distancia entre las puertas de los conventos de las órdenes; sin embargo, al final, los frailes de San Agustín se quedaron en esta manzana que ocupan hasta hoy.

En 1589, el convento de los agustinos ya contaba con 110 religiosos, 40 de ellos estudiantes de gramática, arte y teología. El convento y la iglesia estaban en construcción; en 1593, llegó a Lima la sagrada imagen del Cristo de Burgos, muy venerada hasta hoy. Por su lado, el padre Salazar envió, en una primera etapa, a sus frailes (que llevaban una vida ascética y rigurosa) por diversas poblaciones indígenas: Huamachuco, Huarochirí, Barranca, Manchay, Chilca, Mala, Cañete y Conchucos. Luego vendrían los conventos de Trujillo, Conchucos, Cuzco, Chuquisaca, Potosí, la Paz, Cochabamba. Arequipa, Huánuco, Guadalupe, Saña, Tarija, Huamachuco, Paria, Cotabambas, Cañete, Ica, Nazca y Chile.

Con el advenimiento de la República, la Orden ingresó en una prolongada crisis que se reflejó en una escasez de sacerdotes. A fines del XIX, la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas (gobernada por padres agustinos españoles) envió un grupo de frailes, al mando del padre Ignacio Monasterio, para reimpulsarla. El arribo se produjo en 1894 y se funda la Provincia de Nuestra Señora de Gracia bajo la tutela de la Provincia de Filipinas. Hasta 1903, en el convento de Lima había funcionado la Escuela de Primaria “Santo Tomás de Villanueva”, que fue reemplazada por el nuevo colegio San Agustín. De otro lado, en 1907 los agustinos aceptan la parroquia de Santo Toribio de Chosica y, en 1911, abren el Colegio Santa Rosa de Chosica para Primaria, Secundaria y sección de Internado. En 1958, en el antiguo convento, se abren las “Galerías de San Agustín” para tiendas y oficinas de renta y, en 1967, se habilita la playa de estacionamiento vehicular y el “Portal de San Agustín”, también para alquiler. En 1984, se inauguró la Iglesia del Convento, tratando de rescatar su antiguo estilo colonial. Desde 2005, la Provincia de Nuestra Señora de Gracia recupera su autonomía de la Provincia de Agustina de España. Actualmente, los agustinos tienen en Lima las siguientes parroquias: Nuestra Señora del Consuelo (Prolongación Primavera 1620, Monterrico); Nuestra Señora de Gracia (Calle 23 Nº 180, Córpac, San Borja); y Toribio de Mogrovejo (Avenida Trujillo 590, Chosica).

EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA GRACIA (Complejo de San Agustín):

Iglesia de San Agustín.- El 19 de julio de 1574 se colocó la primera piedra de la actual iglesia de San Agustín. En sus inicios, era pequeña y de aspecto rústico; en 1608, el carpintero Juan Mateos de Rivas añade a la construcción un salón techado de 60 pies de largo. Sin embargo, el terremoto del 19 de octubre de 1609 afectó mucho al naciente edificio, por lo que se convocó a una junta de alarifes, presidida por el prior y arquitecto fray Gerónimo de Villegas, para trazar un plan de recuperación del conjunto. De esta forma, se inició la construcción de una nueva iglesia y del actual convento que, hasta el terremoto de 1687, sería enriquecido con las siguientes obras:

a. El pintor italiano Angelino Medoro compuso para el refectorio el lienzo de la Virgen de la Concepción, de tamaño natural y rodeada de ángeles (1618).
b. El escultor sevillano Martín Alonso de Mesa Villavicencio hizo el retablo de Santo Tomás de Villanueva para la capilla de enterramiento de la familia Bilbao.
c. El escultor Pedro de Mesa culminó los retablos que dejó comenzados su difunto padre (1626).
d. El escultor Juan García Salguero hizo la sillería del coro alto (1627).
e. El pintor Antonio Dovela pintó y doró la bóveda de la capilla de Santa Lucía (1630).
f. El arquitecto y teniente Joseph de La Sida Solís, maestro mayor de la Catedral de Lima, construyó la torre esquinera (1636-1637).
g. El ceramista Juan del Corral hizo los azulejos para la capilla de la cofradía de indios de San Miguel (1642).
h. El alarife Luis Fernández Lozano hizo la nueva Sacristía y el entallador Diego de Medina le hizo el techo, así como su artesonado y cajonería (1643).

Todo este esfuerzo se vio seriamente afectado por el terremoto del 20 de octubre de 1687. Los frailes agustinos tuvieron que reconstruirlo totalmente. Por ello, en 1701 se inició la transformación del templo a una planta renacentista de tres naves comunicadas entre sí y con un amplio crucero. Luego, en 1710, se inició la construcción de su bella portada principal, cuyos gastos los cubrió un patronato dirigido por Bartolomé Noriega. De esta forma, el maestro cantero Ignacio de Amorín cortó y transportó las piedras de esta obra que se inauguró en 1712; lamentablemente, no se conoce el nombre del alarife que diseñó la famosa portada-retablo que, según el padre Antonio San Cristóbal, es “una fachada híbrida de estilo renacentista-barroco, sin mengua de su grandiosidad”. Para el arquitecto Juan Günther, “En el primero de estos cuerpos se ve el basamento con tracerías sobre el que se hallan cuatro columnas salomónicas, dos a cada lado de la puerta, cuyos fustes tienen una profusa decoración de hojas y flores. En los intercolumnios hay hornacinas con estatuas de santos. El segundo cuerpo que es tan exuberante como el primero se compone también de cuatro columnas, en cuyo centro se abre una gran hornacina que contiene una imagen en bulto de San Agustín pisando los bustos de dos herejes. El tercer cuerpo, que se separa del anterior por un cornizamiento ornamentado por cuatro cabezas de monstruos, en vez de las columnas tiene cuatro cariátides. El último cuerpo es el que contiene el vano de luz en forma ovalada que a comienzos de este siglo había sido convertido en una gran ventana circular y que afortunadamente hoy a recuperado su forma original”.

Durante esta etapa ocurrieron dos hechos peculiares:

a. La noche del 26 de octubre de 1743 ocurrió un episodio que conmocionó la ciudad y que es narrado por Ricardo Palma. El platero Lucas de Valladolid robó la Custodia de la iglesia de San Agustín para enterrarla en un lugar cercano a la Alameda de Acho y huir a Huancavelica. En dicha ciudad fue capturado y enviado a Lima. El 8 de diciembre fue ahorcado públicamente; previamente se le habían cortado las manos.
b. El tallado de la famosa estatua de “La Muerte”, realizada en madera por el escultor mestizo Baltazar Gavilán; los frailes agustinos la sacaban en procesión durante los días de Semana Santa.

Lamentablemente, otra vez la cruel naturaleza atentó contra el templo con el 28 de octubre de 1746. Hubo que hacer otra reconstrucción en la que nació la iglesia que hoy conocemos. Luego, en la guerra civil de 1895, una bala de cañón dirigida por las tropas de Cáceres contra las huestes pierolistas dañó gravemente la única torre que le quedaba a la iglesia de San Agustín (la otra fue derribada por el terremoto de 1746). Esto sirvió de pretexto para que los frailes agustinos emprendieran una de las más lamentables reformas que sufrió iglesia alguna en Lima. Así, en 1902 se decidió reconstruirla. Se derribó todo el techo de la iglesia y se retiró el zócalo de azulejos. Del antiguo templo no quedó nada, porque hasta la pared del altar desapareció. Se alteró el interior y el exterior del edificio, se demolió la magnífica torre, se eliminó la cúpula y el crucero, se desmontó el techo, se destruyó la escalera imperial del claustro principal, en fin, se quitó todo lo bueno y se dejó la apariencia pobre y lamentable que hoy luce su interior.

Portada lateral de San Agustín.- Pocos limeños advierten que al costado de esta iglesia, altura de la cuarta cuadra del jirón Camaná (calle Lártiga) hay una portada de dos cuerpos, estilo renacentista, con dos columnas jónicas, que siempre está cerrada y, hoy, protegida por una sencilla reja de fierro color verde. Según algunas informaciones, sería la portada más antigua que queda en Lima, trazada y labrada por el alarife Francisco de Morales en 1596. Antiguamente, solo durante la Semana Santa, dicho portón se abría para facilitar la salida de los fieles que iban a visitar las el templo o a escuchar el Sermón de las Tres Horas. Asimismo, algunos antiguos limeños recuerdan que, hasta bien entrado el siglo XX, no era raro ver muy temprano por las mañanas, una o más personas orando con el rostro contra el portón. ¿Cuál era el motivo? Pues había la creencia de que rezando un Padre Nuestro y algunas Aves Marías, con la cara hacia el portón, se podía formular una petición a san Agustín. Luego, había que esperar que pasara una pareja, ya sea un hombre con una mujer, dos hombres o dos mujeres. Si al pasar la pareja, en el curso de la conversación pronunciaban “sí”, significaba que san Agustín accedería a la petición; por el contrario, si la pareja pronunciaba un “no”, la solicitud sería denegada. Finalmente, como vemos en la imagen, la portada, construida con ladrillo sobre bases de piedra labrada, todavía conserva algo de la policromía que la adornaba originalmente.

San Agustín en la República.- Inmediatamente después de la Independencia, se produjo la demolición de un sector del convento agustino Nuestra Señora de la Gracia para dar paso a la Plazuela del Teatro (1822-1847). En efecto, se produce la lenta demolición de un sector del convento de San Agustín para cederlo a otros fines. Se trata de la “desacralización” de un espacio para hacer una plaza y facilitar el estacionamiento de coches y carrozas frente al Teatro de la Comedia (luego Teatro Principal y, hoy, Teatro Segura) sin obstaculizar el tránsito. Durante el gobierno del Protectorado, Torre Tagle y Bernardo de Monteagudo obligan a los agustinos a “donar” parte de su complejo. Las obras de demolición se inician en 1823 pero avanzaron lentamente hasta que, entre 1845 y 1847, durante el gobierno de Castilla, se construyen el edificio y los pórticos. Según el arquitecto Héctor Velarde, fue la primera obra de urbanismo en la Lima republicana.

Más adelante, luego de la guerra civil entre Cáceres y Piérola, en que quedó seriamente dañada la única torre que quedaba en pie, el 12 de octubre de 1902, se clausuró el templo por estar en estado ruinoso y el culto se trasladó a la capilla del convento mientras se terminaban las obras de reconstrucción del claustro principal, ya que se había demolido la escalera imperial del convento. A partir de ese momento, los agustinos inician una de las reconstrucciones más polémicas realizadas en un complejo religioso en los tiempos republicanos. En 1903, aprobaron el presupuesto para derribar todo el techo de la iglesia, para lo cual se picó todo el revoque de la iglesia hasta dejarlo en ladrillo y así ver el verdadero estado del templo; en este proceso, también retiraron el zócalo de azulejos. Del antiguo templo no quedó nada, pues se demolió todo por encontrarse que estaban sobre cimientos falsos; también se retiró el piso de ladrillo y se colocó uno nuevo. Finalmente, se colocó un altar provisional de madera.

En síntesis, las consecuencias de la reforma fueron las peores, pues se alteró el interior y exterior del edificio; se le cambió la escala con la apertura del rosetón (ventana circular calada) sobre la calle central (Jirón Ica); se afectó la portada de ingreso al convento, se demolió la magnífica y sólida torre, que le daba prestancia a la esquina del Jirón Camaná con la plazuela de San Agustín); se eliminó la cúpula y el crucero; y se desmontó el techo para para subirle la altura con otro nuevo y anodino. Afortunadamente, el proyecto no se concluyó, pues estaba prevista una gran torre central al eje del frontis, lo cual hubiera puesto en peligro la portada barroca, y dos ridículas torres a los lados. De todo este despropósito, solo quedó el muro perimetral de la iglesia y los cuatro pilares del crucero y, claro, la portada-retablo.

Escribió José de la Riva-Agüero sobre estas obras: “Los de la generación presente hemos visto derribar la maciza y majestuosa torre de S. Agustín, con sus torneados balaustres y agujas piramidales, a manera de obeliscos, pintadas en granate obscuro, hermana por solidez y el aspecto, de las cuadradas y recias torres de S. Francisco. No solamente echaron abajo los vulgares arquitectos el solemne campanario, con el pretexto consabido de hallarse ruinoso, después de la revolución del 95, cuando con buena voluntad y destreza era muy hacedero consolidarlo o recosntruirlo parcialmente, reproduciendo el mismo estilo, sino que demolieron con desdén y saña sistemática la pintoresca y anchurosa iglesia para substituirla por la horrible elefantiasis pseudo románica actual, sin respetar más que la churrigueresca portada, la cortesana y torneada sacristía (con la estofa y el esmalte dorado de sus imágenes bárbaramente recubierto de negro), y el espléndido artesonado de la antesacristía, que muestra en sus combadas formas y contexturas de quilla marítima, evidente herencia mudéjar. Pero fuera de estas tres joyas, ¡cuántas curiosidades atesoraba la rancia iglesia de S. Agustín, y han desaparecido sin remisión” (Añoranzas. Lima, 1932)

“San Agustín fue uno de los conventos más lujosos y ricos de Lima y no deja aún de demostrarlo. La primera piedra de su construcción fue puesta por el Arzobispo Loayza en 1592. Ahí está, entre otros ejemplos, la sillería del coro de la iglesia, primorosamente tallada, con sus columnillas clásicas, su famosa ante-sacristía, única en Lima por el magnífico techo mudéjar de tres planos que la cubre, con todas las galas suntuosas y decorativas de la tradición árabe, y la mueblería de esa sacristía, del más crispado y fino barroco del siglo XVIII. Entre la sacristía y el prepaartorio es de notar el lavatorio; composición notable con ángeles y conchas de alabastro a manera de fuentes, ejecutado en 1693. El claustro del Convento lo forman esbeltas arquerías de dos pisos en que las pilastras presentan en sus esquinas una menuda serioe de resaltes que corren dando vuelta por los arcos, creando un delicado efecto de suavidad y elegancia. En l apalnta baja, sobre la parte más alta de los corredores, se desarrolla un friso de óleos sobre la vida de San agustín, pintados por el notable maestro cuzqueño Basilio pacheco 1744-46” (Héctor Velarde, 1990).

Plazuela de San Agustín.- El lugar que ocupa esta plazoleta fue el solar de Francisco Velásquez de Talavera, alcalde de Lima en 1553 y 1566. Su residencia fue heredada por su hija, Inés de Sosa, quien se casó con Francisco de Cárdenas y Mendoza, también alcalde de Lima en 1595. Luego, en 1612, en este espacio se construyó un “corral de comedias”, propiedad de Alonso de Ávila y su esposa, María del Castillo. Según Juan Bromley, es posible que delante de este teatro se dejara un espacio libre para el público, lo que habría originado la plazoleta. Cabe añadir que para esa época, ya los agustinos habían construido tu templo y su convento en la manzana de al lado. ¿Qué hubo antes en esta plazuela? Antiguas fotografías demuestran que en su perímetro existía una casona con un espectacular mirador de corte gótico. Luego, en ese mismo lugar, se construyó, en 1955, el edificio de oficinas de la compañía “Peruano-Suiza”, donde funcionó, hasta inicios de la década de 1970, la sede de la embajada suiza. El inmueble fue diseñado por el arquitecto suizo Teodoro Cron, quien le prestó mucha importancia al peatón, a quien le dio un pasaje debajo del edificio, que permite ver la hermosa fachada barroca de la iglesia de San Agustín; actualmente, es el local principal del SAT, Servicio de Administración Tributaria. Asimismo, en esta plazoleta estuvo el monumento a Eduardo de Habich, fundador de la Escuela de ingeniero, por lo que se le llamó “Plazuela Polonia” (el monumento se trasladó luego a Jesús María). También estuvo aquí un obelisco en honor de Jaime Bausate y Mesa, fundador de la Gazeta de Lima, primer periódico del Perú y de América del Sur (luego se ubicó el monolito en el Campo de Marte). Actualmente, podemos admirar, al centro, una estela en homenaje al poeta César Vallejo, inaugurada en 1961. Esta obra del escultor vasco Jorge Oteiza es, quizá, la escultura más valiosa que hoy adorna Lima por la fama de su autor. Fue el primer monumento abstracto levantado en nuestra ciudad, en un lugar de tradición barroca, que significa la ruptura con la figuración y la exaltación romántica del personaje. Sin embargo, a pesar de todos estos cambios, la plazuela perduró con su viejo nombre de San Agustín.

OTROS OBRAS VINCULADAS A LOS AGUSTINOS EN EL VIRREINATO:

El Colegio de San Ildefonso.- Fue fundado en 1612 y fue el primero que tuvo iglesia toda de bóveda en Lima, tal vez obra de fray Jerónimo de Villegas. El padre Bernabé Cobo describe la iglesia, y dice que era pequeña, aunque fuerte y toda de bóveda. El pequeño convento tenía dos claustros. El primero de bóveda, con arcos dorados, uno de los más vistosos de Lima; el segundo, con el refectorio.

Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación.- Fue el primero de Lima y se fundó (en la calle Concha) el 25 de marzo de 1558 por Leonor de Portocarrero y su hija, Mensía de Sosa, viuda del conquistador Francisco Hernández Girón, y auspiciado por el padre agustino Andrés de Santa María; gozó con la protección del virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Inicialmente tuvo el nombre de Nuestra Señora de los Remedios. Fruto de las donaciones y del prestigio de sus recluidas, la comunidad de monjas pudo comprar la huerta de la Encarnación al capellán de ellas, Diego Sánchez. Así, el 21 de junio de 1562 pudo inaugurarse el monasterio con gran ceremonia. Lima vibró con este acontecimiento. El virrey Conde de Nieva, el arzobispo Jerónimo de Loayza y miles de limeños, en fastuosa procesión, celebraron el inicio del monasterio. A lo largo de la Lima virreinal fue el convento más poblado. En 1631, por ejemplo, contaba con 233 profesas de velo negro, 37 de velo blanco, 18 novicias, 45 donadas, 34 seglares hijas de nobles y más de 400 mestizas, mulatas, negras y esclavas al servicio de las monjas. Este convento también es considerado el Alma Mater de todos los conventos de clausura que se fundaron en la capital del Virreinato. Prueba de ello es que de él salieron monjas para la fundación del Monasterio de la Concepción (18 de Agosto de 1573); para reedificar y renovar el de monjas Bernardas (21 de febrero de 1579) y para fundar el Monasterio de Santa Clara (10 de septiembre de 1605).

El problema es que el local del monasterio vivió presionado por el crecimiento de la ciudad, por lo que su área original fue disminuyendo. En 1858 perdieron la mitad del terreno para dar lugar a una estación del tren a Chorrillos en lo que es hoy la Plaza San Martín. Luego, en 1910, le fueron expropiados 3.325 metros cuadrados para prolongar la avenida Nicolás de Piérola. Finalmente, el terremoto de 1940, al que le siguió un devastador incendio, destruyó de tal forma el convento y la iglesia que obligó a las religiosas a vender todo y trasladarse a su nuevo emplazamiento en la cuadra 17 de la avenida Brasil donde, desde el 6 de marzo de 1943, pasó a vivir la comunidad. El nuevo local fue diseñado por el arquitecto Alfonso G. Anderson, los padrinos de la obra fueron el presidente de la república Manuel Prado y Ugarteche y su esposa Enriqueta Garland, y fue bendecido por el monseñor Pedro Pascual Farfán, obispo de Lima.

La Molina.- El actual distrito de La Molina fue creado el 6 de febrero de 1962. Sin embargo, la historia de sus terrenos, ahora urbanizados, se remonta a varios siglos, desde los tiempos prehispánicos, cuando fue morada de diversos cacicazgos y paso del famoso “camino del inca”, del cual quedan aún sus vestigios. Luego de la Conquista, sus grandes extensiones de terreno fueron dedicadas al cultivo de hortalizas, caña de azúcar y algodón. Como sabemos, cuenta la tradición que el nombre de “La Molina” se debería a los numerosos molinos de caña o trapiches que existían sobre lo que hoy conocemos como “La Molina Vieja”. Luego, con el avance urbanístico de los tiempos republicanos, estos molinos irían desapareciendo, quedando tan sólo su nombre de recuerdo. Recordemos también que la tradición dice que, desde los tiempos coloniales hasta los primeros años de la República, los esclavos que eran llevados a la hacienda de La Molina eran sometidos a duras tareas; supuestamente recibían despiadados castigos que dieron origen al conocido pan-alivio A la Molina que en su estribillo dice: “A la Molina no voy más porque echan azote sin cesar”. Sin embargo, es más probable que el nombre del distrito se deba a una de estas dos historias respecto a sus diversos propietarios. Al rico comerciante español Melchor Malo de Molina y Alarcón, quien a principios del siglo XVII (1618) adquirió estas tierras para formar la hacienda, que luego pasaron a manos del Monastaerio de Nuestra Señora de la Encarnación. A doña Juan de Molina, esposa del capitán Nicolás Flores, quien al enviudar quedó como propietaria de esta hacienda a principios del siglo XVIII (1701). Desde ese momento, la propiedad sería llamada hacienda o fundo de “la Molina” (esta sería la versión más confiable).

El Agustino.- El nombre de este popular distrito, creado en 1960, se debe a su famoso cerro rocoso, tomado por los padres agustinos, durante la época colonial, para aprovecharlo como cantera, y emprender el lucrativo negocio de fabricación de bloques de ladrillos de cal. De allí el surgimiento de la “calera del agustino” y de la “chacra del agustino”, en alusión esta última a los cultivos que realizaban los curas de la orden de San Agustín en los alrededores del cerro.

Colegios.- Entre los colegios que administra la Orden en Lima tenemos, en primer lugar al tradicional Colegio San Agustín (Avenida Javier Prado-Este 980, San Isidro). Fundado el 15 de marzo de 1903, bajo la dirección del padre Ignacio Monasterio, su primer local estuvo ubicado en el convento de San Agustín, también llamado “Nuestra Señora de la Gracia”, en el jirón Ica del Centro de Lima. Funcionó, hasta 1920, como un internado. Sin embargo, con los años se convirtió en un colegio exclusivo, dirigido a los hijos varones de la clase alta limeña. El 16 de febrero de 1955, luego de 52 años funcionando en el centro Histórico, el plantel se mudó a su nuevo local de la avenida Javier Prado, en el cruce con Paseo de la República, en San Isidro. El 21 de diciembre de 1958, se inauguró y se bendijo la capilla del colegio, llamada Nuestra Señora de la Consolación; también se inauguró el pabellón de la Sección Infantil. Al año siguiente, se inauguró la Biblioteca y, 10 años después, en 1969 el gran Coliseo con capacidad para 3 mil espectadores (en 1963 se abrió la piscina). En 1978, cuando celebró sus Bodas de Diamante, fue inscrito en el Registro de Honor del Ministerio de Educación. En 1993 se dio el gran cambio cuando se dio inicio a la educación mixta o “coeducativa”; en 2004 salió la “Primera Promoción Coeducativa”. En 2003 se construyó el “Pabellón Centenario” en homenaje a los 100 años de fundación del colegio. Luego, citamos al Colegio Santa Rosa de Chosica (Avenida Trujillo 590, Chosica), fundado por los padres agustinos el 25 de febrero de 1911 e inspirado en homenaje a Santa Rosa de Lima. Empezó como internado de varones; en 1979 pasó a ser externado de varones para convertirse, en 1992, en colegio mixto. Este año cumplió su Centenario. Finalmente, tenemos al Colegio Parroquial Nuestra Señora del Consuelo (Prolongación Primavera 1620, Monterrico). Se fundó el 15 de marzo de 1999 en un espacio anexo a la parroquia Nuestra Señora del Consuelo, bajo iniciativa del padre Miguel Diez Medina, quien, como párroco, dispuso la creación de una escuelita. Hoy el colegio cuenta con casi 2 mil alumnos y está dirigido por el padre Eugenio Alonso Román.
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Notas sobre los mercedarios en Lima

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Grabado del siglo XIX: Iglesia de la Merced en el jirón de la Unión y la calle de Jesús Nazareno

No fueron tan numerosos como los franciscanos, dominicos o jesuitas pero los frailes de la Orden de La Merced también contribuyeron con la evangelización de los indios. Estuvieron desde la Conquista. En 1534 los tenemos en el Cuzco y acompañaron a Diego de Almagro a su fracasada expedición a Chile. Como no era una orden “mendicante”, pudo disponer de bienes inmuebles; así se hicieron de tierras y estancias.

Uno de sus más tenaces misioneros fue fray Diego de Porres, antiguo soldado convertido en evangelizador. Abrazó el sacerdocio en 1538 y trabajó en doctrinas de la sierra sur y de la actual Bolivia (llegó hasta Santa Cruz de la Sierra). Este misionero creó un interesante método que consistía en la enseñanza del catecismo usando los quipus, que suponía la colaboración cercana de los curacas y los indios cultivados. Esta modalidad de enseñanza fue sugerida en su Instrucción para sacerdotes doctrineros y fue extendida por los frailes mercedarios para propagar el catolicismo entre los indios. Otro mercedario destacado fue Martín de Murúa quien, por su afán evangelizador, se concentró en el estudio de la historia incaica. De origen vasco, Murúa aprendió el quechua y el aymara; asimismo, caminó por gran parte del Virreinato. De esta manera, dejó, en 1616, una crónica manuscrita en la que describía la vida cotidiana y los lazos de parentesco de la elite cuzqueña. Su texto, de gran valor para los historiadores, recibió el título de Origen y descendencia de los incas.

Los mercedarios en Lima.- Los mercedarios aseguran ser los frailes más antiguos de Lima, pues hay una tradición que cuenta que estuvieron en el valle del Rímac antes de la fundación de la ciudad. Dicha leyenda dice que tuvieron una ermita en el lugar donde hoy está la portería de su convento. Cierta o no la tradición, lo que sí sabemos es que estuvieron desde la fundación de Lima y que Pizarro les dio cuatro solares para fundar su convento. También se dice que el primero en hacer una misa en Lima fue un mercedario, fray Miguel de Orenes, fundador y primer comendador del Convento de mercedarios de Lima, que estuvo bajo la advocación de San Miguel Arcángel.

El convento de San Miguel.- La iglesia se construyó toda en el siglo XVI. La obra se inició en 1542; tuvo una nave, cubierta de madera, y capillas laterales comunicadas entre sí. El altar fue financiado por doña María Escobar, a fin de que fuera enterrada allí, según un contrato de 1542. El 1598, se le adosó una torre, contratada por el Comendador fray Diego de Angulo con Alonso de Morales, uno de los principales alarifes de la ciudad por aquellos años.

Del convento tenemos pocas referencias del XVI y principios del XVII. La fuente más autorizada es la del padre jesuita Bernabé Cobo, quien describió la Lima de ese tiempo: “en el convento no han acabado todavía el edificio, si bien de treinta añosa esta parte han labrado el claustro principal, que es uno de los más capaces y bien edificados de la Ciudad, con fuente de piedra en medio y cercadote corredores doblados, con los pilares altos de linda piedra traída de Panamá”. No hay más datos de la iglesia ni el claustro del siglo XVI y no podemos afirmar si lo que dice Cobo es absolutamente cierto pues todo se reedificó en el siglo XVII.

Los mercedarios inauguraron su iglesia en 1630, y fue obra de Pedro Galeano. Los frailes, con los años, siguieron embelleciendo su templo hasta que llegó el terremoto de 1687 que lo destruyó todo. Bajo las ruinas, lo mercedarios celebraron el culto en una capilla y se cobijaron en celdas de madera y caña. Para la reconstrucción llamaron a tres alarifes comisionados por el Cabildo, Diego Maroto; Manuel de Escobar y Pedro de Asensio. Ellos fueron los responsables de que surgiera, tras los escombros una de las más importantes expresiones del barroco hispano en la Ciudad de los Reyes.

Se respetó la planta original y se levantó la nueva iglesia con adobe y madera con excepción de la fachada principal, toda de ladrillo y piedra, que hoy todavía podemos apreciar. La portada-retablo que labrada entre 1697 y 1704 y es una clara evolución del estilo que se inició con la portada de San Francisco; además, inauguró en Lima, en las fachadas, el uso de las columnas salomónicas. Según Jorge Bernales Ballesteros: “Tres calles dividen los dos cuerpos de la portada dispuesta en dos planos distintos por columnas salomónicas pareadas. De acuerdo a la tradición limeña, un basamento corrido se quiebra en saliente bajo las columnas de ambos cuerpos, lo que unido al medio punto abocinado en forma de venera del vano de ingreso, imprime movimiento ascendente a la cornisa que en vez de romperse en forma de frontón abierto al gusto limeño, se quiebra formando un encuadramiento escalonado que no tiene precedentes no formó escuela en el arte de Lima. El segundo cuerpo tiene también cornisa quebrad, sobre hornacina de venera trilobular; sobre este eje un óculo avenerado –hoy cegado- llega hasta el ático de balaustres; un frontón curvo y abierto flanquea el escudo de al orden en liso paramento sobre el óculo central, que además interrumpe la balaustrada que une las dos torres. Las dos calles laterales, en distinto plano, están flanqueadas por pilastras con imbricaciones, como las que se encuentran en los retablos sevillanos del primer cuarto del XVII, decoración que también aparece en las pilastras de la hornacina central; los capiteles de estos soportes están formados por ménsulas invertidas y cubiertas por menuda ornamentación; elementos que también provienen del barroco hispalense de fines de dicha centuria, pues se encuentran en obras del círculo de Leonardo de Figueroa, como por ejemplo, el claustro de San Acasio de Sevilla. Es una portada compacta, de movimiento ascendente y gran riqueza por la profusión de relieves, molduras e imágenes que hacen de ella un colorido retablo en piedra y ladrillo trasladado a la calle”. Cabe destacar que la portada lateral de la iglesia, llamada por los limeños “Los Guitarreros” es posterior, 1765-1768, un ejemplo del barroco final en nuestra ciudad.

Según el arquitecto Juan Günther, “antes de la proclamación de la Independencia el infatigable introductor en Lima del neoclasicismo, el presbítero Matías Maestro, reconstruye totalmente el altar mayor que en 1810 será dorado por el pintor Félix Batlle. En 1807 el escultor José Vato labra una estatua de San Bernardo. En 1810 el platero José Palomino hace seis candeleros grandes de plata y el 30 de agosto de 1814 el dorador Andrés Bartolomé de Mendoza dora, graba y encarna las imágenes de la Virgen y San Juan del retablo de Jesús Nazareno… En 1860 el arquitecto Guillermo D’Coudry hace una refacción integral del templo de La Merced especialmente en lo tocante a la torre, las cúpulas y bóvedas entre el altar mayor y el coro. Pero a fines del siglo pasado la fachada de la iglesia de La Merced, incluyendo su magnífica portada, va a ser cubierta con una gruesa capa de yeso para darle un aspecto de arquitectura afrancesada que el templo jamás tuvo. Este maquillaje fue levantado afortunadamente en 1940 por el arquitecto Emilio Harth-Terré‚ para restituirle el aspecto original que le dio el notable alarife mercedario Cristóbal Caballero trecientos años antes”.

El padre Urraca.- Nació en España (Sigüenza, 1583), estudió con los jesuitas pero se incorporó a la orden mercedaria y llegó a Lima, donde se hizo sacerdote. Sus hagiógrafos cuentan que sufría constantes tentaciones del demonio que lograba vencer con rezos y cilicios. Por ejemplo, se ataba fuertemente una cadena a la cintura; estaba tan ceñida a su cuerpo que la piel empezó a crecer sobre ella. En cierta ocasión –prosiguen sus hagiógrafos- el diablo, furiosos por los rezos de Urraca, lo persiguió por el claustro para golpearlo pero, milagrosamente, se abrió una pared para que se refugiara en la iglesia contigua. Dicen que tenía también el “don” de la profecía y que era un constante divulgador del culto de la Santísima Trinidad. La cruz con la que predicaba es hoy objeto de veneración pública. Murió en 1657. Revisando los libros de de Luigi Aquatias (Vida del P. Fr. Pedro Urraca. Roma, 1976) y de Rafael Sánchez-Concha (Santos y santidad en el Perú virreinal. Lima, 2003), no aparece nada sobre la supuesta aparición del diablo y la apertura de la pared. Ojo que el primer libro es un texto que intenta documentar la “santidad” de Urraca. Al parecer, se trata de una leyenda popular. Solo en el librito Vida del V. P. Fr. Pedro Urraca de la Santísima Trinidad. Religioso de la Orden de la Maerced, escrito por un religioso de la misma orden (Lima, s/f), es decir un texto casi anónimo, se lee en la página 36 lo siguiente: “Muchas veces robaba algunos ratos de su corto sueño para salir al claustro a orar o hacer alguna peniencia extraordinaria. Se cuenta que en una de esas ocasiones, después de orar al pie de la cruz, cargó con ella y, perseguido por el demonio, se abrió la pared de una manera milagrosa y el P. Urraca pasó tranquilamente por la hendidura cargando la cruz”.

La Virgen de La Merced, patrona de las Fuerzas Armadas.- En 1730, la virgen de La Merced es declarada “Patrona de los Campos de Lima” y se organiza por primera vez su procesión. Luego, el 24 de setiembre 1823, es declarada “Patrona de los Campos de Lima y sus alrededores y de los Ejércitos de la República del Perú”, en una ceremonia presidida por el presidente de entonces, José Bernardo Torre Tagle, “en reconocimiento a la especial protección del Ser Supremo por mediación de la Santísima Virgen de las Mercedes en los acontecimientos felices para las armas de la Patria”. Por ello, como Patrona de las Armas del Perú, bajo su “advocación”, se ganó la batalla de Ayacucho en 1824. Desde ese año, tendrá la categoría de Castrense y reconocimiento del nuevo Ejército de la Patria. El 23 de septiembre de 1969, el presidente Juan Velasco Alvarado oficializó el título honorífico de Gran Mariscala del Perú y Patrona de las Fuerzas Armadas. Hoy vemos, en el altar de la Basílica de Lima, donde se ubica la imagen de la Virgen, las insignias de las instituciones militares y su bastón de Mariscala.

Colegio Nuestra Señora de La Merced.- Este centro de estudios tiene como antecedente el Colegio San Pedro Nolasco, fundado en 1646 por los mercedarios. Los frailes consiguieron la licencia para fundar un Colegio de Estudios y, en 1658, lo construyeron con una pequeña iglesia bajo la advocación de San Pedro Nolasco. La iglesia, lamentablemente ha sido mutilada y quedó muy deslucida, en comparación a las descripciones que tenemos de ella. Fue autorizada para ser usada por los mercedarios por Real Decreto de 1665 y por Real Cédula del mismo año. Pero en 1917, los mercedarios fundaron el actual Colegio de la Merced como parte de su misión evangelizadora. Tuvo como sede el Claustro de los Doctores del Convento de la Merced (jirón Carabaya 534), bajo la dirección del R.P. Emilio Peñaflor. Las actividades se iniciaron en junio de 1917, aunque la Resolución Ministerial que registraba su funcionamiento oficial, se expidió el 20 de agosto del mismo año. A partir de abril de 1972 entró en funcionamiento el nuevo local ubicado en el antiguo Fundo La Julita, ubicado en el Distrito de Ate.

LAS HACIENDAS DE LOS MERCEDARIOS EN LIMA.- Durante los años del Virreinato, los mercedarios recibieron las tierras de San Miguel de Surquillo, ocupadas por los indios yaucas, quienes inicialmente estuvieron encomendados a Antonio Solar. Los mercedarios convirtieron estos territorios, bañados por el río Surco, en pueblo-doctrina y luego en viceparroquia que dependió, primero, de Surco, y, luego, de Magdalena. De estas tierras saldrían los futuros Surquillo, Miraflores y la Calera de La Merced.

Surquillo fue, pues, un “barrio” o doctrina de indios, similar pero en pequeñas dimensiones, al pueblo y doctrina de Santiago de Surco. De allí que las autoridades le empezaran a llamar al nuevo pueblo “Surquillo” (testimonios cuentan que sus primeros habitante fueron los indios “yaucas”, desarraigados o traídos de Surco). Con los años, se convirtió en un pueblo algo marginal, habitado por gente pobre, entre el camino de Lima a San Miguel de Miraflores. Así transcurrió la vida de “Surco chico” o “Surquillo”, donde luego también se formó la hacienda que llevó el mismo nombre, propiedad de los mercedarios. Ya en tiempos republicanos, en la segunda mitad del XIX, la hacienda aparece como propiedad de Arturo Porta; sus tierras, de otro lado, cobrarían mayor vida cuando pasó cerca de allí el ferrocarril Lima-Chorrillos, construido por el presidente Castilla en 1857.

Con el tiempo, las tierras de San Miguel de Surquillo se dividieron entre Surquillo y Miraflores. El límite, al parecer, era la “guerta de Zurquillo”, ubicada en lo que es hoy el cruce de la avenida Alfredo Benavides y Paseo de la República. Los mercedarios, al parecer, se desprendieron de las tierras de Miraflores a inicios del siglo XVIII cuando, en una operación que no ha quedado clara, la propiedad pasó al Sargento Mayor don Manuel Fernández Dávila, vecino de Lima pero nacido en Toledo (España). Se sabe que este militar era benefactor no solo del Convento de La Merced sino de hospitales, monasterios y gente menesterosa. Es probable que por estas “operaciones” se viera beneficiado con las tierras de Miraflores. Lo cierto es que Fernández Dávila amplió el área cultivable de Miraflores y la orientó hacia los acantilados. De otro lado, los indios del lugar habían alcanzado una relativa autonomía porque compartían el agua con la familia Fernández Dávila. En lo sucesivo, los indios se irían desprendiendo poco a poco de sus chacras en favor de particulares, proceso que duraría entre finales del XVIII e inicios del XIX cuando aparecieron nuevos dueños en la zona. Fue así que llegaron el los comerciantes Francisco de Ocharán y Mollinedo y Francisco de Armendáriz y pita, y el alto burócrata Juan José Leuro y Carfanger; todos formaron sus chacras o fundos.

Eran sin duda, años difíciles en los que Miraflores ingresaba a los nuevos tiempos. Por ejemplo, a la altura de lo que es hoy el “Óvalo” se reunieron los representantes del virrey Pezuela y del libertador San Martín para discutir la posibilidad de la Independencia (Conversaciones de Miraflores). Luego de culminada la guerra con los realistas, durante la temprana República, Miraflores se fue convirtiendo en un pueblo con una iglesia “pequeña pero vistosa” y un vecindario compuesto, en 1839, por 18 blancos y/o mestizos y 121 indios que se dedicaban a la agricultura. Eran años tranquilos que no se alteraron con la construcción del ferrocarril de Lima a Chorrillos; lamentablemente, esa quietud se acabó cuando en 1881 sus escasos pobladores tuvieron que tomar el fusil para defenderse del ataque chileno. Luego del conflicto, llegan a Miraflores más propietarios como los italianos Domenico Porta y Francesco Priamo.

Respecto a Surquillo, la historia nacional también se hace presente en su jurisdicción con el Parque Reducto N°5 y sus 4 cañones apuntando hacia el sur. Desde allí, un batallón, al mando del coronel Narciso de la Colina, se enfrenta a las fuerzas chilenas en la batalla de Miraflores. Ubicado en la avenida Angamos, el parque, de acceso restringido, cuenta con más de 4 500 metros cuadrados y, durante la Guerra del Pacífico, estaba ubicado en la hacienda de José M. León. Otro sitio de interés es la Huaca La Merced, un santuario donde los antiguos pobladores de la cultura Ichma realizaban sus rituales. Entre finales del siglo XIX e inicios del XX, la mayor parte de las tierras que hoy pertenecen a Surquillo fueron haciendas que pertenecieron a Tomás Marsano, quien, luego, construiría su fortuna de los bienes raíces: lotizar sus haciendas para vivienda. En estas tierras se cultivaba algodón, olivos, pan llevar (tomates, lechugas, coliflor, zanahoria, culantro) y viñedos para elaborar el vino de Surco y los piscos de la hacienda La Palma de Higuereta. Con los años, también aparecieron ladrilleras, establos, chancherías, avícolas, el comercio artesanal, laboratorios farmacéuticos y la primera fábrica de galletas “Fénix”.

Respecto a la Calera de la Merced, funcionó, entre otras cosas, como pedregal o cantera de calizas (de ahí su nombre), como lo fue en su momento la Calera del Agustino, la Calera de Monterrico o el fundo de San Juan de Lurigancho de los Aliaga. Era una de las actividades que le daban “caja” a las haciendas aledañas a Lima, especialmente a las cercanas a las últimas estribaciones andinas o lechos de riachuelos (como el río Surco): ricas en cal, canto rodado y argamasa para ladrilleras. La urbanización la Calera de La Merced, ubicada en Surquillo, fue construida entre 1977 y 1978 por el Fondo de Empleados del Banco de la Nación para las familias de sus trabajadores. En total se construyeron poco más de 900 casas de diferentes modelos, que eran asignadas según la jerarquía de los empleados y sus posibilidades de pago. La mayor parte de las calles de la Urbanización lleva el nombre de poetas y escritores peruanos. Actualmente, el parque público más grande y concurrido es el “Parque de Los Héroes” o también “Cenepa” (en el centro tiene un emblema en homenaje a los combatientes del Cenepa; también tiene una cancha de frontón, una de fulbito y una pista con rampas de cemento para patinar. Cabe anotar que el origen remoto de esta Urbanización se relaciona con una expropiación que el Banco de la Nación hizo, en 1970, a la familia Marsano de los terrenos de la Calera de la Merced (casi 450 mil metros cuadrados).

Francisco del Castillo Andraca y Tamayo (¿Piura 1714?-Lima 1770).- Fue un poeta y dramaturgo de la orden mercedaria, hijo del corregidor Luis del Castillo y de Jordana Tamayo y Sosa. A pesar de que fue muy corto de vista (dicen que perdió la vista a los 4 años de edad), desarrolló, precozmente, una inteligencia y memoria sorprendentes; cuentan que solo de oídas aprendió Latín y Humanidades. Quedó huérfano en 1730, y heredó de su padre una imprenta y algunos bienes; sus parientes –dice su biografía- lo trataron de convencer para que contraiga matrimonio, pero el joven Francisco se rehusó y decidió optar por la vida religiosa. La Orden de La Merced le dispensó de su ceguera y le aceptó como lego en 1734. De esta manera, El ciego de La Merced, como también le llamaron (para diferenciarlo de su homónimo, el jesuita), repetía disertaciones doctrinarias y poemas aprendidos solo de oídas; asimismo, comentaba, en forma de versos, los sucesos del día. También era llevado a tertulias en las que entonaba canciones sobre temas que le proponían y contestaba en verso las preguntas que le formulaban: incluso, dice que componía obras teatrales con los personajes que le describían, cuyas partes interpretaba inmediatamente con voz y gestos. Así, adquirió fama de repentista (persona que improvisa) sin que esto afectara la calidad de su cultura literaria. Murió en noviembre de 1770. Aunque Castillo alcanzó gran fama en su época y sus obras fueron preparadas para la imprenta, diversas circunstancias, entre ellas el juicio abierto a José Perfecto de Salas, su mecenas, hicieron que casi todas permanecieran inéditas, con lo que paulatinamente quedaron olvidadas. Ricardo Palma le dedicó la tradición “El ciego de la Merced”, en las que reproduce sus más ingeniosas improvisaciones. La primera compilación de su obra la realizó el padre jesuita e historiador Rubén Vargas Ugarte (Castillo. Lima, 1948); su obra completa la publicaría Carlos Milla Batres en dos tomos en una tesis doctoral en San Marcos (1976) y César A. Debarbieri: Fray Francisco del Castillo O.M., Obra completa (Lima, 1996).

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Notas sobre los dominicos en Lima


Iglesia de Santo Domingo de Lima según grabado del libro del padre Meléndez (1681)

Los primeros religiosos en pisar el Perú fueron los dominicos (la “Orden de los Predicadores”), quienes acompañaron a Francisco Pizarro en su tercer viaje (1531). El más importante de ellos, sin duda, fue fray Vicente de Valverde, protagonista de la captura del inca Atahualpa en la plaza de Cajamarca. Fue el primer obispo del Cuzco y, por extensión, del Perú. Luego, fueron llegando los frailes Juan de Olías, Alonso de Montenegro, Tomás de San Martín, Francisco Toscano, Domingo de Santo Tomás, Gaspar de Carbajal y otros. Tras los años iniciales de la Conquista, el número de frailes dominicos aumentó. En 1595 era de 338 y estaban distribuidos en sus conventos de Lima, Cuzco, Potosí, Chuquisaca, Tarija, Arequipa, Chimba, Parinacochas, Huamanga, Huancavelica, Castrovirreyna, Condesuyos, Huánuco, Trujillo, Chicama, panamá, Yauyos, Yungay, Chincha, Jauja, Huancayo y el Callao.

A partir de las guerras de independencia, y durante gran parte del siglo XIX, los dominicos sufrieron su peor crisis en el Perú. Muchos de sus frailes, de origen español, retornaron a la Península. Además, todos los canales de comunicación con los Superiores de Roma fueron cortados. Así, por Decreto Supremo del 23 de marzo de 1822, fue destituido el Provincial fray Jerónimo Cavero y, prácticamente, fue disuelta la Provincia. Otro decreto, del 28 de setiembre de 1826, suprimió los conventos de Santo Tomás, de la Recoleta y de Santa Rosa y todos los que no contaban con ocho frailes, por lo que la Provincia quedó reducida solo a tres conventos. Solo la visita ocasional de fray Vicente Nardini, en 1879, despertó en el dominico italiano el anhelo de restaurar la antigua Provincia peruana. Conseguidas las facultades de Visitador y Vicario General (1881), inició un arduo trabajo hasta que, el 4 de agosto de 1897, el Maestro de la Orden, fray Andrés Fruhwirth, en su decreto Peruvianis Regionibus, restituyó a la Provincia todos sus derechos como los tienen todas las Provincias de la Orden.

Los dominicos y la Universidad de San Marcos.- Como resultaba ser muy costoso para los españoles enviar a sus hijos (criollos) a la Universidad de Salamanca, se decidió obtener el permiso para tener una universidad en Lima: Si los criollos no pueden ir a Salamanca, venga Salamanca a Lima, fue la consigna. Para lograr la licencia viajaron a España, por 1550, el fraile dominico Tomás de san martín y el capitán Jerónimo de Aliaga. Como no encontraron al emperador Carlos V en la Península, decidieron darle el alcance en Alemania. Allí lograron que Carlos v, por real cédula del 12 de mayo de 1551, creara el estudio General de la Ciudad de los Reyes, o sea, la Universidad de Lima.

Al igual que en Salamanca, los estudios comenzaron bajo la dirección de los frailes dominicos. Las primeras clases se impartieron en el convento de Santo Domingo de Lima, en 1553, local donde había funcionado anteriormente el Colegio del Rosario, regentado también por los dominicos. El nuevo centro de altos estudios fue reconocido y confirmado por el papa Pío V en 1571, cuando fue electo su primer rector, el médico Gaspar de Meneses, quien inició sus funciones en 1572. Luego, en 1574, el local de la Universidad se trasladó a la parroquia de San Marcelo y, en 1577, a su local definitivo, en la Plaza de la Inquisición (hoy está el Congreso de la República), donde funcionó hasta los tiempos de la Independencia.

San Marcos otorgaba los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor. De toda América llegaban jóvenes interesados en graduarse de médicos, abogados o teólogos. Se estudiaba en latín, la lengua culta de entonces y oficial de la Iglesia. Cabe destacar que la única lengua ajena al español y al latín que se enseñó en San Marcos fue el quechua, aprendida por los clérigos que eran destinados a las parroquias (curatos) de la sierra o a los que se dirigían a las misiones de la selva. Por ello, aparecieron rápidamente los vocabularios o diccionarios en lenguas nativas.

El Convento de Nuestra señora del Rosario.– Así se llamó la casa de los dominicos en Lima. Se sabe, por noticias de su primer prior, fray Juan de Olías, que la Orden levantó un pequeño convento en los dos solares que les concediera Pizarro, lo que crecieron, en 1541, en dos más, gracias a una segunda donación del Conquistador del Perú; también tenían levantada allí una iglesia o capilla provisional. Con la llegada del segundo prior, fray Tomás de San Martín, se impulsaron las obras. El nuevo templo se dispuso hacia el Oriente y fue levantado con el material que salía de la calera y la ladrillera que explotaba la Orden en Limatambo. Ese es el origen de la iglesia que vemos hoy. El convento, por su lado se construyó durante los siglo XVI y XVII hasta que fue dañado por el terremoto de 1746, especialmente el claustro del noviciado. Respecto al claustro principal, lo más valioso son sus 30 mil azulejos, obra del maestro trianero Hernando de Valladares, a quien contrataron en Sevilla (1604). La reparación de la iglesia, luego del terremoto de 1746, estuvo a cargo del presbítero Matías Maestro, ayudado por fray Ignacio González de Bustamante. De acuerdo a las normas del neoclásico, se pusieron grandes columnas con capiteles jónicos en la portada y se destruyó el templo barroco. Se cubrió la bóveda con una tablazón estucada y oculta por pinturas que realizó el propio Matías Maestro. Estas desaparecieron en una restauración de 1898-1901 que dejaron al descubierto las bóvedas verdaderas. Las cubiertas laterales fueron reemplazadas por pequeñas cúpulas sobre nervaduras neogóticas y todos los retablos fueron retocados y estrenados en 1901, obra del italiano Francesco Sciale, muy criticados pues rompen la armonía del recinto.

Los dominicos y sus haciendas de Lima.- A los dominicos se les entregó parte de los indios del Santiago de Surco, es decir la parte más occidental y noroeste del valle de Surco. De allí surge la hacienda Santa Cruz, con límites aún imprecisos porque llegaban hasta el acantilado, donde desembocaba el río Huatica, hoy a la altura de Marbella. Luego, a esta propiedad se agregó la diminuta hacienda de La Chacarilla, ubicada donde hoy está parte del distrito hoy parte de San Isidro. Así nació la extensa propiedad Chacarilla de Santa Cruz o Santa Cruz y Chacarilla, regada por las aguas del río Huatica, que dieron, luego, origen al barrio de Santa Cruz, en Miraflores. En 1806, fue comprada en 1806 por José Antonio de Lavalle y Cortés, para su hijo Simón, al colegio Santo Tomás de Aquino a la Orden de los Predicadores. Su principal cultivo eran los cañaverales, con mano de obra esclava. Durante el siglo XIX, la hacienda pasó por diversos propietarios hasta que llegó a manos de Adriano Bielich, quien tuvo que entregar parte del terreno a la Empresa del Transporte Eléctrico de Lima y Chorrillos para la construcción del tranvía, en la actual Vía Expresa. Luego pasó a los hermanos Gutiérrez, y, en la década de 1920, como parte del distrito de Miraflores, se empezó a urbanizar en lo que son hoy las avenidas Dos de Mayo, Comandante Espinar y José Pardo para la “alta” mesocracia; la zona más “popular” quedó para lo que hoy son las avenidas Mendiburu y La Mar. Otra zona netamente residencial fue la que hoy corresponde a Dasso, Cavenecia, Pardo y Aliaga y la zona donde hoy está la Clínica Angloamericana y el Óvalo Gutiérrez.
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