Archivo por meses: diciembre 2008

Bares y tabernas de Lima: El Carbone

El jirón Huancavelica es hoy el emporio de las ópticas. Además, los “jaladores” de estas tiendas han invadido sus calles y casi es imposible transitar con comodidad, especialmente a la altura de la plazuela donde se encuentra el teatro Segura. Allí se ubica el bar o bodega CARBONE que es una “isla” en esta océano de monturas e impertinentes vendedores. Ubicada en la cuadra tres de Huancavelica, en la esquina con el jirón Caylloma, fue fundada hace 84 años, en 1923, por una familia de origen italiano, los Carbone. Cuentan que en sus inicios se vendían productos importados como salames, anchoas enlatadas y salchichas alemanas. Era una bodega muy concurrida por los vecinos de la zona quienes aprovechaban, cada vez que hacían sus compras, en tomarse un refresco o una cerveza. Pero los tiempos fueron cambiando y la bodega fue transformándose en taberna y bar y, con los años, lo único que sobrevivió fue su legendaria butifarra y el pan con jamón.

Solo los limeños “viejos” saben que esta bodega se llama CARBONE pues desde hace muchos años el nombre no aparece en ningún letrero. Ahora es una mecla de taberna, bar y café. La dueña es ahora la señora Atala de Briatore quien nos dice: La clientela cambia. Ahora vienen los nuevos limeños y uno que otro antiguo comensal que creía que ya no existíamos. Ella defiende con uñas y dientes la tradición del local y advierte que, mientras viva, no va a sacar las polvorientas botellas que ocupan los viejos estantes de madera que llegan hasta el techo; tampoco instalará luces de neón ni venderá pizzas, pollo frito o hamburguesas con papas fritas. Alguien tiene que defender lo nuestro, termina sentenciando.

Y hablando del CARBONE y de la butifarra, cuentan algunos especialistas en comida peruana que fueron los inmigrantes italianos los que inventaron nuestro insuperable “jamón del país”. Se trató de una forma de traer a Lima el jamón ahumado de Italia y mezclarlo con un ingrediente peruano como el achiote. Su preparación es trabajosa aunque no complicada: la pierna de cerdo deshuesada es sazonada por dentro y por fuera con sal, pimienta, ajo molido y el color que destilan las pepitas naranjas del achiote. Luego se enrolla y amarra, para finalmente cocerse en agua salada a fuego muy bajo por cinco horas. Ese jamón con pan francés, lechuga y salsita criolla es la delicia de los desayunos, lonches o meriendas de cualquier limeño.


Fotos: Juan Luis Orrego

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Bares y tabernas de Lima: el Superba

Pocos en Lima saben que los genoveses llaman también a su ciudad “La Superba” por el nombre de un antiquísimo faro que se ubica al sur de la capital de la Liguria (Italia). Además, la palabra “superba”, en lígure, significa lo mejor, lo máximo: la soberbia. Inspirados por el recuerdo de ese puerto, supuesta cuna de Colón, Mario Carbone y Carlos Onetto, inmigrantes italianos de origen genovés, fundaron hace más de 60 años este histórico bar ubicado en la cuadra 28 de la avenida Petit Thouars (San Isidro), casi esquina con Javier Prado. Hoy, el dueño del bar es el señor Augusto Duffó.

Actualmente, la “memorias vivas” del SUPERBA son dos de sus más antiguos mozos, Herminio Díaz (trabaja desde 1966) y Mauro Vásquez (trabaja desde 1970). Ellos nos confirman que el bar ha sido testigo de innumerables anécdotas de escritores, periodistas, empresarios y distinguidos miembros de la sociedad limeña. Recuerdan que han visto pasar a por allí a Óscar Avilés, Augusto Polo Campos, Jesús Vásquez, Nicomedes Santa Cruz (quien vivía a pocas cuadras) y Chabuca Granda (cuentan que la compositora, quien llegó acompañada de sus amigos, se animó a cantar algunos valses, pero su interpretación no fue del agrado de un grupo de parroquianos, que la criticaron sin piedad; poco después, el rechazo terminó en una ruidosa gresca en medio del bar).

También eran asiduos al SUPERBA futbolistas famosos como Alberto “Toto” Terry y Roberto Challe. La leyenda cuenta que “Toto” Ferry, cuando aún era jugador, se paraba en el dintel de la puerta y gritaba ¡un tallarín, carajo! Y el tipo se metía un cerro de spaguettis, se tomaba seis de estos pomos y luego para bajarla se iba a jugar su partido al Nacional. Y así y todo metía unos golazos. Asimismo, se cuenta que los mozos y los dueños del bar salvaron de un gran apuro al humorista Sofocleto, que era perseguido por la Policía durante la dictadura del general Velasco. Al recinto llegaron las fuerzas del orden para detener al escritor, pero la gente del bar lo ayudó a escapar por la puerta posterior del local.

Otro visitante ilustre es el escritor Alfredo Bryce Echenique, quien visita el bar desde finales de los años cincuenta cuando estudiaba en San Marcos. Aunque pensándolo bien yo debo haber venido desde que estaba en el colegio. Sí, porque nosotros éramos del barrio de Marconi, así que nuestro destino natural eran estos cines: el Orrantia y el San Isidro. Allí pecabamos con las chibolas mientras veíamos películas mexicanas. Luego, sólo los caballeros nos veníamos al Superba. Después, ya en la universidad, no había sábado en el que no acabaras aquí, cuenta Bryce.

Lo cierto es que el SUPERBA se enfrenta, con soberbia (como su nombre el lígure) al paso del tiempo. Un asiduo cliente de este bar lo confirma: Conozco el Superba desde que tenía ocho años, ya que vivía muy cerca. Aunque ahora resido en la Molina, no dejo de venir. Me gusta su comida y el servicio de las personas, que son antiguas y leales. Mi plato preferido son los ‘Choritos a la chalaca’ y el ‘Tacu-tacu’. Los mozos nos describen las especialidades de la casa que se han hecho conocidas: el Apanado co Tacu Tacu, la Milanesa o bistec a lo Pobre, la Sopa Criolla (muy consumida por las noches en invierno), la Patita con Maní, el Cau Cau (o “Chancleta”, como también lo llaman) y el Tallarín Saltado. Entre los tragos, los que más se consumen son “Perú Libre”, “Chilcano de Pisco”, “Chilcano de Guinda” y “Sol y Sombra”.


Bar SUPERBA (fotos: Juan Luis Orrego)

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Bares y tabernas de Lima: el Münich

En la cuadra 10 del Jirón de la Unión, en la antigua calle Belén (n° 1045), uno se encuentra con una puerta estrecha, una escalera que desciende y un austero letrero de neón que dice “Bar Munich”. Sus fundadores fueron una pareja de germanos, Hans (suizo) y Helga (alemana); parece que abrieron el local a finales de los años cuarenta, aunque en los registros municipales aparece desde 1954. La idea era montar un bar con estilo entre helvético, tirolés y bávaro. El bar tuvo mucho éxito desde sus inicios hasta que, cuenta la leyenda, Hans se vio involucrado entre los conspiradores a la dictadura del general Odría. Parece que el suizo entró en una crisis de nervios que se suicidó, dentro del mismo bar, con uno de sus rifles.

Producto del escándalo y de la desesperación, Helga quiso deshacerse del local; lo vendió a una bicoca a los mozos y se fue del país. De esta manera, los mozos se encargaron del bar hasta que, en los setenta y los ochenta, cuando el Centro estaba atestado por ambulantes y el desorden (coches-bomba incluidos), decidieron clausurar, momentáneamente, el histórico bar. Nadie venía de noche al Centro, comenta Jorge Picón Paredes, el mozo-administrador que atiende en la barra.

Hoy el bar tiene el “encanto de la decadencia”. Todavía conserva sus aires helvéticos o bávaros en su decoración, en las luces, en la barra y en sus sólidas mesas de madera. Se empieza a llenar a partir de las 10 de la noche y no para hasta altas horas de la madrugada. Casi todos piden cerveza y el famoso “piqueo alemán” (hecho de hot dog, salchichas y papas fritas, para no perder la tradición germánica); también se sirve chicharrón de pollo y lomo criollo con papas fritas. Quizá el personaje más entrañable es el pianista. Se llama Mario Castro y trabaja allí desde 1977; lo acompaña un baterista, Leo Agosto, más conocido como el Tío Baretta por la gorra que lleva. Ellos hacen su concierto alrededor de medianoche y la pieza que más les pide el público es “Zorba el Griego”. Pero la música del local es variada y la gente sale a bailar, desde boleros hasta salsa contemporánea.

Dicen que en este local, antes de que funcionara el MUNICH, había un night club llamado el “Gallo Rojo” donde bailó la Tongolele. También cuentan que ha sido visitado por Gabriel García Márquez, Alfredo Bryce Echenique y Abimael Guzmán, cuando era profesor de filosofía.

Fotos Juan Luis Orrego


Bar Münich (flickr.com)
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Bares y tabernas de Lima: el Juanito de Barranco

En la noche barranquina no puede faltar una visita al histórico “Casosul”, más conocido como “JUANITO” que, este año, ha cumplido 71 años de existencia. En efecto, el 16 de junio de 1937 empezó la historia del “Juanito” cuando su fundador, Juan Casosul, abrió una bodega en la Plaza de Barranco. Juan, o “Juanito”, tiene hoy 95 años y goza, afortunadamente, de buena salud. Algunas tardes se le puede ver charlando con amigos o familiares en una mesa del bar tomado un café y probando uno de los estupendos sánguches que son la delicia de la bohemia barranquina. Actualmente, el local es manejado por sus tres hijos (Rodolfo, o “Rodo”, Juan y César) quienes se vanaglorian de que su padre es el dueño más antiguo de un bar en el Perú.

“Don Juan”, o “Juanito”, como se le conoce al veterano empresario hostelero, abrió hace 70 años una bodega o almacén donde se vendían desde abarrotes hasta productos de ferretería. Pero un buen día le dio un vuelco al negocio cuando colocó mesas y empezó a servir café, cervezas y otras bebidas alcohólicas (especialmente, pisco), y platos fríos que lo hicieron famoso en Barranco y luego en toda Lima.

Se cuenta que esta taberna ha sido fuente de inspiración de artistas e intelectuales. Todavía hoy uno puede toparse, a cualquier hora de la noche, con artistas, periodistas y escritores de toda procedencia social o ideológica; turistas y desempleados; asimismo, por jóvenes, universitarios o no, que buscan un lugar de diversión y conversación “democráticas”. Asimismo, el “Juanito” ha sido frecuentado por ilustres visitantes como el poeta barranquito José María Eguren; asimismo, en la década de los setenta, el salsero venezolano Óscar de León y, en los noventa, el cantante español Joaquín Sabina; también era habitual encontrarse con la trovadora peruana Susana Baca. Se dice que hasta el actual presidente del país, Alan García, en “sus tiempos mozos”, acudía a jugar al futbolín.

Otro de los encantos del “Juanito” es que, prácticamente, se ha quedado en el tiempo. Con su piso de cerámica desdibujado (gastado) por el paso del tiempo, sus botellas de licor amontonadas en los estantes de madera y su tradicional cantante criollo que aporta la única música al local; a veces, también un extraño personaje, con sacos de colores, que juega a ser malabarista. Tanta historia tiene el bar que los hijos de “Don Juan” aseguran que varias parejas se han casado por lo civil y también se han divorciado en el local. También son características sus paredes abarrotadas de afiches sobre obras de teatro y actividades culturales, a los que se suma un enorme carro rojo a pedales en el primer ambiente.

Un personaje emblemático es su antiguo mozo “Motta”, un descendiente afroperuano que con sus más de 80 años sigue frecuentando el local. Los clientes más veteranos aseguran que el “Juanito”, antiguamente, no era tan “abierto” como ahora. Por ejemplo, décadas atrás, las mujeres no podían entrar. Pero en la actualidad llegan solas o acompañadas y, además, se las reserva preferentemente las mesas cercanas a la puerta, o en el primer ambiente, para darle un aire “más familiar”, según los dueños. Esto a veces no agrada a nuevos clientes y turistas, que en alguna oportunidad se han quejado por segregación, dado que en los lugares más visibles desde el exterior no permiten sentarse a hombres solos. A esta crítica, el clan de los Casosul responden con una sonrisa, porque prefieren hablar de sus especialidades: los sánguches de jamón del norte o jamón del país o asado (que no se han cambiado –dicen- desde que nació el “Juanito”), aderezados con salsa criolla, y sus tragos hechos a base de pisco, como el “chilcano” o el “capitán”; asimismo, las patas de cerdo o las aceitunas hervidas caseras. Por esto, y mucho más, el JUANITO es una referencia para los limeños, para los turistas y para los nostálgicos peruanos que viven en el exterior quienes, cuando vienen de visita, lo primero que hacen es ir al JUANITO y devorar unos de estos sánguches.


Bar Juanito de Barranco (flickr.com)

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Bares y tabernas de Lima: el Rovira (Callao)

El bar ROVIRA de El Callao es un lugar que, prácticamente, se ha quedado en el tiempo. Estantes de madera vacíos, astillosos, despostillados, casi a punto de venirse abajo; el piso de madera, casi negro, lleno de aserrín; mesas y sillas muy viejas que necesitan urgente recambio o compostura. No tenemos dinero para restaurarlo, se lamenta uno de los descendientes de don Miguel Rovira Valle, el emprendedor ciudadano español que hace 96 años (allá por 1912), tuvo la idea de fundar este bar, el más antiguo de nuestro primer puerto.

El ROVIRA es el último exponente de una estirpe de bares chalacos que gozaron su apogeo en los años 40, 50 y 60. Los antiguos habitantes del puerto aún recuerdan al SAMUELITO (en la avenida Buenos Aires, cerca al colegio 2 de Mayo), famoso por el “Sport Boys” (un trago de color rosado fruto de la mezcla de pisco, jarabe de granadina y algo de leche), el “Sol y Sombra” o el “Chilcano de Pisco”. También recuerdan al DEMETRIO (entre Guardia Chalaca y Cuzco), conocido por su “Gin con Gin” o el “Gin con jugo Toronja”, o el pan con Pejerrey Arrebosado o con Jamón del País; tampoco se olvidan que se servía el célebre “chimbombo” (chalaquismo que significa “pan con pescado”) de Bonito frito. Otros competidores del ROVIRA eran el SALÓN BLANCO, la CASA ESPAÑA, el CHALAQUITO o el célebre EL SABROSO, de Luis Rospigliosi, donde llegaban los marinos colombianos con los primeros discos de cumbia o salsa que se oyeron por estas tierras; dicen los nostálgicos chalacos que este lugar fue la cuna de la salsa en el Perú.

Pejerreyes arrebozados, chicharrón de pescado, ceviche, jalea y el célebre muschame, con palta y galletas de soda son algunas de las especialidades del ROVIRA, así como los tragos con pisco. Pero quizás son los personajes que aún lo frecuentan los que causan mayor curiosidad entre los parroquianos. Tal es el caso de un hombre de barba blanca (parecido a un viejísimo Papá Noel o a un retrato de Nicolás de Piérola) quien siempre dormita sobre algunas de las sillas rechinantes y apolilladas del bar. Se trata de Luis Omar Sasco, marinero uruguayo que llegó al Callao hace más de 50 años. Dice que tiene 80 años y vive en los altos del local. Su fiel compañero es un gato que también dormita, ronronea y se afila las uñas en los pantalones del viejo marinero.

José Rovira es el actual administrador, mozo y testigo de la historia reciente del bar. Cada vez que puede, muestra algunas fotografías que cuelgan en las paredes del local, como la del fundador de bar o la del día en que pasó por allí (hace tiempo ya) el presidente Alan García; también podemos ver el cuadro de una “bailaora” -de cimbreantes y sensuales movimientos- quien parece coquetear con los parroquianos que llegan a degustar su porción de choritos a la chalaca y piden un par de “chelas”, para refrescar la tarde.


Pan con pejerrey en el ROVIRA (flickr.com)

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Huaca Pucllana (Miraflores)

Hacia el año 500 d.C. la zona que hoy ocupa el distrito de Miraflores era dominada por un imponente centro ceremonial y administrativo que hoy llamamos Huaca Pucllana (Juliana). Pero lo que vemos hoy es sólo un fragmento (5 hectáreas) de su antiguo esplendor pues se trataba de un sitio que abarcaba una extensión mayor a las 15 hectáreas, y llegaba a lo que es hoy la Bajada Balta. La Huaca Pucllana fue uno de los centros más importantes de la Cultura Lima y dependía del complejo principal de Maranga. Es importante mencionar que “pucllama” es un vocablo quechua que deriva de pucllay y significa “lugar de juego” que probablemente tenga relación con los juegos rituales o ceremonias religiosas que realizaron los antiguos habitantes de Miraflores en este antiguo adoratorio.

Por lo tanto, Pucllana no fue técnicamente una ciudadela sino un centro ceremonial donde residía una elite sacerdotal. Desde allí, esta elite ejercía poder hacia la zona del valle que le correspondía. El recinto está hoy bien conservado y puesto en valor por un Patronato y la municipalidad del distrito (donde incluso se celebran espectáculos culturales y funciona un conocido restaurante).

Posee dos zonas bien diferenciadas: la Gran Pirámide escalonada de 22 metros de altura y sus plazas (que servía como lugar de culto) y una parte baja formada por plazas con banquetas (reservada para actividades cotidianas o al trato directo con los ayllus circundantes). El conjunto arqueológico cuenta con un museo de sitio y una zona de talleres y seminarios. Tras 20 años de excavaciones, los arqueólogos han recuperado textiles, cerámica decorada con diversos colores y restos de maíz, frijol, pallar, chirimoya, pacae, alpacas, llamas, cuyes, patos, peces y moluscos de nuestro litoral. Últimamente, la arqueóloga Isabel Flores dio a conocer el hallazgo de una momia sin cabeza; con el fardo, se hallaron tejidos en buen estado de conservación.

Uno de los mayores ataques que recibió esta huaca ocurrió el 5 de enero de 1855 cuando se celebró, a sus pies, la batalla de La Palma entre los entre los ejércitos seguidores de Castilla y Echenique, en el contexto de la guerra civil entre liberales y conservadores.


Huaca Pucllana (tomado de naya.org.ar)

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El ‘Baile de la Victoria’

Hacia la década de 1850, en plena bonanza guanera, y cuando ya gobernaba el país José Rufino Echenique, a poca distancia del centro de la capital, se ubicaba la finca o hacienda, “Villa Victoria”, de propiedad de la esposa del presidente, Victoria Tristán de Echenique, prima hermana de Flora Tristán. Esa finca fue la que dio el nombre al hoy populoso distrito de La Victoria.

Fue allí donde se celebró, la noche del sábado 15 de octubre de 1853, la mayor fiesta que se daba en Lima desde que la fundara Francisco Pizarro. La organizó la pareja presidencial para festejar, a lo grande, la elección de Echenique como presidente de la república. La memorable fiesta está detalladamente descrita por Ricardo Palma, en una de sus célebres Tradiciones, quien, muy joven entonces –tenía 19 años-, fue uno de los afortunados invitados. Los periódicos de la oposición estimaron en 60 mil pesos lo invertido en la reparación de la villa, alfombras de Flandes, aparatos de iluminación, mobiliario y demás gastos para el evento. Según los cálculos de la época, fueron invitadas 239 señoras y señoritas, y pasaban de 1000 los caballeros concurrentes. En cuanto a la abundancia de flores que decoraban las puertas, paredes y corredores de la finca, se dijo que se agotaron las de todos los jardines de Lima.

En el centro del gran patio se alzaba un enorme pino de Australia bajo cuya sombra, después de bailar, tomaban asiento muchas señoras, convirtiendo en salón el pintoresco patio. En él empezó a reinar, después de las 12, más animación que en los salones, donde también se agitaban las parejas. En los costados del patio se habían levantado unos tabladillos, con mesas y sillas, en los que se congregaron senadores, ministros, diplomáticos, vocales de la corte suprema y otras autoridades.

Cuenta Palma que había un salón muy espacioso adornado por valiosos cuadros, propiedad del coronel Pascual Saco, deudo de Echenique, y afamado coleccionista. Allí lucían pinturas originales de Velásquez, Murillo y el Españoleto; también una de nuestro pintor Ignacio Merino, recientemente premiada en París. En este salón, además, había mesitas de la China y funcionaba un surtido bar, atendido por un tal Marcenaro, famoso dulcero italiano de la época. Un refresco de naranja con gotas de ron de Jamaica era la delicia de los invitados.

A la 1 de la madrugada hubo media hora de descanso en el baile. Fue entonces que las cantantes de ópera, Clotilde Barilli y Elisa Biscaccianti, interpretaron sus arias; la Barilli cantó Il bacio, de Arditti. La magnífica orquesta estuvo dirigida por el maestro César Lietti, y cuando los músicos tenían necesidad de reposo, eran reemplazados por las bandas militares de la Artillería y del batallón Granaderos. El baile no sufría la menor interrupción. Según testigos, pocos bailarines monopolizaban una pareja: dominó el “mariposeo”.

Quizá lo más espectacular fue la exhibición de alhajas. Las señoras de la antigua aristocracia colonial no dejaron nada en el cofre de la familia y portaron joyas de plata. Pero las señoras de la oligarquía del guano, las “nuevas ricas” de la época, las eclipsaron por el lujo de sus vestidos y por lo vistosas de sus alhajas engarzadas en oro. Cuentan que la esposa de un general llevaba un collar de perlas que llamaría la tención en la más fastuosa de las fiestas de una corte europea. Otra señora, casada con un coronel, lucía un traje adornado de brillantes y rubíes, a la vez de alhajas muy valiosas. La esposa del presidente lució alhajas engarzadas en plata y ninguna en oro; quizá doña Victoria no quiso olvidar que descendía de don Pío Tristán, quien se había proclamado último virrey del Perú.

El baño o toilette para las señoras abundaba en buen gusto y refinamientos orientales. Tenía, además, puerta de comunicación con otra salita donde la costurera, madame Dubreuil, con 6 asistentas, atendía a reparar, a fuerza de puntadas, todo desperfecto ocasionado en las faldas por bailarines poco diestros.

Desde las 3 de la madrugada empezó la cena para 240 cubiertos, y se renovó el servicio 3 veces más. Con el alba se bailó el cotillón, que puso término al más espléndido de los bailes que hasta ese día se dio en la antigua capital de los virreyes.

Tanta resonancia tuvo este baile en todo el país que, como consecuencia de él, se desató una guerra civil pocos meses más tarde cuando se destapó el derroche financiero del gobierno de Echenique; el baile había sido de un lujo insultante. Esta guerra civil recién culminaría en enero de 1855 cuando Castilla venció a Echenique en la batalla de La Palma, en los alrededores de la huaca Pucllana.


José Rufino Echenique

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Huaca Mateo Salado (Pueblo Libre)

En el límite con el Cercado, a un paso de la Plaza de la Bandera, nos encontramos con la Huaca Mateo Salado, cuyos pobladores explotaban plantaciones de los canales de Lima y Maringa. Son cinco pirámides truncas (distribuidas en un área de 12 mil kilómetros cuadrados) que conformaban un centro administrativo construido durante el Señorío Ichma y que durante la ocupación inca pasó a depender de Pachacamac. Hay patios, pasajes y una plaza principal que posiblemente contenía un ushnu o trono para el curaca.

El nombre de la huaca se debe a Matheus Saladé (1528-1573), un francés protestante que vivía en la huaca y que, en los tiempos del Virreinato, fue acusado de hereje por el Tribunal de la Santa Inquisición; murió quemado en la hoguera. Se dice que arribó al Perú a mediados del siglo XVI y pronto se convirtió en ermitaño. Sus detractores dicen que era descuidado de su apariencia e higiene porque era pobre. Vestía hábito de jerga y se le podía ver todos los sábados en la ciudad cosechando pesetas. Su lugar de habitación era la huaca que hoy lleva su nombre. Las acusaciones que se levantaron contra él son tan diversas como contradictorias. Fue acusado de blasfemo, hereje, contumaz y de decir palabras impías; también se dijo que era un embaucador y que vendía libros apócrifos. Finalmente, que era medio loco puesto que se le veía distraído y trabajando solo en aquella huaca abandonada. Según los testimonios del juicio, Salado cometió su peor crimen cuando cuestionó severamente la doctrina católica ante los jueces del Tribunal del santo Oficio. Dijo, por ejemplo, que quienes habían sido quemados en España por herejes fueron bienaventurados porque habían muerto por la fe y la ley declarada por Martín Lutero. Este pobre francés, fue apresado el 28 de noviembre de 1571 y hubo 10 testigos en su contra. Permaneció en prisión un año y medio y se le condenó por impenitente y por no dar señales de arrepentimiento. Se dice que fue quemado el 15 de noviembre de 1573 en el primer Auto de Fe en la Plaza de Armas de Lima; otros afirman que además de ser quemado, fue ahorcado y descuartizado. De todas maneras, fue la primera víctima de la Inquisición en nuestras tierras.


Huaca Mateo Salado

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Huacas en San Borja y San Luis

En lo que hoy corresponde a la jurisdicción del distrito de San Borja, se desarrolló, durante el Intermedio Tardío, la cultura Ichma, que construyó el Complejo Arqueológico Limatambo, hoy prácticamente destruido, y donde vivió Taulichusco, el último curaca de Lima. Su último vestigio es una huaca ubicada en medio de las Torres de Limatambo.

Sin embargo, en este distrito, mejor conservada y digna de ser visitada, es la Huaca San Borja, ubicada en la esquina de las avenidas Canadá y De la Arqueología. Fue construida por la cultura Ichma y está conformada por una pirámide trunca, de aproximadamente unos 8 metros de altura, hecha de tapia. Tiene también un muro elevado perimetral que rodea tres de los cuatro lados del conjunto, también hecho de tapia y que estuvo pintado de blanco. Fue un palacio administrativo principal, en las influencias del Canal Huatita, integrado al desaparecido conjunto Limatambo. Lo interesante es que el sitio estuvo ocupado desde antes de la conquista inca de la zona hasta los principios de la época colonial y republicana. Prueba de ello es que en su cima se han encontrado los cimientos de una casa-hacienda colonial y viviendas republicanas.


Huaca San Borja

POr su parte, en San Luis, dentro de la Villa Deportiva Nacional (VIDENA) y del Parque Zonal Túpac Amaru, junto a la avenida Canadá, se encuentran las huacas Túpac Amaru A y Túpac Amaru B. Pertenecieron a la cultura Lima (300 a 600 d.C.) y se trató de pequeños centros administrativos orientados al control del agua del Canal huatita. Son dos pequeñas plataformas cuadrangulares hechas con muros de adobitos y tapial. Ambos sitios fueron declarados Patrimonio Cultural de la Nación en 2006.

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La huaca Melgarejo (La Molina)

En la avenida La Fontana nos encontramos con una impresionante construcción conocida como Huaca Melgarejo (llamada así por haber estado dentro de los límites de la antigua hacienda Melgarejo, ubicada en La Molina). Pertenece a la cultura Lima y su construcción está fechada entre los años 300 y 600 d.C. Al parecer, se trata de un templo y de un centro administrativo local, a orillas del canal de Ate-La Molina, que nace a la altura de santa Clara y corre casi en paralelo al río Rímac, doblando hacia le sur a la altura de la actual cervecería Cristal, para irse a juntar con los terrenos de Surco.

Melgarejo son los restos, bastante erosionados, de lo que fue una gran plataforma escalonada. El edificio presenta varias fases constructivas, producto de continuas remodelaciones y ampliaciones de las estructuras. Al interior del conjunto, hay una sucesión de grandes muros de contención y rellenos, así como de pequeños recintos, rampas, escaleras, banquetas, etc. La plataforma se ha construido con muros de tapias, de adobitos y rellenos. En la parte superior del edificio, se han encontrado un conjunto de pequeños pasadizos y recintos de planta rectangular. Algunos recintos presentan banquetas y huellas de postes lo que indicaría que habrían estado techados. El acceso a estos recintos era restringido, comunicándose con ellos a través de vanos estrechos. Los pisos se hallaron limpios, lo cual es un rasgo bastante común en este tipo de estructuras. Las paredes estuvieron originalmente pintadas. Todos estos cuartos fueron cuidadosamente sellados con rellenos de piedras y barro como parte de un ritual de enterramiento de las estructuras cuando estas eran abandonadas o se producía una ampliación de las mismas.

Los arqueólogos han concluido que Melgarejo formaba parte de un conjunto ceremonial semejante a Maringa y a Pucllana; sin embargo, a diferencia de estos, Melgarejo parece haber sido abandonado antes del comienzo del Segundo Horizonte u Horizonte Medio (600 d.C.). En épocas posteriores, el lugar fue utilizado, básicamente, como cementerio. Asimismo, las recientes excavaciones, promovidas por la municipalidad, han puesto al descubierto, en su cúspide, los cimientos de una vivienda colonial.

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