Archivo por meses: septiembre 2010

Trujillo en los tiempos prehispánicos: los sitios arqueológicos


Huaca del Sol (skyscrapercity.com)

La Huaca del Sol.- Es la construcción de adobe más alta del mundo y, sin duda, la más portentosa de la costa peruana; desde su cima se tiene una vista magnífica de la ciudad de Trujillo. Sus dimensiones son: 228 metros de largo por 135 de ancho y 48 de altura. Los arqueólogos calculan que en su construcción se emplearon 50 millones de adobes. El visitante nota que está muy maltratada por la erosión del viento, las lluvias esporádicas (especialmente cuando azota la región el Fenómeno del Niño) y la invasión de la arena, pero aún conserva su prestancia. Por último, no se sabe cual fue su verdadero nombre, ya que los moche, sus constructores, adoraron preferentemente a la Luna y este santuario es la pirámide mayor.

La Huaca de la Luna.- Es posible que haya estado dedicada al Sol, por sus dimensiones menores en comparación a la anterior, pues mide 80 metros de largo por 60 de ancho y 21 de altura. Si bien de lejos se ve imponente, de cerca es lamentable observar las huellas de la destrucción dejadas por los “huaqueros” o buscadores de tesoros. Afortunadamente, en los últimos años el recinto ha sido objeto de trabajo arqueológico y se han descubierto murallas de enormes proporciones con divinidades relacionadas con sacrificios humanos. Asimismo, parece que el monumento fue construido en función del culto a los muertos por la gran cantidad de cementerios encontrados alrededor de la Huaca.

La Huaca del Dragón.- Este santuario, muy castigado por las últimas lluvias ligadas al Fenómeno del Niño, también ha sido llamada Huaca del arco Iris y data de la época Chimú. Afortunadamente, todavía conserva valiosos altorrelieves, de color ocre y que asemejan al cuero repujado. Se trata de figuras estilizadas, no siempre fáciles de identificar, que demuestran un simbolismo muy difícil de descifrar. Hay, por ejemplo, en la parte superior del muro, una fila de bailarines masculinos, con armas y bastones, que se mueven de derecha a izquierda. Además, en la parte central de cada panel, hay otro enigmático grupo formado por dos personajes mitológicos, arrodillados frente a frente, que muerden al mismo tiempo algo que pareciera ser un alimento mágico. Abajo hay seres en forma de serpiente, también enfrentados, que sostienen un tumi colgante.

La Huaca Esmeralda.- Ubicada detrás de la Iglesia de Mansiche, es pequeña y muestra en su entrada un lienzo de rombos. Cada uno de ellos contiene un pelícano en actitud de descanso, rodeado por peces que nadan a su alrededor. El trabajo es realmente magnífico. También hay adornos laterales con ondas marinas y olas que revientan hacia la playa. Son altorrelieves, quizá los estucados de barro más valiosos realizados por los súbditos del Chimo Cápac. El resto del templo tiene varias terrazas a las que se sube a través de rampas, pues este ancestral pueblo no usaba escalinatas.
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Trujillo en los tiempos prehispánicos: Chan Chan

Fue la sorprendente capital de los chimú y residencia de sus señores, los chimo cápac. Se levantó entre los que es hoy Trujillo y Huanchaco, es toda de adobe y está considerada la ciudad de adobe más grande del mundo prehispánico. Dicen que llegó a medir 18 kilómetros cuadrados y que llegó a albergar casi 80 mil habitantes. Chan Chan significaría “Gran Ciudad Soleada” (literalmente Sol-Sol) y se habría comenzado a construir hacia 1250, habiendo sido destruida alrededor de 1470 cuando el inca Túpac Yupanqui la sitió con su ejército, rindiendo a Minchacaman, último Chimo Cápac. Desde entonces está deshabitada. Hoy exhibe su desolazada grandeza y parece una ciudad momificada.

Aunque la urbe constituye una unidad, está dividida en 10 ciudadelas. Se cree que cada una de ellas era un palacio amurallado que giraba alrededor de la tumba de un monarca, a partir de Tacaynamo y antes de Minchacaman. El sucesor construía su propia ciudadela, quedando la anterior deshabitada. Según el arqueólogo Roger Ravines, las mismas ciudadelas que servían como palacio y residencia durante la vida del gobernante, a su muerte se convertían en mausoleo. El pueblo vivía en terrenos eriazos, en casas pequeñas de adobe o quincha, hacia el lado oeste de la ciudad, en sus extramuros. Eran, en cierto modo, asentamientos similares a las barriadas que hoy se encuentran en la costa.

Entonces, lo que vemos hoy de Chan Chan son las ciudadelas de cada gobernante y su corte; las viviendas del pueblo, ubicadas en los extramuros de Chan Chan, han desaparecido con el tiempo. Según la tradición oral, además, a la muerte de un soberano su sucesor heredaba la posición del señor, pero no sus bienes, tierras ni tesoros, que quedaban en manos de sus parientes cercanos, responsables de conservar y venerar su memoria. Por lo tanto, el nuevo gobernante estaba obligado a construir su propio palacio y a buscar nuevos ingresos para el manejo del reino. Para este fin, contaba como único recurso con el control de miles de campesinos. Las excavaciones arqueológicas, por último, han revelado que los componentes de la corte del Chimo Cápac tenían rangos específicos, como “trompetero o tañedor de caracoles”, “preparador del baño”, “maestro de literas y trono” y un oficial encargado de “derramar polvo de conchas marinas en la tierra que había que pisar”.

Uno de los recintos más espectaculares de Cha Chan es su Gran Plaza Ceremonial, de casi 6 mil metros cuadrados y con capacidad para miles de personas. En esta Plaza se llevaban a cabo multitudinarias reuniones de tipo ritual y festiva, por ejemplo, las procesiones de las momias de los gobernantes por sus herederos (como también ocurría en la plaza del Cuzco con las momias de los incas). Había cantores y poetas que rememoraban las hazañas de los antiguos gobernantes. También se observa la rampa en el fondo de la Plaza que llevaba al sitial del personaje principal que, de esta forma, aparecía, como en un escenario, rodeado de lujo. También hay que observar los muros del recinto, revestidos con listones horizontales de barro y en algún punto se deja ver un friso de ardillas con las colas elevadas, una obra notable de estuco.

Mucho se ha hablado del sitio de Chan Chan por parte de los incas y de la rendición de la ciudad que, a la larga, significó el fin del reino de Chimú. La tradición oral dice que el sitio duró meses hasta que la población, ya sin alimentos ni agua, no tuvo otro remedio que capitular, con Minchacaman a la cabeza. Hay quien dice, además, que el asedio inca coincidió con un Fenómeno del Niño, que hizo vulnerables a los campesinos chimúes. Más allá de estas explicaciones, lo cierto es que el Señorío de Chimú siempre fue vulnerable a los ataques externos. ¿La razón? Las grandes obras de regadío (de adobe y barro) en los valles de la costa norte eran fácilmente destruidas por un ejército invasor. Además, ningún gobernante tuvo el poder suficiente para lograr fortificar totalmente sus fronteras (con excepción de Paramonga, ninguna ciudadela Chimú estuvo bien defendida).

También los chumúes fueron vulnerables respecto al almacenamiento y conservación de alimentos y otros productos. Sus obras de irrigación les permitieron, a lo sumo, productos suficientes de conservar durante una o dos estaciones, pero nunca un ciclo de sequías prolongadas. Como si esto fuera poco, las tierras irrigadas del desierto estaban expuestas a salinización, lo que las inutilizaba para la agricultura, con una considerable disminución de las cosechas, lo que efectivamente ocurrió cuando aumentó notablemente la población, justo en la coyuntura de la conquista de los incas hacia la década de 1470.
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Trujillo en los tiempos prehispánicos: los mitos, Moche y Chimú


Ciudadela de Chan Chan (portalinca.com)

Cuenta el mito, recopilado en 1604 por un cronista anónimo, que fue Tacaynamo el fundador y primer gobernante del Reino Chimú. Dicen que habría venido del Norte, de Paita o de Tumbes, y que implantó un reino despótico, militarista y de gobierno hereditario. Dice la crónica que “No se sabe de donde hubiese venido”; que “dio a entender que era gran señor”; que vino en “balsa de palos”; y que “había sido enviado a gobernar esta tierra… de otra parte del mar”. Añade también que usaba en sus ceremonias “polvos amarillos” y que “vestía paños de algodón con que traía cubierta las partes vergonzosas”. El uso de balsas de palos, taparrabos y polvos de colores para decorar el cuerpo hace sospechar a los investigadores la procedencia norteña de este personaje mítico.

De acuerdo a las evidencias arqueológicas y al estudio de la iconografía de los Chimú, en fundador de este Reino debió reunir poderes tanto políticos como sacerdotales. Con su llegada, además, se habría empezado a construir la ciudadela de Chan-Chan, ya que esta ciudad consta de diez pirámides, el mismo número que el de los gobernantes Chimú hasta la llegada de los incas: cada una de las pirámides habría sido construida por cada uno de los Chimo Cápac, nombre de los gobernantes del Reino. El sucesor de Tacaynamo sería su hijo Guacricur, con quien empezarían las conquistas. Finalmente, fuera de la crónica anónima, no se sabe nada más de Tacaynamo, un personaje muy semejante a Naylamp, el mítico fundador de Lambayeque.

De los cazadores al reino de Mochica.- Pero la historia de las tierras trujillanas, y del departamento de la Libertad, no comienza con Tacaynamo sino se remonta a más de 10 mil años, con los cazadores nómades de la época de los entierros de Cupisnique y a la tradición lítica de Paiján. Estos cazadores, además de sepultar a sus muertos y de fabricar puntas líticas para pescar con arpón en aguas poco profundas, se alimentaba con lechuzas, lagartijas, caracoles de tierra y de mar, además de plantas silvestres y yuyos. Más adelante, viene la tradición sedentaria del hombre de Huaca Prieta, en el valle de Chicama, con sus viviendas (en realidad, cubículos) semisubterráneas fechadas 2,500 años antes de Cristo. Fue también un cultivador primitivo de pallares, zapallos, ají, calabaza y algodón. También cazó, aunque prefirió la pesca con redes de fibra y anzuelos de hueso. El hombre de Huaca Prieta también se hizo conocido por hacer los primeros Ambrs pirograbados y por tejer telas de algodón en las que representó al cóndor, la serpiente, cangrejos y loros.

La región liberteña adquiere singular importancia con la llegada de la cultura Moche o Mochica, surgida en los valles de Moche y Chicama, y que dejó notar su influencia hasta el Alto Piura, por el Norte, y el valle de Huarmey (Anchash), por el Sur. Entre los años 100 y 750 de nuestra era, los reyes moche señorearon por todos los valles de esa región del norte del Perú. La iconografía nos dice que fueron hombres bajos, morenos y fornidos.

También sabemos que los moche aprovecharon la fertilidad de los valles de la costa norte, de clima cálido y húmedo. Sin embargo, dos problemas afectaron su desarrollo: el avance del desierto y el Fenómeno del Niño. Los moche no tuvieron un poder centralizado, sino varios curacas que dominaron en cada valle. Estos señores, como el de Sipán, ostentaban poderes sagrados y militares. Como símbolo de su poder portaban prendas de oro, plata y piedras preciosas. El ajuar funerario encontrado en las tumbas revela su alta jerarquía. También contaban con un séquito de parientes, servidores y “funcionarios”.

Estos antiguos habitantes de las tierras liberteñas tuvieron, a su vez, dioses antropomorfos, entre los que destaca una divinidad felínica, con cinturón de serpiente y que portaba un cuchillo ceremonial (Aia Paec o el “degollador”). En sus rituales, el consumo de alucinógenos permitían una “comunicación” directa con sus dioses; por ello los sacerdotes, curanderos o “chamanes” gozaron de gran prestigio. Los sacrificios humanos (“ceremonia del sacrificio”) fueron una práctica común. De otro lado, los moche construyeron templos piramidales truncos de adobe, con plataformas y muros decorados con escenas rituales (Huaca del Sol, Huaca de la Luna y El Brujo). La cerámica también tenía una función ritual pues está decorada con escenas de ceremonias religiosas. Tenía dos colores (ocre y crema) y podía ser pictórica o escultórica (los “huacos retrato”).

Como sabemos, en 1987 fue rescatada de los “huaqueros” la famosa tumba del Señor de Sipán. El hallazgo arqueológico mostró por primera vez todo el esplendor de una tumba correspondiente a un señor moche. El ajuar funerario que lo acompañaba a la otra vida era riquísimo: objetos de oro, plata, cobre y tumbaga (oro mezclado con cobre); turquesas, mullu y cerámica; el Señor, además, había sido enterrado con parte de su corte. El valor histórico del hallazgo superó ampliamente el valor material de los objetos, pues nos descubrió facetas desconocidas de la vida y la cosmovisión de los mochicas. La tumba confirmó, por último, la gran destreza de estos antiguos peruanos en el trabajo de los metales.

Sobre el fin de los moche hay dos posibles hipótesis. La primera apunta a la conquista de los wari, guerreros provenientes de Ayacucho, y facilitada por una crisis agrícola y climática producto de un fuerte Fenómeno del Niño. La segunda, en cambio, niega todo lo anterior y alude a una “crisis de crecimiento”, es decir, los criterios que usaron inicialmente los moche para construir un estado se terminaron desbordando con el crecimiento de una confederación de valles. De esta manera, habría colapsado el reino de los moche.

El gran reino de Chimú.- Esta civilización fue la que alcanzó mayor resonancia durante el periodo al que los arqueólogos llaman Intermedio Tardío. Tuvo su centro en el valle de Moche y su expansión militar la llevó a dominar la costa desde Tumbes hasta el norte de Lima (Carabayllo). Fue un reino conocido desde la conquista pues los cronistas conocieron a sus líderes (Chimo-Cápac o ciquiq) ya sometidos a los señores del Cuzco. Se trató de una sociedad muy jerarquizada con una población de unos 500 mil habitantes de los cuales casi 40 mil parecen haber vivido en la ciudadela de Chan Chan, capital del reino. Entre las diferentes lenguas que hablaban prevalecieron el sec (Piura), el muchic (o yunga en Lambayeque y La Libertad), el quingnam (en el área nuclear Chimú) y la lengua que llamaron “la pescadora”, de pronunciación gutural, en los valles del sur.

Existe una “genealogía” de Chimú registrada por los cronistas. Tuvo 10 gobernantes y su fundador esta relacionado con la figura mítica de Naylamp o Tacaynamo; su último líder, antes de la conquista incaica, parece haber sido Minchacaman. Entre sus divinidades destacaba la luna, llamada si, seguida por el sol, las constelaciones y el mar, llamado ni. Asimismo, el soberano era considerado una deidad.

Sus pobladores se dedicaban a la agricultura aprovechando los valles de la costa norte y las aguas subterráneas (puquios); construyeron wachakes o terrazas agrícolas hundidas que aprovechaban la humedad del terreno. Sembraron maíz, frijol, maní, ají, algodón y frutales como lúcuma, pacae, guanábana y palta. Su economía se completaba con la pesca y la recolección de mariscos. La caza parece haber sido una actividad ritual. Su cerámica (monócroma con gollete estribo) fue utilitaria y fabricaron hermosos mantos de plumas.

De los wari heredaron la tradición urbana y, de sus ancestros moches, la destreza en la orfebrería. Construyeron, o volvieron a ocupar, grandes ciudadelas de barro planificadas y divididas en sectores para artesanos (Chan Chan y Pacatnamú); en el trabajo de los metales realizaron múltiples objetos rituales (como el tumi o cuchillo ceremonial) y de decoración (muchas de éstas combinadas con piedras semipreciosas como la turquesa). Su orfebrería, a pesar de los hallazgos moche, es todavía considerada la mejor del Perú prehispánico.
El final de los Chimú ocurrió alrededor de 1470, cuando los ejércitos inca, al mando de Túpac Yupanqui, sitiaron y sometieron a la ciudadela de Chan Chan, obteniendo la capitulación del chimo cápac Minchacaman, quien, desde entonces, pasó a ser aliado de los emperadores del Cuzco. Prueba de ello es que, cuando los españoles ocuparon Cajamarca, Atahualpa hizo su ingreso a la plaza acompañado del chimo cápac de entonces, Cajazinzin.

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Proyecto Bicentenario: Instituto Goethe


Acta de la Independencia del Perú

El Goethe-Institut Lima y la Pontificia Universidad Católica del Perú invitan a un ciclo de conferencias para reflexionar desde la historia el significado contemporáneo del Bicentenario. Organiza el Dr. Antonio Zapata. Lugar de las conferencias es el Auditorio del Goethe-Institut Lima, Jirón Nazca, Jesús María, Lima 11. El ingreso es libre.

Conferencias:
Scarlett o Phelan
San Martín y la Independencia latinoamericana (lunes 27 de septimbre, 19:30 horas)
Antonio Zapata
Las fechas de las celebraciones del Bicentenario (martes 28 de septimbre, 19:30 horas)
Juan Luis Orrego Penagos
Reflexiones ante el Bicentenario (miércoles 29 de septiembre, 19:30 horas)
Cristóbal Aljovín
La Independencia y el tema de la libertad (jueves 30 de septiembre, 19:30 horas) Sigue leyendo

Bicentenario, lectura final

Los libros editados este año sobre el Bicentenario de las Independencias han abierto el debate en torno al pasado y presente de una polémica celebración. Aquí, un artículo de Manuel Lucena tomado del ABC de España.


Nueva decoración en la Plaza Bolívar de Caracas

De la misma manera que el magnífico Pío Baroja definió novela como aquel libro en cuya portada decía «novela», podríamos mantener que un libro de Historia pertenece por definición al género historiográfico. No hay lugar para la confusión. La Historia no es literatura aunque, si está bien escrita, se expresa literariamente («se lee como una buena novela»). No es lo mismo que «memoria», un relato sesgado que algunos filósofos extraviados reclaman para sí.

No existe la «memoria histórica», porque el historiador, si actúa como tal, no puede narrar sólo un fragmento de pasado, el que le conviene, o aquel con el que está de acuerdo, o el que le facilita una buena subvención. Debe agotar los horizontes de la explicación y de la información de los que dispone, o dedicarse a otra cosa, o llamarse de otra manera. La Historia es una ciencia y un arte que convierte las casualidades en causalidades en la medida de lo posible, porque la arbitrariedad de las conductas humanas, el escenario infinito de posibilidades, representan el único determinismo que puede reconocer un historiador. Este se expresa mediante la poética y la narrativa de no ficción; no inventa, sino que imagina, e infiere a partir de las evidencias de las que dispone. El carácter científico se refleja en una metodología de examen crítico de las fuentes y evidencias.

No hay que confundir nunca la Historia con las ficciones que incluyen datos más o menos irrelevantes saqueados de otros tiempos y carentes de contexto (mucho de lo que ahora llaman novela histórica, ni lo es, ni se le parece), o con fábulas que se proyectan hacia el pasado. Entre estas figuran las mitologías políticas, generadoras de sentimientos identitarios más o menos forzosos.

Los casos español e iberoamericano constituyen un interesante campo de reflexión sobre el papel de la Historia y el historiador, en la medida en que «prisiones historiográficas», lugares comunes y deficiencias de punto de vista ofrecen una visión deformada de lo acontecido desde la independencia hasta la actualidad. No son ajenos a ello ni la potencia de la narración criollista-victimista de la emancipación y su inserción en la tradicional leyenda negra, ni el problema de definición de lo que es Historia y no lo es.

«Fracasología» y «pornomiseria».- La ficción actúa en los países de cultura en español como un delirio de sustitución. La fracasología hispánica (estamos condenados para siempre al desastre) y sus anexos, que son la pornomiseria (pudiendo mostrar sólo lo malo, para qué hacerlo con lo bueno) y el victimismo (la culpa siempre es de otro) tienen mucho que ver en ello. Así, el presente es por principio inmanejable y el pasado se encuentra en una permanente alteración, que abre paso a «segundas, terceras, quintas transiciones» y a la conculcación permanente de la democracia y el Estado de derecho. ¿Qué futuro aguarda a unas sociedades saturadas de pasado? Por todo esto, el repaso a los argumentos de la historiografía más reciente nos facilita escapar de estas ficciones del fracaso y encontrar nuevos puntos de vista.

Sin duda, el proyecto más importante, puesto en marcha con una ambición encomiable por la Fundación Mapfre y Taurus, es el de «América Latina en la Historia contemporánea», un grado de aproximación entusiasta hacia lo que será una Historia atlántica de las Américas, capaz de trascender el corsé de las respectivas historias nacionales y de ofrecer al gran público una nueva narración, global y en este sentido verdadera –correspondiente a nuestro tiempo–. Los relatos de nación deben renovarse, cruzarse, interactuar, hacia dentro para incluir múltiples puntos de vista, disciplinas y orígenes, y hacia afuera para reproducir la escala contemporánea de los acontecimientos, precipitados por los sucesos de 1808 en el centro –no en la periferia– del Imperio español.

Este planteamiento es patente en los tres primeros volúmenes (Crisis imperial e independencia , 1808-1830) del casi centenar que compondrán la colección, dedicados a España, Chile y Argentina. La factura es excelente, la letra legible, el papel adecuado; los completa un apéndice de imágenes. El primero hace evidente que la Historia de España sin la de América no se entiende, ni antes ni después de 1810, y que por mucho debate sobre liberalismo, catolicismo y nación española que se realice, la dimensión ultramarina es determinante: el capítulo de José María Portillo es encomiable a este respecto.

Algo más tradicional en su factura resulta el volumen de Chile, donde la nueva Historia política ha producido un gran impacto, si bien la corrección de las contribuciones no admite duda. El mito de la lejanía chilena merecería una revisión. El dedicado a Argentina es menos deudor de una historiografía desde la distancia, más consciente de la centralidad de las revoluciones atlánticas del mundo hispánico. La magnífica dirección de Jorge Gelman apostó por excelentes historiadores jóvenes argentinos y el resultado es obvio: los textos están tan bien escritos que no los arregla ni un novelista.

Brillantes reinterpretaciones.- Tampoco necesitan un repaso literario los dos libros publicados en México por Tomás Pérez Vejo y Mauricio Tenorio. El primero propone una brillante reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas, que desmonta el camelo de que representaron choques «de criollos contra peninsulares». El segundo opera en la misma dirección, pero se le va un tanto la rosca literaria, con expresiones como «Atlántida morena» o «mestizaje a contrapelo». La ironía del capítulo dedicado al «baño de pureza» multicultural de Barcelona, o el uso de conceptos como la «pos-caridad», suscitan una reflexión tan provechosa como caótica.

Por el contrario, para orden historiográfico, el que acreditan la clásica síntesis de John Lynch, la mejor Historia sociopolítica de las emancipaciones hasta la edición del volumen de François-Xavier Guerra Modernidad e independencias en 1992, o el espléndido libro de Manuel Hernández González en edición revisada, un retrato de la emigración, vida cotidiana, esperanzas y tristezas de los isleños en «su» Capitanía americana. Para nuevas y meritorias investigaciones, finalmente, hay que destacar la impecable (y bilingüe) edición de cartas y documentos del liberal Blanco White a cargo de Martin Murphy, con un epígrafe dedicado a «españoles, hispanoamericanos o ingleses». Fíjense lo que decía el 11 de marzo de 1812: «Estoy cada día más convencido de que los locos planes de independencia absoluta están lejos de ser apreciados por la masa del pueblo; más aún, concibo que Caracas, donde un puñado de hombres los han puesto en práctica, debe de estar harta ya de republicanismo» (p. 225). Para que luego nos vengan con que fue el primer heterodoxo español. En esta misma línea se encuentra la premiada monografía de Alejandro Cardozo Uzcátegui, que narra los años formativos de Bolívar antes de sus supuestas iluminaciones mesiánicas, como un rico joven español americano que en Bilbao y Madrid buscaba su destino. En la Historia, jamás en la ficción.
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Nuevo libro: ‘La catástrofe demográfica andina. Perú, 1520-1620’

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL PERÚ
Escuela de Posgrado
Programa de Estudios Andinos

Presentación del Volumen Nº 6 de la Colección Estudios Andinos, Fondo Editorial PUCP
Noble David Cook
“La catástrofe demográfica andina. Perú 1520-1620”

David Cook (Ph.D. por la University of Texas) es Profesor Principal de Historia de la Florida International University, Profesor Honorario del Departamento de Humanidades y miembro del Consejo Científico Internacional del Programa de Estudios Andinos de la Escuela de Posgrado de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia. Entre sus principales publicaciones figuran La conquista biológica: las enfermedades del Nuevo Mundo (2005), People of the Volcano: Andean Counterpoint in the Colca Valley, Peru (2007) y, en coautoría con Alexandra Parma Cook, Un caso de bigamia trasatlántica (1992) y The Plague Files: Crisis Management in Sixteenth Century Seville (2009).

Presentarán: Liliana Regalado de Hurtado y Miguel Costa

Martes 28 de septiembre, 5:15 p.m.
Sala de Grados. Facultad de Letras y Ciencias Humanas

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Bicentenario de Venezuela: un texto de Germán Carrera Damas

Batalla de Carabobo

”TENEMOS DOSCIENTOS AÑOS DEFENDIÉNDONOS DEL DESPOTISMO…”

Germán Carrera Damas
Profesor Titular III, jubilado
Discurso de Orden
Acto universitario de iniciación de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Venezuela.
Aula Magna Universidad Central de Venezuela
21 de abril de 2010

Es muy alto el honor que hoy me confiere esta Casa, de la que soy hijo intelectual y, en no menor parte, hijo espiritual. En ella sentí consolidarse la convicción de la que hablé a mis colegas, profesores y estudiantes de mi Escuela de Historia, en el acto conmemorativo de su cuadragésimo aniversario. Dije en aquella también honrosa ocasión, que estudiar historia es aprender libertad. Y de esa libertad históricamente aprendida me valgo hoy para decirles lo que esta conmemoración representa para mí: Tenemos doscientos años defendiéndonos de la amenaza del despotismo.

Enfrentar el despotismo es la forma más inhumana de luchar por la libertad, que es el más humano de los valores después de la vida; porque sin libertad la vida derrama su savia. Ese es el mensaje que esta Casa nos envía cada vez que escuchamos su himno; cada momento en que tenemos presente que su misión institucional es vencer las sombras. No hay sombras más aciagas que las echadas por el despotismo sobre la libertad. Esas sombras no sólo oscurecen los caminos hacia el futuro, sino que ocultan y desvirtúan el pasado,

Durante doscientos años los autócratas que han logrado hacerse del gobierno, han alimentado la conciencia histórica del pueblo con la perversa confusión entre Independencia y Libertad; que no son en absoluto sinónimos. Y se ha hecho de nuestra obra, iniciada el 19 de abril de 1810 y proseguida el 5 de julio de 1811, una víctima de esa perversidad, alevosamente manejada por los mandones de toda pinta para escudar su despotismo tras la conseja de que “Venezuela es un país libre”; y así poder mantener oprimido a su pueblo; sin que logre mediar la solidaridad internacional. Se valen esos déspotas, y sus cómplices en mala hora borlados, de una grande y alevosa mentira. Se escudan tras una coartada que ha brindado impunidad a las etapas de la privación de su libertad a este pueblo, que ha luchado por ella con su sangre y su sudor durante doscientos años. Para que el engaño quede al descubierto basta recordar que se puede lograr independencia hacia el exterior, sin que haya libertad en lo interior.

Nacimos, como República, definitiva y perdurablemente conformada, en el seno de nuestra más grandiosa creación sociopolítica: en el seno de una República de Colombia que reiteradamente se proclamó independiente por sus armas y libre por sus leyes. Pero durante doscientos años se ha pretendido que las armas sirvieran sobre todo para ahogar los períodos de libertad en los que los venezolanos hemos persistido patrióticamente, porque no concebimos una Patria sin libertad; porque así la institucionalizaron los constituyentes de Cúcuta en 1821, siguiendo con fidelidad mejoradora la “Ley fundamental de Colombia”, también promulgada en Angostura, el 17 de diciembre de 1819, por el mismo gran arquitecto de estados independientes.

La definitiva institucionalización de la República venezolana, en el seno de la institucionalización de la República de Colombia, moderna y liberal, marcó la proyección de lo iniciado, para la mayoría de los pueblos que conformaron esa República, en Caracas, el 19 de Abril de 1810. Fue una fecha civil, que debemos rescatarla hoy como una acción civil, de una enorme trascendencia civil, histórica. Nunca militar. A esa fecha se le ha querido desvirtuar, en su significación, con un desfile de pantomimos. Vale la pena recordar, a este respecto, lo que señalan los obispos en su Carta Pastoral sobre el Bicentenario, acerca del hecho de que el 19 de Abril y el 5 de Julio “ocurrieron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad”.

Permítanme invocar un título que podría contribuir a legitimar mi presencia en esta tribuna. Hace medio siglo, en esta mi Casa, escribí y publiqué un incipiente ensayo sobre los que denominé “Los ingenuos patricios del 19 de Abril y el testimonio de Bolívar”, refiriéndome a los tan denigrados pioneros de nuestra procura de baluartes legales para propiciar la búsqueda de libertad, salvaguardándola del despotismo. Sobre esos patricios y los el 5 de julio de 1811 han caído, con ahistórica perpetuidad, el desdén, y hasta la burla, de los hombres fuertes; fuertes de la irracionalidad; porque ningún enemigo de la libertad puede ufanarse de racionalidad.

Pero sobre ellos ha caído, también, la extrapolación abusiva de la injusta recriminación bolivariana, estampada en el Manifiesto de Cartagena. Ignoran quienes repiten esos cargos, -con ánimo que benévolamente califico de extraviado-, que al repetir esos cargos exhiben un flaco sentido histórico. El mismo airado joven que intentó eclipsar con sus infundadas imputaciones sus propias fallas, luego en Angostura, aquietado por la tenaz realidad de la lealtad popular a nuestra Corona; y vapuleado por la adversidad militar y política, rindió un encendido tributo a los que había tildado de repúblicos aéreos; refiriéndose a la obra constitucional de una elite civil ilustrada que representó, en aquel difícil momento, la esencia institucional de la inminente República. Permítanme que, de paso, me apiade de quienes, pretendiendo hacerse pasar por historiadores, dicen que esos ilustrados patricios representaban una especie de burguesía colonial, ajena a los intereses del pueblo, contraviniendo lo dicho por el barbudo de Trevis y su compañero de pluma, en ese librito que recorre el mundo, sembrando fantasmas, desde 1848: “La burguesía ha jugado en la Historia un papel altamente revolucionario.”

Hoy, también en esta mi Casa, digo que para honra y salud de nuestra Patria, aquellos ingenuos patricios siguen vivos y luchando, en las aulas de esta Casa; en las calles y barrios de esta Patria; en las cárceles secuestrados; en el exilio; y acosado su legado por la agresión del engendro parajudicial, que arroja sombras de ingratitud sobre esta Casa comprometida a vencerlas.

Ilustre Rectora
Honorables Vicerrectores y Secretario
Distinguidos miembros del Consejo Universitario
Colegas profesores
Compañeros estudiantes, y decirles así no es por halago, tampoco por cumplido: soy estudiante de la Historia, escrita con H grande.
Universitarios de todos los sectores, áreas y niveles profesionales.

Me niego a dejar esta tribuna sin confiarles algo que me ha tomado más de medio siglo aprender. Es esto: Los hombres interrogamos la Historia, no tanto para comprender el pasado histórico, -vale decir el que sintetiza las etapas del tiempo cronológico- sino para contrarrestar el temor a la incertidumbre. Pero, a su vez, los pueblos comparecen ante la historia, ante su historia. No lo hacen porque ésta sea tribunal, sino porque es la manera cierta de rendirse cuentas a sí mismos. Y me pregunto: ¿Cómo debería sentirse un pueblo que tras doscientos años de padecer y vencer, alternativamente, el despotismo, se halla hoy asediado por el despotismo?

Sería fácil, engañosamente fácil, sintetizar la respuesta en una sentencia: ese pueblo debería sentirse abrumado. Pero nosotros, pueblo venezolano, no nos sentimos abrumados. Que no se me interprete a la ligera, porque digo tal cosa. No soy optimista, si por serlo se alude a quienes optan por evadirse de la realidad. Cultivo la certidumbre histórica; y ésta me dicta una lección, que es extensa,-muy al gusto de los historiadores-, pero que paso a resumir para ustedes: cuando yo nací, en 1930, sólo unas pocas decenas de jóvenes habían dado el paso al frente contra el despotismo que, con altibajos que apenas presentaba mella en su esencial continuismo, dominaba esta tierra, que falazmente proclamaban libre sus tiranos. Cuando era liceísta vi nacer, a partir de 1945, la Democracia. Venezuela se llenó de hombres, mujeres y jóvenes que nos empeñamos en descubrir la verdad de la Libertad y de la Igualdad. Hoy me siento inconteniblemente orgulloso de pertenecer a un pueblo heroico que no sólo ha resistido, y resiste, los embates del despotismo, sino que avanza resuelto a obligarlo a disiparse.

Y me siento particularmente orgulloso de haberme formado en esta Casa; de pertenecer a esta Casa, que dio un paso al frente en 1928, y que lo da ahora, probándose consecuente en el cultivo de la Libertad y en el rechazo de todo lo que pretenda empañar el resplandor de la Libertad.

Sí, es un alto honor el haber sido encargado de hablar ante ustedes. Pero debo confesarles que temo haber sorprendido a quienes pudieron esperar de mi que dictase una clase magistral. Y espero que esa sorpresa sea motivo de agradecimiento, pues éste no me parece el lugar, ni ésta la oportunidad, de una nueva radiografía de los hechos del 19 de Abril, que todos ustedes conocen. He podido hacerlo; y lo hubiera hecho de no ser porque creo que comienzo a comprender la Historia; y habiendo penetrado un palmo en su sentido, me siento más comprometido con una suerte de precepto que alguno de Ustedes quizá me haya escuchado decirlo: “Soy historiador, y por serlo me interesa el pasado; me interesa mucho el presente; me interesa sobre todo el futuro”. Y es la observancia de este precepto, lo que me induce a vivir en esa dimensión especial, ya mencionada, que denomino el tiempo histórico, es decir la dimensión que sintetiza, dinámicamente, las tres también mencionadas etapas del tiempo cronológico.

Como historiador, he sido honrado con la oportunidad de hablarles. Como historiador que ha predicado sobre la responsabilidad social del historiador, he hablado. Pero, también, como historiador no puedo sustraerme a uno de los lugares comunes del oficio, que consiste en hacer citas textuales con indicación precisa de las fuentes. Debo, por consiguiente, hacer cuando menos una de esas citas; y se me ocurre ésta: ….”Estamos de regreso de la larga etapa sombría. La historia trabaja en el mejor rumbo. Y a ayudarla se ha dicho. Porque no camina sola.” Eso escribió Rómulo Betancourt a Juan Bosch, el 30 de diciembre de 1955. (Rómulo Betancourt. Antología política, Vol. VI, p. 430).

Permítanme despedirme exclamando: ¡Por una Universidad Central autónoma, libre y democrática, en una Venezuela independiente, libre y democrática!

Caracas, 21 de Abril de 2010

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Plazuela Felipe Pinglo Alva

Ubicada en el jirón Junín con la iglesia del Prado (en los Barrios Altos), esta plazuela fue construida, posiblemente, cuando el arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez, reconstruyó el edificio del Monasterio del Prado a mediados del siglo XVII. Ahora, este espacio es un homenaje de la ciudad al compositor Felipe Pinglo Alva, quien vivió en este barrio y fue el propulsor del vals criollo tal como lo conocemos ahora. En la placa se encuentra la siguiente inscripción: “Municipalidad Metropolitana de Lima, remodelación de la Plazuela Felipe Pinglo Alva 1899-1936. Dedicada a la memoria del padre de la música criolla. El cantor de los humildes, visionario vanguardista de la forma musical, creador de valses y poemas de gran contenido humano y social. Alberto Andrade Carmona Alcalde-Febrero 1997”.

Fin de la serie “Plazuelas de Lima” Sigue leyendo

Plazuela de Santo Cristo o Maravillas


(blog Lima de Siempre)

Ubicada en la cuadra 14 del jirón Ancash (en los Barrios Altos), el trazo de esta plazuela se remonta al siglo XVIII y forma parte de la Iglesia de Santo Cristo, ubicada donde antes estuvo la Portada de Maravillas, una de las puertas de la antigua Muralla de Lima. La capilla del Santo Cristo de las Maravillas fue mandada a levantar por el arzobispo Juan Domingo de la Reguera ya que, según la tradición, allí se encontró abandonada una imagen del Redentor. Es una plazuela de regular tamaño, en una esquina, con cuatro bancas de madera y cemento, y con jardines en aceptable estado. Por su cercanía, esta plazuela y su templo, era el antiguo punto de partida de los cortejos fúnebres hacia el cementerio Presbítero Maestro.

Mañana, plazuela Felipe Pinglo Alva Sigue leyendo