Archivo por meses: diciembre 2009

Casonas de Lima (2)

Casa del Oidor (Plaza de Armas).- No se sabe mucho acerca de esta casa, ubicada en la esquina noreste de la Plaza Mayor. Su historia se remonta a finales del siglo XVII y es una de las construcciones más antiguas de Lima. Se denomina “Casa del Oidor (el oidor era un magistrado colonial, miembro de la Audiencia, que “oía” a las partes litigantes), pues se especula en la Lima virreinal sirvió de sede donde se reunían los magistrados del máximo tribunal de justicia de estos territorios, la Real Audiencia de Lima; dicen que en esta casona los oidores “escuchaban las quejas del público”. Desafortunadamente, el edificio no está abierto a los visitantes. Hoy, sorprenden sus balcones, de color verde.


Casa del Oidor

Casa Belén o Museo de Minerales “Andrés del Castillo Rey” (jirón de la Unión 1030).- Para la sede de este museo se restauró esta gran mansión colonial y republicana, cuyos propietarios fueron distinguidas personalidades, entre ellos José Baquíjano y Carrillo. Durante el siglo XIX fue ocupada por la familia Ramírez de Arellano (1854), la compañía mercantil de los judíos Herman Abraham y Goodman Cohen (1868) y por Enrique Barreda y Osma (1893). La restauración de esta casona que estaba a punto de ser un inmueble en ruinas ha sido extraordinaria. La mansión, que alguna vez fue sede de la Embajada de Estados Unidos durante el gobierno de Augusto B. Leguía, ha recuperado su prestancia y su estilo de monumento histórico típicamente limeño. En sus salones, el empresario minero Guido del Castillo ha expuesto técnica, científica y artísticamente su rica colección de especímenes minerales, coleccionados a través de casi 30 años; la muestra se enriquece, además, con una exposición de cerámica de estilo Chancay, así como mantos y tejidos prehispánicos (más información en www.madc.com.pe).

Casa Grau (Huancavelica 170).- Esta casona se remonta a finales del siglo XVII y fue propiedad del oidor Gaspar Osma y Tricio; luego pasó a manos del historiador José de la Riva Agüero y Osma. Durante el siglo XIX, entre 1867 y 1879, fue residencia de nuestro almirante Miguel Grau. Desde 1984, es sede de la “Casa Museo Miguel Grau”, administrada por la Marina de Guerra del Perú; el museo exhibe una colección de fotos, ropa, muebles y objetos personales del “Caballero de los Mares” y muchos documentos antiguos de la Armada peruana.

Casona Berckemeyer (jirón Ucayali 266).- Esta casa, que data de 1855, tuvo como primer propietario a don Manuel Porras. Perteneció luego a doña Zoila Hidalgo de Mimbela y más tarde a la familia Berckemeyer. La restauración del inmueble la realizó el condominio Berckemeyer-Osma en 1983. Después fue la sede de una notaría hasta finales de los años ochente, cuando el inmueble quedó cerrado. En los años noventa fue nuevamente restaurada a allí vivieron el entonces alcalde de Lima, Alberto Andrade, y su familia. La casona, de estilo republicano, tiene 20 habitaciones en dos plantas, un gran patio con piso de mármol y columnas de madera y amplios ventanales con rejas de hierro forjado. La fachada muestra dos balcones de cajón con vidrio ornamentado al estilo vitral y un balcón de baranda al centro.

Casa 13 Monedas (Ancash 536).- Originalmente, esta residencia perteneció a la familia López-Flores, a mediados del siglo XVIII. Construida en estilo rococó, aún conserva sus puertas originales, ventanas y rejas. Lamentablemente, la parte exterior está muy deteriorada. Son hermosos del patio y las habitaciones. Se llama “Casa de las Trece Monedas” por las trece monedas en el escudo de armas de la familia propietaria; durante varios años, además, fue local de un conocido restaurante con el mismo nombre. Hoy se funciona el “Instituto de Matemáticas y Ciencias Relacionadas” de la UNI.

Casa Negreiros (jirón Azángaro 536).- Durante el siglo XVIII, don Jorge Negreiros, el magistrado jefe de Arica, se instaló en Lima y construyó esta casona a solo dos cuadras de la Plaza de Armas. Fue sucesivamente restaurada en el siglo XIX, en 1970 y en 1997, cuando la Municipalidad de Lima la declaró “Patrimonio Histórico de la Ciudad de Lima”. Es impresionante el balcón de madera largo que da la vuelta de la esquina de la casa, y que cubre casi toda la longitud de la fachada. El patio interior es uno de los mejores ejemplos del neo-clasicismo en Lima.

Casa Canevaro (jirón Ancash 769).- La casa original fue construida por el Capitán Villegas, gobernador del Callao, en 1752. En 1818 el edificio fue comprado por la familia Lobatón Laos. Su diseño actual data de mediados del siglo XIX, cuando el general César Canevaro, un héroe de guerra de la guerra de Chile, reconstruyó la casa en un típico estilo republicano con líneas puras y refinadas y bellas balconadas de madera.

Casa L`eau Vive (Ucayali 370).- Esta interesante casona del siglo XVIII fue muy bien restaurada a mediados siglo XIX y vale la pena mencionar el tallado de su balcón abierto. Hoy es local de un restaurante de comida francesa y criolla, gestionado por las misioneras de la Inmaculada Concepción.

Casa de las Trece Puertas (esquina jirones Ancash y Lampa).- Esta casona tiene casi cinco siglos de historia, pues a finales del siglo XVI fue propiedad del Tribunal de la Santa Inquisición. Luego pasó por varias manos hasta que, en 1972, es propiedad de la Municipalidad de Lima. Afortunadamente, ha sido restaurada, luego de 30 juicios para desalojar a casi 70 familias. La arquitectura que se ha recuperado se basa sobre las últimas intervenciones del siglo XIX, con un estilo neoclásico e inspirado en el Renacimiento Veneciano. La casona se reconstruyó utilizando las técnicas originales. Se recuperó el pino original de las puertas, ventanas y corredores y patios del segundo piso, además de la forja de las ventanas. Se respetó la construcción antisísmica y la albañilería de las paredes del primer piso, se reconstruyó el adobe y los segundos pisos con quincha. Además, se recuperó sus dos patios interiores. Para los pisos se utilizó mármol de Carrara, baldosas republicanas y pisos machimbrados, además de algunos pisos modernos en las áreas comerciales.

Según información recogida por la revista Caretas, “La casa es del siglo XVII. Pero su historia se remonta a la misma fundación de la ciudad. En la repartición de los solares, este sector fue asignado al Cabildo. En la pequeña manzana de forma trapezoidal donde desde hace tres siglos se erige la Casa de las 13 puertas, se establecieron, a poco de fundarse la ciudad, el matadero de reses, la carnicería, la alhóndiga o depósito de granos y la Casa de la Moneda, que le dieron un gran movimiento comercial a la zona. Posteriormente se construyó la casa en la esquina. En su primera época tuvo solo un piso de altura: por tasación hecha por Fray Diego Marote el 6 de setiembre de 1690, se sabe que contaba con 9 puertas a la calle y dos siglos después con 13 puertas. En el siglo XVII, al construirse la Iglesia de San Francisco, esa zona se convertiría en una de las más atractivas de la capital. Era entonces el paso obligado de virreyes, oidores, capitanes, cuando iban a escuchar la santa misa o a una ceremonia en la Iglesia de San Francisco, donde en sus criptas y catacumbas se sepultaba a famosos personajes de la Colonia. Además, era una salida al río cuando sus riberas eran otra cosa. La fachada de la casa es republicana. Con alguna reminiscencia neoclásica. Posee pequeños balcones con balaustres muy bien torneados y lisos. Hasta mediados del siglo XVII perteneció al Cabildo; luego pasó a poder de terceros en forma sucesiva hasta 1973, en que fue expropiada por la Municipalidad de Lima”.

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Casonas de Lima (1)

Como Lima fue la capital del virreinato más rico del Nuevo Mundo, al menos hasta el siglo XVII, congregó a las más altas autoridades y a las mayores fortunas de la época, que imprimieron sus gustos personales en sus casonas solariegas, gestándose así un estilo arquitectó¬nico muy particular, único en el continente.

Durante el siglo XVI predominó el mudéjar, luego el barroco, pero hacia mediados del XVIII cede el puesto al afrancesa¬miento impuesto por los gustos del virrey Amat y su época, que rompieron la tradición de los viejos bal¬cones cerrados y los llenaron, gracias al yeso, de medallones, mol¬duras, volutas y otras formas curvas. El balcón cerrado andaluz adquirió en Lima personalidad propia, sobre¬vivió a la colonia y se hizo también republicano; se convierte en elemento inseparable y característico de la arquitectura limeña. Los secretos técnicos de su construcción eran conocidos únicamente por un reducido grupo de artistas: uso de determinadas maderas y los métodos para secarlas, de clavos especiales, etc.

La distribución de las antiguas casas coloniales es clásica, y se considera una herencia romana traída por España. Las habitaciones a ambos lados del patio se construían si lo permitían las proporciones del terreno. Frente al zaguán, invariablemente, salvo excepciones, como en las casas de Aliaga o de Pila¬tos, estaba “el principal”, que comprendía una amplia sala de recibo, los dormitorios y el comedor. Casi siempre, la casa colonial tenía un traspatio y en las mansiones importantes había dos o más patios interiores intercalados, unidos todos por un pasadi¬zo lateral que recorría el inmueble en toda su extensión.

Según el arquitecto José García Bryce, el planeamiento y los materiales y métodos de construcción de las casas cambiaron poco en los tres siglos de virreinato; en cambio, las formas de las portadas, balcones, galerías, puertas, rejas y decoración mural experimentaron transformaciones más marcadas por causa de la evolución del gusto y de las influencias estilísticas que provenían de Europa y España. Fueron influencias platerescas, clásico-renacentistas y manieristas hasta bien entrado el siglo XVII, barrocas hasta mediados del XVIII, rococó hacia 1760-1790 y neoclásicas en las dos primeras décadas del siglo XIX.

Durante la República, hasta la década de 1870, la casa solariega se mantuvo prácticamente inalterada. Es más, un considerable número de ellas son realmente casonas coloniales refaccionadas o ampliadas, en las que los balcones, las galerías de los patios, las puertas, ventanas y rejas son republicanas, o tal vez todo el segundo piso, pero cuyos muros y techos son de origen colonial. Además, se conservó la disposición interna como la forma exterior de las casas, con fachadas planas y portón central, con techos de azotea y miradores. Tampoco varió la construcción, ya que se siguieron utilizando los mismos materiales y métodos que antes, salvo en el caso de las rejas, que comenzaron a fabricarse de hierro fundido, y la carpintería, cuyos métodos de fabricación también evolucionaron al introducirse nuevos tipos de herramientas.

Casa O’Higgins.- El solar donde se ubica esta casona perteneció, desde la fundación de Lima, al capitán don Juan de Villalobos. En el siglo XVII la propiedad fue adquirida por Juan Arias Maldonado, cuyo último descendiente, don Andrés de Maldonado Salazar y Robles, la vendió en 1750 a su concuñado, Domingo Ramírez de Arellano. Así, en 1781, el inmueble pasó a ser propiedad de la familia Ramírez de Arellano y Baquíjano, quienes la alquilaron al comerciante irlandés Juan Ignacio Blake en 1792. Fue entonces que en ella vivió, los años de su adolescencia, el futuro prócer y primer presidente de Chile Bernardo O´Higgins, pues su tutor fue el señor el señor Blake. Eran los años del gobierno de don Ambrosio O´Higgins, virrey del Perú.

La familia Ramírez de Arellano alquiló en 1830 nuevamente la casa a Bernardo O´Higgins, exiliado de Chile, quien la ocupó con su familia hasta 1842, fecha de su muerte. Aquí pasó sus días citadinos pues, como se sabe, durante su exilio peruano residió habitualmente en la hacienda “Montalbán” del valle de Cañete. Su segunda estancia en el inmueble, coincide con la época de la apertura al comercio inglés y es bastante probable, que los objetos encontrados en lo que antiguo patio de su residencia, sean los testimonios más cercanos a la cotidianidad de tan famoso vecino. En efecto, en 1994, luego de ejecutados los trabajos de recuperación de la primera planta, fueron descubiertos deshechos domésticos en lo que había sido el patio principal de la casa. Teniendo en cuenta la época en cuestión y determinadas corrientes de consumo no es de extrañar la presencia de abundante loza inglesa.

Luego de la muerte del mariscal Bernardo O’Higgins, en la segunda mitad del siglo, la casa fue alquilada a una sucesión de representaciones comerciales e instituciones entre las que destacan el Club Nacional y el Banco Internacional del Perú. La presencia del Banco redefinió por completo la estructura y estética de la mansión, que perdió su sabor virreinal para adecuarse a los usos de una institución financiera y a los cánones arquitectónicos fines del XIX. Al Banco Internacional se debe la apariencia actual del inmueble con el patio reducido, la antecuadra y cuadra convertidas en un gran hall de recepción y con una decoración de gusto clasicista. En 1933, el Banco Internacional desocupó la planta baja de la casa para pasar a su actual local de la plazuela de La Merced y el inmueble permaneció vacío por espacio de muchos años. En 1944, por muerte de su propietario, don José de la Riva-Agüero y Osma, la propiedad pasó a la Pontificia Universidad Católica del Perú. En 1971, el Seminario de Arqueología del Instituto Riva-Agüero mudó sus actividades al histórico inmueble. Poco después se creó el Museo “Josefina Ramos de Cox”, que exponía las evidencias arqueológicas del señorío prehispánico de Maranga. Desde 1989, fue considerada monumento histórico del patrimonio monumental de Lima. La última restauración culminó en 2008 con el aporte económico del gobierno de Chile.


Casona O’Higgins

Casa Larriva o casa de los marqueses de La Riva (jirón Ica 426).- Esta mansión colonial se remonta al siglo XVIII y fue construida por la familia Larriva. En su fachada luce dos grandes balcones; su magnífica puerta le otorga el acceso al patio interior. Las puertas, ventanas, barras de estilo andaluz y la galería son aún los originales. El ambiente interior destaca por su techo virreinal en el segundo salón y el elegante mobiliario donado por varias familias antiguas de Lima. Como muchas casonas coloniales, la Casa Larriva fue dañada por el terremoto de 1746; además, en 1780, un incendio destruyó la casa aún más, de modo que la restauración era inevitable. Hoy, esta mansión es la sede de la Asociación Cultural “Entre Nous” y se puede visitar con previa cita.


Casona Larriva

Casa Barbieri o de los Condes del Villar (jirón Callao).- En la cuarta cuadra del jirón Callao, antes calle de la Piedra, se ubica esta casona que, según algunos datos, fue adjudicada por el propio Francisco Pizarro a don Francisco de Chávez. Luego de pasar por distintos propietarios, incluyendo a los padres Ermitaños de San Agustín, fue vendida a don Antonio de Fuente, conde del Villar. Su último dueño se apellidaba Barbieri, de donde le viene una de sus denominaciones. Ha sido restaurada siguiendo los planos originales y mantiene sus 80 habitaciones, sus patios y su portada.

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Un santo bajo sospecha

Benedicto XVI impulsa la beatificación de Pío XII, un ultraconservador a quienes los judíos atribuyen “demasiados silencios” ante el Holocausto y ser tibio ante el terror de Hitler. Menos polémica genera el proceso iniciado para elevar a los altares al pontífice Juan Pablo II.


Pío XII

El hoy venerable Pío XII, Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli (Roma, 1876-Castelgandolfo, 1958), fue el jefe del catolicismo durante los años más convulsos del siglo XX, entre 1939 y 1958. Su liderazgo al frente de la Iglesia católica suscita todavía hoy una enorme controversia histórica. Durante largos años fue conocido como el Papa de Hitler. Se hacía notar su germanofilia y su extremo cuidado en las formas al oponerse al régimen nazi y al exterminio nazi. Hoy, en el museo Yad Vashem de Jerusalén, una placa recuerda que Pío XII calló demasiadas veces ante el Holocausto.

Según otras fuentes, entre 1941 y 1944 el Papa y la Iglesia católica salvaron a más judíos de la persecución nazi que cualquier otra persona o institución. Autores y políticos israelíes como Golda Meir sostuvieron que al menos 860.000 judíos fueron salvados por el Vaticano. Historiadores posteriores replicaron que esos elogios eran sólo una forma de conseguir que la Santa Sede reconociera al Estado de Israel.

En 1963, El vicario, una obra del dramaturgo alemán Rolf Hochhuth, retrató a Pío XII como a un hipócrita que evitó intervenir ante el Holocausto. El autor y la obra, que duraba cinco horas, nacieron en la República Federal de Alemania, pero siguen siendo atacados hoy como un panfleto marxista. No hace mucho, una revista católica italiana ha escrito que las acusaciones partían del bloque comunista y que fue Radio Moscú, el 2 de junio de 1945, la primera que acusó a Pacelli de ser el Papa de Hitler.

Sectores católicos recuerdan que el general Pacepa, jefe de la Securitate rumana, afirmó que tanto la obra de teatro como los ataques contra el Papa fueron fabricados por el KGB para desacreditar a la Iglesia durante la guerra fría. Como tantas veces: Marx contra Dios.

Para contrarrestar la leyenda negra, Pablo VI abrió en 1965 la causa para la canonización de Pacelli y permitió acceder a los archivos de los años previos a la guerra. En 2008, documentos desclasificados en Estados Unidos, Argentina e Inglaterra mostraron que la colección vaticana estaba llena de omisiones cruciales.

Desde 1999, una comisión judeo-católica formada por seis profesores trabaja para tratar de entender mejor los silencios de Pacelli. El único resultado son 47 preguntas y la queja del judío Michael Marrus: el Vaticano torpedea la investigación.

Los archivos de los años cruciales (1940-1945) siguen cerrados. Pero Benedicto XVI puede haberlos visto. Y parece creer firmemente en la santidad de Pío XII. Ratzinger piensa que si su antecesor calló fue sólo para no provocar demasiado a Adolf Hitler y no empeorar la situación de los judíos, una palabra que aquél evitó siempre utilizar (en su lugar, usaba el término no arios).

En junio pasado, la fundación Pave the Way para el entendimiento entre religiones, dirigida por el judío Gary Krupp, anunció que tiene 2.300 nuevas páginas de documentos que demuestran que Pío XII “trabajó con diligencia para salvar a los judíos de la tiranía nazi”. Hace un mes, la fundación pidió al museo Yad Vashem que incluya a Pío XII en la lista de los Justos entre las Naciones. Según Krupp, un documento alemán inédito prueba que, en septiembre de 1943, el Gobierno nazi ideó un plan para secuestrar y matar a Pacelli, y que éste contó a sus cardenales que había redactado su carta de dimisión porque temía su muerte inminente. El filántropo judío ha añadido que Pío XII ordenó a su Curia desplazarse a un país neutral y elegir allí a un nuevo Papa.

La apasionante controversia está, pues, en su punto más álgido. ¿Por qué Ratzinger ha decidido ahora beatificar al hombre a quien el Museo del Holocausto considera todavía cualquier cosa menos un héroe? ¿Por qué lo ha hecho a la vez que aceleraba la veloz beatificación del popular Juan Pablo II, el hombre que según la Liga Contra la Difamación hizo más en 27 años por la relación con los judíos de lo que nadie había hecho nunca? Para que sean beatos sólo falta el reconocimiento oficial de un milagro obrado por su intercesión.

Al igualar en el tiempo las “virtudes heroicas” de sus dos Papas predecesores, uno el más criticado por los rabinos, otro el más amado -Wojtyla fue el primero en ir a Jerusalén y allí les llamó “hermanos mayores”-, Ratzinger cumple un objetivo muy simbólico, según ha escrito Luigi Accattoli en Il Corriere della Sera: “Afirma la continuidad del pontificado romano más allá de la diversidad de sus figuras singulares”.

La oposición judía a la beatificación está hoy bastante más dividida que hace dos años y medio. Pero la ira no se ha aplacado. Soplan nuevos vientos de batalla entre católicos y judíos, y la visita de Ratzinger a la sinagoga de Roma, prevista para el 17 de enero, aparece llena de incertidumbres. El pasado miércoles, en un intento de aplacar las protestas de la comunidad judía, el Vaticano aclaró que Pío XII no será beatificado junto a Juan Pablo II. “Las dos causas son del todo independientes y no se puede prever que acaben de forma simultánea”, explicó Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede. Además, dijo, la firma del decreto de las virtudes heroicas del discutido Papa “se refiere sólo a la relación de Pacelli con Dios y con la fe, y no es una valoración del alcance histórico de sus decisiones”.

Los rabinos sostienen que sólo un conocimiento completo de Pío XII puede zanjar la controversia. Los datos conocidos, cartas, discursos, hechos, hacen muy difícil pensar que Pío XII fuera un santo. Pero parece claro que tampoco fue un cómplice de Hitler. La inmensa zona gris intermedia muestra numerosos matices.

Tras la guerra, Pacelli contribuyó a la reconstrucción de Europa y fue un furibundo anticomunista contra la persecución del catolicismo en los países del telón de acero. Antes de la guerra, mantuvo posturas ultraconservadoras. Elogió la victoria de Franco en España, fue acrítico con el régimen de Mussolini y mostró una actitud tolerante ante el ascenso de Hitler. Durante la guerra y el genocidio, sus silencios y su neutralidad, equidistante del nazismo, los aliados y el bolchevismo, parecen menos explicables.

Pacelli nació en una familia romana, aristócrata y muy religiosa. Estudió filosofía y teología, y fue ordenado sacerdote en 1899. Su carrera en el Vaticano fue meteórica: se especializó en Derecho canónico, ocupó subsecretarías y secretarías, fue arzobispo de la Capilla Sixtina, en 1920 fue nombrado nuncio en Alemania, donde ayudó a firmar la paz de la I Guerra Mundial, y en Munich conoció a la monja Pascalina Lehnert, su asistenta y confidente durante 41 años.

Fue nombrado cardenal por Pío XI en 1929 y enseguida ascendió a secretario de Estado. En 1933 redactó el concordato con la Alemania de Hitler. En los seis años sucesivos protestó 55 veces contra violaciones del Reichskonkordat y redactó la encíclica Mit Brennender sorge (Con ansiedad ardiente, 1937). El texto, que condenaba el paganismo del nacionalsocialismo, fue repartido en las iglesias alemanas por un ejército de motoristas el Domingo de Ramos. Las represalias de Hitler, con juicios sumarios a curas acusados de homosexualidad, contribuyeron a que, desde ese momento, Pío XII se tentara la ropa.

Pacelli había dicho en 1937 que Hitler era una “ardilla impredecible y una mala persona”. Pero en 1938 disuadió a Pío XI de que condenara la noche de los cristales rotos (la terrible Kristallnacht), en que fueron asesinados decenas de judíos y atacados miles de sus comercios. Y certificó sus presuntas inclinaciones antisemitas cuando Hungría se aprestaba a aprobar las leyes raciales. El cardenal recordó que Cristo “selló los labios de los judíos y estos rechazan su corazón todavía hoy”.

Su experiencia diplomática en Alemania fue crucial para que fuera elegido Papa, tras un solo día de cónclave, el 2 de marzo de 1939, el día de su 63º cumpleaños. Era el primer secretario de Estado ascendido a Papa desde que Clemente IX lo fue en 1667.

Como teólogo fue renovador, atento a la liturgia y a la mística, pero también a las ciencias y la tecnología incipiente. Firmó 41 encíclicas, en las que se ocupó de casi todo: animó a entender la tradición judía, defendió la muerte digna, las curas terminales y los derechos de los pacientes, toleró la planificación familiar basada en el ciclo menstrual, avaló en parte la teoría de la evolución y fue un ferviente seguidor de la Virgen María.

Políticamente, su papado no fue menos conciliador. A caballo contra el nazismo y el comunismo, hubo luces y sombras continuas. En Los años del exterminio, el segundo tomo de El Tercer Reich y los judíos, que acaba de editar Galaxia Gutemberg, el historiador Saul Friedländer ha analizado a fondo la actitud del papa Pacelli ante el genocidio.

El libro, que obtuvo el premio Pulitzer en 2008, recuerda que, nada más ser elegido Papa, Pío XII mostró “una postura ultraconservadora y un deseo inconfundible de aplacar a Alemania”, y dio señales de su agudo anticomunismo. A mediados de abril de 1939, en una emisión radiofónica, se congratuló de que el pueblo español hubiese alcanzado por fin la paz y la victoria -de Franco, por supuesto- añadiendo que España “una vez más había dado a los profetas del ateísmo materialista una noble prueba de su indestructible fe católica”.

“Contemplando toda la gama de crímenes nazis, la política del Papa, durante la primera fase de la guerra, podría definirse como un ejercicio de conciliación selectiva”, escribe Friedländer. Pacelli mantuvo a Cesare Orsenigo, pronazi y antisemita, como nuncio en Berlín, y anuló la excomunión al movimiento monárquico y antijudío Acción Francesa.

La ambigüedad y la prudencia, atributos muy romanos, marcaron su actuación. Declaraciones genéricas contra el antisemitismo hizo varias. Pero casi siempre que se le pedía una condena concreta de la persecución judía, miraba hacia otro lado. “En sus cartas de diciembre de 1940 al cardenal Bertram, de Breslau, y al obispo Preysing, de Berlín, Pío XII expresó su conmoción por el asesinato de los enfermos mentales. En ambos casos, y aparte de eso, sin embargo, no dijo nada de la persecución de los judíos”, recuerda Friedländer.

Su lema parecía ser contentar a todos. Cuando el mariscal Pétain le preguntó si condenaba las leyes antisemitas, dijo que la Iglesia condenaba el antisemitismo, pero no normas específicas. Ese mismo año, el Vaticano afirmó que los estatutos judíos de Vichy no contradecían las enseñanzas de la Iglesia. Meses después protestó contra las deportaciones de judíos franceses.

El libro de Friedländer cuenta que, desde principios de 1942, las noticias del exterminio llegaban sin destituir al Vaticano por las fuentes más diversas. El 26 de septiembre de 1942, escribe Friedländer, el embajador estadounidense Myron C. Taylor entregó una nota al secretario de Estado contando que los nazis sacaban a los judíos del gueto de Varsovia para ejecutarlos en masa en campos de concentración.

Poco después, el embajador británico ante el Vaticano, Francis d’Arcy Osborne, escribió al secretario de Estado que “en lugar de pensar únicamente en el bombardeo de Roma, el Vaticano debería considerar sus deberes con respecto al crimen sin precedentes contra la humanidad que supone la campaña de exterminio de los judíos por parte de Hitler”, recuerda Friedländer. La respuesta del Vaticano fue brutal: “El Papa no puede condenar ‘atrocidades particulares”.

En su mensaje de Navidad de 1942, Pacelli dejó una frase que constituye el cénit de la polémica, al mencionar, muy al final, a “los cientos de miles de personas que, sin ninguna culpa, a veces sólo por su nacionalidad o su raza, han sido llevados a la muerte o a una lenta extinción”. El discurso denunció el genocidio, pero no explicó a qué genocidio se refería.

El 30 de abril de 1943, Pío XII escribió a un obispo que le pidió ayuda que la “contención” en las declaraciones ayudaba “ad maiora mala vitanda” (a evitar males mayores). Poco después, 477 judíos fueron escondidos en el Vaticano y otros 4.238 se refugiaron en monasterios y conventos. El 80% de los hebreos romanos se salvó de la deportación. Investigaciones recientes revelan que Pío XII no ordenó directamente el salvamento. La fundación Pave the Way replica que lo hizo de forma anónima por respeto a la tradición judía.

A su muerte, en octubre de 1958, el funeral originó la más amplia concentración vista en Roma hasta la fecha. Sus paisanos le lloraron como un héroe en tiempo de guerra. Ahora Ratzinger ha decidido elevarlo a los altares con su espejo, Karol Wojtyla. Los judíos quieren que antes se abran los archivos y se expliquen sus “silencios demasiado grandes”. “No olvidamos las deportaciones de los judíos, y en particular el tren que el 16 de octubre de 1943 llevó a 1.021 deportados hasta Auschwitz desde la estación Tiburtina de Roma ante el mutismo de Pío XII”, han dicho los rabinos (tomado de El País de España).
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La ‘casa de piedra’ (Lima)

Muy pocos limeños saben que en el Jirón de la Unión, esquina con jirón Moquegua (altura de la calle Baquíjano) hay una casona que fue construida por la familia Du Bois y que, durante años, fue conocida como la Casa de Piedra (hoy funciona allí una sucursal del BIF). Se trata de una construcción de estilo “neomedieval”, revestida con placas pétreas, aunque el segundo piso es de quincha. Durante las celebraciones del Centenario (1921), a falta de capacidad hotelera en la ciudad, muchas familias ofrecieron sus hogares para alojar a los visitantes extranjeros invitados por el gobierno de Leguía. En la Casa de Piedra se instaló la “Embajada Pontificia”, integrada por el Príncipe Coona (que era sacerdote) y el Príncipe Orsini (de la Guardia Noble de Su Santidad). Durante las celebraciones del Centenario, esta casona estuvo custodiada por soldados del Regimiento Escolta del Presidente de la República. Sigue leyendo

Copérnico será enterrado en Polonia 467 años después de su muerte

El astrónomo Nicolas Copérnico tendrá un entierro solemne el próximo 22 de mayo, 467 años después de su muerte, según informó este lunes portavoz eclesiástico de la diócesis Ermland en el noreste de Polonia. El sepelio de los restos mortales del científico mundialmente famoso (1473-1543) será el 22 de mayo de 2010 en la Catedral Frauenburger. Los huesos craneanos desenterrados hace cuatro años serán sepultados bajo un altar de la catedral. En enero comenzarán las tareas para hacer el sepulcro de dos toneladas de granito negro.

Pruebas de ADN.- Los restos mortales habían sido hallados por arqueólogos polacos en Grabungen. Tres años después, un análisis de ADN aportó la certeza de que eran los restos de Copérnico. Además, expertos policiales reconstruyeron el rostro del astrónomo -en base a los huesos craneanos hallados-, que coincidían con el retrato de Copérnico. Con su teoría del Sol como centro del mundo en torno al cual gira la Tierra (el sistema heliocéntrico), Copérnico marcó un hito en la ciencia. Su obra central, ‘De Revolutionibus Orbium Coelestium’ (Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes) es considerado una piedra angular de la astronomía (DPA).
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Nombres de barrios y distritos de Lima (2)

Camacho.- Hasta finales de los años setenta del siglo XX, los que transitábamos por la avenida Javier Prado Este, pasando el óvalo de la Universidad de Lima, veíamos los restos de una casa hacienda a la altura de lo que es hoy el estacionamiento de “Wong” de Camacho. En efecto, todo lo que es hoy la urbanización “Camacho”, jurisdicción del distrito de Ate. Fue una hacienda cuyo nombre se debe a don Juan Camacho, quien arrendó esta hacienda a sus propietarios, la familia Céspedes, durante la primera mitad del siglo XVIII. Es un caso atípico en el valle de Lima en que una hacienda terminó siendo más conocida por el apellido del arrendatario que por el de sus propietarios. Por último, recordemos que entre finales de la década de 1960 e inicios de la de 1970, esta zona de Lima se urbanizó con grandes residencias y sirvió para que algunos colegios –como el Rooseveldt o el Lincoln- decidieran establecer sus locales aquí. Tampoco habría que olvidar la fundación de la Universidad Femenina del Sagrado Corazón (UNIFE) en 1963.

Santa Beatriz.- Como sabemos, el nacimiento de esta urbanización, hoy en el distrito de Jesús María, fue impulsada por la vocación modernizadora del gobierno de Leguía. ¿Pero de dónde el nombre de Santa Beatriz? Hagamos la historia. Los primeros propietarios de estos terrenos fue la familia de Nicolás de Rivera, el “Mozo”, hijo del primer alcalde de Lima, también luego alcalde, regidor y encomendero. Rivera se casó con Inés Bravo de Lagunas, primera dama noble llegada al Perú. Tuvieron varios hijos; la última se llamó Beatriz, quien contrajo matrimonio con el capitán Diego de Agüero quien, según la tradición, bautizó aquellos terrenos como Santa Beatriz.

Ya en los tiempos republicanos, durante el siglo XIX, el principal propietario de los terrenos de Santa Beatriz fue José Cavenecia, quien tuvo que luchar, infructuosamente, con el Estado que terminó rompiendo el emporio productivo para convertir la zona como parque de diversión o inmenso ornamento suburbano. Eso ocurrió en 1870 cuando el Estado peruano compró Santa Beatriz por casi 200 mil soles. A partir de ese momento, desde Balta hasta Leguía, con el paréntesis de la guerra con Chile, este sector concentró lo mejor de la cosmopolita cultura de la mesocracia limeña (Parque de la Exposición, Palacio de la Exposición, Parque de La Reserva, Hipódromo de Santa Beatriz, Jockey Club, Estadio de Fútbol, Lawn Tennis, Campo de Marte, etc.). La principal casa-hacienda de Santa Beatriz se ubicaba cerca del antiguo local de la Escuela de Agricultura, cuyos restos aún existen al lado del edificio del Ministerio de Trabajo, sobre la avenida Salaverry. Por su lado, la granja-escuela de esta institución estaba al lado sur del Estadio Nacional, en lo que es hoy el Parque de la Reserva.


Parte de Santa Beatriz hacia la década de 1920 (inicios de la avenida Leguía, hoy Arequipa)

Lince.- Fundado durante el gobierno del general Benavides, en 1936, este distrito donde encontramos la GUE Melitón Carbajal, la plaza de los Bomberos o el gran parque Castilla, uno de los pulmones de esta parte de Lima, no debe su nombre, como algunos creen al famoso felino que, además, nunca habitó por estas tierras.

Hagamos un poco de historia. Los testimonios hablan de la gran cantidad de huacas que existían en este fundo y de la consistencia salitrosa de su suelo que garantizaba buenas cosechas, gran fertilidad. Esto atrajo al español Fernando Lince de la Rota, quien compró estas tierras a las hermanas del monasterio de Santa Teresa. A partir de ese momento se le conoció como “Fundo Lince”. Luego, don Fernando contrajo matrimonio con la dama limeña María Mercedes Ramos, con quien tuvo cuatro descendientes. Se dice que una sus hijas, que ingresó al convento de Los Descalzos, tuvo un sonado pleito con el procurador de la época, por lo que se hizo conocida como “La Madre Lince”. Cuando murió don Fernando, el “Fundo Lince” pasó por varios dueños hasta que, a inicios del siglo XX, fue adquirido por los hermanos Roberto y Manuel Risso. Luego pasó a la familia Brescia y se inició la urbanización.

Orrantia.- Hoy la urbanización Orrantia del Mar no solo es conocida porque allí se encuentra la parroquia Medalla Milagrosa, el colegio León Pinelo, el primer local de la panadería San Antonio o por sus elegantes edificios o casonas (como la que hoy alberga a la Embajada rusa, antes propiedad de Anita Fernandini de Naranjo, en la última cuadra de la avenida Salaverry). También se le conoce porque parte de sus manzanas son disputadas por los distritos de Magdalena del Mar y San Isidro. ¿Pero de dónde viene el nombre de la disputada urbanización? La clave, como siempre, nos la da la historia. Sus terrenos también albergaron plantaciones agrícolas desde los tiempos coloniales. Y, durante el siglo XVIII, exactamente en 1748, esta zona fue adquirida por don Juan Domingo de Orrantia y Garay, Caballero de Santiago. A partir de allí, estos terrenos fueron conocidos como el “Fundo Orrantia”.

Santa Cruz.- Fueron los dominicos, sus dueños durante gran parte de la era virreinal, los que le dieron el nombre definitivo –Santa Cruz- a este inmenso fundo que culminaba en los acantilados de la actual Costa Verde, a la altura de Marbella, donde culminaba el cauce del Huatica; la “Chacarilla” era simplemente un anexo a esta gran propiedad, por donde pasaba un camino real (actual avenida Santa Cruz) y que en el siglo XIX fue muy acechado por bandoleros que ponían en peligro a los viajeros que visitaban Santa Cruz y Orrantia.

Comas.- Hace poco tiempo, el 23 de abril del 2007, falleció el líder social Abel Saldaña Del Pino, fundador del distrito de Comas. El señor Saldaña fue uno de los tantos migrantes que, en 1958, organizaron la invasión de las pampas de Comas por miles de personas carentes de vivienda. Al año siguiente, don Abel y los primeros líderes de estos nuevos pobladores conformaron una Comisión Pro Distrito. El 16 de abril de 1960, don Abel, en asamblea general, presidiendo la Comisión conformada por los primeros dirigentes comeños, en un hecho histórico acuerdan solicitar al gobierno la creación de un nuevo distrito; un Memorial con mas de 10,000 firmas respaldan esta intención. Este documento fue elevado al gobierno de Manuel Prado y la presión social ejercida por todos los pobladores y su dirigencia logran que el 2 de noviembre de 1961 se promulgue la Ley 13757 que crea el distrito de Comas.

¿De dónde viene el nombre? En la Pampa de Comas existió, en los tiempos coloniales, la Hacienda Comas, propiedad de los mercedarios y dedicada al cultivo del trigo. Pero luego del terremoto de 1687 estas tierras se alteraron tanto (las semillas quedaron expuestas a los vapores de sulfurosos que se exhalaban y al nitrato que quedó esparcido) que, ante la reducción de mano de obra, se cambió su uso, de agrario a pecuario. Así, estas tierras se dedicaron a la crianza de animales de corral, como cabras y cerdos.

San Isidro.- Este distrito, para algunos el más elegante de Lima, donde apreciamos el histórico hotel Country Club, el enorme Club de Golf, el entrañable parque de El Olivar, algunos de los colegios más tradicionales de Lima (como el Belén o el Santa Úrsula), fastuosas residencias, modernos edificios residenciales, agitados centros empresariales y exclusivas tiendas tiene su germen en la antigua hacienda San Isidro, cuya casa, hoy restaurada y convertida en concurrido restaurante aún podemos admirar.

La pregunta es por qué se le llamó hacienda “San Isidro”. La propiedad perteneció, en la segunda mitad del siglo XVIII, a doña Rosa de la Fuente y González de Argandoña, condesa de Villar de Fuentes, quien la vendió Rosa María Gutiérrez de Cossío y Fernández de Celis, III Condesa de San Isidro y a su segundo esposo, don Isidro de Abarca y Gutiérrez de Cossío. Esa sería la razón por la que la hacienda habría recibido, en el último cuarto del siglo XVIII, el nombre por el que hoy conocemos al distrito, en tributo a San Isidro, el santo patrón de los labradores. Existe la versión de que, en tiempos de la independencia, doña Rosa Gutierrez de Cossío, Condesa de San Isidro, ofreció una recepción al Libertador, general don José de San Martín, en la casa hacienda que aún podemos disfrutar. A lo largo del siglo XIX, la hacienda pasó por una serie de dueños, por problemas testamentarios, hasta que Francisco Moreyra perdió la propiedad, que eventualmente pasó a la familia Paz-Soldán. Sin embargo, el casamiento de la heredera de esta familia con un Moreyra, a fines del siglo XIX, devolvió San Isidro a esta última familia. Sería lotizada a partir de los años de 1920, cuando la apertura de la avenida Augusto B. Leguía (hoy Arequipa), se convirtió, con el tiempo, en uno de los mejores suburbios residenciales de la creciente Lima.

San Juan de Miraflores y la Ciudad de Dios.- En la Navidad de 1954, cunado gobernaba el general Odría, cientos de familias de escasos recursos de Lima, en su mayoría migrantes, invadieron lo que en su oportunidad se denominó los arenales de “La Barriada de Ciudad de Dios”, en alusión a la fecha del nacimiento del niño Jesús. Se dijo que la invasión había sido promovida por los trabajadores en los talleres de los diarios La Prensa y Última Hora, ambos propiedad de Pedro Beltrán, quien se encargó de publicitar la más grande invasión generada en alguna ciudad de América Latina, todo un fenómeno social y de análisis de sociólogos, politólogos y antropólogos. Al gobierno de Odría no lo quedó otro remedio que reconocer el hecho e iniciar las obras de regularizar lo lotes e iniciar la urbanización de esta nueva zona la Lima Sur.

Luego, el 12 de enero de 1965, durante el primer gobierno de Fernando Belaunde, se creó el nuevo distrito de San Juan de Miraflores, sobre la base de más de 20 pueblos jóvenes; por historia, la “Ciudad de Dios” quedó establecida como capital de la recién fundada jurisdicción. ¿Por qué el nombre de San Juan? Porque la creación del distrito fue un día antes de la conmemoración de la recordada batalla de San Juan (13 de enero de 1881), durante la ocupación chilena de nuestra ciudad. Ahora tendríamos que preguntarnos ¿por qué se llamo batalla de San Juan? Porque aquí, desde el siglo XVI, funcionó una hacienda que llevó el mismo nombre del discípulo más joven y querido por Cristo, San Juan. Su propietario, en 1559, fue Diego Porras Sagredo. Luego de la Independencia, aparece como propietario de la hacienda don José Alzamora Ursino y Mendoza. Pero lo cierto es que el nombre de esta hacienda pasaría a la historia del Perú por los hechos trágicos que todos conocemos: sus arenales fueron testigos de la heroica, pero al final inútil, defensa que los limeños hicieron para que nuestra ciudad no fuera tomada por el enemigo sureño.

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Nombres de barrios y distritos de Lima (1)

Así como los limeños somos un tanto distraídos y no nos damos cuenta o no nos preguntamos por qué una calle, una avenida, un parque o una plaza lleva tal o cuál nombre, igual ocurre con nuestros distritos o barrios. Los limeños transitamos por una enorme ciudad, con más de 40 distritos y por lo menos 500 barrios o urbanizaciones, e ignoramos su “toponimia”. Para empezar, diremos que la clave en la mayoría de estos nombres está en la historia agraria del valle del Rímac, recorrido por sus “acequias” como Maranga, Huatica, Surco y Ate. Se trataba de haciendas, fundos y chacras ubicadas en este valle y que, en su mayoría, funcionaron hasta las primeras décadas del siglo XX. La explosiva expansión de nuestra ciudad, obligó a sus dueños a lotizarlas y venderlas como terrenos inmobiliarios a partir de 1920. Como es de suponer, muchas de estas familias acumularon enormes ganancias; otras, por lo contrario, solo vieron pérdidas porque sus haciendas fueron confiscadas por la Reforma Agraria o, simplemente, fueron invadidas por migrantes en busca de un lugar dónde asentar a sus familias. Hagamos, entonces, un breve recorrido por algunas urbanizaciones y distritos de Lima y, como detectives urbanos, hurgaremos hasta lo más profundo del pasado, en algunos retrocederemos hasta los tiempos prehispánicos.

Chacarilla del Estanque.- Esta elegante urbanización, entre los distritos de Surco y San Borja, debe su nombre a que fue un fundo donde, en los tiempos virreinales, se mandó construir un Estanque para regar estos terrenos sino también las haciendas de San Juan y Villa, más al sur. En efecto, este Estanque, por el cual sus dueños cobraban un “estanco”, se nutría de las aguas de los ríos Surco y Ate y las distribuía a otras zonas (es por ello que también en otros documentos se habla de este fundo como “Chacarilla del Estanco”). Desde el siglo XVII, la hacienda “Chacarilla del Estanque” fue propiedad de los jesuitas, quienes la convirtieron en un exitoso complejo agrícola con huertos de árboles frutales y olivares, cercados por tapias. El valor de esta propiedad, entonces, no solo dependía de su producción agrícola sino también del agua que distribuía su Estanque a otras propiedades y por el cual se sacaba una buena renta. Ya en la República, a finales del siglo XIX, la hacienda era propiedad del inmigrante italiano Vicenzo o Vicente Risso, quien calculó el valor de la propiedad en 21 mil soles.


Cañaverales en la hacienda Chacarilla del Estanque (1896)
Colección Herrera (publicada en Haciendas y pueblos de Lima: Historia del valle del Rimac: Valle de Sullco y Lati: Ate, La Molina, San Borja, Surco, Miraflores, Barranco y Chorrillos, de Fernando Flores-Zuñiga (Lima, 2009).

San Borja.- Los terrenos de lo que hoy es San Borja pertenecieron a la familia Brescia y se ubicaban en la jurisdicción de Surquillo. Recién en 1983 se independizó y cobró vida propia. Su nombre viene de la antigua hacienda San Francisco de Borja, que en los tiempos coloniales también fue propiedad de la Compañía de Jesús (en este caso, de los jesuitas del Noviciado de San Antonio Abad). Aquí se cultivó, hasta el siglo XVIII; alfalfa, olivos, trigo, cebada y maíz; también algunas frutas como pepino y zapallo. También había corrales con ganado ovino y vacuno.

Surquillo.- Su nombre viene porque en tiempos coloniales se creó aquí un “barrio” o doctrina de indios, similar pero en pequeñas dimensiones, al Pueblo y Doctrina de Santiago de Surco. De allí que las autoridades le empezaran a llamar al nuevo pueblo “Surquillo” (testimonios cuentan que sus primeros habitante fueron los indios “yaucas”, desarraigados o traídos de Surco). Con los años, se convirtió en un pueblo algo marginal, habitado por gente pobre, entre el camino de Lima a San Miguel de Miraflores. Así transcurrió la vida de “Surco chico” o “Surquillo”, donde luego también se formó la hacienda que llevó el mismo nombre, propiedad de los mercedarios. Ya en tiempos republicanos, en la segunda mitad del XIX, la hacienda aparece como propiedad de Arturo Porta; sus tierras, de otro lado, cobrarían mayor vida cuando pasó cerca de allí el ferrocarril Lima-Chorrillos, construido por el presidente Castilla en 1857.

Higuereta.- Cuando vamos por la avenida Simón Salguero vemos una construcción original, quizá un anexo o la casa del administrador de una hacienda. Se trata del último vestigio de la antigua hacienda o fundo Higuereta. Los terrenos de la actual Urbanización deben su nombre a la próspera industria frutícola de la zona, donde destacaban las higueras. La hacienda pasó por muchos propietarios hasta que fue adquirida por un inmigrante italiano de apellido Venturo en los primeros años del siglo XX. Uno de los hijos, don Pedro Venturo la llevó a niveles serios de productividad frutícola, vitivinícola y otros derivados como el vinagre balsámico. Asimismo, como hacienda ganadera destacó su actividad lechera y la crianza del caballo peruano de paso. En esta hacienda, hacia el año 1670, era enfrenador el mulato Esteban Arrendondo, gran jinete y torero de Lima, nacido en la ranchería de la hacienda hacia mediados del siglo XVII. La tradición la siguió Felipe Marchena en el siglo XX, chalán de La Higuereta quien trabajó para la familia Venturo como enfrenador de la línea genética de caballos que botó esta hacienda. La hacienda fue urbanizada hacia la década de los 60.

La Molina.- El actual distrito de La Molina fue creado el 6 de febrero de 1962. Sin embargo, la historia de sus terrenos, ahora urbanizados, se remonta a varios siglos, desde los tiempos prehispánicos, cuando fue morada de diversos cacicazgos y paso del famoso “camino del inca”, del cual quedan aún sus vestigios. Luego de la Conquista, sus grandes extensiones de terreno fueron dedicadas al cultivo de hortalizas, caña de azúcar y algodón. Como sabemos, cuenta la tradición que el nombre de “La Molina” se debería a los numerosos molinos de caña o trapiches que existían sobre lo que hoy conocemos como “La Molina Vieja”. Luego, con el avance urbanístico de los tiempos republicanos, estos molinos irían desapareciendo, quedando tan sólo su nombre de recuerdo.

Recordemos también que la tradición dice que, desde los tiempos coloniales hasta los primeros años de la República, los esclavos que eran llevados a la hacienda de La Molina eran sometidos a duras tareas; supuestamente recibían despiadados castigos que dieron origen al conocido pan-alivio A la Molina que en su estribillo dice: “A la Molina no voy más porque echan azote sin cesar”.

Sin embargo, es más probable que el nombre del distrito se deba a una de estas dos historias respecto a sus diversos propietarios:

1. Al rico comerciante español Melchor Malo de Molina y Alarcón, quien a principios del siglo XVII (1618) adquirió estas tierras para formar la hacienda, que luego pasaron a manos del Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación.

2. A doña Juan de Molina, esposa del capitán Nicolás Flores, quien al enviudar quedó como propietaria de esta hacienda a principios del siglo XVIII (1701). Desde ese momento, la propiedad sería llamada hacienda o fundo de “la Molina” (esta sería la versión más confiable).

Ate-Vitarte.- La historia y la arqueología han demostrado que el pueblo de Ate tiene un pasado también de siglos, cuando fue habitado por ayllus o cacicazgos de gente muy guerrera. Cuando llegaron los españoles, al lugar lo llamaron San Mateo de Huamán de Huaco; se asume que este nombre fue de algún cacique o curaca de la zona. Pero luego se fundó la “doctrina” de Santa Cruz de Late, a cargo de curas mercedarios, y que en 1570 contaba con 312 habitantes cuando fue visitada por el virrey Toledo.

En este sentido, respecto al origen del actual del nombre de Ate, existen varias opiniones. La más aceptada es que deriva del vocablo “late”, que tiene como etimología el nombre de “lati”, de origen aymara, acaso el nombre de un pueblo preincaico que habitó la zona. Se trataría de mitimaes o colonos traídos por los incas desde otra zona de los Andes y que, al momento de la conquista, los españoles los encontraron aquí. Este territorio, además, era surcado por el antiguo canal de Ate, que nacía a la altura del kilómetro 6,5 ó 7 de la actual Carretera Central, a casi 400 metros sobre el nivel del mar. Luego de regar la hacienda de Vitarte o Ubiarte, fertilizaba las tierras de los fundos Mayorazgo, Puruchuco y Melgarejo, para luego regar La Molina, la chacra de Camacho y terminar en el Estanque de Chacarilla, vecino de la hacienda de San Juan.

De otro lado, las tierras de lo que hoy llamamos Vitarte, antes se denominaban Ubitarte o Uvitarte, propiedad de Pedro de Ubitarte a inicios del siglo XVII. Los testimonios hacen referencia de que se trataba de una finca muy rústica que, como sabemos, cobraría notoriedad desde el gobierno de Ramón Castilla, quien otorgó los terrenos del fundo al colombiano Carlos López Aldana para impulsar el desarrollo de la industria nacional. Así, López Aldana fundó la fábrica de tejidos Vitarte, lo que dio lugar a la construcción de viviendas para los obreros y sus familias, y así formaron el pueblo de Vitarte. Este pueblo, hoy capital del distrito de Ate, tiene especial valor histórico, porque aquí se inició el movimiento sindical peruano. Los pobladores de esta zona fueron los gestores para que se diera la ley N° 3010 del 16 de diciembre de 1918, donde se suprimía el trabajo dominical. También de la ley del 15 de enero de 1919 donde se fija la jornada laboral diaria de 8 horas. Allí se reconoció por primera vez al trabajador peruano. Ambas leyes se dieron durante el gobierno de José Pardo y Barreda.

El Agustino.- El nombre de este popular distrito, creado en 1960, se debe a su famoso cerro rocoso, tomado por los padres agustinos, durante la época colonial, para aprovecharlo como cantera, y emprender el lucrativo negocio de fabricación de bloques de ladrillos de cal. De allí el surgimiento de la “calera del agustino” y de la “chacra del agustino”, en alusión esta última a los cultivos que realizaban los curas de la orden de San Agustín en los alrededores del cerro.

La Victoria.- El nombre de este popular distrito, creado durante el “Oncenio” de Leguía, se debe a una famosa hacienda (del mismo nombre) que se ubicaba entre lo que es hoy la avenida 28 de Julio en su cruce con el Paseo de la República y el Zanjón, según el plano de Lima de 1904. Pero reconstruyamos la historia. Inicialmente, se le llamó “Fundo Cabezas”, pues en el siglo XVII fue propiedad de Juan Cabezas, y “Fundo Gárate”, pues durante los tiempos de la Independencia fue propiedad del comerciante Juan Bautista de Gárate, miembro del Tribunal del Consulado de Lima. Ya en el siglo XIX, la hacienda pasó a ser más famosa aún porque fue adquirida, en 1846, por el futuro presidente, el general José Rufino Echenique con el dinero de su esposa, Victoria Tristán, hija del acaudalado Pío Tristán, terrateniente arequipeño. Fue doña Victoria la que le haría grandes cambios a la hacienda que se inmortalizaría cuando, ya su esposo en la Presidencia, organizó el famoso sarao conocido como el “Baile de la Victoria”, la noche del 16 de octubre de 1853. De allí el nombre del actual distrito de La Victoria. La “quinta de la Victoria”, o la casa-hacienda de este complejo agrícola parece que estuvo situada en lo que es hoy el lado sur de la plaza Manco Cápac, teniendo en frente la avenida Bauzate y Mesa; otros opinan que estuvo donde antes funcionó el desaparecido cine Olimpo. Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la hacienda sería lotizada y urbanizada convirtiéndose en barrio de obreros y de pequeña clase media. En sus linderos funcionó el stud “Alianza”, propiedad del presidente Augusto B. Leguía.


Calle Raimondi en La Victoria

Monterrico.- Sabemos que desde la época colonial aquí había una hacienda y que, al promediar el siglo XIX su propietario, el que luego fuera Presidente de la República, el general José Rufino Echenique, compró para sus plantaciones una máquina desmotadora de algodón. Se trató de la primera máquina a vapor que llegó a nuestras tierras. Fue a principios de la década de 1840: llegó desarmada al Callao y unos técnicos extranjeros tuvieron que ensamblarla y hacerla funcionar. Sin duda, fue una “revolución” en la historia agrícola de nuestra costa. Luego, ya en pleno siglo XX, a partir de la década de 1950, Monterrico se puso de moda gracias a que el general Odría compró un fundo aquí y construyó una casona donde se realizaban reuniones y fiestas muy sonadas (todavía está la casa del “Fundo Odría). Luego, con la construcción del famoso Hipódromo de Monterrico, a inicios de los sesenta, el más moderno de Sudamérica por algunos años, la zona no solo recibió mayor afluencia de personas sino que también se inició su urbanización.

¿Pero de dónde viene el nombre? La noticia más antigua y fiable que tenemos da de los tiempos de Pizarro cuando los conquistadores hablaron de un grupo de asentamientos de indios alrededor de una huaca llamada “monterrico”, que se ubicaba exactamente donde hoy está el Club de Golf “Los Incas”. Esa huaca le dio el nombre a toda esa zona, regada por las aguas del río Surco y, sobre todo, del canal de Ate. También sabemos que hacia 1618, la hacienda –plagada de Huarangos, según algunas descripciones- fue comprada por Melchor Malo de Molina y Alarcón, cuya descendencia obtuvo del rey Carlos II, en 1687, el Marquesado de Monterrico.
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¿Y ahora dónde estás, Federico?

EL FRACASO DE LA BÚSQUEDA DEL CADÁVER DE GARCÍA LORCA EN LA FOSA DE ALFACAR ABRE EL CAJÓN DE LAS TEORÍAS SOBRE CÓMO Y DÓNDE MURIÓ: PODRÍA YACER A POCOS METROS O EN EL VALLE DE LOS CAÍDOS

Manuel Castilla, Manolillo El Comunista, era camarero. Antes de eso, había hecho unos trabajos de enterrador. Y habría pasado totalmente desapercibido para la historia si no hubiera llevado tres veces a dos hombres al lugar al que deseaban ir por encima de cualquier otra cosa: la fosa de Federico García Lorca. Al primero, en 1956. Se llamaba Agustín Penón y había viajado desde EE UU a Alfacar para averiguar todo cuanto pudiera sobre la muerte del poeta. Al segundo, Ian Gibson, en 1966 y en 1976. Penón quiso pagarle y Manuel Castilla se negó. “No me pidió dinero”, explicó el jueves Gibson, ante la inminencia del desengaño. Un equipo de arqueólogos ha buscado en ese lugar durante 47 días a Federico García Lorca y no lo ha encontrado. Ni rastro del poeta, ni huellas de un enterramiento. O Manolo El Comunista mintió o se equivocó. Tres veces.

Es la duda que ahora atormenta a un investigador que ha construido 45 años de trabajo sobre aquel paseo con el camarero que decía haber enterrado a Lorca. Él cree que no le mintió: “No ganaba nada”, explica. También le creyó Agustín Penón porque después de escuchar durante dos años de investigación todo tipo de teorías sobre las circunstancias y el lugar de la muerte del poeta -incluida la del hombre que fue a detenerlo a casa de los Rosales, Ramón Ruiz Alonso- se quedó con el testimonio de Manuel Castilla por encima de cualquier otro. La fuente no podía ser más directa, era el hombre que había enterrado los cuerpos.

Pero Lorca no está allí. Puede yacer a escasísimos metros del lugar donde lo han estado buscando durante mes y medio o puede estar muy lejos, en Madrid, enterrado junto al verdugo en el Valle de los Caídos. La exhumación sin éxito en Alfacar ha resucitado todas las teorías sobre la muerte del poeta. Son muchas y llevan 73 años alimentando un mito. Y ahora, ¿dónde estás, Federico?

Quizás la alternativa más sólida al lugar que hasta ahora parecía más seguro (donde se construyó el parque Federico García Lorca, el que señaló Manolo El Comunista) es la que dice que fue enterrado en un paraje llamado El Caracolar. Incluso tiene categoría jurídica, aunque sólo sea porque el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón la tuvo sobre su mesa cuando decidió abrir una causa contra el franquismo y ordenar la apertura de fosas de la Guerra Civil, entre ellas la de Lorca. Está a sólo 430 metros del lugar donde los arqueólogos han estado buscando el pasado mes y medio.

“Yo estoy convencido de que está ahí. Ya sabía que no iban a encontrar nada en Alfacar”, cuenta, ufano, Francisco González Arroyo, historiador y ex presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada, la que ha impulsado la apertura de la fosa. “Me baso en mi propia investigación y en los testimonios recogidos por Agustín Penón y Eduardo Molina Fajardo (falangista autor del libro Los últimos días de Federico García Lorca). El que indica este lugar es un testigo de los fusilamientos, que vivía en Las Colonias (la casa habilitada como prisión donde Lorca pasó sus últimas horas de vida)”.

“Se llamaba Valentín Huete. Vivía en Las Colonias con su mujer, Carmen, y veía el trajín de víctimas entrando y saliendo para ser fusilados. Cuando entraba un pez gordo, es decir, un catedrático por ejemplo, se enteraba y aquel día sí que era alguien muy gordo. Yo le había preguntado varias veces dónde estaba Federico y él siempre me decía: ‘niño, yo de esas cosas no puedo hablar’, hasta que un día, de tanto insistir me dijo: ‘en aquellos olivillos que hay delante de El Caracolar”, relata González Arroyo.

Casi todas las teorías alternativas señalan lugares muy próximos al sitio donde han estado buscando, como El Caracolar o el barranco de Víznar, donde hay enterrados cerca de 3.000 fusilados.

A El Caracolar también se dirigió Eduardo Molina Fajardo, falangista, periodista y director de diario Patria, cuyo primer número salió el 29 de agosto de 1936, apenas diez días después del asesinato de Lorca. Molina Fajardo defendió hasta su muerte que los falangistas no habían tenido nada que ver en la muerte de Federico Gacía Lorca.

El investigador Miguel Caballero cree, sin embargo, que en el desenlace final de la detención de Lorca tuvo mucho que ver que aquel día sustituía al gobermador civil de Granada, José Valdés Guzmán, camisa vieja de Falange, el teniente coronel Velasco. “Le tenía ganas por el Romance de la Guardia Civil“, añade.

Caballero es autor junto a Pilar Góngora de otro libro con una nueva tesis sobre la muerte del poeta con el ambicioso título de La verdad sobre el asesinato de García Lorca. Historia de una familia“, que inspiró el documental Lorca, el mar deja de moverse, de Emilio Ruiz Barrachina. Según esta investigación, el caso de Lorca no fue diferente al de otros tantos al principio del conflicto, cuando el levantamiento militar fue utilizado como un método para zanjar viejas rencillas por lindes de tierras con denuncias falsas y fatales.

“Yo estaba investigando cómo el padre de Lorca había construido su patrimonio en los protocolos notariales, para lo que necesitamos un poder notarial de la famila Lorca y cuatro años de trabajo. Iba a ser una tesis pero se convirtió en algo más. Hasta el punto de que descubrimos que el asesinato de Lorca se debió a las rencillas familiares que tenían por temas económicos”, revela.

Para elaborar esta teoría de la conspiración familiar en el asesinato del poeta, el investigador se remontó al siglo XVIII. Los Lorca, los Roldán y los Alba eran familias de labradores con aspiraciones, querían ser propietarios de los terrenos. Con la decadencia de la aristocracia pudieron comprarlos, pero tuvieron que unirse para pagarlos y para ello establecían matrimonios de conveniencia entre ellos para ampliar el patrimonio. Se convirtieron en una sola familia, en un clan. Pero en los años 20 y 30, llega el momento de dividirse las tierras y empiezan las rencillas”, relata.

Además, estaba la división ideológica. El padre de Federico Gacía Lorca era un terrateniente, pero liberal. Y los Roldán y los Alba, conservadores. “Cuando el padre de Federico se presentó a las elecciones por el Partido Liberal para ser concejal en el Ayuntamiento de Granada, los Roldán entraron pistola en mano en el colegio electoral, echaron a todo el mundo fuera y llenaron las urnas de papeletas. Tuvieron que anular las elecciones, claro. Además, Horacio Roldán y Federico iban juntos a la Universidad a estudiar Derecho. Horacio estudiaba mucho, pero Federico era el niño bonito de Fernando de los Ríos y la envidia que le tenía era atroz”.

Un cúmulo de agravios y rencillas entre estas familias condujo al asesinato de Lorca, según esta versión. “La gota que colmó el vaso fue La casa de Bernarda Alba -que Lorca terminó de escribir poco antes de su muerte-. Esa venganza literaria de Lorca fue el desencadenante directo de la detención de Federico”, añade Caballero.

Y aquí entra Juan Luis Trescastro, el hombre que se jactó en un bar de Granada de haber matado al poeta: “Acabamos de quitar de en medio a García Lorca y le hemos dado el tiro de gracia en el culo, por maricón”. Trescastro estaba casado con una prima del padre de Lorca y era el padrino de la hija mayor de Ramón Ruiz Alonso, que manejaba las temibles Escuadras negras y acude a detener a Lorca a casa de los Rosales. El asesinato de Lorca se debió a rencillas familiares”, concluye Caballero.

La excavación en Alfacar sí parece haber descartado, sin embargo, que la familia Lorca hubiera enviado a alguien a recoger el cuerpo del poeta porque los expertos no han hallado indicios de que allí hubiera habido enteerramientos.

Caballero piensa que Lorca podría haber sido trasladado al Valle de los Caídos. “No se puede descartar. En Granada se abrieron fosas para trasladar cuerpos al Valle de los Caídos y la de Lorca pudo ser una de ellas”. No es el único que piensa en esta hipótesis, ni tampoco en lamentar la imposibilidad, de momento, de comprobarlo.

Todo parece posible. Ahora más que nunca. “Me pregunto si existe alguna manera eficaz de llegar al fondo de este asesinato. No. Creo que no la hay. El secreto de esta muerte se irá a la tumba con los pocos que lo conocen”, escribió Penón. Ha pasado más de medio siglo desde entonces (tomado de El País, 20/XII/09).

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Recuerdos al presidente Leguía en Lima


Desaparecido monumento a Leguía en el distrito de La Victoria

Actualmente existen en Lima 13 calles que llevan el nombre del líder de la Patria Nueva, todas ellas en barrios o distritos nuevos o “periféricos”, ninguna en la zona histórica o tradicional de la ciudad. Y es que cuando cayó Leguía, en agosto de 1930, sus enemigos se dedicaron a destruir todo lo que era “Leguía”; en fin, trataron de borrar su recuerdo. El caso más emblemático fue el de la avenida Leguía, rebautizada como “Arequipa”, en honor a la ciudad donde se sublevó el coronel Luis M. Sánchez Cerro y que supuso el fin del Oncenio. Sin embargo, habría que hacer tres apuntes:

1. Sobre la puerta principal de la “Benemérita Sociedada Fundadores de la Independencia, Vencedores del 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria”, en la cuarta cuadra de la avenida Arequipa, existe un mural que representa la solemne ceremonia en la que el presidente Leguía le entregó al Héroe de la Breña, don Andrés A. cáceres, el Bastón de Mariscal, en 1920.

2. Sobre el prosenio del que fuera el antiguo Teatro Arequipa (luego regresó a su nombre original: Teatro Leguía) existen entrecruzadas dos letras: T.L., que recordaba su nombre primitivo.

3. A la altura de la cuadra 20 de la misma avenida (a la altura del edificio “El Dorado) existe un pequeño obelisco que fue construido con motivo de la inauguración de la Avenida Leguía. Allí también, en 1930, fue borrada la leyenda recordatoria y, empleando un pequeño camión Ford, modelo “T” (al que ataron unas sogas), se arrancó el busto del presidente Leguía, que miraba hacia Lima. Recién hacia la década de 1970 reapareció, primero, la leyenda, y, luego, el busto, casi desapercibido para la mayoría de limeños.


Esta es una imagen inédita y no pertenece a la ciudad de Lima. Se trata de un monumento a Leguía que se levantó en la plaza principal del pueblo de San Ramón (Chanchamayo); también, luego de 1930, fue derribado por los enemigos de la Patria Nueva.

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México: restauran histórica foto de Pancho Villa y Emiliano Zapata

UNA TOMA DE 1914 DE LOS LÍDERES DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA ES PARTE DE UN CATÁLOGO QUE SE RECUPERA EN VISTAS DEL BICENTENARIO DEL PAÍS

Los revolucionarios mexicanos Pancho Villa y Emiliano Zapata aparecen saboreando en el Palacio Nacional de México un banquete en compañía del presidente, en una foto de 1914 de cuya restauración informó hoy el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Villa, cazado a medio bocado por el fotógrafo, y Zapata, encorvado y mirando de reojo a la cámara, comparten mesa con el presidente interino Eulalio Gutiérrez, en plena Revolución mexicana (1910-1917). Junto al mantel se encuentra también el afamado ministro de Cultura José Vasconcelos, quien años más tarde catapultaría a los tres grandes del muralismo nacional: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. La fotografía, tomada un 6 de diciembre, pertenece al Fondo Casasola, con más de 12.000 imágenes de la Revolución, y fue restaurada recientemente por la Fototeca Nacional, dependiente del INAH, donde se halla el acervo.

El trabajo del centro ha permitido rescatar parcialmente de los fragores del tiempo a cerca de dos mil fotografías. Manchas amarillentas y desvanecimiento de la imagen son algunos de los padecimientos más comunes. La recuperación no se hace del negativo original, sino de una copia de éste, en el que se logra recuperar la gama de tonos y aumentar la densidad general de la placa fotográfica. La foto recuperada es especialmente significativa porque pertenece a un periodo medular para el México de hoy, la Revolución que desterró del poder al dictador Porfirio Díaz e impulsó la Constitución de 1917.

El país se prepara para celebrar en 2010 el centenario de este periodo histórico, junto al bicentenario de la Independencia. Ambos motivarán una catarata de celebraciones durante todo el año, especialmente en las fechas más señaladas (16 de septiembre para la Independencia y 20 de noviembre para la Revolución). El legado revolucionario es uno de los que con mayor orgullo guarda México, con una fiesta nacional y una miríada de calles, avenidas y plazas dedicadas a los protagonistas de la revuelta. Tanto Villa como Zapata, que sobrevivieron pocos años a la Revolución, también han servido para que muchos padres den a sus hijos el nombre de alguno de los cabecillas populares, Francisco (“Pancho”) y Emiliano (tomado de EFE).
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