Archivo por meses: octubre 2008

Notas sobre la clase alta peruana (2)

La antigua oligarquía, vinculada en su mayoría al Partido Civil, recibió un duro golpe político durante el “Oncenio” de Augusto B. Leguía, al ser desplazada del gobierno. Sin embargo, el líder de la Patria Nueva no afectó mayormente su influencia social y económica. El asunto fue que durante los años 20 nuevas familias, que se enriquecieron bajo los negocios del leguiísmo, tocaron la puerta para ingresar a los círculos de la clase alta. Algunos de estos nuevos ricos fueron aceptados, otros no.

A partir de los años 30 la élite estuvo conformada por personajes vinculados a la agricultura y minería de exportación, y aquellas familias que empezaron a invertir en la industria y la banca conformando un germen de burguesía empresarial. Estos nuevos grupos estuvieron mejor dispuestos a la negociación política y a la apertura democrática, pero no vacilaron en provocar respuestas represivas y antipopulares a fin de mantener su dominio sobre el resto de la sociedad. Si bien este grupo no dio en un inicio ningún presidente, se escudó en militares como Luis M. Sánchez Cerro u Óscar R. Benavides (el tercer militarismo), y luego Manuel A. Odría, para seguir controlando el país. Entre 1930 y 1956, la oligarquía recortó las libertades públicas y sindicales y no dudó en perseguir a los partidos considerados “subversivos” o fuera del orden, como el APRA y el Partido Comunista.

En suma, la clase alta estuvo integrada por familias antiguas y modernas que tuvieron como elemento común el acceso al poder económico. Este grupo, además, ha ido dejando algunos valores tradicionales al incorporar nuevas ideas hábitos de consumo de influencia no tanto ya europea, como en la República Aristocrática, sino norteamericana debido a la hegemonía mundial de los Estados Unidos. Dentro de este grupo hay, además, muchos extranjeros de primera o segunda generación (italianos, sobre todo) ya muy identificados con el país y que tienen acceso a cargos públicos e inclusive aspiraciones presidenciales.

Este grupo empezó a variar moderadamente durante la dictadura del general Odría, en los años 50, debido al enriquecimiento de quienes resultaron beneficiados por el comercio de exportación en los años de la Guerra de Corea y de la reconstrucción de Europa, luego de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la ayuda norteamericana del Plan Marshall. Algunos de estos empresarios, como los vinculados a la venta de harina de pescado, no habían pertenecido anteriormente a este grupo. Lo cierto res que ahora el ingreso económico se fue perfilando como el factor determinante en la ordenación de la sociedad. Se aceptó a estos nuevos ricos en este primer estrato, aunque con algunas restricciones, pues instituciones como el Club Nacional no estuvieron dispuestas a admitir en su seno a quienes no poseían ciertas calidades sociales, más allá del simple factor económico.


El Club Nacional, Plaza San Martín de Lima

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Notas sobre la clase alta peruana (1)

Entre 1890 y 1930, la oligarquía peruana, al igual que las demás en Latinoamérica, intentó buscar en las culturas europea y norteamericana el modelo a imponer en el país y pretendió el desarrollo de una sociedad similar a aquéllas, muchas veces menospreciando lo nativo. La juventud de esta élite, sobre todo, quedó fascinada por los aires de modernidad que traían los extranjeros, o por su propia experiencia: a partir del 900 la formación de muchos de ellos incluía un viaje al Viejo Mundo, es decir, a la “civilización”. En el caso peruano, esta oligarquía pudo consolidar su dominio debido a que la clase media era aún numéricamente reducida y “dependiente”, mientras que los sectores populares seguían siendo heterogéneos y sin casi ninguna identidad de “clase” o vínculos de solidaridad.

Hacia 1895, en Lima, según los calculos de Joaquín Capelo, la clase alta sobrepasaba las 18 mil personas. Formaba un grupo cerrado unido por lazos familiares y de afinidad. El parentesco y el matrimonio fueron siempre su fuerza cohesiva. En este sentido la familia fue una entidad casi santificada y sus miembros debían mantener una constante armonía por encima de cualquier diferencia, especialmente al momento de la repartición de las herencias. La vida de este grupo era tediosamente feliz. El aburrimiento terminó siendo un componente importante como resultado de estos matrimonios entre pares y de vidas definidas desde la infancia.

La élite se mantuvo unificada, además, por la existencia de barrios exclusivos, clubes (Club Nacional, Club de la Unión, Lima Polo & Hunt Club, Jockey Club o el Country Club), iglesias parroquiales preferidas y algunos balnearios como Ancón o Chorrillos. Una serie de asociaciones, como la Beneficencia Pública, fortalecía la idea que la prosperidad en los negocios o la fortuna familiar debían tener como base la caridad cristiana, es decir, la preocupación por los más menesterosos. La necesidad de realizar “buenas obras” ayudarían a preparar el camino hacia la salvación personal.


Country Club de San Isidro, inaugurado en 1927

De otro lado, los colegios donde se educaban los hijos e hijas de la élite (Inmaculada, La Recoleta, San Pedro o Belén) eran de suma importancia porque en ellos se reforzaban y establecían las relaciones y amistades que debían durar toda la vida. Muchos hábitos como los paseos por el Jirón de la Unión, el Paseo Colón o la Plaza Dos de Mayo, o las fiestas frívolas en los clubes formaban también parte sus vidas. Una confitería ubicada en pleno Jirón de la Unión, el Palais Concert -a imitación del parisino Cafè de la Paix– era muy concurrida por este grupo, aunque también por algunos intelectuales de clase media como Abraham Valdelomar.

Al hablar del Partido Civil, núcleo polìtico de la oligarquía, Jorge Basadre describió así la composición y el estilo de vida de esta élite: “Generalmente (con algunas excepciones notorias) pertenecían a este partido los grandes propietarios urbanos, los grandes hacendados productores de azúcar y algodón, los hombres de negocios prósperos, los abogados con los bufetes más famosos, los médicos de mayor clientela, los catedráticos, en suma la mayor parte de la gente a la que le había ido bien en la vida. La clase dirigente se componía de caballeros de la ciudad, algunos de ellos vinculados al campo, algo así como la adaptación del gentelman inglés. Hacían intensa vida de club, residían, residían en casa amobladas con los altos muebles de estilo Imperio y abundantes en las alfombras y los cortinajes, de un tiempo que no amaba el aire libre y vestían chaqué negro y pantalones redondos fabricados por los sastres franceses de la capital. Vivían en un mundo feliz, integrado por matrimonios entre pequeños grupos familiares; los compañeros de juegos infantiles eran luego camaradas en el colegio y en la universidad, las cátedras de éstas en las ciencias jurídicas y en las disciplinas literarias, históricas o filosóficas podían serles adjudicadas más o menos fácilmente”.

A partir de la década de 1920, la clase alta empezó a migrar a los barrios del sur, cuando el Centro de Lima se fue poblando de grupos medios y populares. Esto hizo reverdecer Barranco, originó Miraflores y San Isidro, y las mnsiones que rodearon a la avenida Arequipa abierta por el presidente Leguía. Las nuevas residencias siguieron imitando el gusto europeo. Finalmente, como anota Margarita Guerra, “esta clase alta será la que empiece a introducir, además, los modelos euroeos en ideas, en costumbres y en la misma gestión económica, pero en diversas oportunidades carecerá de la experiencia o de la intuición para una mejor asimilación de su propia realidad, quizá por el exceso de frivolidad o superficialidad con la cual examina incluso los problemas más serios”.


El Paseo Colón


El Cefè de la Paix de París, a cuya imagen y semejanza se diseñó el Palais Concert de Lima (fotos de Juan Luis Orrego)

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Notas sobre la clase media peruana (3)

Los economistas saben que la clase media es el colchón de la economía porque constituye el mercado de consumidores. La producción industrial, que genera la mayoría de puestos de trabajo, está orientada a ella. Los países de Europa y Norteamérica son sociedades donde la mayor parte de la población es de clase media. Por ello, tienen economías estables con gran capacidad de consumo. La clase media, además, es la que empuja a los países y la que genera los valores y patrones de vida. Allí donde la este grupo social es sólido, la economía es pujante. Afectar, entonces, su nivel de vida, es condenar a la industria de bienes y servicios al fracaso. Eso es lo que, lamentablemente, sucedió en el Perú desde 1970. A finales del siglo XX, el país exhibía una clase media empobrecida, que debe liderar el desarrollo con sus profesionales y técnicos desempleados o subempleados.

Si en los años 60 la clase media llegó a tener una relativa prosperidad, las reformas del gobierno militar de Velasco frenaron bruscamente su consolidación. Además, las crisis económicas a finales de los setenta y, especialmente, durante los ochenta (debido a los efectos del terrorismo y a la hiperinflación desatada durante el gobierno aprista), la diezmó como grupo social. Durante estos años, de 1970 a 1990, la clase media fue la que tuvo que soportar las mayores penurias al elevarse el costo de vida y la presión tributaria. Dicho en otros términos: su capacidad adquisitiva disminuyó drásticamente con relación a los años 50 ó 60.

Durante este periodo, se alejó el tradicional sueño de tener una casa propia. A partir de los 80, se vio el caso inédito de muchas parejas de jóvenes recién casados que tuvieron que resignarse a vivir en las casas de sus padres independizando un área de ellas, como las casas “multifamiliares” en distritos mesocráticos como Miraflores, San Isidro o Monterrico; los más afortunados pudieron alquilar un pequeño departamento u ocupar algún inmueble “donado” por algún padre o pariente cercano. Como si esto fuera poco, también se alejó la aspiración a la compra de un auto nuevo, excepto el de segunda mano.

Las indemnizaciones o las rentas por jubilación perdieron su capacidad adquisitiva y, además, se fijaron topes para ellas, de tal manera que mucha gente trató de permanecer en sus puestos, no obstante, haber cumplido el tiempo de servicios, pues el retiro significaba la reducción de sus ingresos. También otro factor obligaba a las personas a permanecer en sus puestos: sus hijos, al culminar sus estudios, no encontraban trabajo y había que seguir ayudándolos, sobre todo, si se casaban. Definitivamente no se podía dar el caso, salvo contadas excepciones, de padres que se jubilaban y podían vivir tranquilos porque tenían una renta o una pensión adecuadas y sus hijos, ya casados o independizados, eran económicamente autónomos.

Por ello, un sector importante de la clase media perdió su status social y pasó a formar parte de la clase baja. Muchas familias se encontraron en la circunstancia de que, al no poseer casa propia y elevarse los alquileres, debieron cambiar de domicilio; y como ya resultaba imposible conseguir casa en los barrios tradicionales, tuvieron entonces que salir hacia las zonas de expansión de la capital, que correspondían a los nuevos distritos populares, en la mayoría de los casos fruto de invasiones, situación que resultó sumamente traumática para muchos que habían estado acostumbradas a tener una vida más “elevada”. El trauma también lo debieron soportar los hijos que tuvieron que cambiarse a colegios con pensiones más baratas o, incluso, a colegios nacionales; ello no sólo afectó su formación académica sino cambiar su entorno de amigos. Esto sin mencionar los miles de casos de jóvenes que tuvieron que abandonar sus estudios universitarios para trabajar y así ayudar al sostenimiento de sus familias.

Las deudas fueron otro factor que aniquiló a muchas familias. El primer paso era vender el carro o alguna pequeña propiedad. Si ello no era suficiente, pedir un préstamo hipotecando la casa o el pequeño negocio. Al no poder, finalmente, pagar las mensualidades o letras, perdían gran parte de su patrimonio causando grandes estragos en su estabilidad económica y emocional.

A inicios de los noventa, con el control del terrorismo y la inflación, el panorama parecía adecuado para un “resurgimiento” de la clase media. Incluso, entre 1993 y 1995, se percibió un aumento en el consumo debido a toda una campaña de bancos y tiendas en otorgar créditos (recordemos que en 1994 la economía peruana creció a una tasa de 12,9%, la más alta registrada en el mundo). El país pudo vivir una sensación de bienestar. El problema es que la gente no sabía usar el crédito y las empresas lo otorgaron indiscriminadamente, sin criterios técnicos. Al final todo fue una ilusión. A mucha gente las deudas terminaron asfixiándolas y, con la recesión desatada desde 1996, miles perdieron sus trabajos. El panorama era penoso. Muchos profesionales o técnicos tenían que sobrevivir haciendo trabajos eventuales o manejando taxis en las calles.


Centro Comercial Larcomar en Miraflores: nuevo punto de referencia para la mesocracia limeña desde la década de 1990

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Notas sobre la clase media peruana (2)

Si entre 1890 y 1920 nace la clase media, a partir del “Oncenio” de Augusto B. Leguía hasta la década de 1960 se consolida como grupo social. Puede decirse que Leguía favoreció a la clase media pues de hecho, durante su gestión, muchas familias de este sector accedieron a la administración pública y alcanzaron su estabilidad económica.

Pertenecen a la clase media los profesionales liberales (médicos, ingenieros y abogados), escritores, periodistas, artistas, profesores de todos los niveles, empleados del estado, pequeños comerciantes, sacerdotes y oficiales de las Fuerzas Armadas. Si bien el ejercicio de estas actividades difícilmente pudo llevar a la construcción de una fortuna, por lo menos les permitió gozar de cierta respetabilidad dentro de la sociedad. La clase media se consolida en las ciudades, especialmente en las de la costa, que son las que ofrecieron mayores perspectivas de desarrollo, tanto económico como social y cultural. Recordemos, además, que es en las ciudades donde hay mayores posibilidades de participación en la vida política. A partir de 1930, algunos sectores de las clases medias encontraron en el Apra y en la Unión Revolucionaria los mejores medios para expresarse; a partir de 1960, en cambio, estuvieron más vinculadas al discurso reformista y moderado de partidos “mesocráticos” como Acción Popular y la Democracia Cristiana.

La clase media llegó a convertirse en la clase pensante por su acceso cada vez mayor de los jóvenes de este grupo a la educación universitaria. Fue un grupo más bien crítico, difícilmente manipulable y no fue, en su mayoría, extremista de derecha ni de izquierda. Recordemos que los principales políticos de este período (Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui, Fernando Belaunde o Luis Bedoya Reyes) surgieron de familias de clase media; asimismo, nuestros intelectuales y artistas más representativos como César Vallejo, José María Arguedas, Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, Ciro Alegría, Mario Vargas Llosa, José Sabogal y Fernando de Szyszlo, entre muchos más.

El acceso a la educación, además, le permitió a estas familias una mejor organización de sus sistemas de vida, como racionalizar sus gastos y desarrollar una apreciable capacidad de ahorro, formalizar mejor sus familias, utilizar todos los recursos que posee para aumentar sus ingresos y satisfacer mejor sus aspiraciones de acercamiento a los niveles sociales y económicos más altos. En Lima, por ejemplo, invirtieron en inmuebles y formaron barrios o distritos “mesocráticos” como Miraflores, San Isidro, Santa Beatriz, Jesús María, Lince o Magdalena del Mar.

Hasta 1960, en suma, la clase media peruana tuvo un notable desarrollo tanto en número como en el papel que desempeñó por la preparación intelectual y técnica que adquirió, lo cual le abrió las puertas de instituciones antes reservadas para la clase alta, como había sido la Universidad. Alcanzó un desempeño profesional que le permitió un mejoramiento de su status social y económico y, poco a poco, también político. Se puede decir que tomó plenamente conciencia de sus posibilidades para contribuir a la modernización de la sociedad.


Imágenes de Lima hacia 1950

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Notas sobre la clase media peruana (1)

La clase media, tal como la entendemos ahora, nació en el Perú hacia la década de 1890. En 1896, en su Sociología de Lima, Joaquín Capelo trazó una de las primeras descripciones de la azarosa vida de este nuevo grupo social en los siguientes términos: [La clase media es] “amenazada constantemente de las invasiones de la clase inferior y excitada por su parte a penetrar en el campo de la clase superior, tendencias encontradas que la condenan a llevar vida intranquila y desequilibrada, incompatible con todo bienestar físico y moral. Débese a esta causal que la clase media, en Lima, sea la más visitada por la estrechez y la miseria; y este mal se agrava, con la dosis de vanidad y desconocimiento de sí mismo, que lleva a sus individuos a pretender lugar más alto que les corresponde por lo que efectivamente son, y que los induce a suplantar con las apariencias creyendo lograr así el objeto que persiguen, sin más fundamento que la audacia, el cinismo, la miopía moral, cualidades todas, propias precisamente, para traer a bajo y no para subir. ¡Cuántos desgraciados lloran hoy, el pasado bienestar y la modesta existencia, que no pudieron conservar, por haber querido saltar más allá de sus posibilidades y vivir en el medio a que sus propios esfuerzos estaban tan lejos de corresponder!”

Entre 1900 y 1920, la clase media peruana era todavía un grupo pequeño y diverso. Estuva conformada por pequeños comerciantes o propietarios urbanos; descendientes de inmigrantes quienes no habían podido ser aceptados en los círculos de la oligarquía; manufactureros con pequeñas industrias de consumo; funcionarios públicos; y empleados de empresas comerciales o de firmas extranjeras. Muchos anhelaban alcanzar algún puesto en el aparato estatal que les brinde seguridad y un sueldo fijo; otros optaban por la carrera militar o por la vida intelectual. Pero al igual que toda la naciente clase media latinoamericana fue “dependiente”, es decir, actuaba subordinada a la clase alta, tratando o deseando imitar su estilo de vida con mucha dosis de alienación y, a veces, de “huachafería”.

Sus miembros vivieron casi siempre por encima de sus posibilidades intentando, muchas veces sin éxito, ascender en la escala social. Este “arribismo” se explica ya que por esos años la posición social no radicaba en cómo el individuo se autoidentificaba, sino en cómo era identificado por los demás. Si para la antigua aristocracia la “decencia” se basaba en el apellido, la tradición y todo lo que el dinero no podía comprar, el arribista debía reinventar su pasado, incluso manipulando sus apellidos (convirtiéndolo en compuesto, por ejemplo), para poder ser aceptado en algunos salones o clubes de la élite. Pero la estrategia del arribista no quedaba allí: debía buscar un colegio más caro para sus hijos, eludir el trabajo manual, mandar hacer sus trajes en el sastre de moda o frecuentar el restaurante correcto. Tenía que pasar el invierno en Chosica o el verano en Barranco o Ancón.

Todo este intento terminó ahogando económicamente a muchos arribistas. No pocos terminaron en la ruina al hipotecar sus bienes para acariciar ese mundo de lo posible. Esa fue la pobreza de la clase media. Y es que muchos de ellos no se dieron cuenta que el dinero por sí mismo no tenía significación: era el dinero correctamente gastado lo que ganaba posición social. Y si uno no podía seguir los patrones de consumo o comportamiento de la élite podía ser acusado de “huachafo” y verse frustrados sus intentos de movilidad. Tildar al adversario de “huachafo” fue, además, una estrategia bastante eficaz de la élite para “espantar” a los nuevos ricos y a los arribistas. Por último, la mayoría de la clase media vivió, entre 1900 y 1920, en el centro de Lima y en La Victoria; otros en los Barrios Altos, alrededor del Mercado Central y en el área comprendida entre la actual avenida Abancay y la Plaza Italia, mezclados con artesanos y obreros.


Carnaval limeño hacia 1915

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Perú rumbo a México 70: recuerdos de una clasificación

Cuando los relojes casi marcaban las 4 de la tarde del domingo 31 de agosto de 1969, el Perú entero estallaba de emoción: nunca antes una selección de fútbol tuvo esperanzas tan fundadas de clasificar a una Copa del Mundo, ni contó tampoco , hasta tal punto, con el respaldo popular. Aquellos jugadores, autores de la hazaña de la “Bombonera”, terminaron respondiendo a esa confianza. Con el empate a 2, con los ya casi míticos goles de “Cachito” Ramírez, sellaba su pasaporte a México 70. Era, además, la primera vez que una selección nacional clasificaba, por mérito propio, a un Mundial. Recordemos que para la primera Copa del Mundo, en Uruguay, en 1930, el combinado nacional había acudido por invitación, como las demás selecciones.

No bien terminó el partido, contemplado en vivo y en directo a través de la televisión gracias a la comunicación por satélite –meses antes se había instalado la estación terrena de Lurín-, miles de limeños se lanzaron a las calles. Se organizaron numerosas caravanas que recorrieron las calles de nuestra ciudad. En realidad, nunca antes Lima había vivido una euforia deportiva como la de aquel domingo (la última jornada que se recordaba fue cuando arribó el seleccionado de fútbol que participó en las Olimpiadas de Berlín de 1936). Gente de toda condición social invadió calles, avenidas y plazas públicas para gritar Perú campeón… Arriba Perú… Perú a México y otras expresiones llenas de emoción. Otros pintaron sus automóviles, camiones, “micros” y hasta motos y bicicletas con leyendas alusivas al triunfo peruano y los nombres de los jugadores más destacados y salieron a las calles gritando, tocando pitos, matracas y bocinas hasta bien entrada la madrugada del lunes 1 de septiembre.

Recordemos, además, que el Perú vivía por entonces los efectos de las reformas del casi recién inaugurado “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas”, presidido por el general Juan Velasco Alvarado. El discurso “nacionalista” que había arropado a la toma de los yacimientos de la Brea y Pariñas y a la aplicación de la Reforma Agraria había desatado todo un ambiente de “orgullo” y de “dignidad”. Como sucede en estos casos, no sólo en el Perú sino en todo el mundo, el gobierno de entonces aprovechó políticamente el acontecimiento deportivo. Esos muchachos, en la cancha de la “Bombonera”, habían demostrado que los peruanos eran capaces de realizar grandes hazañas.

En fin, luego de las 4 de la tarde, en toda Lima casi se paralizó el tránsito porque las calles estaban copadas por el público y los vehículos que dejaron escapar su emoción por este galardón que supieron conquistar aquellos grandes jugadores como Challe, La Torre, Cubillas, “Perico” León, Chumpitaz, o “Cachito” Ramírez en tierras lejanas luchando bravamente contra todos los obstáculos, como el árbitro, el público hostil y los propios jugadores argentinos que trataron en todo momento de liquidar el poderío peruano empleando recursos antideportivos.

“ASALTO” A LA CASA DEL PRESIDENTE

Todo el Perú debe recibir al equipo con los brazos abiertos, dijo el general Juan Velasco Alvarado, ante una multitud que, de manera espontánea, se reunió frente a su casa en la urbanización Aurora, y que lo obligó a salir tres veces a dirigirle la palabra.

En efecto, cientos de personas prácticamente “asaltaron” el aquel tranquilo barrio miraflorino a compartir con el Presidente la gesta deportiva. La multitud interrumpió repetidas veces el discurso improvisado de Velasco con los gritos de Perú… Perú… Perú…, que también coreaba en Presidente agitando, desde el balcón de su residencia, los brazos en alto. Señalando a la multitud, Velasco dijo: Esta espontánea y apoteósica demostración es digno ejemplo para muchos chicos…. El Perú está vibrando desde la capital a las fronteras. Ahora estamos formando un verdadero impacto, de un Perú digno y soberano, todo es posible obtener y esos once corazones peruanos han obtenido un triunfo fuera de nuestras fronteras y los seguiremos obteniendo… Y, dentro de poco, vamos a obtener triunfos significativos, finalizó; la muchedumbre rompió en una salva de aplausos.

Ahora les ruego que con tranquilidad represen a sus hogares. Antes de retirarse, cantaron el Himno Nacional, al que también se unió Velasco. Como vemos, ya Velasco estaba capitalizando, a favor del régimen y sus reformas, el triunfo deportivo. Ya estaba anunciando, además, cómo debían ser recibidos y tratados los muchachos del seleccionado nacional.

GRAN FIESTA EN LA PLAZA DE ARMAS

El primer acto “anecdótico” en la Plaza se dio cuando una pareja acababa de contraer matrimonio justo cuando se dio por terminado el partido. La emoción embargó a los asistentes a la iglesia de “El Sagrario” de la Catedral a tal punto que los felices contrayentes dieron la vuelta en torno a la Plaza de Armas lanzando “vivas” por la victoria nacional. Se trató, sin lugar a dudas, de su mejor regalo de bodas.

Con el correr de la tarde, en la Plaza de Armas de Lima se formó una congestión de centenares de vehículos y el grueso público obstaculizó la fluidez del tránsito. Pero no importaba: los ocupantes de los carros se lanzaron a la calle para bailar alegres canciones nacionales. Hubo otra nota simpática, y llena de emoción, cuando un grupo iba cantando el Himno Nacional y los demás se unieron por el jirón de la Unión y en multitud compacta cantaba con paso marcial el “himno patrio” con todo fervor hasta, casi, derramar lágrimas.

Hubo, de otro lado, un adolescente que se envolvió con la bandera peruana y se subió a las rejas del Palacio de Gobierno y comenzó a gritar con todas sus fuerzas Perú… Perú… Perú, Viva el Perú y la gente respondió igual.

Luego, casi al anochecer de aquel memorable domingo, un grupo de damas se reunió en la esquina de la Plaza San Martín, al que pronto se unió otro del sexo masculino, siguieron por el jirón de la Unión cantando y bailando alegremente el Carnaval limeño. El resto de la gente iba tocando latas y panderetas, hasta llegar a la Plaza de Armas, donde continuó la fiesta. Asimismo, desde los balcones de las casas, la gente arrojaba papel picado de colores al paso de los automóviles que con sus bocinas a todo vuelo celebraba la gran hazaña del elenco peruano de clasificar campeón del grupo X para el Mundial de México, que se celebraría al año siguiente.

EL ANUNCIO DEL ARRIBO A LIMA

Pronto se confirmó la gran noticia: a las 9 de la noche del martes 2 de septiembre, en vuelo de APSA (la desaparecida “Aerolíneas Peruanas”), arribaría la Selección Nacional de Fútbol al aeropuerto Jorge Chávez. En automóviles descubiertos, los triunfadores harían su recorrido entre el terminal aéreo y la Plaza de Armas tomando el siguiente recorrido: la avenida Elmer Faucett, luego la avenida Colonial, la Plaza Dos de Mayo, la avenida Nicolás de Piérola, la Plaza San Martín, el jirón de la Unión y, finalmente, Plaza de Armas. La delegación en pleno presentaría su saludo al Presidente de la República.

EL TRIUNFAL ARRIBO Y LA “PEREGRINACIÓN” A PALACIO

Como podríamos imaginar, el recibimiento que Lima brindó a la Selección tuvo caracteres de apoteosis. Para empezar, testigos cuentan que las terrazas, el hall y las pistas del aeropuerto resultaron estrechas para albergar a los miles de aficionados que esperaban impacientes y con ininterrumpidos gritos de Arriba Perú y Perú Campeón; además de “urras” con los nombres de cada uno de los futbolistas nacionales que plasmaron la clasificación en la temida “Bombonera”. Banderas, serpentinas y papel picado embarcaban el ambiente, siendo casi imposible desplazarse en cualquiera de las zonas de nuestro elegante primer aeródromo, mientras que la avalancha de vehículos de todo tipo seguía arribando de todas direcciones. En realidad, los cordones policiales resultaron impotentes.

Después de aterrizar el avión de APSA, la ola de entusiasmo y gritos deportivos tomó proporciones de huracán. En la pista se había congregado una nube de fotógrafos y camarógrafos que daban trabajo ininterrumpido a sus máquinas. Apenas empezaron a desembarcar los deportistas se escuchó ensordecedora ovación, confundida con sonidos de las bocinas de automóviles, sirenas, pitos y matracas.

Los que asistieron a esa noche de desenfreno patrio recuerdan las únicas “armas” de la multitud eran el lema Arriba Perú y la letra de la pegadiza canción del músico-dentista, Félix Figueroa, “Perú Campeón”. Con ellas, y con un entusiasmo jamás visto, la enfervorizada multitud se lanzó, como a una batalla, sobre la pista donde el avión que traía a los héroes de la “Bombonera” todavía carreteaba y sus absorbentes turbinas rugían amenazadoramente. No importaba el riesgo propio ni ajeno; solo el deseo de toda una ciudad de mostrar a sus ídolos el más ruidoso agradecimiento por una clasificación que se había convertido en un asunto, como anota la revista Caretas, de honor nacional, en una razón de estado. No es difícil imaginar que los jugadores, al bajar por la escalinata, fueron “prácticamente, “asaltados” por la muchedumbre. Tanto fue así, que uno de ellos, Julio Baylón, se quedó sin zapatos.

Al salir de las instalaciones de CORPAC, todos los jugadores fueron embarcados en autos descubiertos para iniciar el camino al centro de Lima, acompañados por una impresionante caravana de carros, que no cesaba de atronar el espacio con el vibrar de sus bocinas. Detrás quedaba el orgulloso aeropuerto Jorge Chávez mostrando sus lunas rotas, sus asientos destrozados, en suma, los restos de la mayor alegría que recordaba la ciudad.

Al paso de la caravana, por todas las avenidas del recorrido, un impresionante gentío vivaba a los ídolos y pugnaba por acercarse a cada vehículo, debiendo realizar grandes esfuerzos la policía para mantener el orden y así librar a los futbolistas de ser arrebatados para transportarlos en hombros en lugar de los coches. Se calcula que unas 250 mil personas fueron partícipes de este paseo triunfal de los mundialistas.

Y el momento cumbre llegó. Aquella noche, la Plaza de Armas resultó pequeña para la gran multitud que se congregó vibrante y emocionada; las cifras hablan de casi 200 mil personas que, desde las primeras horas de la noche, aguardaban a sus héroes. El Presidente, acompañado por su Gabinete y de todos los jugadores, apareció en el balcón principal de Palacio de Gobierno, a las 00.57 minutos de la madrugada. Una cerrada y estruendosa ovación partía de la masa humana. Al iniciarse el homenaje, el Himno Nacional fue cantado. Velasco, con visible emoción dijo estas palabras:

Peruanos: ellos sabían que tenían un deber sagrado que cumplir, y lo cumplieron en los campos de Buenos Aires como verdaderos peruanos. En estos momentos la emoción que todos sentimos no es otra cosa que el renacer de un nuevo Perú. Este triunfo es motivo de orgullo nacional. Nuestros jugadores tuvieron coraje y fe en su capacidad deportiva. Supieron sentir la emoción de ser peruanos. Nuestro seleccionado triunfó porque los alienta la confianza de su pueblo que siente el orgullo de haber conquistado la dignidad nacional.

PD. Queda claro que ni con Chemo ni con Burga ni con esta selección iremos jamás a un Mundial…


Gol de “Cahito” Ramírez en la Bombonera

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El Perú en los textos escolares del Ecuador (2)

Continuamos transcribiendo fragmentos del último manual escolar de Historia del Ecuador, Época Republicana (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar-Corporación Editora Nacional, 2008), escrito por el prestigioso historiador Enrique Ayala Mora, que ha empezado a utilizarse en los colegios de nuestro vecino país este año. A continuación les presento los pasajes en los que se hace referencia a los los conflictos de 1981 y 1995, y a la firma de la paz.

El conflicto de la Cordillera del Cóndor (1981)

En enero de 1981, en la Cordillera del Cóndor se produjo un choque armas con Perú, detenido por la acción internacional. El enfrentamiento se dio en la zona donde la frontera no había sido delimitada por el Protocolo de Río de Janeiro. Un precario acuerdo de división de fuerzas, que se había mantenido por años, se rompió con un incidente de frontera y provocó el conflicto. El gobierno logró consenso interno para enfrentar la situación, pero tuvo que hacer concesiones en su postura progresista internacional. Para equilibrar los enormes gastos realizados y nivelar el presupuesto acudió a impopulares elevaciones de impuestos y precios (página 117).

El conflicto del Cenepa (1995)

En enero de 1995 el Perú atacó destacamentos ecuatorianos en la cabecera del río Cenepa, al sur de la Amazonía. El país reaccionó con unidad y madurez. El Presidente tomó una actitud firme y abierta a un arreglo pacífico, que se expresó en la consigna “ni un paso atrás” y el reconocimiento de la vigencia del Protocolo de Río de Janeiro. Las Fuerzas Armadas tuvieron un gran éxito al defender el territorio. Dirigidos por los generales José Gallardo y Paco Moncayo, los soldados ecuatorianos defendieron sus posiciones ante fuerzas peruanas superiores en número. Lograron también éxitos en enfrentamientos aéreos. Durante el conflicto, la base de Tiwinza en la cabecera del Cenepa se transformó en símbolo de la resistencia ecuatoriana. Luego de unas semanas de enfrentamiento se suscribió un acuerdo de paz y comenzaron las negociaciones (página 119).

La paz con Perú (1998)

El 26 de octubre de 1998, en Brasilia, los presidentes y los cancilleres de Ecuador y Perú, ante delegados internacionales, firmaron varios acuerdos que dieron fin al diferendo territorial e iniciaron una nueva era en las relaciones de los dos países.

Según los acuerdos, los puntos controvertidos de la frontera fueron definidos por los “países garantes”, previas consultas a comisiones técnicas y el compromiso de ambas partes, expresado por sus congresos, de que acatarían su pronunciamiento. Los garantes dieron razón al Perú y fijaron la frontera en la cumbre de la cordillera del Cóndor, le entregaron la cabecera del río Cenepa, y le dieron a Ecuador un kilómetro cuadrado alrededor de Tiwinza. El tratado de comercio ratificó el derecho de Ecuador a la libre navegación por el Marañón y sus afluentes septentrionales y le concedió dos establecimientos comerciales en las riberas del río. Un tratado especial promueve la integración fronteriza y otro las medidas de confianza entre los dos países.

En la búsqueda del acuerdo de paz se comprometieron muchas personas e instituciones que veían la necesidad de superar el diferendo para garantizar el futuro. Tuvieron destacado papel en la negociación los ministros de Relaciones Exteriores Galo Leoro y José Ayala Laso (página 121).

Breve comentario: Como vemos, tendrán que venir otras generaciones para que el relato historiográfico sobre el conflicto entre Ecuador y Perú, que los enfrentó bélicamente hasta en tres oportunidades en el siglo XX, cambie sustancialmente en los textos escolares en nuestro vecino del norte. Reconozco, sin embargo, dos avances: cuando en el texto se habla de la firma de la paz, dice “los garantes dieron razón al Perú”; asimismo, ya no aparece en el texto el polémico mapa con las “pretensiones históricas” ecuatorianas sobre territorios amazónicos del Perú; se trata del mapa que hoy presentamos. Por último, lamentablemente para el Perú, el texto escolar tiene razón cuando reconoce las victorias miliares ecuatorianas sobre el Cenepa en 1995, a diferencia de lo que dijeron aquí el trío Fujimori-Hermoza-Montesinos. La llamada “guerra del Cenepa” fue una derrota militar para los peruanos.

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El Perú en los textos escolares del Ecuador (1)

Tengo en mis manos el último manual escolar de Historia del Ecuador, Época Republicana (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar-Corporación Editora Nacional, 2008), que ha empezado a utilizarse en los colegios de nuestro vecino este año. Transcribo a continuación aquellos pasajes en los que se hace referencia a la historia de los límites entre nuestros países y a los conflictos que éstos generaron.

LA GUERRA DEL 41 Y EL PROTOCOLO DE RÍO DE JANEIRO

“En julio de 1941, luego de varios incidentes de frontera, el ejército peruano invadió Ecuador y ocupó varias regiones limítrofes, especialmente la provincia de El Oro. En 1936 los dos países habían aceptado una frontera de hecho, pero Perú aprovechó la coyuntura de la guerra mundial que captaba la atención continental para su acto de fuerza. Los soldados ecuatorianos luchaban en proporción de uno a ocho. Sus actos heroicos no cambiaron el ineludible resultado. Arroyo (el presidente ecuatoriano de entonces) logró un cese de la oposición interna, pero consciente de su impopularidad evitó entregar armas al pueblo, cuya reacción temía. Parte de los recursos bélicos permanecieron dedicados a la represión. El grueso de los carabineros, policía militarizada bien adiestrada y equipada, continuó “defendiendo el orden interno” mientras escasos soldados, mal armados y casi sin jefes, resistían en el frente.

La situación de guerra y la ocupación de El Oro se mantuvieron hasta enero de 1942, cuando se reunió en Río de Janeiro la Conferencia Interamericana, con el objeto de hacer frente común alrededor de los Estados Unidos, que había entrado ala guerra mundial por el ataque japonés a Pearl Harbor. La guerra peruano-ecuatoriana fue allí un tema de tercer orden, pero el delegado ecuatoriano Julio Tobar Donoso tuvo que suscribir un Protocolo de Paz, Amistad y Límites con el vecino del sur, que luego fue ratificado por el Congreso de mayoría rosita. En nombre de la unidad continental el país tuvo que renunciar a territorios amazónicos que había reclamado por más de un siglo, aunque buena parte estaban ya bajo control peruano desde años antes. El resultado era inevitable, pero Tobar actuó con indignidad y humilló al país. De este modo, los viejos adversarios liberales y conservadores sellaron juntos la renuncia al reclamo territorial que habían usado como arma en su centenario enfrentamiento (1). Se debe destacar, además, que detrás del conflicto de países se dio también en esa guerra una disputa entre grandes compañías petroleras por el control de los recursos amazónicos. El descalabro dejó al país con un trauma colectivo y un sentimiento de derrota nacional” (página 85).

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(1) Así lo ha entendido desde entonces la opinión pública ecuatoriana. En la mesa de sesiones no quedó otra salida que suscribir el Protocolo, pero el mismo Tobar lo hizo sin ni siquiera haber pedido la palabra en el pleno de la conferencia para que la opinión ecuatoriana fuera oída. Firmó avergonzando al país, con mal entendida resignación. En el hecho, además de los responsables individuales, se evidenciaba la responsabilidad colectiva de conservadores y liberales que gobernaron el país sin una política internacional coherente y utilizando el conflicto con el Perú como instrumento de su lucha por el poder.

Mañana transcribiremos lo que señala el manual escolar sobre el conflicto del Cenepa y la paz de Itamarati.


Julio Tobar Donoso, juriscunsulto y diplomático ecuatoriano, tan denostado por la historiografía de su país al haber firmado el Protocolo de Río de Janeiro

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Estadios de fútbol en Lima (4)

El Estadio de San Marcos.- Como toda Ciudad Universitaria, el campus de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima cuenta con un complejo deportivo que tiene un Estadio Monumental, una piscina y un gimnasio.

El Estadio Monumental es uno de los recintos deportivos de mayor envergadura de nuestro país. Fue inaugurado el 13 de mayo de 1951; a la ceremonia asistió el entonces presidente de la República, general Odría; el ministro de Educación, coronel Juan Mendoza Rodríguez; y el entonces rector, Pedro Dulanto. Ese año, fue escenario de los Juegos Olímpicos Especiales y en 1955 fue sede de los V Juegos Deportivos Universitarios Nacionales.

Según la página de la Universidad, este coloso tiene un campo principal de fútbol y graderías para 67,469 espectadores. Se dice que hay un proyecto que indica que su aforo puede ampliarse hasta 104 mil, pero el tema de la seguridad, en cuanto a salidas y vías de acceso, únicamente permite operar con una asistencia de 43 mil espectadores. Cuenta con 4 torres de iluminación artificial y dos canchas más de fútbol complementarias. Está equipado con servicios higiénicos (7 módulos con dos divisiones para hombres y mujeres respectivamente que de acuerdo a Defensa Civil no son suficientes pero que se pueden solucionar con la adquisición de baños portátiles); vestuarios y una pista atlética (en mal estado). La cancha de fútbol actualmente cuenta con gramado del tipo corriente, la cual incluye un sistema de regadío por aspersión. Sus accesos son por el jirón Amézaga s/n y por la avenida Venezuela.

Durante los años cincuenta se jugaron en su cancha partidos de la liga profesional de fútbol. Actualmente, la selección de fútbol de la UNMSM, que participa en la Segunda División Profesional, juega sus partidos de local en este impresionante estadio, subutilizado y siempre envuelto en la polémica: si la UNMSM debe administrarlo o darlo en concesión a una empresa privada que invierta en su infraestructura y le dé ingresos regulares a la institución y así aliviar en algo su déficit presupuestario. Mientras se resuelva la polémica, el estadio seguirá albergando actividades extra-académicas de los estudiantes, para el campeonato oficial de la Segunda División (como ya anotamos), campeonatos de docentes de la Universidad y para otros eventos extra-deportivos como conciertos, actividades religiosas, etc, que generan esporádicos ingresos que sirven para el mantenimiento de las instalaciones.

Estadio Municipal de Chorrillos.- Más conocido como la “cancha de los muertos” pues por ese sector quedaba el antiguo cementerio de Chorrillos donde fueron enterrados muchos de los caídos en la defensa del Morro Solar durante la Guerra del Pacífico; luego del terremoto de 1940, el cementerio fue trasladado a Surco.

Cuenta con tres tribunas (Oriente, Occidente y una pequeña tribuna Norte) y una capacidad cercana a los 15.000 espectadores. Se hizo muy popular esta cancha cuando, en 1993, el popular club Deportivo Municipal, por entonces presidido por el alcalde de Lima, Ricardo Belmont, lo eligió como escenario para jugar como local. Hoy sirve para torneos de segunda división y es donde juega como local el Deportivo Aviación.

Estadio San Martín de Porres.- Está ubicado en el límite de tres distritos muy populares de nuestra ciudad: el Rímac, San Martín de Porres y el Cercado de Lima. Sus puertas dan al intercambio vial de Caquetá sobre la carretera Panamericana Norte lo que lo hace de fácil acceso y evacuación. Es propiedad del Instituto Peruano del Deporte y fue construido a inicios de los años 60 en un terreno baldío a orillas del acantilado que daba al río Rímac. Durante muchos años, el estadio no tuvo buena fama para partidos de primera división y, prácticamente, sus instalaciones se fueron deteriorando y quedó en un estado terrible: no había césped en la cancha ni malla de seguridad ni baños. Sólo se jugaban partidos de segunda división o la liga distrital.

Pero la historia de esta cancha cambió en 1995 cuando el club Sporting Cristal firmó un convenio con el IPD por el cual el equipo “cervecero” podía introducir todas las mejoras que fueran necesarias. Así, con una inversión superior a los 200 mil dólares se acondicionaron estacionamientos, las tribunas se pintaron y se instaló un alambrado de seguridad; también se construyeron nuevos baños, camerinos y bancas para los suplentes; finalmente, la cancha se resembró con césped importado de Holanda que lo convirtió, según la prensa de esa época, en la mejor cancha del país para la práctica de fútbol. Teóricamente, el estadio tiene una capacidad para 20 mil espectadores en sus cuatro tribunas; sin embargo, como la tribuna sur da al acantilado del río Rímac, esta no se abre al público. Por lo tanto, en la práctica, la capacidad del San Martín de Porres es para 15 mil personas y la falta de una tribuna hace que este escenario no pueda albergar encuentros de alto riesgo donde se puedan encontrar dos hinchadas rivales.

El estadio fue reinagurado el domingo 24 de septiembre de 1995 a las 11:30 de la mañana para un partido por el campeonato profesional. Ese día, con las tribunas repletas de hinchas rimenses, se enfrentaron el Sporting Cristal, en es entonces campeón vigente, y el Cienciano del Cuzco. Ganaron lo locales por 6-0.

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Estadios de fútbol en Lima (3)

Estadio “Alejandro Villanueva” o de Matute.- El 15 de febrero de 1951 el entonces presidente de la República, el general Odría, puso la primera piedra de lo que iba a ser el estadio de Alianza Lima. Fue en el barrio de Matute, distrito de La Victoria, en un terreno de 38 mil metros cuadrados. Sin embargo, problemas con el título de propiedad del terreno y otros de índole económico impidieron al club íntimo ver culminada la construcción de su recinto deportivo. Las obras se llevaron a cabo por etapas.

Por ello, no fue sino hasta el 11 de abril de 1966 se inició formalmente la construcción del estadio. El uruguayo Walter Lavalleja se encargó del proyecto del estadio. Pero los hinchas no pudieron ver la obra concluida en los sesenta. Recién el 6 de junio de 1972, el gobierno del general Velasco le otorgó al club la propiedad del terreno. Así, los blanquiazules pudieron pedir un préstamo al Banco de la Nación y pudo terminarse la obra a finales de 1974. El estadio tenía capacidad para poco menos de 40 mil espectadores, lucía cuatro tribunas de cemento y un césped impecable.

Algunos sucesos ocurridos en el Estadio de Matute:

1. El 27 de diciembre de 1974 se jugó el primer partido en el nuevo estadio. Alianza Lima y Nacional de Montevideo igualaron a 2 goles (36,966 hinchas asistieron a aquel histórico encuentro).
2. El 2 de marzo de 1975 se jugó el primer clásico en Matute. Alianza Lima derrotó 3-1 a Universitario.
3. En 1975 los victorianos dieron su primera vuelta olímpica en su estadio. Se proclamaron campeones del fútbol peruano derrotando al Alfonso Ugarte de Puno por 3-1.
4. La selección peruana de fútbol también se presentó en este estadio en 1975. Fue el 7 de agosto cuando derrotó, por la Copa América, al seleccionado de Chile por 3-1.
5. En 1977, Alianza Lima vuelve a obtener el título nacional en su estadio al derrotar, en dos partidos memorables, a su tradicional rival, Universitario de deportes.
6. En diciembre de 1987 el estadio de Alianza es testigo de la mayor tragedia del club en toda su historia. Allí fueron velados los integrantes del plantel que fallecieron tras caer el avión que los traía desde la ciudad de Pucallpa (8 de diciembre). Pero Alianza Lima debía volver a jugar: lo hizo el 17 de diciembre ante Independiente de Avellaneda en un partido amistoso.
7. El 20 de diciembre de 1999 hubo una nueva vuelta olímpica en Matute. Pero esta no fue dada por el club victoriano sino por su clásico rival, Universitario de Deportes. Se jugaban los partidos de definición por el título de ese año. En la ida, la “U” venció 3-0; Con esa diferencia, se presentaron los cremas en Matute y, a pesar de que perdieron 1-0, obtuvieron el bicampeonato.

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