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Nuevo libro: ‘Pinceladas limeñas: la historia de Lima’

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Lima “La Ciudad de los Reyes” conserva en cada una de sus calles, monumentos, casonas e iglesias, miles de historias poco conocidas por sus habitantes. Sus costumbres y tradiciones formadas a través de los siglos la han convertido en una ciudad única en América. En el libro Pinceladas Limeñas: La historia de Lima su autor, Marco Antonio Capristán Núñez, revive esas historias que cada limeño debe conocer. Este libro recopila gran parte de las “Pinceladas Limeñas”, publicadas en la sección del mismo nombre publicada en el diario El Comercio, entre 1991 y el año 2004, pero orientadas a darnos una visión general de la historia de Lima, desde la formación de los territorios, donde se establecerá la ciudad, hasta nuestros días, pasando por sus principales acontecimientos; su historia prehispánica, la fundación española, la vida colonial, Lima durante la independencia, los primeros años de la República, el apogeo, la Guerra del Pacífico, los inicios del siglo XX, el gobierno de Leguía, la música criolla, la migración a Lima, el jirón de la Unión, el Limazo de 1975, el embate del terrorismo, Lima como Patrimonio Cultural de la humanidad y la Lima de hoy.

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Miguel Grau, el paradigma del peruano ejemplar y el Perú de hoy

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Miguel Grau (dibujo de El Comercio)

Al revisar los periódicos de octubre de 1879 podemos advertir la honda conmoción que produjo en la opinión pública la noticia de la trágica muerte de Miguel Grau a bordo del monitor Huáscar en la Punta de Angamos. Había nacido el mito, el gran héroe nacional. Los demás actos heroicos que hubo durante la contienda contra Chile, que culminó en 1883, nunca amenazaron el altísimo lugar que alcanzó Grau en el “olimpo nacional”. Hasta Manuel Gonzáles Prada, acaso el intelectual más crítico de lo que ocurrió en el siglo XIX peruano, quedó rendido ante su figura. El reconocimiento a Grau, asimismo, ha sido unánime en la obra de los más calificados historiadores republicanos, con Jorge Basadre a la cabeza.

Así se fue construyendo el paradigma del peruano ejemplar. La historia patria no puede narrarse sin Grau, y su recuerdo quedó extendido a lo largo y ancho del territorio nacional: es casi imposible registrar el número de plazas, parques, calles, avenidas o jurisdicciones que llevan su nombre. También ha habido el intento de presentarlo ya no solo como el modelo de héroe o marino, sino también de hijo, de esposo, de padre y hasta de parlamentario, pues fue diputado por Paita desde 1876, cuando pertenecía a las filas del partido Civil.   

El tema es si esa imagen de Grau continúa vigente, no tanto en círculos oficiales o académicos sino en la mente del peruano común. Me temo que cada vez se sabe menos de Grau, y quizá se deba a la terrible disminución, desde la década de 1990, de horas dedicadas a la Historia del Perú en los colegios. También he leído que, según las encuestas, poca gente sabe por qué el 8 de octubre es feriado nacional. Nadie objetó, sin embargo, cuando Grau fue elegido El peruano del milenio, allá en 1999 cuando estuvieron muy de moda los “recuentos” del siglo y del milenio.

Hice una pequeña encuesta entre mis alumnos: ¿Qué opinión les merece el Héroe de Angamos en la historia del Perú? Para empezar, más atentos a la historia del Perú contemporáneo, los jóvenes de hoy miran al siglo XIX como una época ya muy lejana, y que los conflictos que se dieron correspondieron a una lógica o realidad, con su dosis de romanticismo, que ya quedó muy atrás. Dicho de otra manera: la posibilidad de que se repita una guerra “nacional” como la que tuvimos contra Chile es casi inexistente. Sin entrar mucho en detalles sobre la vida de Grau, me respondieron lo clásico: su patriotismo, su sacrificio su caballerosidad, su valentía, su honor y su conducta ejemplar. Algunos dijeron que era una suerte de semi-dios, un santo republicano, un peruano inalcanzable.  

A partir de allí surgió otra conversación: el héroe del Perú de hoy, y además vivo. Luego de un relativo consenso, quedaron seis personajes vinculados a distintas actividades pero que han logrado el reconocimiento local así como la consagración mundial: Mario Vargas Llosa, Javier Pérez de Cuéllar, Teófilo Cubillas, Juan Diego Flórez, Mario Testino y Gastón Acurio. El peruano común –prosiguieron- admira al “emprendedor”, al que desde abajo se enfrenta a la adversidad y alcanza el éxito, construyendo un patrimonio y dando trabajo a los demás. No faltaron los que mencionaron a los ídolos populares, como algunos deportistas, actores o cantantes, que son motivo de cierta veneración, pero solo funcionan a nivel doméstico, a veces con opiniones encontradas. Recordaron, por último, el valor y sacrificio de los que lucharon –y perdieron la vida- contra el terrorismo. No es necesario reseñarlos, pero también salieron a la luz algunos personajes que fueron vistos como “héroes” en algún momento pero luego cayeron en desgracia.       

Mi impresión es que para el peruano de hoy, Miguel Grau es una figura cotidiana (está en el espacio público y en infinidad de imágenes) y respetable (porque recuerda lo que le narraron en el colegio). ¿Admirado? Aquí podemos añadir un matiz: para venerar a alguien hay que conocer debidamente su trayectoria, y ya sabemos que la formación histórica promedio es nuestro país es bastante pobre. Con todo, el horizonte ético que emana del Caballero de los Mares sigue incuestionable. 

Ahora que la prédica nacionalista ha perdido fuerza y ha dado paso al discurso del mercado y la globalización, el peruano pragmático aspira (si para bien o para mal, es otro tema) al éxito, y se deslumbra con el “triunfador”, a quien alcanza la fama y/o el dinero. ¿Se sigue valorando el sacrificio? Por supuesto que sí, si es que conduce a ese nuevo anhelo. Miguel Grau se inmoló, lo sabemos, y eso le valió el reconocimiento eterno de un país. Pero esa cima irrepetible que alcanzó nuestro Almirante ya no encuadraría en el esquema “aspiracional” del peruano del siglo XXI. 

Publicado en El Comercio (miércoles 8 de octubre de 2014)    

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Nicolás de Ribera, el Viejo: primer alcalde limense

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Pintura de Ángel Chávez (Pinacoteca Municipal Ignacio Merino)

En sus casi tres siglos de dominio hispano, Lima o la Ciudad de los Reyes tuvo doscientos ochenta y siete alcaldes, que gobernaban durante un año con un suplente, a semejanza del cabildo de Sevilla. De esa larga lista, el único que sobrevive en la memoria de algunos limeños es Nicolás de Ribera, apodado El Viejo, primer alcalde en 1535, año de la fundación española. Repitió la gestión en cuatro oportunidades más: 1544, 1546, 1549 y 1554.

Su historia no queda allí. Sabemos que junto a Diego de Agüero, y bajo las indicaciones topográficas de Juan Tello, Ribera fue uno de los “trazadores” de la nueva urbe. A ellos se debió que Los Reyes fuera diseñada en forma de una cuadrícula o damero, como los campamentos romanos. Debió ser complicado adaptar las 117 manzanas que proyectaron por la prexistencia de adoratorios, caminos y canales prehispánicos. Decidieron arrimar la plaza cerca al río, no al centro del damero, y solo 62 manzanas fueron cuadradas.

Asimismo, parece que Ribera fue determinante en cuanto al primer nombre de la ciudad, pues escribió en un documento que cita José A. del Busto: se intituló la ciudad de los rreyes porque fue el día de los rreyes quando salieron a ello. La original nomenclatura, pues, se debió a la decisión de erigirla el 6 de enero, festividad de Reyes. Las tres coronas en su escudo explicarían el tributo a la Epifanía.   

El siguiente aporte de Ribera a la ciudad es más complejo, pues fue su autoridad o vecino por casi treinta años, hasta su muerte en 1563. Tuvo que afrontar las amenazas de las huestes de Manco Inca así como los pleitos entre pizarristas y almagristas. Recibió al primer virrey, Blasco Núñez de Vela, pero no aceptó su autoridad y se enroló con los rebeldes a la Corona al oponerse a la abolición de las encomiendas, pues había recibido una repartición de indios en Pisco. 

La Lima de don Nicolás debió tener un aspecto hosco, con la picota enclavada en la plaza de armas con las cabezas decapitadas de los caudillos rebeldes. Una ciudad de aspecto todavía rural, con senderos arbolados que daban ingreso al damero, con huertas y jardines floridos, con ruidosas acequias de regadío y casas bajas, de adobe, sobre las que asomaban las bóvedas de los primeros templos, como la primitiva Catedral, con sus sencillos campanarios.   

Nuestro personaje nació en 1492 en la villa de Olvera (Cádiz). Cuando pasó Indias se asentó en Panamá. Allí conoció a Pizarro y a Almagro, y pronto se enroló en la empresa del descubrimiento del Perú. Estuvo en el primer viaje como Tesorero del Rey y en el segundo formó parte de los trece de la Isla del Gallo que se negaron abandonar a Pizarro, como dan fe varios cronistas. A su fama de lealtad con la “hueste perulera”, se añadió la de conciliador, especialmente en las disputas entre Pizarro y Almagro. No estuvo en la Captura de Atahualpa, pero llegó con Almagro a Cajamarca en 1533. De gobernador de Jauja bajó a la costa y fundó un pueblo de españoles en Pachacamac y otro en Sangallán, cerca de Pisco, llamado “Lima la Vieja”. Presenció la ceremonia de fundación de la Ciudad de los Reyes, aquella mañana calurosa del 18 de enero, y es posible que por su perfil ya mencionado, fuera escogido primer burgomaestre.

El solar que le correspondió se ubicó al costado de la plazuela de Santo Domingo. La fachada de su casona daba a la calle de la Veracruz, hoy segunda cuadra del jirón Conde de Superunda, frente al convento de los frailes dominicos. Luego vivieron allí sus descendientes, los Condes de Santa Ana de las Torres, quienes encargaron labrar la portada de piedra y tallar los balcones de cajón, que todavía existen, aunque muy remozados. A su muerte se le sepultó en la primera Catedral, en una capilla adquirida por él y su esposa, Elvira Dávalos y Solier. Cuando se hizo la nueva Catedral, sus restos fueron trasladados a la Capilla de Santa Ana, en la nave de la Epístola. Antes de morir fundó, el 13 de mayo de 1556, el Hospital de Naturales de Ica. 

Publicado en El Comercio (domingo, 5 de octubre de 2014)

 

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VI COLOQUIO ‘HACIA EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ’

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL “HACIA EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ”

Expositores: Manuel Chust Calero, Alfredo Moreno Cebrián, Ascensión Martínez Riaza y Carmen McEvoy
Lugar: Instituto Riva-Agüero
Lunes 10 y martes 11 de noviembre 2014

El VI Coloquio Internacional “Hacia el Bicentenario de la Independencia del Perú”, a realizarse los días lunes 10 y martes 11 de noviembre del presente año, forma parte del programa de actividades que organiza el Instituto Riva-Agüero (IRA) con objeto de pensar acerca de la trascendencia que tuvo el proceso de la emancipación hace dos siglos y cuáles son las implicancias actuales para completar las promesas, que entonces se hicieron, de una sociedad mejor. Contará con el auspicio de la Embajada de España y la colaboración de las facultades de Letras y Ciencias Humanas y Estudios Generales Letras de la PUCP y el Grupo de Estudio “Historia para Maestros” del IRA. La coordinación académica está a cargo de los profesores Margarita Guerra y Juan Luis Orrego, miembros ordinarios del IRA.

La edición del coloquio de este año contará con la participación de los académicos Manuel Chust Calero (Universidad Jaime I de España), Alfredo Moreno Cebrián (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), Ascensión Martínez Riaza (Universidad Complutense) y Carmen McEvoy (University of the South, Sewanee, Estados Unidos), y presentará dos tipos de actividades. En primer lugar, habrá un taller, previa inscripción, con profesores de colegios y alumnos de Historia, que estará a cargo de los invitados extranjeros. Como resultado de estos talleres de trabajo grupal, se editarán los Cuadernos del Bicentenario, un material de enseñanza para los colegios a nivel nacional. Luego habrá dos sesiones plenarias, abiertas al público: la conferencia magistral del profesor Manuel Chust y la presentación del libro La Independencia inconcebible: el trienio liberal español y la pérdida del Perú (1820-1823) a cargo de los invitados.

La participación en uno o ambos talleres del Coloquio es con previa inscripción hasta el viernes 7 de noviembre a los correos electrónicos historiamaestros@pucp.pe y coloquiobicentenario@pucp.edu.pe  o al teléfono: 626-6600 anexo 6610, consignando su nombre completo, correo electrónico de contacto y teléfonos. Las vacantes son limitadas Se entregará constancias de asistencia a quienes participen en ambos talleres y a solicitud del interesado. (La expedición de la constancia tiene un costo de 25 soles).

PROGRAMA

LUNES 10 DE NOVIEMBRE

5:00-7:15 pm.

Taller a cargo de Carmen McEvoy: Bicentenario de la rebelión del Cuzco y nuevas perspectivas de análisis para comprender la Independencia del Perú.

Este año se conmemora el bicentenario de la rebelión de Mateo Pumacahua y de los hermanos Angulo, el movimiento político peruano más importante del ciclo de las Juntas de Gobierno, que empezó en el Cuzco, pero su radio de acción abarcó todo el sur andino. Sobre sus protagonistas, especialmente Pumacahua, curaca de Chinchero,  aún hay polémica, por haber luchado contra Túpac Amaru, y presentarse ahora aliado a los hermanos Angulo, líderes criollos que amenazaron con seguir el camino de la junta de Buenos Aires.

Recordando la “ucronía” de Jorge Basadre, respecto a ¿qué habría pasado si esta rebelión hubiera triunfado? Sin duda la historia del Perú se tendría que haber escrito de manera distinta: la Independencia habría incorporado a las elites regionales y hubiera sido más descentralizada e integradora. La rebelión de 1814, entonces, permite asegurar que nuestra Independencia pudo haber tomado distintos caminos, y nos obliga a plantear una narrativa diferente para el debate en la coyuntura de nuestro Bicentenario.

7:30-8:15 pm.

Conferencia magistral a cargo de Manuel Chust, “La historiografía en combate: Revolución, Independencias y Guerra Fría”.

 

MARTES 11 DE NOVIEMBRE

 

5:00-7:15 pm.

Taller a cargo de Ascensión Martínez y Alfredo Moreno: Crisis monárquica en España, liberalismo hispano y movimiento “juntista” en América.

Los acontecimientos ocurridos en España entre 1808 y 1824 impulsaron una serie de trastornos políticos en Hispanoamérica. El resultado fue que la América hispana buscó primero su autonomía y luego su independencia. El cautiverio de la familia real, el surgimiento del fidelismo en torno a la figura de Fernando VII, la aparición de las juntas de gobierno y la promulgación de la constitución liberal de 1812 fueron el marco en el cual se aceleró el proceso separatista iberoamericano, una guerra iniciada en la década de 1810 y que culminó en el decenio posterior. En 1826, España había perdido casi todas sus colonias en América, con excepción de Cuba y Puerto Rico: unas 15 millones de personas habían dejado de ser súbditos de la Monarquía hispana. Para comprender los móviles políticos que empujaron a los “insurrectos” americanos, es clave analizar lo que ocurrió en España, poniendo énfasis en las ideas que se articularon en torno al constitucionalismo.

 

7:30-8:15 pm.

Presentación del libro La Independencia inconcebible: el trienio liberal español y la pérdida del Perú (1820-1823), a cargo de Ascensión Martínez, Alfredo Moreno y Manuel Chust.

 

 

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Comentario al libro de V.A. Belaunde, ‘El expediente Prado’

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Contaba el historiador Jorge Basadre, en sus conversaciones con Pablo Macera, que Nicolás de Piérola, ya anciano, recibía en su casa de la calle El Milagro a jóvenes para hablar sobre el país y su trayectoria política. Le había llegado la versión que el viejo caudillo decía que, cuando le preguntaban por qué no se defendía de los ataques que recibía por su actuación durante la guerra con Chile, prefería guardar silencio, que como peruano no quería verse en la obligación de exponer temas muy vergonzosos o desagradables.

Creo, como historiador, que ya es tiempo de hacer una reparadora autocrítica de lo que le sucedió al Perú en la coyuntura de la década de 1870, que culminó con la debacle de la pomposamente llamada Guerra del Pacífico, que no fue nada más que una guerra por el salitre. La historia oficial, aquella historia “patria”, quiso maquillar los hechos victimizando al Perú, presa de un histórico expansionismo chileno, y cuya dignidad solo pudo salvarse con la inmolación de sus héroes, motivo de orgullo nacional. Toda esta trama se tejió intencionalmente, tratando de ocultar o pasar por alto, en la medida de lo posible, a los responsables de esta debacle, a pesar de las denuncias de Manuel Gonzáles Prada o de las mismas Memorias de Cáceres, en las que se reseña cómo algunos peruanos colaboraron en el repase a los campesinos heridos que peleaban junto al caudillo de la Campaña de la Breña.

La vergüenza nacional por la derrota y la posterior frustración o impotencia frente al tema del plebiscito de Tacna y Arica hicieron que el recuerdo de los héroes sea mayúsculo y que los mismos historiadores, en sus relatos de la guerra, se cuidaran, en la medida de lo posible, de que no saltara la pus en sus textos. Esta versión se instaló no solo en el ámbito académico sino también en el discurso del espacio público y, obviamente, en los textos escolares. Y así hemos vivido, casi hasta hoy.

Todo ejercicio de autocrítica debe empezar por dejar de cargar la responsabilidad al otro. Empezar, por ejemplo, en reconocer públicamente, y no en cerrados círculos académicos, los terribles errores geopolíticos que cometió la clase política peruana de 1870, como fueron la nacionalización del salitre o la firma del innecesario (y torpe) tratado secreto con Bolivia llevadas a cabo por el gobierno de Manuel Pardo; se trató de medidas de exclusiva responsabilidad nuestra, pues nadie nos empujó a tamaño despropósito, y sus consecuencias fueron nefastas. Le dimos a Chile los pretextos perfectos para que estallara la crisis en 1879, y no solo respecto al Tratado sino que los sureños entendieron que Hilarión Daza, luego de decretar el impuesto de los 10 centavos, declarara también la nacionalización de su salitre “empujado” por el Perú. En su momento, como reconoce el mismo Basadre, los salitreros peruanos advirtieron, sin éxito, a Pardo sobre la inconveniencia de su política frente al salitre.

Otro tema que no se aborda con objetividad es el tema de la defensa. Es cierto que Pardo anuló los contratos para la construcción de un par de blindados que había ordenado Balta en astilleros ingleses, debido a una adquisición similar que había efectuado Chile. También es cierto que Pardo redujo considerablemente los gastos de defensa debido a la crisis fiscal. Pero lo que no se dice es que el “expansionista” Chile hizo lo mismo, debido a la recesión económica que afectó a toda la región, en parte, por la crisis de la bolsa de Londres, en 1873. Allá también se redujo el gasto en defensa, se disminuyó el número de movilizables y el gobierno dio órdenes a sus representantes en Europa de poner a la venta al menos uno de los blindados que había mandado construir; todo eso está documentado. Recordemos que la versión peruana insiste en que uno de los factores de la derrota en la campaña naval fue la diferencia que marcaron los blindados Cochrane y Blanco Encalada frente a las naves peruanas, incluidos, por supuesto, los casi inservibles monitores Manco Cápac y Atahualpa, adquiridos irregularmente por el personaje que nos convoca esta noche, como bien lo reseña el autor del libro. 

Y entre otros temas, los peruanos parecemos no querer enterarnos, por ejemplo, que, debido a que no había gobierno, durante los dos días que transcurrieron entre la derrota en Miraflores y el ingreso de las tropas chilenas a Lima no sólo hubo desmanes con asaltos a negocios e incendios a locales de chinos, acusados injustamente de la derrota, sino también un primer saqueo de edificios públicos, incluida nuestra sufrida Biblioteca Nacional. Tampoco queremos reconocer que, según diversos documentos, durante la ocupación de Lima, se desató un mercado negro de tráfico objetos de arte, en el que precisamente no participaban generales o soldados chilenos. Dicho de manera más clara: no todo el patrimonio cultural, incluido el bibliográfico, que desapareció durante la guerra se fue a Chile, y gente como Ricardo Palma lo sabía.

El libro que nos convoca esta noche va en esta dirección de la autocrítica y debemos felicitar al autor por la copiosa reunión documental que apoya al texto. Creo que es uno de los aspectos más relevantes del libro. Podemos estar de acuerdo o no con algunas de sus conclusiones o interpretaciones, pero no podemos regatear el hecho de que éstas se basan en una paciente recolección empírica, no solo en archivos peruanos y chilenos, sino también de británicos y norteamericanos. Eso ya es un logro. Víctor Andrés se ha convertido en un congresista del siglo XIX, pues ha utilizado todas sus habilidades fiscalizadoras como parlamentario de nuestros tiempos a rastrear la fortuna privada de un personaje que, siendo Presidente, abandonó el país en su hora más crítica. Esta inaceptable deserción es otro de los temas centrales del libro.

Un punto que quisiera destacar, y que lo he tratado en tiempos de la guerra de la Independencia, es el comportamiento de los “actores sociales”, ya sea de manera individual o colectiva, durante un conflicto. En el caso de la guerra con Chile, se trata de un tiempo relativamente largo, pues el conflicto duró más de lo esperado, en parte porque el Perú no quiso firmar la derrota luego de la campaña del sur: fueron 5 años agobiantes, si tenemos en cuenta que el ejército chileno recién abandonó el Perú en 1884, para sostener el gobierno de Iglesias y garantizar el cumplimiento del Tratado de Ancón.

Cuando estalla un conflicto, el comportamiento de los actores sociales es muy complejo, y las motivaciones de sus acciones no solo obedecen a principios políticos o ideológicos, en este caso nacionales o “patriotas”, sino también procuran, en lo posible, salvar su patrimonio, ver la seguridad de su familia. No todos están dispuestos a inmolarse, como lo demuestran tantos conflictos en la historia contemporánea, incluso en esta época romántica y nacionalista del siglo XIX. Al momento de defender sus intereses, aunque sea muy poco el patrimonio, el nacionalismo pasa a un segundo plano.

Para el señor Prado la guerra fue la peor de las noticias, como él mismo reconoció. Tenía muchos intereses en Chile, como documenta detalladamente el libro que presentamos. Cabe recordar que hasta 1879, con el país de la región con el que teníamos más relaciones y contactos de todo tipo era con Chile; y no solo Prado tenía negocios allá sino, por ejemplo, muchos salitreros peruanos, como Guillermo Billinghurst, quien también ha merecido recientes estudios muy bien documentados. Esta es una interesante línea de investigación, pues también varios empresarios chilenos, con intereses en el Perú, se vieron afectados.

Respecto al señor Prado, ya sabemos qué escogió, como otros también lo hicieron. Hubiera preferido declara la neutralidad del Perú frente al problema entre Chile y Bolivia, pero el tratado secreto y el fanatismo nacionalista que algunos se encargaron de exacerbar en 1879 lo empujaron a la guerra. Él, como pocos, sabían que el país no estaba preparado, por ello allí están sus telegramas ordenando a nuestros representantes en Europa la compra urgente de armamento, mientras hacía tiempo enviando a José Antonio de Lavalle a una misión que sabía no tenía ninguna posibilidad de éxito. Si leemos atentamente las Memorias de Lavalle, nos daremos cuenta cómo Prado casi no le dio crédito a lo que podía lograr su Embajador Plenipotenciario en su viaje a Santiago. La versión chilena que afirma que la Misión Lavalle era una estrategia para ganar tiempo, lamentablemente, es cierta. La deserción de Prado también se explica porque temía por su vida, por la creciente amenaza del movimiento insurrecto de Piérola.

Hoy presentamos El Expediente Prado pero, para ser justos, otros “expedientes” también debieran ser estudiados y publicados, y tener así una visión más amplia del conflicto que estalló en 1879. Me refiero, por ejemplo, al “Expediente Piérola”, otro de los personajes claves del periodo y que ha pasado en la memoria colectiva relativamente bien, en parte porque hizo un medianamente aceptable gobierno entre 1895 y 1899. Sin embargo, como bien lo ha documentado el trabajo de Alfonso Quiróz, en su libro Historia de la corrupción en el Perú, publicado el año pasado, la actuación del conspirador arequipeño fue más que lamentable, y no solo por su errática estrategia en la defensa de Lima y su rocambolesco gobierno en las alturas ayacuchanas. 

Prado huyó, pero Piérola, durante su dictadura, siguió comprando armas y municiones muy costosas y en ocasiones defectuosas a Grace Brothers & Co., así como a otros proveedores. Gracias a estos negocios, se hizo muy amigo de M.P. Grace, como lo revela su correspondencia. Durante su gobierno, Piérola impuso decisiones financieras muy nocivas que aceleraron la debacle militar. Encontró, como anota Quiroz, excelentes oportunidades para malversar y saquear los fondos destinados a la defensa nacional Nunca presentó cuentas o registro oficial para justificar los retiros de dinero, entre 95 y 130 millones de soles en un año de dictadura. Una investigación oficial llevada a cabo en 1884 encontró que durante la guerra hubo irregularidades extremas en el manejo de los fondos, pero no hubo sanción alguna.

Piérola también huyó, pero su itinerario fue distinto. Primero lo hizo al interior, a la sierra ayacuchana, sometiendo a diversas aldeas y pueblos a expoliaciones para recuperar su caudal político. No le sirvió, por lo que tuvo que dejar el país en marzo de 1882. Se fue a París, gracias a los fondos y hospitalidad de su amigo Dreyfus, que le apoyaría en otra campaña para volver al poder cuando las condiciones así lo permitieran. Su amigo Grace también lo apoyó, con “préstamos” en reconocimiento por sus pasados servicios y con la expectativa de su regreso a la presidencia.

Esperando, entonces, la aparición de otros “expedientes”, saludamos el libro de Víctor Andrés, que merece una lectura detenida, sin tempranas conclusiones producto de una revisión apresurada. Hemos de tomarnos tiempo para digerir cuidadosamente su trabajo y analizarlo con seriedad, con sentido académico, sin apasionamientos nacionalistas, que nublan el entendimiento. Muchas gracias.  

Nota.- Este texto fue leído por el autor de este blog el día de la presentación del libro de Víctor Andrés García Belaunde (Feria del Libro de Lima, 1 de agosto de 2014).

 

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Un gran baile en la Lima de 1839

El 29 de septiembre de 1839, para celebrar la batalla de Yungay y el fin de la Confederación Perú-boliviana, la dama limeña Mercedes Subirat Cossio, esposa del general Antonio Gutiérrez de La Fuente, ofreció un gran baile en su casa. A continuación, el texto del redactor de El Comercio:

Digan lo que quieran los que gustan alabar los tiempos pasados y deprimir los presentes. Lima es siempre ciudad de alegría y diversiones; lo mismo antes que despues[sic] de cambiar la ciudad de los libres, su antiguo nombre de ciudad de los reyes. Las personas y aun parte de las clases, que figuraban antes de 1830, es el único que ha cambiado despues[sic] en la escena política y social; pero las mismas fiestas han quedado, la misma disposición á divertirse entre las jentes[sic], el mismo ardor por los espectáculos públicos, para aprovecharse de cualquiera circunstancia en que pueda reunirse un cierto número de curiosos á otro de picantes tapadas. Lo hemos visto en estos días pasados; la fiesta insignificante de Cocharcas, atrajo ácia[sic] la portada, por 8 dias, un concurso lúcido de elegantes carruajes y no menos vistosos caballeros, con un indispensable salsa de tapadas; y mas[sic] recientemente las vísperas y procesión de la Virgen de Mercedes, presentaban cierto aire de alegría y fiesta, que raras veces se vé[sic] en otras partes. Pero en lo que seguramente llevamos hoy grandes ventajas á nuestro s antepasados, es en las reuniones ó fiestas domésticas. La misma fiesta de Mercedes ha sido celebrado á un tiempo en muchas casas, en obsequio de varias interesantes Merceditas: en unas un banquete de familia, en que reinaba el buen gusto á la par del mejor humor; en alguna de estas mesas dos amantes próximos á reunirse con el lazo indisuluble, despues[sic] de haber livado juntos porque se acercase el deseado dia[sic] han vuelto tal vez los ojos á una tierna amiga y han brindado con ella por el amante ausente, á quien no era dado tomar parte de tanta alegría…..

Pero dejemos á un lado los banquetes del día, y sus incidentes, más ó menos interesantes, que los bailes de la noche del 24 y los que con el mismo motivo han sucedido hasta el 29, reclaman por ahora toda nuestra atención. Entre estos ninguno como el que ha dado el jeneral[sic] La Fuente en obsequio de la S[eñor]a su esposa: ha sido seguramente digno de la muy cumplida señora a quien se dedicaba: felicitamos al jeneral[sic] por su buen gusto en todos los preparativos, por la acertada elección en de sus huespedes[sic], y por la cortesía y elegancia con que no cesó toda la noche en atenderlos y obsequiarlos. La casa del jeneral[sic] La Fuente nuevamente reparada, se prestaba maravillosamente para una fiesta en que la juventud y las gracias dabían[sic] hacer el papel principal y la iluminacion[sic] y amueblado correspondían perfectamente a este designio.  A las 9 de la noche estaban poblados todos los salones de personas de ambos sexos vestidas con elegancia y ya alternaban las vistosas contradanzas nacionales con la alegre y rápida valza alemana. Notamos entre los personajes de distincion[sic] (y toda lar reunión se merecía calificarse de ese modo) al señor jeneral[sic] del ejército Restaurador con su estado mayor, señores encargados de negocios británicosy chilenos, el comandante de la fragata de S.M.B. “Presidente” con algunos de sus oficiales, el cónsul jeneral[sic] del Ecuador, los señores jenerales[sic] Raigada y Salazar, el señor Álvarez de la Corte Suprema, el coronel Ugarteche , los señores de  Mendiburu, &. &. Nada diremos de las damas, sus atractivas y sus galas: cada una de ellas merecería nombrarse y elogiarse en un artículo por separado; y a nosotros, a quien escasamente le toca un rinconcito del diario, abandonamos la empresa para otra ocasion[sic] en que nos sea permitido dar algun[sic] ensanche á nuestros sentimientos de admiracion[sic] por parte selecta del bello sexo de la capital.  A eso de las 11 y media fueron conducidas las señoras, por caballeros designados al efecto, á una suntuosa mesa de refresco, preparada en el patio interior que habia[sic] sido entoldado y entapizado con sumo gusto: el efecto de este salon[sic] improvisado, medio rustico[sic] por decoracion[sic], iluminado brillantemente, animado con una musica[sic] melodiosa, y sobre todo por la presencia de tantas bellas damas, era verdaderamente majico[sic] y parecía que hubiésemos sido transportados á una escena de ilusion[sic] y de encantos. Un intermedio de musica[sic] siguió inmediatamente despues[sic] de la mesa: y aunque es menester confesar que en esta parte no ha hecho todavia[sic] grandes progresos nuestra sociedad, debemos citar el placer que nos causo[sic] la señorita Vivero en algunas arias italianas, cantadas con sumo gusto y la mas deliciosa voz: un buen acompañante creo habria[sic] hecho brillar mas[sic] el bello talento de esta señorita. Otras arias italianas fueron desempeñadas por un caballero extranjero, cuyo nombre ignoramos, atrayendo nuestra atencion[sic] en trozo escojido[sic] de piano por la Señorita D[oñ]a Carolina La Fuente (que sea dicho de paso es un modelo de buen tono y eduacacion[sic]) y que por su ejecuacion[sic] rápida y brillante y su estilo puro y delicada espresion[sic], va a ser sin duda la primera pianista de la capital. A las contradanzas sucedieron las contradanzas interpoladas con cuadrillas y bailes aislados, todo con el mejor orden y decoro, hasta la hora de la cena, que se sirvió en el mismo salon[sic] de refresco, y correspondió en un todo al primer servicio de refrescos. La luz de la mañana se mezclaba ya con la luz artificial de las arañas y lámparas, y en nada había disminuido la alegría y la buena disposicion[sic] de los concurrentes solamente á la sonora orquesta militar y al piano del salón, habia[sic] succedido[sic] la guitarra con el tamborilero popular que hace danzar á los mas[sic] graves, y que retuvo á casi toda la concurrencia hasta las 7 de la mañana, en que se separaron todos muy contentos y satisfechos. Así, pues, ha sido suficiente el que renazca entre nosotros la calma para que hayan vuelto con ella todas aquellas diversiones que hacen el encanto de nuestra sociedad. Por nuestra parte preferiremos siempre las que se parezcan á la del Sr. Jeneral[sic] La Fuente, por el buen humor y franqueza unidas con el mas[sic] perfecto decoro y cortesania[sic] entre los convidados.

Fuente: El Comercio, miércoles 2 de octubre de 1839, p. 2.

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Nuevo libro de Cecilia Méndez: ‘La República plebeya: Huanta y la formación del estado peruano, 1820-1850’

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Cuando se habla del Estado en el Perú republicano se suele pensar en instituciones establecidas en el ámbito urbano. Las comunidades campesinas, indígenas o agrarias no suelen ser consideradas en las narrativas del Estado moderno, salvo en términos de oposición o por la necesidad de  ser “integradas”.

El libro La república plebeya: Huanta y la formación del Estado peruano, 1820-1850, de la historiadora Cecilia Méndez, busca darle un giro diferente a esta percepción, analizando la dinámica política del naciente Estado republicano a partir de los núcleos más pequeños de poder y gobierno en una sociedad rural: caseríos, pueblos, ayllus y haciendas de la zonas altoandinas, usualmente consideradas marginales al Estado nacional.

A través de un análisis pormenorizado y multifacético de una rebelión realista contra la recién inaugurada república, cuyo epicentro fue la provincia de Huanta, en el departamento de Ayacucho, y valiéndose de fuentes de archivo mayormente inéditas, esta publicación editada por el Fondo Editorial del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) recorre dos décadas de rebelión y guerra, analizando la transformación de los rebeldes monárquicos en guerrilleros liberales.

En este recorrido, Méndez cuestiona convenciones largamente establecidas sobre la historia política, la sociedad rural, el “caudillismo”, el Estado, y acerca de lo que significa ser un liberal, un monárquico, un peruano y un ciudadano, subrayando el papel político de los campesinos en la historia nacional.

La república plebeya es la una versión revisada y actualizada de The Plebeian Republic, libro publicado por Duke University Press el año 2005 y galardonado en 2007 con el premio Howard F. Cline a la mejor contribución de historia indígena en América Latina, premio otorgado por la CLAH, el gremio más importante de historiadores latinoamericanistas en los Estados Unidos.

PRESENTACIÓN
El libro se presenta este jueves 4 de setiembre, a las 7:00 p.m., en la casa del IEP (Horacio Urteaga 694, Jesús María). Los comentarios estarán a cargo de Carmen Ilizarbe, directora de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya; Gabriel Ramón, docente del Departamento de Humanidades de la Pontificia Universidad Católica del Perú; y Nelson Pereyra, docente de Historia de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (Fuente: IEP).

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Nuevo libro sobre el movimiento sacerdotal ONIS

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El libro aborda la temática participativa de un sector de la Iglesia católica en el proceso histórico del Perú. El contexto del estudio se centra durante el gobierno del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) quien propició una política inclusiva de los sectores populares para la construcción de la historia de nuestro país, siendo también una propuesta desde un sector de la Iglesia ante el llamado del Concilio Vaticano II.

El surgimiento del Movimiento Sacerdotal ONIS se debió a iniciativa de un sector del clero por mejorar la situación de los sectores populares. Este sector del clero en base a la doctrina social de la Iglesia sustentaba sus comunicados que ponían énfasis en la opción preferencial por los pobres.

Juan Ramírez Aguilar es historiador por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos con la tesis La Iglesia en el Perú ante las demandas de justicia social. El Movimiento Sacerdotal ONIS. 1968-1975 (2006). Ha realizado estudios de maestría de museología y gestión cultural en la Universidad Ricardo Palma. Catedrático de historia en la Universidad Ricardo Palma, igualmente, ejerció la cátedra de historia en Universidad Nacional de Trujillo. Ha participado como ponente en diversos congresos de estudiantes de historia. Entre sus publicaciones tenemos: “En torno a la reforma católica del siglo XVI” en Historia de la Civilización. Aproximaciones al proceso histórico del sistema capitalista. Siglos XIII-XXI (2011); “El movimiento sacerdotal ONIS. Iglesia y sociedad en el Perú. 1968-1975” en Trabajos de Historia. Religión, cultura y política en el Perú, siglos XVII-XX (2011).

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Conversatorio: Presencia asiática en el Perú virreinal

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CONVERSATORIO

400 AÑOS DE LA PRESENCIA ASIÁTICA EN EL PERÚ

Chinos, filipinos y japoneses en el Virreinato del Perú

 

Expositores: Pilar Latasa, José Javier Vega Loyola,

Diego Chalán e Iván Pinto

Viernes 15 de Agosto de 2014 – 7:00 pm.

Centro Cultural Peruano Japonés

Auditorio Jinnai

 

El Grupo de Estudio e Investigación “Presencia de los Japoneses en el Perú. Siglos XVII- XX”, del Instituto Riva-Agüero invita a participar del conversatorio: “400 años de la Presencia Asiática en el Perú”, que ofrecerá el viernes 15 de agosto a las 7:00 p.m. en el Auditorio Jinnai, del Centro Cultural Peruano Japonés (Av. Gregorio Escobedo 803, Jesús María).

El conversatorio está dedicado al Padrón de Indios de Lima de 1613, censo  ordenado por el Virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, el cual registra a 114 asiáticos: 36 indios de la China, 20 indios xapones, 58 indios de la india de Portugal (sudeste de Asia). Al dar cuenta de la presencia de chinos, filipinos, japoneses y de otras nacionalidades asiáticas en la ciudad Lima desde el siglo XVII, el Padrón corrige la generalizada idea de que la inmigración asiática al Perú recién se inició en el siglo XIX.

El único ejemplar del Padrón de Indios de Lima de 1613 se encuentra conservado y custodiado por la Biblioteca Nacional de España. En reconocimiento a la relevancia histórica, demográfica, etnológica, sociológica, económica y lingüística de su información, el Padrón será postulado conjuntamente por el Instituto Riva-Agüero de la PUCP y la Biblioteca Nacional de España, al Registro de la Memoria del Mundo de la UNESCO. La difusión de este documento tiene el potencial de generar un impacto positivo en varias comunidades étnicas en el Perú.

El conversatorio contará con la participación de Pilar Latasa, de la Universidad de Navarra, España; José Javier Vera Loyola, de la Universidad Nacional Federico Villareal; y Diego Chalán Tejada e Iván Pinto Román, de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

El Grupo de Estudio e Investigación “Presencia de los Japoneses en el Perú. Siglos XVII- XX”,, agradece su asistencia. Mayores informes al 6266600 anexo 6601-6602, o a los correos electrónicos ira@pucp.edu.pe  y dira@pucp.edu.pe . Visite nuestra página web e infórmese.

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Mi nuevo libro: ‘¡Y llegó el Centenario!: los festejos de 1921 y 1924 en la Lima de Augusto B. Leguía’

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AUTOR: JUAN LUIS ORREGO PENAGOS

TÍTULO: ¡Y LLEGÓ EL CENTENARIO! LOS FESTEJOS DE 1921 Y 1924 EN LA LIMA DE AUGUSTO B. LEGUÍA

LIMA: TITANIUM EDITORES, 225 p.

ISBN: 978-612-46654-6-2

Los centenarios de la proclamación de la Independencia por el general San Martín y de la batalla de Ayacucho eran la gran ocasión para reafirmar la libetad, la soberanía y la apuesta por el orden republicano. A su vez, el gobierno de entonces, el de Augusto Bernardino Leguía, aprovechó la efeméride para demostrar al mundo que el país había, por fin, encontrado la ruta del orden y del progreso. El mensaje político requería de una gran puesta en escena, y Lima fue el epicentro de las celebraciones. El régimen no escatimó en recursos, especialmente en 1924, cuando las fiestas coincidieron con la conquista de la primera reelección del líder de la Patria Nueva.

Este libro aborda tres temas quese entremezclan. Uno es cómo se reconstruyó la memoria histórica a partir de un siglo de experiencia republicana; el segundo es el carácter del también llamado “Oncenio” y el perfil de su caudillo; el último es una historia de Lima, que vivió su mayor transformación hasta entonces. Al final, el autor ensaya algunas reflexiones sobre nuestro próximo Bicentenario.

ÍNDICE

Introducción

Capítulo 1: El trauma de la derrota y el impulso de la Reconstrucción

1.1 El legado de la Guerra del Pacífico

1.2 La República Aristocrática y los inicios del Perú moderno

1.3 El orden liberal y el modelo exportador

1.4 El ocaso del civilismo

Capítulo 2: El Perú de 1920 y la Patria Nueva de Leguía

2.1 La figura de Leguía

2.2 La idea de progreso durante el “Oncenio”

2.3 La irrupción del capital norteamericano y el nuevo modelo de estado

2.4 El impacto de las obras públicas

2.5 Leguía, el indigenismo y el nuevo “arte nacional”

Capítulo 3: Las celebraciones del Centenario de 1921

3.1 Los preparativos

3.2 Los invitados extranjeros

3.3 Los festejos en Lima

3.4 Otros actos

Capítulo 4: Las celebraciones del Centenario de 1924

4.1 Los invitados extranjeros

4.2 Otra vez Lima de fiesta

4.3 El homenaje bolivariano y el Panteón de los Próceres

Capítulo 5: Perú, España y el Centenario

5.1 España y el Perú

5.2 El “Oncenio” y sus relaciones con España

5.3 España y las fiestas del Centenario

Capítulo 6: Lima y las huellas del Centenario

6.1 Las nuevas avenidas

6.2 Los nuevos espacios públicos

6.3 Los obsequios de las colonias extranjeras

6.4 Otras obras para la ciudad

Capítulo 7: Un balance de los centenarios

Conclusiones: Hacia el Bicentenario

Bibliografía

Anexos

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