Archivo por meses: agosto 2009

La policía reexamina la muerte de Brian Jones

Hace 40 años el guitarrista Brian Jones, fundador del grupo Rolling Stones, fue hallado muerto en el fondo de una piscina en Hartfield, East Sussex (Reino Unido). La investigación entonces concluyó que el deceso había sido accidental, aunque los rumores de asesinato nunca fueron acallados. Ahora, según publica la BBC, la policía de Sussex ha recibido nuevas pruebas y está reexaminando el caso. Jones tenía 27 años cuando murió.Un portavoz policial declaró a la cadena que han recibido nuevos documentos relacionados con la muerte de Jones, lo que ha desencadenado la revisión. El portavoz añadió, no obstante, que todavía es pronto para lanzar una nueva investigación, señala la BBC . “Estos papeles serán examinados por la policía de Sussex, pero es demasiado pronto para comentar cuál será el resultado”, afirma.

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Los restos de Simón Rodríguez en Amotape (Piura)


Los supuestos restos de Simón Rodríguez en la iglesia de Amotape (foto: Juan Luis Orrego)

Todos sabemos que los últimos años de vida del libertador Bolívar no fueron tan felices. Decepcionado por los resultados de la lucha por la independencia, abrumado por la crítica y persecución a su entorno más cercano y soportando una dolorosa enfermedad culminó sus días en 1830 en el pueblo caribeño de Santa Marta, hoy Colombia. Su mentor y gran maestro, Simón Rodríguez, fue uno de los afectados por aquella persecución implacable. Desde finales de la década de 1820, Rodríguez tuvo que dar tumbos entre Ecuador, Perú y Chile. En 1828, por ejemplo, lo encontramos en Arequipa, donde publica Sociedades Americanas. En 1831, contrae segundas nupcias con Manuela Gómez, en Lima. Luego, en nuestra capital, acepta la dirección de una escuela y publica su libro Luces y Virtudes Sociales, en el que afirma su concepto de la escuela primaria puntualizando la diferencia entre instruir y educar; también edita en Lima el Informe sobre Concepción después del Terremoto de febrero de 1835. Luego de breves estancias en Chile y Ecuador, viene al puerto de Paita, donde se entrevista con Manuela Sáenz, la antigua compañera de Bolívar y también autoexiliada. Hacia 1850, Rodríguez va a Guayaquil, donde se perderá buena parte de su obra a causa de un incendio que devastó a buena parte de la ciudad. En 1853, emprende su regreso a nuestro país, acompañado por su hijo José y su amigo Camilo Gómez, quien lo asistirá en el momento de su muerte, ocurrida en el pueblo piurano de Amotape el 17 de julio de 1853.

El cuerpo del maestro del Libertador fue enterrado en la iglesia del pueblo de Amotape. Luego, el 26 de noviembre de 1924, por órdenes de Leguía, en el marco del Centenario de la batalla de Ayacucho, el cuerpo fue trasladado al Panteón de los Próceres, recientemente construido en Lima. Finalmente, en 1854, durante las dictaduras militares de Odría en Perú y Pérez Jiménez en Venezuela, los restos de Rodríguez regresaron a su natal Caracas para reposar, finalmente, en el Panteón Nacional.

Bueno, lo cierto es que los pobladores de Amotape afirman que el cuerpo que se llevaron a Lima y luego a Caracas no corresponde a Simón Rodríguez. El verdadero aún yace en la iglesia del pueblo y fue “descubierto” en una remodelación de la estructura del templo que se realizó en la primera mitad de la década de 1990. Tuve la oportunidad de estar en Amotape, conocí la casa donde vivió y murió Rodríguez y el alcalde me mostró el “verdadero” cadáver de aquel ilustre prócer de la independencia americana.


Casa donde vivió y murió el maestro de Bolívar en Amotape (foto: Juan Luis Orrego)

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El peor día del siglo XX


Tropas alemnas cruzan la frontera con Polonia

En la mañana del 1 de septiembre de 1939 el ejército alemán invadió Polonia y el 3 de septiembre Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania. Veinte años después de la firma de los tratados de paz que dieron por concluida la Primera Guerra Mundial, comenzó otra guerra destinada a resolver todas las tensiones que el comunismo, los fascismos y las democracias habían generado en los años anteriores. El estallido de la guerra en 1939 puso fin a lo que el historiador Edward H. Carr llamó “la crisis de veinte años” e hizo realidad los peores augurios. En 1941, la guerra europea se convirtió en mundial. El catálogo de destrucción humana que resultó de ese largo conflicto de seis años nunca se había visto en la historia.

Aunque algunas explicaciones sobre sus causas se centran exclusivamente en Hitler y en la Alemania nazi, en el período que transcurrió entre 1933 y 1939, para obtener una fotografía completa debe rastrearse en los trastornos producidos por la Primera Guerra Mundial. Al final de esa contienda, el mapa político de Europa sufrió una profunda transformación, con el derrumbe de algunos de los grandes imperios y el surgimiento de nuevos países. De esa guerra salieron también el comunismo y el fascismo. Al tiempo que pasó entre el final de esa primera guerra y el comienzo de la segunda lo llamamos período de entreguerras, como si la paz hubiera sido la norma, pero en realidad en esa “crisis de veinte años” hubo algunas guerras pequeñas entre Estados europeos, revoluciones y contrarrevoluciones muy violentas y varias guerras civiles.

La caída de los viejos imperios continentales fue seguida de la creación de media docena de nuevos Estados en Europa, basados supuestamente en los principios de la nacionalidad, pero con el problema heredado e irresuelto de minorías nacionales dentro y fuera de sus fronteras. Todos ellos, salvo Checoslovaquia, se enfrentaron a grandes dificultades para encontrar una alternativa estable al derrumbe de ese orden social representado por las monarquías. Esa construcción de nuevos Estados llegó además en un momento de amenaza revolucionaria y disturbios sociales.

La toma del poder por los bolcheviques en Rusia en octubre de 1917 tuvo importantes repercusiones en Europa. En 1918 hubo revoluciones abortadas en Austria y Alemania, a las que siguieron varios intentos de insurrecciones obreras. Un antiguo socialdemócrata, Béla Kun, estableció durante seis meses de 1919 una República soviética en Hungría, echada abajo por los terratenientes y por el ejercito rumano. Italia, en esos dos primeros años de posguerra, presenció numerosas ocupaciones de tierras y de fábricas. Esa oleada de revueltas acabó en todos los casos en derrota, aplastadas por las fuerzas del orden, pero asustó a la burguesía y contribuyó a generar un potente sentimiento contrarrevolucionario que movilizó a las clases conservadoras en defensa de la propiedad, el orden y la religión.

El movimiento contrarrevolucionario, antiliberal y antisocialista se manifestó muy pronto en Italia, durante la profunda crisis posbélica que sacudió a ese país entre 1919 y 1922, se consolidó a través de dictaduras derechistas y militares en varios países europeos y culminó con la subida al poder de Hitler en Alemania en 1933. Los datos que muestran el retroceso democrático y el camino hacia la dictadura resultan concluyentes. En 1920, todos los Estados europeos, excepto dos, la Rusia bolchevique y la Hungría del dictador derechista Horthy, podían definirse como democracias o sistemas parlamentarios restringidos. A comienzos de 1939, más de la mitad, incluida España, habían sucumbido ante dictaduras.

Durante un tiempo, sobre todo en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, analistas e historiadores echaron la culpa de todos esos males, y del estallido de la guerra, a la fragilidad de la paz sellada en Versalles y a los dirigentes de las democracias que intentaron “apaciguar” a Hitler, en vez de parar su insaciable apetito. El problema empezaba en Alemania, donde amplios e importantes sectores de la población no aceptaron la derrota ni el tratado de paz que la sancionó, y continuaba en otros países como Polonia o Checoslovaquia, que albergaban millones de hablantes de alemán que, con la desintegración del Imperio Habsburgo, habían perdido poder político y económico. Como les recordaban los grupos ultranacionalistas, ahora eran minorías en nuevos Estados dominados por grupos o razas inferiores.

Francia fue la única potencia victoriosa que trató de contener a Alemania en el marco de la paz de Versalles. Estados Unidos rechazó esos acuerdos y cualquier tipo de compromiso político con las luchas por el poder en Europa. Italia, sobre todo después de la llegada al poder de Mussolini, quería cambiar también esos acuerdos que no le habían otorgado colonias en África, y marcaba su propia agenda de expansión en el Mediterráneo. En cuanto a Gran Bretaña, su prioridad no estaba en el continente sino en el fortalecimiento de su imperio colonial y en la recuperación del comercio. Francia, por lo tanto, trabajaba para que Alemania cumpliera con los términos del tratado y Gran Bretaña buscaba la conciliación y la revisión de lo que consideraba un acuerdo demasiado injusto para los países vencidos. Esa diferencia dejó a Gran Bretaña y Francia en constante disputa y a Alemania dispuesta a sacar partido de la división.

Pese a todas esas dificultades, a las tensiones sociales y a las divisiones ideológicas, el orden internacional creado por la paz de Versalles sobrevivió una década sin serios incidentes. Todo cambió con la crisis económica de 1929, el surgimiento de la Unión Soviética como un poder militar e industrial bajo Stalin y la designación de Hitler como canciller alemán en enero de 1933. La incapacidad del orden capitalista liberal para evitar el desastre económico hizo crecer el extremismo político, el nacionalismo violento y la hostilidad al sistema parlamentario.

Las políticas de rearme emprendidas por los principales países europeos desde comienzos de esa década crearon un clima de incertidumbre y crisis que redujo la seguridad internacional. La Unión Soviética inició un programa masivo de modernización militar e industrial que la colocaría a la cabeza del poder militar durante las siguientes décadas. Por las mismas fechas, los nazis, con Hitler al frente, se comprometieron a echar abajo los acuerdos de Versalles y devolver a Alemania su dominio. La Italia de Mussolini siguió el mismo camino y su economía estuvo supeditada cada vez más a la preparación de la guerra. Francia y Gran Bretaña comenzaron el rearme en 1934 y lo aceleraron desde 1936. El comercio mundial de armas se duplicó desde 1932 a 1937. Las estadísticas alemanas revelaban que el gasto en armas en 1934 se había disparado y que el porcentaje del presupuesto alemán dedicado al ejército pasó, en los dos primeros años de Hitler en el poder, del 10% al 21%. Según Richard Overy, “el sentimiento popular antibélico de los años veinte dio paso gradualmente al reconocimiento de que una gran guerra era de nuevo muy posible”.

Importantes eslabones en esa escalada a una nueva guerra mundial fueron la conquista japonesa de Manchuria en septiembre de 1931, la invasión italiana de Abisinia en octubre de 1935 y la intervención de las potencias fascistas y de la Unión Soviética en la guerra civil española. En apenas tres años, de 1935 a 1938, Hitler subvirtió el orden internacional que, pactado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, había intentado prevenir que Alemania se convirtiera de nuevo en una amenaza para la paz en Europa. El Tratado de Versalles impuso notables restricciones al poderío militar alemán. En 1935, la región del Sarre volvió a ser alemana después de que una mayoría de la población así lo decidiera en un plebiscito. En marzo de 1936, Hitler ordenó a las tropas alemanas reocupar Renania, una zona desmilitarizada desde 1919, y exactamente dos años después, el ejército nazi entraba en Viena, inaugurando el Anschluss, la unión de Austria y Alemania.

La Liga de Naciones, la organización internacional creada en París en 1919 para vigilar la seguridad colectiva, la resolución de las disputas y el desarme, fue incapaz de prevenir y castigar esas agresiones, mientras que los gobernantes británicos y franceses, hombres como Neville Chamberlain o Pierre Laval, pusieron en marcha la llamada “política de apaciguamiento”, consistente en evitar una nueva guerra a costa de aceptar las demandas revisionistas de las dictaduras fascistas. Hitler percibió esa actitud como un claro signo de debilidad y, así las cosas, siempre prefirió lograr sus objetivos con acciones militares antes que enzarzarse en discusiones diplomáticas multilaterales.

Esa debilidad llegó a su punto más alto el 29 de septiembre de 1938, en Munich, cuando Neville Chamberlain y Edouard Daladier aceptaron la entrega de los territorios de los Sudetes a Alemania. El sacrificio de Checoslovaquia tampoco frenó las ambiciones expansionistas nazis y Hitler interpretó que Gran Bretaña y Francia le habían dado luz verde para extenderse por el este.

Cuado no había pasado ni un mes desde el acuerdo de Munich, Hitler ordenó a sus fuerzas armadas que se prepararan para la “liquidación pacífica” de lo que quedaba de Checoslovaquia. A mediados de marzo de 1939, las tropas alemanas entraban en Praga y Hitler planeó lanzar una guerra de castigo contra Polonia. Sólo la Unión Soviética, con fuertes intereses en esa zona, podía oponerse y para que eso no ocurriera, Hitler firmó con Stalin el 23 de agosto un pacto de no agresión entre enemigos ideológicos. Unos días después, la invasión de Polonia convenció a las potencias democráticas que la colisión era preferible al derrumbe definitivo de la seguridad europea.

La crisis del orden social, de la economía, del sistema internacional, se iba a resolver mediante las armas, en una guerra total, sin barreras entre soldados y civiles, que puso la ciencia y la industria al servicio de la eliminación del contrario. Un grupo de criminales que consideraba la guerra como una opción aceptable en política exterior se hizo con el poder y puso contra las cuerdas a políticos parlamentarios educados en el diálogo y la negociación. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. Hitler provocó la guerra, pero ésta fue también posible por la incapacidad de los gobernantes demócratas para comprender la violencia desatada por el nacionalismo moderno y el conflicto ideológico (por Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, para El País de España).

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Hallan en el fondo del mar Adriático el ‘Garibaldi’ de la I Guerra Mundial


El acorazado “Garibaldi”

Un grupo de buceadores croatas ha descubierto en el mar Adriático, cerca de Dubrovnik, los restos excelentemente preservados del crucero acorazado italiano “Giuseppe Garibaldi”, hundido en 1915 por un submarino austro-húngaro, informaron hoy los medios croatas. El crucero de la Primera Guerra Mundial, que fue el orgullo de la Marina de guerra italiana, yace en el fondo del mar a varias millas náuticas de la costa adriática. El rotativo Jutarnji list asegura que se trata de la nave hundida hallada hasta ahora en la mayor profundidad en la costa croata del Adriático, a 122 metros de la superficie del mar. El barco participó en la batalla de Cavtat, al sur de Dubrovnik, donde atacó con sus cañones la vía férrea Sarajevo-Herceg Novi, pero que después fue hundido por el submarino austro-húngaro U4. La nave, con 111,76 metros de eslora y 18,25 metros de manga, estaba armado con 29 cañones de diversos calibres y cuatro tubos lanzatorpedos (EFE).

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El mundo de Luis Buñuel

Nunca veía sus películas. Al terminar de rodar, Luis Buñuel daba las pertinentes instrucciones de montaje y desaparecía. No conocía el resultado final. Atípica costumbre que dejó anécdotas como ésta: “Una vez, en México -país al que le forzó el exilio- pusieron ‘Los Olvidados’ en televisión y dijo ‘Voy a verla’. A los minutos de empezar, apareció una botella de Coca-Cola sobre las imágenes y Buñuel gritó: “¿Y yo he montado eso?, ¿una Coca-Cola? ¡Me cago en la leche! Y ya no vio más”. Genio y figura.

Quien recuerda este episodio es su hijo Juan Luis, protagonista junto al guionista Jean-Claude Carrière -amigo y mano derecha de Buñuel en películas como El discreto encanto de la burguesía– del documental El último guión, una aproximación al universo ‘buñueliano’ que se estrena el próximo viernes. La película, inspirada en su libro de memorias, El último suspiro, muestra el peregrinaje de Carrière y Buñuel-hijo por los lugares que marcaron la vida del director y los momentos que compartieron con él.

Comienza en su Calanda natal (febrero de 1900), cuya explosión de tambores marcaría sus pensamientos. Sigue en Zaragoza, donde creció entre jesuitas y las conservadoras costumbres de una familia de la burguesía. Y se recrea en Madrid, en los años de la Residencia de Estudiantes que marcarían su vida. Allí le esperaban Lorca y Dalí, con quien compartió afectos, cultura y borracheras, y cuyos recuerdos quedaron para siempre en su memoria.

Relación con Lorca y con Dalí.- “A lo largo de toda su vida le atormentó el recuerdo de Lorca cuando lo iban a fusilar. Se ponía muy triste pensando en lo que habría pasado por la cabeza de su amigo en esos momentos”, recuerda su hijo. Más complicada fue su relación con Dalí, quien, cuenta el documental, se negó a prestarle dinero cuando lo necesitó en EEUU y le delató como ateo y comunista.

“Una vez, estábamos paseando por París y llegamos a un café al que él solía ir con Dalí en sus años de amistad y juventud. Nos sentamos y cuando estábamos allí, apareció él, con sus bigotes, bajando de un Cadillac y con toda la corte de gente tonta que le seguía. Mi padre se escondió detrás de la carta y Dalí subió a la segunda planta. Yo le pregunté por qué no le saludaba”, cuenta Juan Luis. “Si lo hiciese, seguro que nos abrazaríamos, pero a los diez minutos esto estaría lleno de periodistas”, le contestó. El Buñuel adulto rehuía la parafernalia de Dalí.

El documental traslada después a París, a los años del surrealismo, cuando nacen Un perro andaluz y La edad de oro. Y de allí, de nuevo a Madrid, y a Nueva York, adonde se marchó tras el asesinato de Lorca. Después Los Ángeles y, al fin, México, su enclave definitivo, al que llegó tras verse obligado a huir también de EEUU por la persecución que se había emprendido contra los comunistas.

“La cinta muestra sobre todo la importancia que le dio a la amistad, la libertad con que hacía sus películas y sus múltiples contradicciones”, cuenta Gaizka Urresti, codirector junto a Javier Espada, director del Centro Buñuel de Calanda. Y es que el proyecto, que ha pasado ya por numerosos festivales, surge ligado al Museo. “Nos gustaría que la gente se quede con ganas de conocer más de Buñuel, de ver sus películas y leer sus memorias”, añade Urresti.

El exilio mexicano.- A lo largo de dos horas, se suceden imágenes inéditas, como las de Buñuel haciendo de extra en Hollywood, vestido de monja o junto a los surrealistas en París. “Él lo que sabía hacer es cine, ¿qué habría sido de él si hubiese nacido en el siglo XVII”, se pregunta Carrière en un momento determinado. “Sería carnicero”, responde Juan Luis.

Los últimos años en México fueron los más activos como director, con Los olvidados, Nazarín, El ángel exterminador, Simón del desierto… “En casa nunca le vimos como un genio, nunca hablábamos de su trabajo ni le dábamos importancia. Una vez, de adolescente, me puso Un perro andaluz y yo no entendí nada y él tampoco intentó explicármelo”, cuenta su hijo. Asegura que no se ha llevado sorpresas al preparar la cinta. “Me he encontrado con la imagen que tenía de él. Mi padre era un señor muy recto. Puede que lo más importante para él fuese la risa, el humor”, dice. Recto pero lleno de contradicciones.

“Siempre decía que había hecho tres películas en su vida: Un perro andaluz, La edad de oro y Tierra sin pan. Decía que todo lo que tenía que decir ya lo había dicho en esas tres. El resto eran repeticiones”, añade. Y ésta, ¿le habría gustado? “No le habría gustado nada. Odiaba los homenajes”, afirma tajante Juan Luis. “Seguro que habría incluido algún sueño”, aventura Javier Espada (tomado de El Mundo de España).

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El culto al Señor del Mar (Callao)


Procesión del Señor del Mar por la avenida Sáenz Peña en 1958 (regioncallao.gob.pe)

El 28 de octubre de 1746 ocurrió quizá la mayor catástrofe telúrica de la historia del Perú virreinal: un violento terremoto devastó Lima y el Callao. Cronistas de la época y testigos aseguran que el terrible sismo tuvo una duración de 3 minutos y se estima que en la capital murieron no menos de 5 mil personas. El virrey Conde de Superunda afirma en sus Memorias que de las 3 mil casas existentes en Lima quedaron en pie unas 25; y de los 2 mil habitantes del puerto del Callao quedaron vivos 200. Pero el terremoto trajo una desgracia adicional para el Callao: un maremoto o tsunami.

Cuentan los cronistas de la tragedia que los chalacos “volaban” en dirección a Lima, procurando situarse en lugares altos con sus familiares y algunas contadísimas pertenencias, tratando así de ponerse a salvo contra la furia del mar, que llegó hasta el tambo de Nuestra Señora del Carmen de la Legua, y haciendo que 23 naves que se hallaban anclados en el puerto rompiesen cadenas, para ser echadas hasta el antiguo mercado situado casi en los límites del Callao con Bellavista.

Luego de tremenda catástrofe, llegaron algunos auxilios desde Lima, pero muy escasos pues la capital también había sido casi devastada. Se cuenta que un chalaco, don Antonio Casavilca, acompañado de su familia, decidió prestar ayuda a los damnificados. Narra la leyenda que, como buenos cristianos, e ignorando si el mar que había tornado a retirarse se decidiría por volver a atacar, salieron por las inmediaciones de Bellavista para dar ayuda y cuál no sería su sorpresa cuando, a la mitad del camino, se toparon con la imagen del Señor. Contaron que Cristo se hallaba dignamente sentado, con la frente coronada de espinas, llevando una caña como cetro y mirando hacia el mar pareciendo decirle: ¡De aquí no pasarás!. Y no pasó.

Pero, en verdad, aquel Cristo no era precisamente ni una aparición ni Dios en persona. Se trataba de una imagen estatuaria atribuida a Juan Martínez Montañez, arquitecto y escultor español del siglo XVII. Es lo que aseguraron Domingo y Valentín Real Quinto, quienes restauraron la joya artística en 1951. Sostuvieron que la estatua habría permanecido sumergida en el mar, puesto que hallaron residuos de agua grisácea y salada en su interior. Quizá debió haber pertenecido a alguno de los barcos que zozobraron frente al Callao el infausto 28 de octubre de 1746.

Lo cierto es que desde la tragedia sale en procesión desde el templo de Santa Rosa (declarado parroquia en 1865) cada vez que llega la fecha del cataclismo que azotó al Callao en 1746. Esta es la historia sobre “El Señor de Mar”, cuya venerada imagen despierta fervor en el Callao desde hace más de dos siglos, comparable al “Señor de los Milagros” de Lima, que anda a la zaga del Cristo Chalaco en lo que a maremotos se refiere.
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Así nos ven en Chile

¿EL MILAGRO PERUANO?
Publicado en la editorial de El Mercurio de Santiago (24/08/09)

Perú comienza a ser un país reconocido mundialmente por su vigoroso crecimiento económico. Este año será débil, como en el resto del mundo, pero aun así llegará al 2,5 por ciento. Chile, en cambio, tendrá una caída cercana a uno por ciento en su producción. Al respecto, es más interesante mirar los cinco años previos a la crisis: Perú creció a 7,6 por ciento, en tanto que nuestro país lo hizo sólo a 4,8 por ciento promedio anual. Además, en ese lustro la tasa de crecimiento en Perú estuvo al alza, alcanzando 9,8 por ciento en 2008, y la nuestra estuvo a la baja, llegando a sólo 3,2 por ciento en ese año.

Parte de tales diferencias en crecimiento se debe a que nuestro nivel de ingresos per cápita es superior al de Perú: en dólares ajustados por paridad del poder de compra, el año pasado tuvimos un ingreso per cápita 69 por ciento mayor.

Pero lo relevante es la rapidez con que se está cerrando la brecha: en 2000 teníamos un ingreso per cápita 88 por ciento superior, y para 2014 el FMI proyecta que tendremos un producto por persona que será sólo 57 por ciento superior al peruano. Esto muestra de modo muy concreto cómo las diferencias en tasas de crecimiento redundan en pocos años en cierre de brechas de riqueza entre países. Esto no es sólo fruto de las diferencias iniciales en el ingreso de uno y otro, como queda en evidencia en numerosos reportajes que en la prensa internacional abordan el caso peruano, y personajes de la talla política e intelectual de Bill Clinton o Francis Fukuyama, respectivamente, destacan la experiencia peruana.

En nuestro vecino hay un esfuerzo sistemático -que atraviesa ya varios gobiernos- por promover reformas que potencien el crecimiento económico, incluyendo desde apertura comercial hasta flexibilización de los mercados laborales. Muchas de esas reformas han sufrido críticas y se ha cuestionado que ellas no han beneficiado a los sectores más pobres, aunque en los últimos años hay evidencia sólida de que esto ha ocurrido con más fuerza que cuanto se había estimado. Nuestro país, en cambio, ha perdido esa coherencia, y la capacidad de crecimiento de largo plazo se ha deteriorado.

Entre nosotros, la posibilidad de acuerdos reformistas se ve cada vez más lejana, y los dirigentes políticos parecen mucho más atentos a los vetos que imponen diversos grupos de presión. Una suerte de corporativización impide las reformas, y se escucha con creciente fuerza que ellas son políticamente inviables, como si la tarea de los dirigentes políticos no consistiese, precisamente, en hacerlas posibles. Si Chile no se atreve a llevarlas adelante, crece el riesgo de rezago y se diluyen sus posibilidades de ser desarrollado en plazos razonables.

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Las antiguas murallas del Callao


En este grabado del Callao, de Arnoldus Montanus (hecho en 1671, probablemente desde un barco holandés), se puede ver la muralla del Callao

Hoy desaparecida, la Gran Muralla fue obra del virrey Marqués de Mancera y la idea era dar seguridad no solo al Callao sino también a Lima, que no contaba aún con su recinto amurallado. Fue construida en siete años (1640-1647) y fue diseñada por el ingeniero y capitán Juan de Espinoza. El costo debió ser asumido por toda la población del Callao y de Lima a través de dos impuestos especiales: uno a la carne y otro al azúcar, y luego al vino. Los gastos de construcción ascendieron a 876 mil pesos, sin contar la piedra que se sacó de la isla de San Lorenzo (llamada en ese entonces “El Muerto”), el acarreo de piedras y el salario de los soldados que laboraron en la obra. El problema es que no tardó mucho tiempo en que los efectos de la erosión, el embate de las marejadas y la falta de mantenimiento, la muralla casi ya no servía para la defensa. Cuentan los testimonios que 30 años después de culminada la construcción, partes enteras se habían venido abajo. En 1720, la quinta parte de la muralla que daba a la bahía estaba en escombros. Finalmente, la muralla no pudo sobrevivir a la ola (el tsunami) que el 28 de octubre de 1746, a las 10:30 de la noche, siguió a unos de los más fuertes terremotos que registra la historia de la costa peruana. El castillo del Real Felipe, sustituiría a la antigua Gran Muralla.
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Chucuito (Callao)


Barrio italiano de Chucuito

Entre finales del siglo XIX e inicios del XX, Chucuito siempre fue buscado por la bondad de su clima, incluso había allí unos “Baños de Salud”. Antes hubo aquí un pequeño pueblo de pecadores indígenas que desapareció. Cuando se levantó Chucuito, como sabemos, se formó una comunidad de descendientes de viejos pescadores italianos, quienes construyeron sus peculiares casas de madera que nos recuerdan una aldea siciliana o napolitana. Todos estos pescadores estuvieron ligados por lazos de parentesco y cariño por sus tradiciones, como preparar el muschame (hay quienes dicen que fueron los inventores del cebiche).

Algunas informaciones indican que Chucuito fue el “Callao antiguo”, pues sus actuales pobladores, ya muy acriollados, están ubicados sobre lo que fue el lugar de la antigua aldea de pescadores indígenas, junto a la cual de construyó, en la época virreinal, el Callao. Hay también versiones que había en esta primitiva aldea de pescadores unos gramadales, en cuya parte central corría un arroyo de aguas muy limpias que desembocaban en el mar formando, antes de llegar al océano, una lagunilla. En suma, parece que este “primer Callao” tuvo también su río.

Ese “primer Callao” fue tragado por las olas cuando ocurrió el maremoto de 1746. El Chucuito actual es una realidad republicana. En Chucuito también funcionó la estación terminal del ferrocarril inglés que iba a Lima. Hoy, afortunadamente, un plan piloto impulsado por la Municipalidad del Callao ha permitido que 7 manzanas de este tradicional barrio chalaco luzcan ahora una imagen remozada que algunos podrían confundir con el famoso pasaje Caminito, en el barrio bonaerense de La Boca. El proyecto ha permitido pintar las fachadas de 150 casas de la zona; además, se han instalado decenas de faroles y se han cambiado las rejas y algunos muros y balcones de madera de las viviendas, propios de una época pasada que ahora resurge con especial vitalidad.

La plaza Santa Rosa.- También en Chucuito está esta plaza donde, en la época virreinal, se ubicaba un pequeño fuerte avanzado de la fortaleza del Real Felipe y conectado a ésta por una trinchera que salía de la “Puerta del Perdón” (que daba frente al sureste). A este pequeño fuerte o fortín se le llamó “San Rafael”, luego llamado “Santa Rosa” cuando, durante el Combate del 2 de Mayo de 1866, se emplazó el fuerte patriota Santa Rosa. Luego hubo en este lugar un faro y bancas con azulejos, ya desaparecidos.

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La expedición holandesa de Jacques L’Hermite al Perú

En 1621, Holanda autorizó la formación de la Compañía de las Indias Occidentales que, entre sus propósitos, debía efectuar una ofensiva contra España privándola de los metales obtenidos de sus posesiones coloniales. Así, en 1623, se armó una expedición hacia el Perú, a cargo del almirante Jacques Clerk L’Hermite, de origen francés.

Holanda había sido informada que en las minas de Potosí se había desatado una lucha entre españoles y los criollos por la posesión de las minas de plata. Los informes aseguraban que, si se tomaba el puerto de Arica, llegar hasta Potosí, no sería tarea difícil.

La armada contaba con 11 naves y casi 2 mil hombres. Su objetivo era conquistar todo el territorio del virreinato del Perú. Las primeras noticias acerca del ataque holandés llegaron al virreinato en 1623, cuando circularon rumores que indicaban el avistamiento de 15 naves enemigas en las costas chilenas. Ello motivó al virrey Marqués de Guadalcázar a ejecutar una serie de mejoras en las defensas artilleras de Lima y Callao, disponiendo el emplazamiento de 56 cañones, los que fueron distribuidos en la costa comprendida entre Pachacámac y Ancón. En cuanto a los fuertes existentes, el Virrey dispuso la ubicación de 7 piezas de artillería sobre las bases del inconcluso fuerte Santa Ana, que una vez terminado fue rebautizado como fuerte Guadalcázar. El Virrey disponía de unos 2 mil hombres para defender el Callao. Otra de las medidas preventivas, y quizás la más acertada, fue la de adelantar el despacho del oro y la plata Panamá. Esta precaución resultó ser providencial, pues la expedición holandesa ya estaba muy próxima al Callao, y pocos días después iniciaría su largo asedio y bloqueo en aquel puerto.

Así, el 5 de mayo de 1624 las naves holandesas habían sido divisadas en Mala cuando el Virrey presenciaba en el Callao una corrida de toros, organizada para celebrar la partida de la armada con los tesoros a Panamá. El jueves 9 de mayo llegó el momento temido. La armada de L’Hermite estaba a la vista del puerto del Callao, estableciendo de inmediato el bloqueo. Las 11 once naves se ubicaron desde la mitad del canal entre la isla San Lorenzo y La Punta, hasta llegar a las cercanías de la desembocadura del río Rímac. Luego de fondear, los holandeses aferraron banderas rojas en la popa de sus naves, en señal de hostilidad.

En tierra, el ejército estuvo listo para actuar. La primera acción hostil de los holandeses ocurrió al día siguiente cuando, al amanecer, pretendieron desembarcar por la zona norte del Callao. Pero en el lugar había un batallón de 60 infantes, reforzado por 30 hombres a caballo que lograron rechazar a los holandeses. El día 11, los holandeses capturaron 3 barcos mercantes que se hallaban navegando hacia el Callao. Una de estas embarcaciones llevaba 2.500 botijas de vino a Pisco, abundante fruta fresca, cuya captura fue bien recibida por los holandeses para aliviar a sus enfermos y tripulantes. La segunda embarcación provenía de Huarmey con leña; la tercera venía de Huanchaco con trigo y documentos.

El 15 de mayo, L’Hermite, viendo que los intentos por desembarcar en el Callao y los ataques realizados a dicho puerto no habían tenido éxito, decidió establecer el bloqueo. Así, el Virrey convocó a una junta de guerra, luego de la captura del artillero holandés Carten Carstens, cuyo testimonio resultó ser fundamental: se comprobó la debilidad de los invasores. Quien se encargó de interrogar al Carstens, fue el jesuita Juan Baptista Exidiano: se supo cuáles eran los planes de los holandeses, el descontento por los fuertes trabajos que habían efectuado, las pocas raciones de comida que recibían y que L’Hermite se hallaba enfermo, como muchos holandeses.

Conociendo estos datos, se decidió por defenderse desde tierra, rechazando cualquier intento por desembarcar. En suma, esperar rechazar cualquier intento de desembarco y con dicha resistencia y sin capacidad de reabastecerse, los holandeses desistiesen de su empresa por agotamiento de sus recursos. El bloqueo holandés duró hasta agosto. El día 14, los holandeses juzgaron inconveniente seguir atacando el Callao y decidieron acabar con el bloqueo al puerto. Alistaron sus naves para partir y procurarse agua en el sitio más próximo posible. Partieron desde San Lorenzo las 14 naves; 3 eran de las capturadas. Su primera –y última- recalada fue la bahía de Ancón en donde se detuvieron para excavar pozos en busca de agua durante dos días. Luego, reiniciaron su viaje a través del Cabo de Hornos. En 1626 llegaron a Holanda.

Luego de la huida de los holandeses, el Virrey mandó reconocer la isla San Lorenzo para ver lo que dejó el enemigo y si había algún sobreviviente. Lo que hallaron fueron 60 cuerpos enterrados, entre ellos el del almirante L’Hermite, enterrado en una caja así como el de un pastor protestante. Según refiere un impreso español sobre la “victoria” hispana sobre los holandeses, en 1625 el cuerpo del pastor fue quemado en una hoguera por “algunos curiosos”, y después de dos días, los restos del marino enemigo siguieron la misma suerte. En la isla también se encontraron con que los holandeses ante la falta de agua, pensaron buscarla en el subsuelo, cavando varios pozos, pero al parecer tan solo hallaron agua salobre (la información del post de hoy nos fue proporcionada por el capitán de fragata John Rodríguez Asti).
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