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El distrito de La Molina

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El actual distrito de La Molina fue creado el 6 de febrero de 1962 durante el gobierno del presidente Manuel Prado y Ugarteche, independizándolo del gran distrito de Ate. De esta manera, culminaron, exitosamente, las gestiones que poco antes habían iniciado los vecinos de Rinconada Baja (la única zona urbanizada por esos años), encabezados por quien sería su primer alcalde, el antropólogo Frederic Engel, quien instaló las primera oficinas municipales en su propia casa.

El distrito se levantó sobre tierra tanto agrícola (40%) como eriaza (60%). El valle de Ate era uno de los más grandes de Lima y se dividía en Ate Alto (de mayor extensión y número de haciendas) y Ate Bajo, conformado por varias haciendas, tres de las cuales quedaron incorporadas al nuevo distrito: La Molina, Melgarejo y La Rinconada. Otras haciendas o fundos, como Monterrico Grande y Camacho, fueron incorporadas solo en parte. El resto del distrito estaba constituido por terreno eriazo, tanto plano como en cerros. La extensión minera de la Planicie de la Pampa Grande (anexo a La Rinconada y límite con Cieneguilla), aportó la mayor cantidad de tierras con sus 1,910 hectáreas, el 50% del actual distrito de La Molina.

La historia y el nombre del distrito.- Sin embargo, la historia de estos terrenos, ahora urbanizados, se remonta a varios siglos, desde los tiempos prehispánicos, cuando fue morada de diversos cacicazgos y ruta del famoso “camino del inca”, del cual quedan aún sus vestigios. Luego de la Conquista, sus grandes extensiones de terreno fueron dedicadas al cultivo de hortalizas, caña de azúcar y algodón. Como sabemos, cuenta la tradición que el nombre de “La Molina” se debería a los numerosos molinos de caña o trapiches que existían sobre lo que hoy conocemos como “La Molina Vieja”. Luego, con el avance urbanístico de los tiempos republicanos, estos molinos irían desapareciendo, quedando tan sólo su nombre de recuerdo. Recordemos también que la tradición dice que, desde los tiempos coloniales hasta los primeros años de la República, los esclavos que eran llevados a la hacienda de La Molina eran sometidos a duras tareas; supuestamente recibían despiadados castigos que dieron origen al conocido pan-alivio A la Molina que en su estribillo dice: “A la Molina no voy más porque echan azote sin cesar”.

Es más probable que el nombre del distrito se deba a una de estas dos historias respecto a sus diversos propietarios. Al rico comerciante español Melchor Malo de Molina y Alarcón, quien a principios del siglo XVII (1618) adquirió estas tierras para formar la hacienda, que luego pasó a manos del Monasterio de Nuestra Señora de la Encarnación. A doña Juan de Molina, esposa del capitán Nicolás Flores, quien al enviudar quedó como propietaria de esta hacienda a principios del siglo XVIII (1701). Desde ese momento, la propiedad sería llamada hacienda o fundo de “la Molina” (esta sería la versión más confiable).

Los tiempos prehispánicos: la Huaca Melgarejo.- En la avenida La Fontana nos encontramos con una impresionante construcción conocida como Huaca Melgarejo (llamada así por haber estado dentro de los límites de la antigua hacienda Melgarejo, ubicada en La Molina). Pertenece a la cultura Lima y su construcción está fechada entre los años 300 y 600 d.C. Al parecer, se trata de un templo y de un centro administrativo local, a orillas del canal de Ate-La Molina, que nace a la altura de Santa Clara y corre casi en paralelo al río Rímac, doblando hacia le sur a la altura de la actual cervecería Cristal, para irse a juntar con los terrenos de Surco.

Melgarejo son los restos, bastante erosionados, de lo que fue una gran plataforma escalonada. El edificio presenta varias fases constructivas, producto de continuas remodelaciones y ampliaciones de las estructuras. Al interior del conjunto, hay una sucesión de grandes muros de contención y rellenos, así como de pequeños recintos, rampas, escaleras, banquetas, etc. La plataforma se ha construido con muros de tapias, de adobitos y rellenos. En la parte superior del edificio, se han encontrado un conjunto de pequeños pasadizos y recintos de planta rectangular. Algunos recintos presentan banquetas y huellas de postes lo que indicaría que habrían estado techados. El acceso a estos recintos era restringido, comunicándose con ellos a través de vanos estrechos. Los pisos se hallaron limpios, lo cual es un rasgo bastante común en este tipo de estructuras. Las paredes estuvieron originalmente pintadas. Todos estos cuartos fueron cuidadosamente sellados con rellenos de piedras y barro como parte de un ritual de enterramiento de las estructuras cuando estas eran abandonadas o se producía una ampliación de las mismas.

Los arqueólogos han concluido que Melgarejo formaba parte de un conjunto ceremonial semejante a Maringa y a Pucllana; sin embargo, a diferencia de estos, Melgarejo parece haber sido abandonado antes del comienzo del Segundo Horizonte u Horizonte Medio (600 d.C.). En épocas posteriores, el lugar fue utilizado, básicamente, como cementerio. Asimismo, las recientes excavaciones, promovidas por la municipalidad, han puesto al descubierto, en su cúspide, los cimientos de una vivienda colonial.

LOS TIEMPOS VIRREINALES.- A partir del siglo XVI, esta zona, jurisdiccionalmente asignada al valle de Late, estuco conformada por importantes espacios agrícolas concedidos en propiedad al Monasterio de la Encarnación, en torno a los cuales surgieron algunas haciendas de carácter particular.

Hacienda La Molina.- Inicialmente fue propiedad del Monasterio Nuestra Señora de la Encarnación. En la segunda mitad del XVII fue vendida al capitán Alonso García Ciudad (1660), quien al vendió a su vez a Manuel Muñatones (1662), que la poseyó hasta que la traspasó al capitán Nicolás Flores de Molina (1678). A su fallecimiento, la administración de la hacienda pasó a manos de su viuda, Juan Jiménez de Molina. Sus herederos la traspasaron a los esposos Baltazar Ayesta y Francisca Teresa de Itulaín. Siguieron varios propietarios hasta que, a inicios del XIX, la hacienda fue vendida a José Pío García (1804). En esa venta se consigna el nombre de la propiedad como fundo Portal de la Molina, que abarcaba 102 fanegadas de tierras y chacras agregadas. Cuando falleció José Pío y García, recayó por sucesión a su hijo Pedro García y sus hermanos, quienes la traspasaron a José Calendario Godoy (1857).

Hacienda Monterrico.- A inicios del siglo XVII fue propiedad de Gonzalo Prieto de Abreu, vecino de la ciudad de Lima. En 1630, fue adquirida por Melchor Malo de Molina, regidor de Lima y Alguacil Mayor de Corte, casado con Mariana de Rivera y Ponce de León. Al fallecimiento de estos, le sucedió en propiedad su hijo, el general Melchor Malo de Molina, Caballero de Santiago, y su esposa, María de Aliaga y Sotomayor, a los que les sucede en la propiedad su hijo Melchor Malo de Molina, Caballero de Calatrava y a quien el rey Carlos II le concede, en 1687, el título de Marqués de Monterrico. A inicios del siglo XIX, la hacienda se encontraba en manos de José Manuel Malo de Molina, quien ostentaba aún el título de Marqués de Monterrico.

Hacienda Melgarejo.- Su ubicación corresponde a la parte final del recorrido del canal de Ate. Inicialmente, fue conocido como fundo “Segovia”, según documentos coloniales, variando su nombre a “Nuestra Señora de Guadalupe”, “Boquete” y “Melgarejo”, como finalmente fue conocido, debido a Cristóbal Félix Cano Melgarejo, propietario del fundo desde finales del XVII. Al fallecimiento de los herederos de Melgarejo, la hacienda pasa a Diego Román de Aulestia Gómez Boquete (1742); el fundo contaba con 42 fanegadas. Luego fue transferida a Josefa Leonarda de Aulestia Cabeza de Baca, Marquesa de Montealegre de Aulestia; durante esta transferencia, el fundo se llamó “Nuestra Señora de Guadalupe”. Por línea de sucesión del Marquesado de Aulestia, la hacienda pasó a José Mariano Sánchez Boquete y de allí a su sobrino, el mariscal José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete, primer presidente del Perú, fallecido en 1858. La heredó su hijo José de la Riva-Agüero y Looz Corswarem.

Hacienda La Rinconada.- Según documentos coloniales también se le conoció como fundo “Rincón” o “Rinconada” y, a inicios del XVII, era propiedad de indios locales. Uno de sus primeros poseedores fue Francisco Chumbipona; luego vendría Domingo García de Jesús, indio del pueblo del Cercado, quien tuvo un litigio judicial contra Francisco Huerta, también indio, por los derechos de estas tierras. Luego ya, en el siglo XVIII, la hacienda es propiedad de Juan de la Reynaga.

LA GUERRA CON CHILE Y EL COMBATE DE LA RINCONADA.- Fue un enfrentamiento entre tropas peruanas y chilenas, que se realizó el 9 de enero de 1881 durante la “Campaña de Lima”. Cuando el invasor desembarcó en la playa de Curayacu (23 de diciembre de 1880), la brigada “Gana” avanza hasta el pueblo de Lurín por la tarde. No encontró resistencia y pudieron recuperar fuerzas en el valle del mismo nombre, lo que originó gran alivio en los mandos chilenos.
Por su parte, en la Rinconada de Ate, se encontraba, desde el 4 de enero de 1881, el coronel peruano Mariano Vargas con poco más de 300 “soldados” que, en realidad, eran hacendados y pobladores de la zona armados con rifles minié y algunas piezas de artillería. Uno de esos hacendados fue Pedro José Roca y Boloña, dueño de la Hacienda Vásquez, ubicada en el Valle de Ate Bajo, a inmediaciones de “La Rinconada” (hoy es la urbanización “El Sol de la Molina”). Vargas dispuso sus cañones en el Cerro Vásquez. Así, el 9 de enero, la división chilena de Orozimbo Barbosa llegó a Pampa Grande (hoy Musa, en La Planicie) después de cruzar la quebrada de Manchay, desde Pachacamac, la cual se bifurca en dos senderos que pasan al pie de un pequeño cerro que obstruye su curso: el Portachuelo de Manchay. Los chilenos contaban con una fuerza de 2 mil soldados armados con fusiles franceses “Gras”. De esta manera, la división de Barbosa se enfrentó con los hombres de Vargas en la batalla de “La Rinconada”.

Poco antes de las 8 de la mañana del 9 de enero de 1881, se presentó la división Barbosa por la Pampa Grande, donde hoy están las areneras, La Musa, la laguna de La Molina y La Planicie. Cuentan que, ante la tenaz resistencia peruana, los invasores decidieron retirarse a Lurín, perdiendo 25 soldados. Del lado peruano, cayó un número similar de hombres, entre los cuales se encontraban tres oficiales. A la retaguardia estaba la batería del Cerro Vásquez con piezas de grueso calibre. Además se contaba como obra defensiva con una línea de defensa tendida a 100 metros de la casa hacienda de La Rinconada, que cerraba todo el acceso al valle de Ate, pues estaba flanqueada a ambos lados por sólidas prominencias donde se planeaba instalar artillería y se usó al Batallón Pachacamac a falta de peones o unidades de ingeniería. La línea consistía de una zanja de 2 metros de ancho por 1 y medio de profundidad, y de un parapeto de sólida piedra de cantería ubicado un metro detrás de la zanja, capaz de cubrir completamente a los soldados. Más o menos seguiría una recta entre lo que hoy son el cementerio de La Planicie y el parque del cañón de La Rinconada.

Mientras tanto los chilenos ganaron sin oposición las alturas de la línea de defensa, flanqueándola por derecha e izquierda. Iniciaron el ataque con fuego de artillería, y posteriormente la caballería abrió fuego desde las alturas. La Batalla duró más de cinco horas y El Batallón Pachacamac, compuesto por 250 hombres, resistió por 2 horas hasta que a caballería flanqueó por el cerro de Melgarejo (o Huaquerone) y amenazó con caer por la espalda de la línea peruana, así que se optó por dar la orden de retirada. En esas circunstancias hizo su aparición la brigada de caballería del Comandante Millán Murga, que participó así en la última media hora de batalla.

Se cuenta que los chilenos se apoderaron de la hacienda Melgarejo (hoy sede central del Banco de Crédito del Perú), entonces propiedad de José de la Riva Agüero y Looz Corswaren (hijo del primer Presidente del Perú); del cerro de la Hacienda la Molina (el que hoy divide los distritos de Surco y La Molina); y persiguió a los dispersos del Batallón Pachacamac.

Cuando Barbosa ordenó la retirada a la 1 de la tarde, sus soldados dieron caza a un buey que pastaba por el lugar; lo descuartizaron y se lo llevaron a su campamento. Asimismo, narra la leyenda que, cuando los peruanos mal armados, en un momento en que eran arrollados por los chilenos durante la batalla, hicieron entrar en combate al “batallón taurino”: se habría tratado de un encierro de toros de lidia. Cuando los chilenos estaban agrupados, los peruanos provocaron una estampida, abriendo el encierro de toros. Los chilenos, así derrotados, levantaron el campamento de Pampa Grande y regresaron por Manchay a su campamento de Lurín. Los resultados del combate fueron los siguientes:
Peruanos: 1 oficial muerto, 6 soldados muertos y 8 heridos
Chilenos: 2 oficiales muertos, 1 soldado muerto, 15 heridos y 3 prisioneros

Una valiosa información obtenida por los chilenos fue lograda con la captura del mayordomo de la hacienda Melgarejo, el ingeniero británico Murphy, quien les dio datos exactos de los lugares y modo en que estaban dispuestas las defensas peruanas en el ala izquierda de san juan, Monterrico, Ate y otras áreas. Posteriormente al retiro de los chilenos, el mando peruano ordenó reforzar la línea de defensa de la Rinconada quedando constituida por los restos del Batallón Pachacamac, Batallón N° 14 de la Reserva y 4 cañones White.

Hacienda Monterrico Grande.- Esta propiedad y sus anexos –entre ellos, el fundo Mayorazgo- se convirtieron en un emporio agro-exportador de algodón y azúcar para los mercados emergentes de Europa entre finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Fue, además, una de las primeras haciendas de Lima en incluir maquinarias modernas, incluso una locomotora (la “Chuquitanta”). Asimismo, procesaba las fibras de algodón que colocaba en las fábricas textiles que se establecieron en Vitarte. Hacia mediados de los años 60, seguía operando, pero el golpe militar y la reforma agraria, así como la migración y la expansión urbana de Lima, hizo que los terrenos de esta hacienda se convirtieran en zona residencial e industrial. Caso curioso, y poco frecuente, es que la casa-hacienda todavía existe y es ahora el restaurante “La Hacienda Monterrico Grande” en la avenida Los Constructores 951, La Molina.

Durante la colonia, esta hacienda tuvo distintos propietarios pero, hacia el año 1765, se distinguió don José Toribio Román de Aulestia, primer marqués de Montealegre de Aulestia, quien fuera Rector de la Universidad de San Marcos, propietario de la hacienda Melgarejo en el valle de Ate y La Molina. Siendo el primogénito se le concedió el “mayorazgo”, fórmula legal que subsistió hasta bien entrada la República, en la que la herencia, tanto paterna como uterina -aunque hubiese mujeres que lo preceden-pasaba al primer hijo varón de la sucesión. El título pasó años más tarde a don José de la Riva Agüero y Osma; como descendiente por línea materna del primer marqués, recayó en él el mayorazgo. En 1906, la hacienda Monterrico Grande fue rentada por don César Soto en sociedad con don Tomasso o Tómas Valle empresario de origen Italiano y contaba con una extensión que ocupaban los fundos del Asesor, Mayorazgo, Cárdenas, Melgarejo, que pertenecían al Valle de Ate, hoy los distritos de Ate-Vitarte y La Molina.

La Universidad Nacional Agraria de La Molina.- Se fundó el 22 de julio de 1902, durante el gobierno del presidente Eduardo López de Romaña, con el nombre de Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria. Por solicitud del gobierno, a través de su misión diplomática en Bélgica, una misión de esa nacionalidad participó en la planificación y organización del nuevo centro de estudios. Se trató de un grupo de profesores de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Gembloux, conformado por los ingenieros agrónomos Georges Vanderghem, Eric Van Hoorde, Víctor Marie y Jean Michel, así como también el veterinario Arthur Declerck, proveniente de la Escuela Veterinaria de Cureghem.

La inauguración oficial fue el 22 de julio de 1902 como dependencia de la Dirección de Fomento, siendo Ministro del ramo Eugenio Larrabure Unanue. En 1912 se creó la Estación Central Agronómica con miras a desarrollar la experimentación agrícola y a prestar servicio a los agricultores. Es así como, antes de cumplir quince años de fundación, la Escuela es ya una entidad que aplica los tres fines fundamentales de la Universidad Agraria: la enseñanza, investigación y extensión. El primer local asignado a la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria, fue un pabellón del fundo Santa Beatriz, en este local funcionó durante 30 años. En 1933 se trasladó al fundo de La Molina, en el Valle de Ate, donde funciona hasta la fecha. La Escuela inició el cultivo del algodón en unas 100 hectáreas, producto que, años después, desmotaría ella misma y sería vendido en Lima. Con el ingreso por dichas ventas financiaba su presupuesto.

Su “Estación Experimental”, de otro lado, cultivaba también algodón pero, sobre todo, pan llevar y frutales que vendía a precios módicos a sus trabajadores; además, montó un ingenio ganadero que dio una producción láctea de gran calidad, como la recordada leche La Molina, que se llegó a comercializar en gran parte de la ciudad. De esta manera, la labor agrícola y ganadera y la enseñanza de la Escuela, dinamizó la zona y la hizo muy conocida a nivel nacional.

Paralelamente, en 1941, la Escuela adquirió la categoría de institución de enseñanza superior con autonomía pedagógica, administrativa y económica. Luego, en 1960, la Ley Universitaria reconoce a la Escuela Nacional de Agricultura rango universitario y, en tal virtud, cambió su denominación por la actual de Universidad Nacional Agraria La Molina. En 1961, comenzaron a funcionar las facultades de Agronomía, Zootecnia, Ingeniería Agrícola y el Instituto de Investigaciones y Estudios Avanzados; también se creó la Facultad de Ciencias y la de Ciencias Económicas y Sociales(más adelante “Economía y Planificación”). Luego se abrieron las facultades de Ciencias Forestales (1963), Pesquería (1966) e Industrias Alimentarias (1969).

EL PROCESO DE URBANIZACIÓN DE LA MOLINA.- Como sabemos, el distrito surgió por obra de determinados grupos de propietarios (empresarios inmobiliarios) quienes, aprovechando las condiciones naturales del lugar y la ausencia de una política estatal clara en cuanto al crecimiento espacial de la ciudad, convirtieron a La Molina, a partir de la década de 1960, en el último núcleo residencial de la burguesía limeña. Estos empresarios lograron convertir tierras agrícolas y eriazas en urbanizaciones para la clase alta, dejando pocas zonas para familias de origen popular.
Los grupos que inician la urbanización eran familias propietarias de haciendas en la zona. En 1938, cuando el valle de ate era básicamente agrícola, una de sus mayores haciendas, la Molina, cambió de propietarios y pasó a la familia Raffo: Ernesto y Juan Raffo Campodónico compran la hacienda en remate público. Los Raffo arriendan la hacienda hasta 1965, cuando inician su división y lotización para urbanizarla. Por otro lado, en 1943, entra otro grupo en la zona, la familia Prado, que compra las 180 hectáreas de la hacienda La Rinconada, que empiezan a urbanizarla desde finales de la década de 1950. Finalmente, tenemos a los Aparicio Gómez Sánchez, que después se convertirán en Aparicio Valdez y Elías Aparicio, quienes eran propietarios de 170 hectáreas de tierras eriazas y que venderán una parte de ellas a la familia Figari que instalará en ellas una arenera. En 1957, ambas familias se aliarán formado el grupo Aparicio-Figari que, a partir de 1961, iniciarán su negocio urbanizador. Cabe destacar que, en 1960, los Aparicio sumaron 1,910 hectáreas del fundo Pampa Grande, que les fuera adjudicado por el estado. En síntesis, estos tres grupos (Prado, Aparicio Figari y Raffo) fueron máximos responsables del destino urbanístico de La Molina. A ellos, se sumaron otros dos de menor importancia: los Brescia, que compraron 64 hectáreas del fundo La Molina, y la familia Musante, propietaria del fundo Melgarejo (Ver Rosa Vilma Villarán Martínez, Proceso de urbanización y grupos de poder en el distrito de La Molina. Lima: UNA, 1984).

El grupo Prado.- A través de la Inmobiliaria y Agrícola Rinconada de Ate, inició la modalidad de urbanizar tierras eriazas para darle a la zona un perfil residencial y “aristocrático”. Con la urbanización de “Rinconada Alta” marcaron el camino que siguieron los otros grupos inmobiliarios de la zona. Cuando construyeron, a finales de los 50s, su casa vacacional de fin de semana, proyectaron Rinconada como zona “exclusiva”; luego, con otras familias de la burguesía financiera, instalaron definitivamente su residencia aquí. Ellos contribuyeron además, a impulsar los lugares de “recreo” en las inmediaciones: el Lima Polo Hunt Club, el Hipódromo de Monterrico, el Golf Club Los Inkas y, finalmente, el Country Club La Rinconada. A finales de los años sesenta, los Prado empiezan a urbanizar otras zonas de La Rinconada, para lo cual fundan la Compañía Inversiones e Inmobiliaria La Molina y la Compañía Urbana San Germán. Ambas establecen las urbanizaciones “El Sauce” de la Rinconada, el Club Campestre “El Haras”, La Pradera, San Germán y “Los Portales”; en suma, un total de 110 hectáreas urbanizadas, sin incluir las urbanizaciones Rinconada Alta y Baja. Sin embargo, en 1972, con la quiebra del Banco Popular y la expropiación de las industrias cementeras de la familia, los Prado pierden buena parte de su poder en el distrito. Además, el gobierno de Velasco convirtió parte de Rinconada Baja en la “Escuela de Equitación del Ejército”.

El grupo Aparicio-Figari.- Este grupo era propietario de más de la mitad de las tierras del distrito de la Molina. Eran dueños de la hacienda La Rinconada de Ate que, en 1937, la alquilaron para que exploten sus canteras, en una época que, en la construcción limeña, el adobe desaparece en beneficio del ladrillo. Los arrendatarios, los Figari, inician la producción de arena, piedra chancada, piedra clasificada y piedra caliza, fundando la Arenera La Molina en 15 hectáreas adquiridas a los Aparicio. El negocio, en resumen, era fabricar los “agregados de la construcción”. En 1960, los Aparicio logran que se les adjudique la planicie de Pampa Grande, con cerca de 2 mil hectáreas, a manera de “concesión minera”. De esta forma, el grupo se convierte en empresarios de bienes de construcción y en urbanizadores-constructores, una ventaja frente a otros urbanizadores. En 1961, se forma la Compañía Inmobiliaria La Planicie que iniciará la urbanización de “La Planicie”, “Las Lagunas” y “El Lago”. Por su lado, los Aparicio, independientemente de los Figari, forman la Compañía Inmobiliaria y Urbanizadora El Sol de La Molina para establecer la urbanización del mismo nombre.

El grupo Raffo.- Esta familia, de origen italiano, vinculada al Banco de Crédito, ingresa a La Molina en 1938 cuando adquiere la hacienda La Molina Vieja. El grupo estaba en ascenso pues ya tenían experiencia urbanística en otras zonas de Lima. En 1967, se crea la Compañía INVERSOL, cuyo objeto fue la promoción, construcción y financiación de lotizaciones en su fundo o hacienda. Urbanizan “El Remanso” de La Molina, Monterrico Sur, La Molina Vieja y Las Viñas.

La urbanización Camacho.- Hasta finales de la década de 1970, los que transitábamos por la avenida Javier Prado Este, pasando el óvalo de la Universidad de Lima, veíamos los restos de una casa hacienda a la altura de lo que es hoy el estacionamiento de Wong de Camacho. En efecto, todo lo que es hoy la urbanización “Camacho”, jurisdicción del distrito de La Molina, fue parte de una hacienda o fundo cuyo nombre se debe a don Juan Camacho, quien arrendó estas tierras a sus propietarios, la familia Céspedes, durante la primera mitad del siglo XVIII. Es un caso curioso en el valle de Lima en que una hacienda terminó siendo más conocida por el apellido del arrendatario que por el de sus propietarios. A nivel hidráulico, estas tierras estaban abastecidas por cinco riegos provenientes del canal de Surco y también recibía agua de un puquio que descendía desde el fundo de La Molina.

Durante el siglo XX, la Sociedad Agrícola Camacho estuvo presidida por Juan Enrique Capurro, quien estableció, en la década de 1920, una granja y establo lechero con los últimos adelantos técnicos, importando ganado mejorado para incrementar la producción. Su leche, en estado fresco, sería vendida al mercado limeño y a las fábricas embotelladoras y pasteurizadoras. La producción láctea siguió creciendo hasta que, en la década de 1930, se empieza a intercalar la ganadería con el cultivo del algodón. En estos años, los Capurro venden la hacienda a Benito Lores Gonzáles, quien empieza a arrendarla dando prioridad al algodón en desmedro de la lechería. Por último, recordemos que entre finales de la década de 1960 e inicios de la de 1970, esta zona de Lima se urbanizó con grandes residencias y sirvió para que algunos colegios –como el Rooseveldt o el Lincoln- decidieran establecer sus locales aquí. Tampoco habría que olvidar la fundación, en esta zona, de la Universidad Femenina del Sagrado Corazón (UNIFE) en 1963.

MUSA.- Desde finales de los sesenta, decenas de trabajadores de las canteras y las areneras (y de los pocos fundos que quedaban) abandonan sus rancherías y empezaron a construir sus viviendas por propia iniciativa en la parte alta del distrito, en los límites con Cieneguilla; a estos, se añadieron los trabajadores de los centros de enseñanza e investigación agrícola de la Universidad de la Molina. Así, en 1974, se creó esta “urbanización popular de interés social”, impulsada, formalmente, como una cooperativa de vivienda de los trabajadores de la Universidad y de la Arenera La Molina. Hoy conforma el 10% del distrito y limita con el distrito de Pachacamac (Manchay) y Cieneguilla.

Las Lagunas.- Paralelamente a los trabajos de urbanización de La Planicie, también se iniciaron los trabajos de construcción de las lagunas de La Molina, en la tierra (gran hueco) que quedaba como remanente de la explotación de la mina Rosa Mercedes; estas lagunas artificiales se llenaron con agua de los canales del río Ate.

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