Archivo por meses: agosto 2008

La Guerra del Pacífico: la participación campesina

Recientes estudios, principalmente sobre la sierra central, nos revelan que los campesinos indígenas adoptaron una actitud nacionalista y consecuente frente a la guerra. Esto lo escribimos pues hubo historiadores, principalmente de finales del siglo XIX y comienzos del presente, que sostuvieron que los culpables de la derrota fueron los indígenas porque no tenían sentido de patria.

Según esa perspectiva los indios aprovecharon la guerra para enfrentarse a los blancos, indistintamente de que fuesen peruanos o chilenos. Es más, se afirmó que durante la guerra se originó un enfrentamiento de todos contra todos: chinos contra negros, indios contra blancos, cholos contra todos los demás, etc. Esta versión tuvo acogida pues tenía una historia muy larga. Un testimonio de Ricardo Palma, dos semanas después de la derrotas en San Juan y Miraflores, en una carta dirigida a Piérola, decía que los culpables del triunfo chileno eran los indígenas por su falta de patriotismo.

A diferencia de lo que se pensaba antes ahora se sabe que los campesinos indígenas del valle del Mantaro, por ejemplo, continuaron peleando incluso cuando los hacendados ya habían pactado con los invasores, y que en un determinado momento, estos hacendados llegaron a aliarse con los chilenos para combatir a las fuerzas de Cáceres. Recordemos que sus célebres Memorias, el jefe de la Campaña de la Breña, menciona que algunos peruanos sirvieron como guías en el ejército chileno durante la etapa final de la Resistencia, Incluso, luego de la derrota en Huamachuco, colaboraron en el “repase” de los heridos.

A partir de esta perspectiva habría que distinguir cinco momentos distintos en el comportamiento del campesinado indígena a lo largo de la Guerra con Chile:

1º Cuando se declara la guerra, los indios vieron el conflicto como cualquier otro que vieron anteriormente. Recordemos que desde la Independencia los indios eran movilizados por cualquier caudillo militar en favor de su campaña para conquistar el poder. Ahora, en 1879, se enrolan como antes, no sintieron mayor diferencia.

2º Pero esto empezó a cambiar durante la Campaña de Lima. Piérola tuvo que llamar, para defender la capital, a muchos terratenientes de la sierra que formaron batallones con los indios de sus haciendas. Entonces, llegan a Lima batallones completos que tienen como oficial al hacendado o gamonal y como soldados a los peones de las haciendas. Por ello, en enero de 1881, ya se ve un tipo de lealtad en la conciencia campesina.

3º En esta etapa las tropas chilenas invaden la sierra central y ocurren hechos que influyen decisivamente en el campesinado. Es importante señalar que en esta zona lo dominante eran las comunidades campesinas libres. Por lo tanto los indios son pequeños propietarios o campesinos dependientes que son golpeados. Los invasores les quitan el ganado y violan a sus mujeres.

Esto produce una respuesta masiva y Cáceres lo que hace es darle una dirección militar. Esa fue la esencia de la Campaña de la Breña. Entonces, en este tercer momento, se desarrolla una conciencia nacional antichilena radical, es decir, un nacionalismo que surge no tanto porque la situación de un blanco y de un indio sea similar en esta época en el Perú, sino porque un chileno es más diferente y hay mayores diferencias con el enemigo.

4º Esta etapa corresponde a la actitud de los terratenientes que abandonan la lucha y deciden colaborar con los chilenos pagándoles cupos de guerra para no ver destruidas sus haciendas. Es entonces que hay una movilización contra los terratenientes desencadenada por Cáceres, que los indios no la ven como antiterrateniente sino como nacionalista. Los atacan no porque sean terratenientes, sino porque los consideraban “traidores”.

5º Al final de la guerra Cáceres decide romper su alianza con los campesinos. El Héroe de la Breña entiende que al guerra ha terminado y trata de disputar con Iglesias la presidencia. Ya los campesinos no le son necesarios. Lo que requiere para llegar el poder es ganarse el apoyo de los terratenientes, ya no de los indios. Ahora los gamonales presentan algunas reivindicaciones básicas en ese momento: uno, el desarme de los campesinos; y dos, la recuperación de las haciendas invadidas. Desde este momento la conciencia del campesinado se va a convertir en antiterrateniente.

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La Guerra del Pacífico: la campaña de Lima y la resistencia en la sierra

Los chilenos entendieron que la única forma de seguir presionando al Perú para que firmara la paz era invadiendo Lima. De esta forma, el enemigo emprendió lo que se llamaría la “Campaña de Lima”. El dictador Piérola tuvo que organizar, o mejor dicho improvisar, la defensa de la capital apelando a las milicias urbanas. Es decir, la defensa estuvo a cargo no solo de lo que quedaba del ejército sino de la población civil, gente de todas las edades y ocupaciones. Decenas de hacendados de la sierra con sus campesinos llegaron a apoyar la campaña. Se logró reunir unos 20 mil hombres.

Los chilenos desembarcaron al sur de Lima (Lurín) con 26 mil efectivos debidamente armados. Piérola entonces decidió organizar dos líneas de defensa. Una, la llamada línea de San Juan, partía del Morro Solar Chorrillos y se proyectaba hasta lo que hoy es Monterrico; la otra, se instaló desde las afueras de Miraflores hasta la altura de Surquillo.

Con las derrotas en las líneas de San Juan y Miraflores, incluidos el incendio de Chorrillos y la ocupación de Lima por el ejército chileno (enero de 1881) culmina, formalmente, la guerra. Porque perder la capital, ver ocupados y saqueados los principales edificios públicos (Palacio de Gobierno, ministerios, oficinas de administración o Biblioteca Nacional, por ejemplo) y tener un ejército diezmado es suficiente como para decir que la derrota era un hecho concreto y verificable. Además, no había gobierno. Piérola se había trasladado a Ayacucho formando un gobierno con casi nulo alcance o aceptación nacional.

Pero a pesar de lo esperado por el invasor el conflicto se prolonga, principalmente por la tenaz resistencia de Andrés A. Cáceres en la sierra con la llamada “Campaña de la Breña”. Antes, un cabildo abierto en Lima había elegido al abogado y político Francisco García Calderón como presidente ante el fracaso militar y retiro de Piérola. Su gobierno, cuya sede fue el pueblo de Magdalena (hoy Pueblo Libre), tuvo como objetivo seguir intentando conseguir un préstamo en Francia para evitar la cesión de Tarapacá. Los chilenos se cansaron de negociar con él un tratado pues el “Presidente de la Magdalena” no aceptaba firmar la paz con entrega de territorios. Finalmente, García Calderón, junto a su familia, fue llevado prisionero a Valparaíso.


Francisco García Calderón, el “Presidente de la Magdalena”

A la resistencia de Cáceres también se sumaron el general Miguel Iglesias, en la sierra norte, y el contralmirante Lizardo Montero, en la costa norte. Este último, como vice-presidente de García Calderón, intentaba continuar con el “Gobierno de la Magdalena”. El escenario era demasiado confuso: los chilenos no sabían con quien podían firmar la paz.

En la sierra central, territorio no conocido ni dominado por el enemigo, Cáceres llevó a los chilenos con la intención de cansarlos y prolongar la guerra hasta derrotarlos. Sus primeros triunfos, con la ayuda no tanto de los hacendados sino de los campesinos de la región, parecieron darle la razón: Pucará (5 de febrero de 1882), Marcavelle, Pucará II y Concepción (9 de julio).

Pronto, sin embargo, la situación le fue cambiando a Cáceres. Muchos terratenientes del valle del Mantaro empezaron a aceptar cupos de guerra a los chilenos y pedirles la protección de sus haciendas ante el peligro de un eventual levantamiento del campesinado indígena. Este colaboracionismo con el invasor, aparte de censurable, exacerbó aún más el ánimo de los campesinos que apoyaban a Cáceres.

Finalmente, con la derrota de Huamachuco (10 de julio), donde algunos terratenientes ayudaron en el “repase” de los indios, significó el fin de los planes de Cáceres, no tanto por querer abdicar en la lucha como por la actitud que tomó Iglesias en el norte. Pero Cáceres no se dejó vencer. Con lo que quedaba de su ejército viajó hacia Ayacucho para reorganizar la resistencia. La empresa, sin embargo, no llegó a realizarse.

En efecto, luego de la derrota de Cáceres, en Cajamarca, Miguel Iglesias lograba un importante triunfo en la batalla de San Pablo (13 de julio). Autoproclamado presidente en su “Manifiesto de Montán” llamó al país a firmar la paz bajo cualquier condición. De esta manera, Iglesias formaba un nuevo gobierno y, en calidad de vencedor en San Pablo, empezaba a ganar numerosas adhesiones.


Grabado que muestra el “repase” luego de la batalla de Huamachuco

Fotografía que muestra el lugar donde fue fusilado Leoncio Prado luego de la batalla de Huamachuco

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La Guerra del Pacífico: la campaña del sur

El escenario de la guerra se trasladó ahora a las provincias del sur. En ellas, Chile quería capturar el salitre peruano de Tarapacá de donde se extraía el 50% del total del nitrato de la región. Los chilenos, al dominar el mar, estaban en ventaja pues las tropas peruanas y bolivianas debían llegar a Tarapacá atravesando extensas zonas desérticas.

Lamentablemente, nuestras tropas perdieron en las batallas de Pisagua (2 de noviembre de 1879) y San Francisco (19 de noviembre). Luego, lograrían la victoria parcial de Tarapacá (27 de noviembre) que no cambió el curso de los acontecimientos pues las fuerzas chilenas igualmente ocuparon el litoral del sur ante el retiro de las tropas aliadas por falta de provisiones y pertrechos.

El curso de la guerra demostraba la superioridad del enemigo y la urgencia en adquirir armamentos, especialmente un buque blindado que la opinión pública ya había bautizado con el nombre de “Almirante Grau”. Los esfuerzos resultaron infructuosos por las gestiones chilenas que trasladaban el conflicto al ámbito diplomático europeo, con la directa complicidad de la Gran Bretaña.

Una colecta nacional había recaudado cerca de 200 mil libras esterlinas y el comisionado Julio Pflucker y Rico viajó a Europa con los fondos a negociar la compra de la nueva nave y algunas cañoneras. Nunca se pudo adquirir el blindado y las cañoneras que se mandaron a construir en el puerto de Kiel (Alemania) con los exóticos nombres de “Diógenes” y “Sócrates!; quedaron embargadas hasta el término de la guerra.

En Lima, la situación se volvía desesperante por la lentitud de las gestiones en Europa. Fue este el motivo por el cual el presidente Prado decidió abandonar el país y viajar a Europa a fin de acelerar las operaciones. Se valió del permiso que el Consejo de Ministros le había otorgado para salir del territorio durante la guerra, suponiendo eventuales traslados al territorio boliviano o chileno, a este último en caso que los aliados resultaran vencedores en el conflicto.

La historia ha censurado el viaje de Prado no por la calumniosa versión de que se llevó el dinero. Es necesario mencionar que por esa época ya existían bancos y operaciones para trasladar fondos. Prado sólo contó con 3 mil libras esterlinas que le entregó el ministerio de Hacienda para sus gastos de viaje en calidad de presidente.

La censura es por haber abandonado al país en medio de una guerra, tal como lo señaló en su momento el historiador Clements Markham: El general Prado vio los desastres inevitables que eran inminentes y concibió la esperanza de evitarlos obteniendo ayuda en dinero o en material o como intervención, de Europa o Estados Unidos. No hay razón para suponer que estuvo impulsado por motivos menos valiosos. Pero nada puede excusar esta súbita deserción de su puesto. Como si esto fuera poco, Prado dejó en su puesto al vicepresidente Luis La Puerta, un anciano enfermo y casi reblandecido, que agravó aún más la posición del país. La situación entonces fue aprovechada por el caudillo civil Nicolás de Piérola, quien hizo un golpe de estado (23 de diciembre) y se proclamó Dictador. Inmediatamente privó a Prado de sus derechos como ciudadano peruano y lo condenó a la degradación pública.

En Bolivia, también la situación política era desesperante. El presidente Daza, responsable directo del conflicto y pésimo militar en el campo de batalla, censurado por la opinión pública en su país, fue destituido y fugó a Europa. El general Narciso Campero tuvo que aceptar la presidencia de un país pobre, sin capacidad militar e involucrado en un conflicto del que había que retirarse lo más pronto posible.

Tras estos dramáticos cambios de gobierno la campaña terrestre continuó por las provincias de Tacna y Arica. Las tropas chilenas desembarcaron con 15 mil soldados al mando de Manuel Baquedano y tomaron la ciudad de Moquegua. La idea del enemigo era aislar a las fuerzas aliadas al mando del peruano Lizardo Montero y del coronel boliviano Eliodoro Camacho de sus centros de aprovisionamiento, es decir de Lima o Arequipa.

Luego vinieron dos enfrentamientos, ambos derrotas aliadas, en Cerro de Los Angeles (22 de marzo de 1880) y Alto de la Alianza (26 de mayo). En esta última, en donde participó el presidente boliviano Campero, hubo gran cantidad de bajas entre los aliados. A partir de esta derrota, los bolivianos trataron de arreglar una salida “decorosa” al conflicto y solucionar su crisis interna. Ahora el Perú quedaba prácticamente solo ante Chile que capturó Tacna y se preparaba para asaltar Arica.

Finalmente, a pesar de la valentía de Francisco Bolognesi y del arrojo de Alfonso Ugarte, el Perú fue derrotado en Arica (7 de junio) y todas las provincias del litoral sureño quedaban en poder de Chile. Este era el momento de negociar un tratado de paz pues a los chilenos sólo les quedaba entrar a Lima. El Callao ya estaba bloqueado desde abril de 1880.

Mientras tanto, el inescrupuloso Patricio Lynch, ante el hundimiento por parte del Perú de las naves chilenas Loa y Covadonga, incursionaba por medio del pillaje por los valles cercanos a Lima. Su objetivo era destruir muelles, ferrocarriles y edificios públicos e imponer cupos de guerra en dinero y especies a los pobladores, pudientes o no, bajo pena de destruirle sus propiedades.

Para cualquier observador era fácil deducir que el Perú no podía seguir con éxito la guerra y los Estados Unidos tomaron la iniciativa para negociar un tratado de paz a bordo de un buque de bandera norteamericana, el “Lackawanna”, que se encontraba fondeado en Arica. En él se reunieron representantes de los tres países en guerra. Chile exigió las provincias de Antofagasta y Tarapacá reclamando, además, la suma de 20 millones de pesos por indemnización de guerra.

El Perú no aceptó la paz con cesión territorial y las negociaciones fracasaron. Ante esto el ministro norteamericano que presidía las reuniones dijo: Me parece oportuno, así como a mis colegas, hacer constar aquí que el gobierno de los Estados Unidos, no busca los medios de hacerse árbitro en esta cuestión. El cumplimiento estricto de los deberes inherentes a tal cargo le ocasionaría mucho trabajo y molestias; y aunque no dudo que mi gobierno consentiría en asumir el cargo, en caso que le fuese debidamente ofrecido, conviene se entienda claramente, que sus representantes no solicitan tal deferencia.

Lo cierto es que el Perú buscaba una intervención más decidida o clara de algún país europeo o de los Estados Unidos para detener la guerra y negociar en Francia un préstamo para evitar la pérdida de Tarapacá y ofrecer a Chile una cantidad suficiente como indemnización de guerra. Estas intenciones, que al final fracasaron, serían la causa por la cual el conflicto se prolongó hasta 1883.


Fotografía de la Campaña de Arica

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La Guerra del Pacífico: los inicios del conflicto y la campaña marítima

Tan pronto se hizo conocida la noticia en Lima y el resto del país, creció la efervescencia popular que mostraba un inusitado espíritu de solidaridad con Bolivia y un gran sentimiento contra Chile. Al mismo tiempo, el gobierno de M.I. Prado creaba una contribución de guerra que afectaba a todos los peruanos, ordenaba la expulsión de ciudadanos chilenos del territorio y daba leyes autorizando la compra de buques modernos sin saber realmente de dónde iba a salir el dinero para tal adquisición.

En la opinión pública funcionaban estímulos diversos. Para unos el recuerdo del triunfo en el Callao al frente a la Escuadra Española en 1866, era una invitación a la gloria. Otros seguían pensando que el Perú aún gozaba de la tradición de vigilar o moralizar la vida internacional sudamericana, que el avance chileno era una amenaza contra nuestra provincia salitrera de Tarapacá y que de no apoyarla, Bolivia podía aliarse con Chile en contra nuestra. Los diarios de la época cerraban filas en favor de la guerra. El Comercio tuvo que sumarse a esta corriente, a pesar que al desatarse la crisis entre Chile y Bolivia aconsejó prudentemente la neutralidad del Perú.

Hubo, sin embargo, algunos que no compartían ese iluso entusiasmo como el propio Prado. Para el presidente el conflicto debió haber sido la más pavorosa de las tragedias. Era un conocido amigo de Chile, país al cual lo unían vínculos personales, incluyendo al propio presidente Aníbal Pinto; en cambio, nada lo unía con Bolivia. Además, nadie mejor que él conocía la situación militar del Perú. Por esos días, el canciller boliviano, de visita por Lima, le oyó decir: El Perú no tiene armas, no tiene ejército, no tiene dinero, no tiene nada para la guerra.


El general Mariano Ignacio Prado, presidente del Perú

La campaña marítima: Era lógico para cualquier observador que el descenlace del conflicto se resolvería en el mar, y en ese aspecto la superioridad chilena era abrumadora por la presencia de sus blindados gemelos, los acorazados Almirante Cochrane y Blanco Encalada, ambos de 3.650 toneladas y construidos en Inglaterra en 1874. A estas embarcaciones se sumaban las corbetas Chacabuco y O’Higgins, ambas de 1.670 toneladas; los buques de madera Esmeralda (850 toneladas), Covadonga (600 toneladas), Magallanes (800 toneladas) y Abtao (800 toneladas); y más de quince transportes entre los que destacaban el Rímac y el Matías Cousiño. Los oficilaes de estas naves se había entrenado en el extranjero y su marinería, desde tiempo atrás, estaba eficientemente preparada.

La flota peruana estaba compuesta por el monitor Huáscar (fabricado en Inglaterra en 1864 y de 1.100 toneladas) y la fragata Independencia (construida en 1865 y de 2.004 toneladas), nuestra mejor nave. Pero ambas eran demasiado obsoletas para competir con las del enemigo. Completaban la flota la corbeta de madera Unión de 1.150 toneladas y los viejos monitores Manco Cápac y Atahualpa que, por estar deteriorados, permanecieron anclados en el Callao y Arica sirviendo como baterías flotantes. Nuestros transportes eran el Chalaco, la Oroya, la Limeña y el Talismán. La marinería tuvo que improvisarse pues años antes la Escuela de Grumetes fue cerrada por las dificultades económicas del país.

Esta desventaja se agravó cuando en el Combate de Iquique (21 de mayo de 1879) el Huáscar y la Independencia ingresaron a la bahía de Iquique a romper el bloqueo puesto por la Esmeralda y la Covadonga. Poco después de iniciado el combate la improvisación peruana culminó con la pérdida de la Independencia, que encalló en unas rocas al sur de Iquique tratando de capturar a la Covadonga que se escapaba. Así perdíamos nuestra mejor embarcación, a pesar del meritorio hundimiento de La Esmeralda (capitaneada por Arturo Pratt) por parte del monitor Huáscar, comandado por Miguel Grau. Con esa pérdida Chile no comprometía el poderío de su escuadra y el heroísmo mostrado por Prat y sus compañeros los alentaba a buscar la venganza.


Arturo Prat, máximo héroe de la marina chilena

Desde ese momento la suerte estaba echada. A Grau sólo le quedaba rehuir el combate y esperar que el gobierno le comprara unas granadas, las palloissier, únicas capaces de perforar las naves enemigas. Su astucia y valentía le permitió al Perú prolongar la fase marítima por algunos meses. Grau al mando del mítico Huáscar, y con la ayuda de La Unión, logró penetrar al litoral enemigo, bombardear algunos puertos y capturar el transporte chileno Rímac. Las incursiones de Grau despertaron muchas dudas y provocaron fuertes críticas en Santiago a su estado mayor del ejército.

Sin embargo, la situación no podía prolongarse, y en cualquier momento el Huáscar podía toparse con el Almirante Cochrane y el Blanco Encalada. Ese momento llegó en la Punta de Angamos. Las que nunca llegaron fueron las granadas que Grau pedía con tanta insistencia y desesperación. La falta de dinero, la improvisación del gobierno ante la guerra y las gestiones de la diplomacia chilena en Europa para bloquear cualquier compra de armamentos para el Perú fueron también factores que determinaron la derrota final en el mar y en los siguientes escenarios del conflicto.

El 8 de octubre de 1879 se libró el célebre Combate de Angamos donde el Huáscar se enfrentó solo al Cochrane, al Blanco Encalada, al Matías Cousiño, al Loa, al O’Higgins y a la Covadonga. Casi al inicio un explosivo destruyó la torre del Huáscar donde se encontraba Grau, aunque luego de casi tres horas de combate el enemigo capturó nuestra nave pesar del intento de sus tripulantes en hundirlo.


La punta de Angamos

En Angamos el Perú perdió a Grau, su máximo héroe, perdió a su nave más preciada, el monitor Huáscar, y allí también perdió la guerra. Desde Londres, el prestigioso Times comentaba la campaña de Grau y su nave así: El Huáscar es un buque histórico… Ha figurado en todos los combates navales en el curso de la guerra: ha bombardeado las poblaciones de los chilenos (sólo las fortificadas), perseguido y capturado los buques de transportes, y ha sido por varios meses el terror de la costa chilena. Al mando de un hábil y valiente oficial y tripulado por hombres excelentes, el Huáscar ha sido siempre un formidable. Ahora el espanto era la amenaza de la invasión próxima; el mar y nuestro litoral quedaban libres para Chile.
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La Guerra del Pacífico: la mediación peruana

Al conocerse en el Perú la ocupación chilena de las salitreras bolivianas, la noticia provocó la entusiasta adhesión de la opinión pública en favor de una inmediata ayuda al vecino humillado y se le exigió al entones presidente, el general Mariano Ignacio Prado, una respuesta rápida, casi de castigo a los chilenos.

Pero el Presidente, más cauto y conocedor como pocos de nuestra inferioridad militar prefirió la negociación. El llamado para efectuarla fue el experimentado diplomático José Antonio de Lavalle, a quien se le encomendó viajar inmediatamente a Santiago y utilizar todos los caminos posibles para evitar la guerra. Los historiadores chilenos sostienen que Lavalle tuvo como único objetivo ganar tiempo para que el Perú terminara de armarse.

Lavalle confiesa en sus “Memorias” que nunca supo la existencia del tratado de 1873, y refiriéndose a su amistad con Manuel Pardo y a sus conversaciones con él cuando estuvo de paso por Lima por esos años, afirma: con el señor Pardo apenas tuve en esos días ocasión de hablar privadamente… Recuerdo sí que una vez estando a su mesa y delante de varias personas, llamé su atención sobre los blindados chilenos que había tenido ocasión de ver en Londres y sobre la inferioridad naval en que ellos nos colocaban respecto de Chile, replicándome Pardo: Yo también he hecho construir ya dos blindados que se llaman el Buenos Aires y el Bolivia. De esto a comunicarnos el tratado del 6 de febrero, hay una gran distancia. Lavalle afirma que el tratado fue firmado cuando estaba en misión diplomática fuera del Perú, y que ni el propio presidente M. I. Prado se lo mencionó al momento de ser comisionado a Santiago.


El historiador y diplomático peruano José Antonio de Lavalle

Una vez en el vapor (febrero de 1879) que lo conducía a Valparaíso, Lavalle pasó revista a los documentos que le había entregado la cancillería y descubrió, para su absoluta sorpresa, una copia del tratado secreto. Nunca se lo habían comunicado oficialmente y no podía utilizarlo en sus negociaciones.

Lavalle fue recibido en Chile (4 de marzo) en medio de un ambiente de hostilidad hacia el Perú. Los periódicos señalaban que esta misión era una maniobra de distracción por parte del Perú para ganar tiempo y comprar armas. A pesar de la adversidad, Lavalle pudo entrevistarse con el propio presidente Aníbal Pinto y negociar los términos de un arreglo pacífico (7 y 12 de marzo). Pero se encontró con muchas dificultades, la principal de ellas fue que las autoridades en Santiago sabían de la existencia del tratado de 1873.

Mientras sucedía esto en Santiago, el presidente boliviano Hilarión Daza, irresponsablemente y sin hacer consultas al Perú, le declaraba la guerra a Chile (14 de marzo) reclamando nuestra ayuda en virtud del acuerdo secreto.


Presidente boliviano Hilarión Daza

En Lima, el representante chileno Joaquín Godoy se entrevistó con Prado y le reclamó la neutralidad del Perú. El presidente le respondió que no podía pues Manuel Pardo lo había dejado atado a Bolivia por un tratado de alianza secreta. Súbitamente, Godoy informó lo sucedido a su cancillería. A su vez, en Santiago, el gobierno de Chile le exigía a Lavalle que nos pronunciáramos neutrales a lo que nuestro enviado respondió que haría las consultas pertinentes. Lógicamente su mediación, pese a todos sus esfuerzos, había fracasado.

El gobierno de Chile entonces nos declara la guerra el 5 de abril utilizando como pretexto la existencia del tratado de 1873 (presentado como un complot contra Chile) y nuestra negativa de tomar una posición neutral en su conflicto con Bolivia. Así, el Perú se veía envuelto en una guerra víctima de sus propios errores y que, peor aún, no estaba preparado para ella.


Presidente chileno Aníbal Pinto

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La Guerra del Pacífico: el tratado de “secreto” con Bolivia (1873)

En 1873 Bolivia creyó conveniente firmar un tratado de alianza defensiva con el Perú. La decisión de la cancillería boliviana fue en respuesta a la expedición de Quintín Quevedo, un militar boliviano, partidario de Melgarejo, supuestamente armada y financiada desde Valparaíso en contra del gobierno boliviano de entonces. Se pensaba que un posible respaldo del Perú evitaría en el futuro aventuras de este tipo.

El documento se firmó en Lima el 6 de febrero de 1873. En el texto se puso especial énfasis que el tratado era estrictamente defensivo, obligando a los firmantes a defenderse de toda agresión exterior. En ninguna parte del texto se hizo referencia a Chile. Lo firmaron el canciller peruano José de la Riva-Agüero y el plenipotenciario boliviano Juan de la Cruz Benavente.

Lo censurable estuvo en ser un acuerdo secreto, y la diplomacia chilena se las arregló para conocer su existencia. Incluso a la cancillería de Santiago llegó una copia del tratado. Pero los gobiernos chilenos de entonces, estratégicamente, no lo denunciaron internacionalmente. Definitivamente lo tomaron como una carta secreta bajo la manga que en cualquier momento podían utilizar a su favor.

Los planes de Manuel Pardo, presidente del Perú en 1873, incluían a la república de Argentina, que debía sumarse a la alianza secreta. Quería aprovechar una disputa argentina-chilena sobre unos territorios en la Patagonia. Pardo veía en Argentina una aliada natural. Pero esta inclusión nunca llegó a realizarse pues el congreso argentino analizó detalladamente las posibilidades militares y políticas de Perú y Bolivia, así como una eventual alianza militar entre Chile y Brasil, países con lo cuales Argentina tenía disputas territoriales.

¿Porque firmó el Perú el tratado con Bolivia? Jorge Basadre escribió que se creyó conveniente resguardar las salitreras de Tarapacá, vecinas de las salitreras de territorio boliviano y amenazadas por el avance chileno. La alianza al crear el eje Lima-La Paz con ánimo de convertirlo en un eje Lima-La Paz-Buenos Aires, pretendió forjar un instrumento para garantizar la paz y la estabilidad en las fronteras americanas buscando la defensa del equilibrio continental. Como vemos, el punto de vista de los historiadores peruanos es que el objetivo no fue provocar sino contener a Chile.

De esta forma, quedó unido el Perú a un país como Bolivia, caótico, desprotegido y sin ningún poder militar (ni siquiera tenía escuadra). En efecto, era muy ingenuo por parte del Perú aliarse con Bolivia, un país anárquico en el cual cada gobierno tenía su propia forma de actuar. Sus distintos gobiernos tenían una actitud oscilante y muchas veces contradictoria respecto al Perú o a Chile.


Grabado de pobladores de Atacama, según el viajero A. Bresson (1875)

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La Guerra del Pacífico: antecedentes

En el litoral boliviano, ubicado en el desierto de Atacama, existían importantes yacimientos de salitre o nitrato de sodio. El salitre por esos años era utilizado en la fabricación de explosivos y como abono en la agricultura. El conflicto se inició cuando empresarios chilenos y capitalistas británicos se dedicaron a extraer y exportar a Europa el salitre de Atacama, aprovechando la casi nula presencia del gobierno de La Paz en la zona.

Enterados lo bolivianos, iniciaron la protesta alegando que la incursión chilena era ilegal ya que su territorio se extendía hasta el paralelo 25°S. Pero Chile, sorprendiendo a la diplomacia de entonces, respondió que sus límites por el norte llegaban hasta el paralelo 23°S. No satisfechos los bolivianos siguieron reclamando su derecho hasta que se apoderó del gobierno de La Paz el dictador Mariano Melgarejo.

En en 1866, Melgarejo, influenciado por diplomáticos chilenos, firmó un polémico tratado reconociendo como límites entre los dos países el paralelo 24ºS. Asimismo, convirtió la zona en región económica compartida y estipuló que las ganancias de la explotación del salitre serían repartidas equitativamente por ambas naciones. Tras la caída de Melgarejo en 1871, este “tratado” fue repudiado por la opinión pública de Bolivia. No contaba además con la aprobación del Congreso, requisito sin el cual ningún documento de este tipo tiene validez jurídica. En los años sucesivos el caso se convirtió en un problema delicado que alteraba la paz y el equilibrio en la región.

Fue en este contexto (y por las tensiones entre Chile y Argentina por territorios en la Patagonia) que el presidente de chileno Federico Errázuriz ordenó la construcción, en 1871, de dos buques blindados en astilleros ingleses con la orden de trabajarlos “día y noche”. Sin embargo, paralelamente a tales aprestos militares, Chile inicia un nuevo acercamiento con Bolivia y suscriben otro tratado de límites en 1874. El nuevo documento mantuvo como límite el paralelo 24ºS y Bolivia se comprometió a no aumentar los impuestos existentes sobre capitales e industrias chilenos durante un período de 25 años.

El conflicto se precipitó cuando en febrero de 1878 el presidente boliviano Hilarión Daza estableció un impuesto de 10 centavos por cada quintal de salitre exportado del puerto de Antofagasta. Para los chilenos, Daza estaba violando el acuerdo de 1874. Pero el presidente boliviano (los chilenos argumentan que estuvo instigado por el Perú) insistió y ordenó que la Compañía de Salitres de Antofagasta pagase 90 mil pesos por concepto de derechos adeudados desde la publicación del “impuesto de los 10 centavos”.

Luego Daza amenazó que si los empresarios chilenos no cumplían con el pago, reivindicaba para Bolivia las salitreras detentadas por la Compañía de Salitres de Antofagasta. Anunció, además, que el 14 de febrero de 1879 tendría lugar la venta pública de las propiedades incautadas. Chile rompió relaciones diplomáticas con Bolivia y ocupó militarmente Antofagasta en defensa de los intereses de sus ciudadanos. El Perú ligado a Bolivia por un “tratado secreto” de defensa mutua trató de mediar en un inicio, pero ante su negativa de declararse neutral fue también envuelto en el conflicto desde abril de 1879.


Límites entre Perú, Bolivia y Chile antes de 1789

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La Guerra del Pacífico: introducción

El 5 de abril de 1817 los patriotas chilenos, al mando del general San Martín, lograban su independencia en la batalla de Maipú. Simbólicamente, el 5 de abril de 1879, el congreso de Chile autorizó la declaratoria de guerra al Perú e, inmediatamente, bloqueaba el puerto de Iquique. Así empezaba para nosotros la llamada Guerra del Pacífico, una contienda larga, sangrienta y agobiante.

La guerra estaba perdida, quizás, desde que el Perú quedó en franca desventaja militar frente a Chile cuando, en 1874, el presidente Manuel Pardo, por medidas de austeridad debido a la crisis económica, autorizó la reducción de los efectivos del ejército y la marina, y no llevó adelante la construcción de los buques blindados contratados por su antecesor José Balta. De esta manera, los gobernantes de entonces no previeron los planes expansionistas de Chile que desde 1836, según palabras de su ministro Diego Portales, reclamaba que la gran vocación internacional de Chile debía ser el mar, porque siendo un país marino debía orientar toda su política exterior a un control comercial del Pacífico sur. Para ello, eran vitales una gran marina mercante y una poderosa marina de guerra. Tampoco se tuvo en cuenta la advertencia que hiciera Ramón Castilla quien, analizando el comportamiento de los gobiernos chilenos, llegó a proponer que si Chile construye un buque, el Perú debe construir dos. De otro lado, la derrota no sólo se debió a nuestra condición militar sino también, como lo escribió alguna vez Jorge Basadre, al desorden político, al abismo social y al despilfarro económico del siglo XIX que convirtieron tan vulnerable al Perú.

Las causas del conflicto armado entre Perú, Bolivia y Chile fueron básicamente económicas: el control del salitre. De un lado estuvo Chile, intentando apoderarse de un rico territorio salitrero en el desierto de Atacama que en el derecho internacional no le pertenecía; y del otro, Perú y Bolivia, intentando, dramáticamente, de defenderlo.

Pero como veremos más adelante, esta situación no fue circunstancial. El control territorial del Atacama estuvo, desde los inicios de la explotación salitrera, en manos de empresarios chilenos y capitales británicos. La distancia geográfica, la anarquía política y la endémica crisis económica hicieron que el control peruano y boliviano sobre su riqueza salitrera fuese solo nominal o incluso inexistente en el caso de Bolivia.

Para el Perú, la guerra terminó completando la destrucción del país que había iniciado la crisis económica de principios de la década de 1870. En 1879 el sistema bancario peruano estaba quebrado y la agricultura, la minería y el comercio sobrevivían a duras penas. Las tropas chilenas arruinaron la economía, pusieron en evidencia la fragilidad del sistema político peruano, reverdecieron los antiguos enfrentamientos regionales entre el Norte y el Sur y privaron al país de la vital riqueza salitrera. Luego de firmada la paz en 1883 había que reconstruir el Perú desde los escombros, es decir, casi de la nada.


Mapa del litoral boliviano antes de 1879

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Bibliografìa del siglo XIX peruano

A continuación, les presento una lista bibliográfica muy general sobre el siglo XIX peruano. Mucha de la información que estamos dando en estos días se basa en este material.

AGUILA, Alicia del
(1997) Callejones y mansiones. Espacios de opinión pública y redes sociales y políticas en la Lima del 900. Lima: Pontificia Universidad Católica.
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La “era del guano”: Manuel Pardo y el Partido Civil

Siempre se ha pensado que la fundación del Partido Civil, en 1871, respondió a la necesidad de los civiles de arrebatarle el poder a los militares y una respuesta a la ineptitud de éstos en manejar convenientemente los recursos del guano. Pero esta interpretación resulta parcial. En realidad, demuestra el surgimiento de la primera clase dirigente peruana que elabora un proyecto político nacional, con algunos representantes de las élites económicas e intelectuales de Lima y del interior del país, que permitiera llevar a cabo los cambios requeridos por el país. El civilismo buscó construir un Estado desde la sociedad urbana y apelar a la participación ciudadana para difundir el ideal republicano frente a tantos años de dominio caudillista.

El líder, Manuel Pardo y Lavalle (Lima 1834-1878), como representante de esta élite modernizadora quiso conciliar en política la doctrina con la realidad, y buscó fundar lo que él mismo llamó la república práctica, es decir el orden institucional, para alcanzar el progreso material y la verdadera libertad de los individuos. Pardo había desplegado durante su juventud una intensa actividad intelectual. Uno de sus más notables estudios fue el que publicó sobre Jauja (1863) en el que abogó por la construcción de ferrocarriles que permitiera integrar y articular el país, condición indispensable para alcanzar el desarrollo: Sin ferrocarriles no puede haber progreso material y sin progreso material no puede haber en las masas progreso moral, porque el progreso material proporciona a los pueblos bienestar, y el bienestar los saca del embrutecimiento y la miseria; tanto vale decir que sin ferrocarriles tiene que marchar a pasos muy lentos la civilización. Estuvo, además, entre los redactores de la “Revista de Lima”, vocera de la esta élite intelectual, una suerte de “Mercurio Peruano” de la época. En el campo de los negocios, participó como consignatario del guano, importador y agricultor.

Su vida política fue como una centella: rápida, brillante y trágica. Desde 1865, hasta su muerte en 1878, fue ministro de Hacienda durante la Dictadura de Prado; Director de la Beneficencia Pública de Lima en la época de la terrible epidemia de la fiebre amarilla que asoló la capital; Alcalde de Lima; fundador y jefe del Partido Civil; Presidente de la República y Presidente del Senado.

En las elecciones de 1872, la victoria de Pardo fue clara sobre sus más claros contendores. Pero su triunfo generó fuertes reacciones y absurdas actitudes como la de los hermanos Gutiérrez quienes representaban al sector más intolerante del ejército. Se sublevaron en Lima y trataron de obligar al presidente Balta anular los resultados electorales. Ante su negativa, decidieron asesinarlo lo que exasperó al pueblo capitalino quien capturó y ejecutó públicamente a los insurrectos. De esta forma, se cerraba, trágicamente, una de las páginas más bochornosas de la historia política del Perú decimonónico.

Pardo y los civilistas tomaron oficialmente el mando para el período 1872-1876. En el Congreso, el sector civilista era fuerte pero no lo suficientemente numeroso para controlar a la oposición. Nunca residió Pardo en Palacio de Gobierno. Vivía en su casa particular y allí recibía en audiencia a cualquier ciudadano sin fijarse en su posición social.

Como vimos ayer en este blog, era la situación económica lo prioritario a combatir. Las obras públicas de Balta habían incrementado la deuda externa, ahora imposible de pagar. El gobierno tuvo que recurrir a un fuerte ajuste presupuestal que no fue del agrado de muchos sectores, especialmente del militar. Una de las medidas que se tomó para incrementar los ingresos del Estado fue la nacionalización del salitre de Tarapacá, medida protestada por los particulares que hasta entonces explotaban dicho recurso que, finalmente, no tuvo los resultados esperados.

Otros síntomas de la crisis fue la suspensión del crédito externo, la interrupción de la adquisición de buques y armas, la reducción de los efectivos del ejército, la desaparición de las monedas de oro y plata de la circulación, la inflación de precios, la interrupción de obras públicas, el retraso en el pago de sueldos y montepíos y el aumento de la desocupación. Con el escaso dinero que tuvo, Pardo trató de impulsar la educación primaria declarándola obligatoria y gratuita, y fundó algunas escuelas técnicas. Como vemos, Pardo y el civilismo llegaban al poder para ser testigos casi impotentes de una de las peores bancarrotas que ha sufrido el Perú en su etapa republicana.


Manuel Pardo y Lavalle

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