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Notas sobre la historia del distrito de Miraflores

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El antiguo parque principal de Miraflores

Hacia el año 500 d.C. la zona que hoy ocupa el distrito de Miraflores era dominada por un imponente centro ceremonial y administrativo que hoy llamamos Huaca Pucllana (antes, “Juliana”). Pero lo que vemos hoy es sólo un fragmento (5 hectáreas) de su antiguo esplendor pues se trataba de un sitio que abarcaba una extensión mayor a las 15 hectáreas, y llegaba a lo que es hoy la Bajada Balta. La Huaca Pucllana fue uno de los centros más importantes de la Cultura Lima y dependía del complejo principal de Maranga.

Es importante mencionar que “pucllana” es un vocablo quechua que deriva de pucllay y significa “lugar de juego” que probablemente tenga relación con los juegos rituales o ceremonias religiosas que realizaron los antiguos habitantes de Miraflores en este antiguo adoratorio. Por lo tanto, Pucllana no fue técnicamente una ciudadela sino un centro ceremonial donde residía una elite sacerdotal. Desde allí, esta elite ejercía poder hacia la zona del valle que le correspondía. El recinto está hoy bien conservado y puesto en valor por un Patronato y la municipalidad del distrito (donde incluso se celebran espectáculos culturales y funciona un conocido restaurante).

Posee dos zonas bien diferenciadas: la Gran Pirámide escalonada de 22 metros de altura y sus plazas (que servía como lugar de culto) y una parte baja formada por plazas con banquetas (reservada para actividades cotidianas o al trato directo con los ayllus circundantes). El conjunto arqueológico cuenta con un museo de sitio y una zona de talleres y seminarios. Tras 20 años de excavaciones, los arqueólogos han recuperado textiles, cerámica decorada con diversos colores y restos de maíz, frijol, pallar, chirimoya, pacae, alpacas, llamas, cuyes, patos, peces y moluscos de nuestro litoral. Últimamente, la arqueóloga Isabel Flores dio a conocer el hallazgo de una momia sin cabeza; con el fardo, se hallaron tejidos en buen estado de conservación. Uno de los mayores ataques que recibió esta huaca ocurrió el 5 de enero de 1855 cuando se celebró, a sus pies, la batalla de La Palma entre los entre los ejércitos seguidores de Castilla y Echenique, en el contexto de la guerra civil entre liberales y conservadores.

Miraflores durante el Virreinato: mercedarios y dominicos.- La historia de Miraflores, durante los años del Virreinato, está muy ligada a la Orden de La Merced. Los mercedarios recibieron las tierras de San Miguel de Surquillo, ocupadas por los indios yaucas, quienes inicialmente estuvieron encomendados a Antonio Solar. Los frailes convirtieron estos territorios, bañados por el río Surco, en pueblo-doctrina y luego en viceparroquia que dependió, primero, de Surco, y, luego, de Magdalena.

Con el tiempo, las tierras de San Miguel de Surquillo se dividieron entre Surquillo y Miraflores. El límite, al parecer, era la “guerta de Zurquillo”, ubicada en lo que es hoy el cruce de la avenida Alfredo Benavides y Paseo de la República. Los mercedarios, al parecer, se desprendieron de las tierras de Miraflores a inicios del siglo XVIII cuando, en una operación que no ha quedado clara, la propiedad pasó al Sargento Mayor don Manuel Fernández Dávila, vecino de Lima pero nacido en Toledo (España). Se sabe que este militar era benefactor no solo del Convento de La Merced sino de hospitales, monasterios y gente menesterosa. Es probable que por estas “operaciones” se viera beneficiado con las tierras de Miraflores. Lo cierto es que Fernández Dávila amplió el área cultivable de Miraflores y la orientó hacia los acantilados.

De otro lado, los indios del lugar habían alcanzado una relativa autonomía porque compartían el agua con la familia Fernández Dávila. En lo sucesivo, los indios se irían desprendiendo poco a poco de sus chacras en favor de particulares, proceso que duraría entre finales del XVIII e inicios del XIX cuando aparecieron nuevos dueños en la zona. Fue así que llegaron el los comerciantes Francisco de Ocharán y Mollinedo y Francisco de Armendáriz y Pita, y el alto burócrata Juan José Leuro y Carfanger; todos formaron sus chacras o fundos.

La otra orden religiosa vinculada a lo que es hoy Miraflores fue la de Santo Domingo. A los dominicos se les entregó una parte de los indios del Santiago de Surco, los que moraban en la parte más occidental y noroeste del valle de Surco. De allí surge la hacienda Santa Cruz, con límites aún imprecisos porque llegaban hasta el acantilado, donde desembocaba el río Huatica, hoy a la altura de Marbella. Luego, a esta propiedad se le agregó la diminuta hacienda de La Chacarilla, ubicada donde hoy está parte del distrito hoy parte de San Isidro. Así nació la extensa propiedad Chacarilla de Santa Cruz o Santa Cruz y Chacarilla, regada por las aguas del río Huatica, que dieron, luego, origen al barrio de Santa Cruz, hoy en Miraflores. En 1806, fue comprada por José Antonio de Lavalle y Cortés, para su hijo Simón, al colegio Santo Tomás de Aquino de la Orden dominica. Su principal cultivo eran los cañaverales, con mano de obra esclava. Durante el siglo XIX, la hacienda pasó por diversos propietarios hasta que llegó a manos de Adriano Bielich, quien tuvo que entregar parte del terreno a la Empresa del Transporte Eléctrico de Lima y Chorrillos para la construcción del tranvía, en la actual Vía Expresa. Luego pasó a los hermanos Gutiérrez, y, en la década de 1920, como parte del distrito de Miraflores, se empezó a urbanizar en lo que son hoy las avenidas Dos de Mayo, Comandante Espinar y José Pardo para la “alta” mesocracia; la zona más “popular” quedó para lo que hoy son las avenidas Mendiburu y La Mar. Otra zona netamente residencial fue la que hoy corresponde a Dasso, Cavenecia, Pardo y Aliaga y la zona donde hoy está la Clínica Angloamericana y el Óvalo Gutiérrez.

La Independencia y el siglo XIX.- Cuando llegaron los años difíciles de la guerra por la emancipación de España, a la altura de lo que es hoy el “Óvalo”, se reunieron los representantes del virrey Joaquín de la Pezuela y del libertador José San Martín para discutir la posibilidad de declarar la independencia del Perú: la “Conferencia de Miraflores”. Luego de culminada la guerra con los realistas, durante la temprana República, Miraflores se fue convirtiendo en un pueblo con una iglesia “pequeña pero vistosa” y un vecindario compuesto, en 1839, por 18 blancos y/o mestizos y 121 indios que se dedicaban a la agricultura.

El 2 de enero de 1857, el presidente Ramón Castilla promulgó la ley aprobada la formación del Registro Cívico. Es así como, en conformidad con la Ley Orgánica de Noviembre de 1856, Miraflores nace como distrito, quedando bajo su jurisdicción los fundos de Balconcillo, Barboncito, La Palma, Conde San Isidro, Lince, Limatambo, Santa Cruz, Chacarilla y Armendáriz, así como las tierras de Leuro y Ocharán y las chacritas de San Francisco y Mengoa. Sus extensas tierras rurales se desplegaban en torno a un pueblo todavía pequeño pero cargado de tradición. Eran años tranquilos que no se alteraron con la construcción del ferrocarril de Lima a Chorrillos, inaugurado un año antes de la creación del distrito. Otra vía de acceso a Miraflores era el camino antiguo, donde hoy está la avenida Arequipa. Por aquí se entraba a la villa, un lugar tranquilo de jardines y grandes huertas. Cuando se ingresaba, se veían los ranchos típicos del XIX, como el del gran mariscal Mariano Necochea y el de la condesa de Fuentes Rosales, hoy lamentablemente desaparecidos. Miraflores tenía apenas tres grandes calles; la que más destacaba era la Alameda (hoy avenida Ricardo Palma), con hermosos jardines y grandes ficus. En 1873 se refaccionó la antigua iglesia. Toda esa quietud se acabó en 1881, cuando sus escasos pobladores tuvieron que tomar el fusil para defenderse del ataque chileno.

La guerra con Chile y la batalla de Miraflores.- Tras la derrota de San Juan y el incendio de Chorrillos vino la batalla de Miraflores el 15 de enero de 1881, último intento de frenar el avance chileno sobre la Capital. Sin embargo, una vez más, un cúmulo de errores y de incapacidades en el mando político y militar condujeron a la derrota: tropas inexpertas, armadas con fusiles y municiones de diversos calibres. Nuevamente en Miraflores se hicieron patentes los claroscuros del Perú en la guerra. Junto a gallardos y ejemplares actos de arrojo, coraje y patriotismo, hubo grupos en los que el desorden y el desaliento hicieron presa. Frente a abogados, médicos, artesanos, ingenieros, alumnos de San Marcos, bomberos, vecinos de Miraflores e inclusive niños (como el héroe Manuel Bonilla), que lucharon estoicamente hasta empuñar la última bayoneta, no hubo una autoridad que supiera ordenar, disponer o dar ejemplo. Es triste decirlo, pero esa fue la verdad. Varias calles o avenidas del distrito llevan el nombre de los que cayeron o lucharon heroicamente defendiendo no solo Miraflores sino el Perú: Manuel Fernando Bonilla, Ramón Ribeyro, Narciso de la Colina, Juan Fanning, diego Ferré, Belisario Suárez. Para esta batalla, hubo varios reductos, desde el mar hasta Monterrico, pero sólo tres, el que se ubicaba en el malecón (Reducto Nº 1), el de Miraflores (Reducto Nº 2) y el situado en el fundo La Palma (Reducto Nº 3, hoy Surquillo), fueron los que llevaron el peso del ataque chileno.

El Parque Reducto.- El Reducto Nº 2, considerado santuario histórico, ubicado en la cuadra 9 de la avenida Benavides, es hoy un parque de 20 mil metros cuadrados, declarado monumento nacional en 1944 por iniciativa del entonces alcalde de Miraflores, Carlos Alzamora. Fue uno de los bastiones desde donde los vecinos miraflorinos, armados como soldados, defendieron su cuidad. Hoy se aprecia el baluarte revestido con canto rodado y dos cañones de la época. También están los bustos de los combatientes Carlos Arrieta, Pedro Silva, Juan Fanning y Ramón Vargas Machuca, y un monumento al general Andrés A. Cáceres.

Asimismo, se ha levantado un Museo de Sitio (inaugurado en 1994) en el que se aprecian uniformes y armas de la guerra con Chile. Se trata de una casona copia fiel de la antigua estación de tren que existió en Miraflores, a la altura de lo que es hoy el cruce de la Vía Expresa con Ricardo Palma. El tren y el vagón que vemos afuera datan de principios del siglo XX y fueron traídos desde Cusco. En la primera planta funcionan las oficinas administrativas y una sala para exposiciones temporales; en la segunda, hay un par de salas, una dedicada a muestras temporales y otra que guarda lo más significativo del Museo de Sitio. Son las reliquias de la guerra: el uniforme original con el que combatieron nuestros soldados y armas peruanas y chilenas usadas durante la batalla, como espadas, rifles y revólveres Smith & Wesson; también se aprecia fotografías de los principales héroes de Miraflores. Citamos, finalmente, una maqueta que muestra la disposición de ambos ejércitos durante la batalla.

Creemos que lo más significativo de este parque es que ha trascendido su significado histórico y hoy se ha convertido en un interesante espacio vivo de esparcimiento y cultura. Los miraflorinos van de paseo, los turistas toman fotos, hay cursos de vacaciones útiles en los meses de verano para lo niños y adolescentes, hay actividades de relajación para adultos mayores (tai chi) y una feria de productos ecológicos u orgánicos los fines de semana.

Miraflores entre el siglo XIX y el XX.- Luego del conflicto, llegan a Miraflores más propietarios como los italianos Domenico Porta y Francesco Priamo. A finales del siglo XIX, su estrecho territorio urbano lindaba, por el Norte, con los terrenos del Fundo Surquillo y, por el Poniente, con la calle Bellavista; al Oriente con los rieles del ferrocarril a Lima y, al Sur, apenas aparecían las dos primeras cuadras de Larco y Porta. El Municipio, por su lado, se esforzaba en urbanizar las tierras colindantes a la Alameda. No había aumentado mucho la población, pues según un censo de 1898, era de 636 habitantes. La playa, por su lado, estaba unida al pueblo por la pintoresca bajada Balta, y para llegar a Barranco había una gran alameda de ficus.

El gran cambio se anunció a inicios del siglo XX cuando se abrió la avenida Leguía, proyectada por el arquitecto Augusto Benavides en tiempos de la Presidencia de José Pardo, e inaugurada por el líder de la Patria Nueva en 1921, con motivo del Centenario de la Independencia. La apertura de este nuevo camino atrajo a muchos vecinos de Lima a esta ciudad, buscando casa propia y un nuevo estilo de vida. De otro lado, por la avenida de la Magdalena (hoy Pérez Araníbar), que enlazaba con la avenida del Ejército a través de las tierras del fundo Santa Cruz, la gente acudía con vehículos motorizados a Miraflores. El tranvía, por su lado, era otro nexo entre Miraflores y la Capital. Otro factor que impulsó el urbanismo en Miraflores es que, entre 1903 y 1905, el Municipio emprendió obras de saneamiento u ornato; por ejemplo,

Miraflores ya contaba con instalación del agua potable y desagüe, alumbrado con gas incandescente, aceras pavimentadas locetones de cemento, jardines públicos bien arreglados. Pronto vendrían un nuevo mercado, una comisaría urbana, la prolongación hacia el mar de la Alameda, la plantación árboles en la avenida Colina (hoy Alfredo Benavides) y la ornamentación del Malecón.

Cuando se instaló el tranvía eléctrico (1908), el distrito alcanzaba una población de 1,258 habitantes; 10 años después, unos 5,400; y 24,500 a mediados de la década de 1920. Cuando llegó 1930, año en que cayó el presidente Leguía, Miraflores ya era una ciudad que había cobrado gran protagonismo a raíz de la expansión urbana de Lima y a la modernización del transporte durante los años de la Patria Nueva. La culminación de la avenida Leguía, hoy Arequipa (1928), y la venta de terrenos inmobiliarios sobre la base de las antiguas haciendas de la zona, hicieron que la antigua “villa” se transformara en una ciudad moderna, con casi 50 mil habitantes. A esto también ayudó la apertura de la avenida José A. Larco en su prolongación hasta los límites urbanos del Sur, en la quebrada de Armendáriz, lo que significó una nueva etapa en su urbanismo.

Cuando asumió la Presidencia de la República el coronel Luis M. Sánchez Cerro, éste pasaba los fines de semana en una casa que le habían prestado unos amigos en la avenida “28 de Julio”: Todos los domingos, el Presidente asistía a la misa dominical en la antigua Iglesia Matriz del Parque de Miraflores. Fue por ello que Miraflores cobró notoriedad nacional cuando el domingo 6 de marzo de 1932, al mediodía, el presidente Sánchez Cerro sufrió un ataque contra su vida en la puerta Iglesia Matriz. Herido el Presidente, rápidamente fue conducido a la Clínica Delgado, ubicada en la avenida Angamos, para recibir atención médica urgente que pudo salvarle la vida.

Cabe destacar que la creación del distrito de La Victoria (1920) redujo sus límites al desagregarse el fundo Balconcillo. Luego, en 1931, el pujante barrio de San Isidro, restó un nuevo segmento a su jurisdicción, y, en 1949, el barrio de Surquillo se independizó de su gobierno municipal. Respecto a los famosos ranchos miraflorinos, que nos quedan muy pocos, Héctor Velarde comentaba hace algunos años: “Como monumento histórico-artístico Miraflores no presenta sino algunas residencias de su época romántica, caracterizadas por las finezas de sus líneas y su espíritu campestre; pórticos centrales y esbeltas columnillas de madera con cuerpos laterales simétricos, cerrados y de ligeras proporciones”. Otra de las características arquitectónicas de Miraflores son sus históricas y pintorescas quintas entre las que podemos citar las que se ubican a lo largo de la avenida 28 de Julio, en la antigua urbanización Leuro: Quinta Bustos (cuadra 5), Quinta Prado (cuadra 6) y, especialmente, la Quinta Luero (cuadra 8), declarada Patrimonio Cultural de la Nación.

El parque Salazar.- Digan lo que digan, con la construcción del centro comercial “Larcomar”, los miraflorinos perdieron este parque, pues hoy, este tradicional espacio, se ha alterado radicalmente. Fue construido en honor al alférez FAP Alfredo Salazar Southwell (Lima 1913-1937), quien a los 24 años se inmoló en los cielos de Miraflores al preferir enrumbar su avión con dirección al mar, donde hoy se encuentra el parque, para evitar la tragedia que hubiera causado su avión en llamas al estrellarse contra las viviendas de la ciudad. Todo ocurrió, irónicamente, en la mañana del 14 de septiembre de 1937, durante un ensayo previo al desfile aéreo por el Día de la Aviación e inauguración del monumento a Jorge Chávez, en Santa Beatriz, por el presidente Benavides. En 1953 se inauguró el parque y se colocó un monumento a su memoria; la obra fue del escultor húngaro Lajos D’Ebneth. Se trata de una cabeza estilizada de cóndor de 3 metros de altura. La pieza fue trabajada en mármol travertino rosado traído de la sierra central del país, y que es inalterable a las condiciones del aire marino, del sol y del calor. La escultura corona una base de rocas naturales.

La bajada de Armendariz.- El nombre de este emblemático lugar miraflorino, camino casi obligado a la Costa Verde, no viene por el virrey José de Armendáriz, Marqués de Castelfuerte, o por el obispo del Cuzco José Pérez Armendáriz, precursor de la independencia del Perú. Su nombre está asociado a un fundo o chacra que estaba por sus inmediaciones. Hasta hace un siglo se le llamaba “Quebrada de Armendáriz” o “Quebrada de las parras”, por los sembríos de vid de este fundo, colindante con Surco. El extenso fundo “Armendáriz” comprendió también parte de los terrenos de “Ocharán”, “Leuro” y “Hueso”, ubicados en el actual Miraflores, y su historia se remonta al siglo XVIII cuando, en 1766, don Mateo Ninavilca y don Mariano Morales, mayordomos de la Cofradía de la Parroquia del Cercado, cedieron la propiedad a José García Urbanega. Éste, a su vez, en 1780, legó el fundo a don Francisco Armendáriz (comerciante español de origen vasco, recién llegado al Perú), de allí el nombre de la propiedad. Por testamento, el señor Armendáriz legó, en 1808, la propiedad a su hija doña Josefa Armendáriz. Así, el fundo pasó por algunos propietarios más hasta que, a mediados del siglo XIX, llegó a manos de la familia Porta, siendo su última propietaria, antes de que estos terrenos empezaran a urbanizarse, doña María Adriana Porta y Rescio (1897).

El Palacio Municipal.- Su construcción se inició el 31 de diciembre de 1941, a un costo de 536 mil soles de la época, y fue diseñado por el arquitecto Luis Miro Quesada Garland. Es de estilo neo colonial y, como símbolo de unión nacional, el edificio presenta, en lo alto de su fachada, 24 escudos grabados que representan los departamentos del país. Manuel Prado y Ugarteche, presidente de entonces, colocó la primera piedra, y fue inaugurado el 28 de julio de 1944, durante el mandato del alcalde Carlos Alzamora. Tiene cuatro pisos en los que funcionan las oficinas administrativas y otros espacios de atención al público. En la rotonda central del segundo piso, por ejemplo, hay murales de pintores peruanos, como Teodoro Núñez Ureta y Juan Manuel Ugarte Eléspuru, que testimonian la historia del distrito. Asimismo, cuenta con un auditorio y Salón de Actos, que posee óleos de Vinatea Reynoso, Sabino Springett y Alejandro Gonzáles Trujillo. El edificio fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación por resolución del antiguo INC en el año 2000.

La Iglesia Matriz Virgen Milagrosa.- Ubicada en el Parque Central del distrito, fue construida sobre la base de la antigua iglesia y parroquia, llamada San Miguel de Miraflores. Es de estilo neocolonial, su diseño corresponde al arquitecto polaco Ricardo Malachowski y fue culminada en 1939, gracias a los paortes de distinguidas familias miraflorinas como Gildemeister, León, Wells, Álvarez Calderón y Benavides. Aparte de su amplia y estilizada bóveda, su interior cuenta con vitrales que presentan escenas de la vida de Jesús y de algunos paajes bíblicos, fabricados por la conocida casa Gustave-Pierre Dagrant de Francia (la misma que se encargó de los vitarles del Hall de los Pasos Perdidos del Congreso de la República); asimismo tiene imágenes de los santos peruanos Rosa de Lima y Martín de Porres; de Marcelino Champagnat, San José y San Vicente de Paul; finalmente, luce lienzos de del Señor de los Milagros, la Virgen del Carmen y Santa Teresita del Niño Jesús. Al igual que el Palacio Municipal, el templo fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación por el antiguo INC en el año 2000.

El puente Villena.- Su construcción se inició en 1967, cuando era alcalde Mario Cabrejos, en homenaje al ex alcalde Eduardo Villena Rey, quien ocupó el sillón municipal del distrito en 1934, 1937, 1938 y 1939. Su costo total de 8 millones de soles de la época y fue inaugurado en 1968 por el presidente Fernando Belaunde Terry y el alcalde Rafael Sánchez Aizcorbe. Su longitud es de 104 metros y, durante varios años fue lugar favorito en la ciudad para practicar deportes de riesgo (como el puenting), pero también, por desgracia, algunos lo usaban para quitarse la vida. Por ello, hace pocos años, para evitar los suicidios, fue remodelado. A su estructura de concreto se le añadieron 160 planchas trasparentes de policarbonato con protección ultravioleta.

Casa del tradicionalista Ricardo Palma (calle General Suárez 189).- A esta sencilla casona se mudó, en 1913, el tradicionalista con su familia buscando, según dice su biografía, un lugar económico y apacible para residir. Actualmente, gracias fundación “Ricardo Palma” y a la Municipalidad de Miraflores, el visitante puede darse una idea no solo de cómo vivió nuestro famoso escritor sino una familia de clase media miraflorina de principios del XX. No siempre este inmueble fue Casa-Museo, pues hasta 1960, por ejemplo, funcionó aquí una escuela fiscal. Afortunadamente, hoy podemos apreciar cómo se han recreado los ambientes respetando, en la medida de lo posible, el aspecto que tuvo cuando el autor de Tradiciones peruanas residía aquí. Está el cuarto donde falleció, su sencillos muebles y algunas de sus objetos íntimos; incluso, hay enmarcada en una pared la radiografía de una de las manos del escritor, fechada en 1899. También se ha reconstruido el estudio de Palma: está su escritorio y los implementos que utilizó cuando dirigía la Biblioteca Nacional. Otras curiosidades son las fotografías y cuadros que decoran las paredes, como el lienzo original de Teófilo Castillo con la clásica imagen de Ricardo Palma y algunos cuadros de su hija, Renée Palma. Finalmente, la Casa Museo exhibe recortes de diarios, distinciones de Palma y una selección de ejemplares de las Tradiciones peruanas traducidas a distintos idiomas. El inmueble ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Nación.

Casa del arqueólogo Julio C. Tello (calle O’Donovan 115).- Singular casona, con rasgos prehispánicos, construida en 1930 por el “padre de la arqueología peruana”, descubridor de las culturas Chavín y Paracas. Ha sido restaurada y hoy funciona allí un Hotel Boutique de 15 habitaciones. Ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación.

Casa del arquitecto Emilio Hart-Terre (avenida de la Aviación 500).- Diseñada por el famoso arquitecto, entre 1946-1947, es de estilo neo inca y produce la sensación de una fortaleza prehispánica; sin embargo, cunado uno ingresa, cambia radicalmente y se convierte en un convento español, con pileta al centro y arquerías a la manera de portales. Ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación.

Casa del historiador Raúl Porras Barrenechea (calle Narciso de la Colina 368-398 esquina con Alfonso Ugarte).- Es una Casa-Museo en la que se conserva, en custodia y exhibición permanente, tal como lo dispusiera el maestro Porras, todas su mobiliario, pinturas, esculturas, fotografías, recuerdos familiares y personales. Asimismo, se guardan, sus papeles personales, ficheros de investigación, cartas, papeletas, cuadernos y libretas de notas y apuntes, así como publicaciones y textos originales de su producción escrita; también se conservan el Archivo Melitón Porras y parte del Archivo José Gálvez, entregado por sus herederos. La Casa-Museo, finalmente, alberga en su local al Instituto Raúl Porras Barrenechea, al Archivo Porras y al Museo de los Escritores Peruanos y es un polo de la actividad cultural no solo de Miraflores sino de la Capital peruana. Ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación.

El Miraflores de Mario Vargas Llosa.- Cuando uno lee Los Cahorros, La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, La tía Julia y el escribidor o El pez en el agua, muchas de sus páginas nos llevan a Miraflores, el “barrio alegre” de nuestro Premio Nobel. El Parque Salazar, el las calles Diego Ferré y Colón o los viejos cines, como “Leuro” o “Ricardo Palma”, fueron “el corazón mismo del barrio”, como alguna vez escribió Vargas Llosa. En este recorrido, no podemos dejar de entrar a la pequeña quinta “Los duendes”, ubicada en la primera cuadra de la calle Porta, donde fueron a vivir Zavalita y Anita, su esposa. Salvo las inevitables remodelaciones, en líneas generales, la quinta sigue igual a como la describe el escritor “Ahí estaba: la fachada rojiza, las casitas pigmeas alineadas en torno al pequeño rectángulo de grava, sus ventanitas con rejas y sus voladizos y sus matas de geranios”. Cabe indicar que en esta quinta realmente vivieron Vargas Llosa y Julia Urquidi cuando, a fines de los años cincuenta, contrajeron matrimonio. El episodio narrado en el primer capítulo de Conversación en la Catedral, en que el camión de la perrera se lleva a “Batuque”, el perro de Zavalita y Anita, está basado en un hecho similar que le ocurrió al escritor, cuando junto a su esposa vivían en esa Quinta y tenían un pequeño perro del mismo nombre. La pareja de recién casados ocupó el Departamento “D” (entrando el tercero de la derecha). Hoy la Quinta está rodeada de bares y merece que la Municipalidad la ponga en valor.

El barrio de Santa Cruz.- Su historia empieza en 1913, cuando fallece Adrián Bielich, dueño de la Hacienda Santa Cruz. Sus hijos se reparten las tierras y comienzan los primeros trazos de lo que sería la futura urbanización. Un año antes se abría el Camino de la Magdalena, hoy avenida del Ejército. Luego, en la década de 1930, una familia negra, descendiente de peones que trabajaban en la hacienda, dejan la chacra que tenían en lo que ahora es la esquina de Mendiburu y José de la Torre Ugarte y compran otros terrenos cercanos, los cuales, poco a poco, van vendiendo, y se empiezan a construir quintas y corralones que terminarían siendo viviendas de obreros y artesanos, contrastando con los ranchos de los migrantes europeos y algunas familias de clase media miraflorina. En todo este proceso de urbanización se derrumban varias huacas, para construir calles como 8 de Octubre o Manuel Tovar.

El doctor Eduardo Portocarrero, historiador del barrio, que llegó con su familia desde Arequipa en 1937, recuerda: “En el año 37 aquí no había agua potable. El ex presidente Leguía tenía cinco propiedades en las primeras cuadras de la avenida del Ejército. Mi padre gestionó para que de ahí podamos hacer una conexión hasta nuestra casa. Los ranchos tenían pozos y quien no tenía pozos compraba la lata de agua por 5 centavos”. Otro vecino antiguo, el profesor Alfredo Fernández, que vivió desde 1946 en la avenida General Córdova, recuerda que esta arteria tenía, por aquellos años, un camino de tierra por la que pasaba un canal, que ahora está sepultado por el asfalto.

Lo cierto es que en Santa Cruz el proceso de urbanización en esta zona fue lento, en comparación con otras zonas de Miraflores, como San Antonio o el centro del distrito, y la zona era a considerada un “barrio obrero” y de gente humilde, sin oficio conocido y hasta peligrosa: “Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas” (Julio Ramón Ribeyro). Así empieza uno de los cuentos más emblemáticos y crudos de la literatura peruana. Por ello es que caminando por las calles de Santa Cruz, uno se imagina de dónde salían esos “gallinazos sin plumas” que recogían basura de la calle o de la playa para darle de comer al cerdo de su abuelo. El relato de Ribeyro nos demuestra que Santa Cruz era la otra cara de Miraflores, no el barrio pituco de “hijitos de papá” que narró Vargas Llosa, sino la zona de quintas viejas, callejones, laberintos y corralones que sirvió de inspiración al autor de La palabra del mudo, su vecino más destacado, para crear esos personajes condenados al fracaso, que deambulaban por sus calles, una suerte de gueto entre San Isidro y Miraflores.

Los límites “naturales” de Santa Cruz abarcan desde el último óvalo de Pardo, siguiendo toda la avenida de El Ejército hasta el cuartel San Martín. Su longitud la marcan tres avenidas paralelas (Ejército, La Mar y Mendiburu) con una serie de callecitas viejas que las cruzan. Cuando uno llega a la avenida Córdova, se nota una frontera irónica: edificios muy modernos y otros por construir frente a quintas tugurizadas; asimismo, la avenida del Ejército marca otro contraste con los modernos edificios con vista al mar. Un estudio realizado por Cecilia Montenegro arrojaba que, hasta el año 1991, existían 41 quintas, 80 corralones y 20 callejones, con más de 10 mil personas hacinadas; muchas no tenían agua potable ni desagüe. La delincuencia, producto natural de la necesidad, era uno de los rasgos negativos, junto con el progresivo deterioro de la zona, que contrastaba notablemente con la renovación del resto de Miraflores. Incluso, hasta 1996, en un acantilado existía un pueblo joven de pescadores llamado “El Chaparral”. La Municipalidad los reubicó y los mandó a Ventanilla y en su lugar se construyó el parque “María Reiche”. Otro rasgo que lo distingue como “barrio bravo” son sus pintas o grafittis de algunas barras como “Santa Cruz Grone”, “Miraflores Extascis” o “Los Falcos”. La avenida La Mar, por su lado, siempre se caracterizó por estar llena de talleres de carros. En algunas esquinas, se ubicaban vendedoras de salchipapas, arroz chaufa con alita o papa rellena.

Sin embargo, desde que hace medio siglo Ribeyro retratara a Santa Cruz en sus cuentos, en los últimos diez años el barrio ha cambiado. Muchos callejones han sido demolidos para dar paso a edificios más modernos, mientras que algunas de las quintas han sido remodeladas. En algunas cuadras es común encontrar un edificio “clasemediero” al costado de una casa en ruinas. Restaurantes finos se han ido instalando en la avenida La Mar y doña Grimanesa Vargas con sus anticuchos se ha trasladado desde su tradicional esquina de Enrique Palacios a la tercera cuadra de la calle 8 de Octubre.

Santa Cruz no tiene museos centros comerciales ni galerías de arte, pero su principal atractivo turístico es el boom de restaurantes gourmets en La Mar. Otro aspecto que puede alterar su antiguo perfil es la venta del Cuartel San Martín y el proyecto de crear allí un lujoso hotel (adaptado de Fernando Pinzás, “Miraflores bravo” en diario La Primera, 23 de octubre de 2010).

La iglesia y parroquia de Fátima.- En la década de 1930, los jesuitas adquirieron un extenso terreno casi llegando a la Bajada de Armendariz donde instalaron una residencia y una casa de ejercicios. El 5 de Setiembre de 1955, inauguraron la Iglesia de Fátima, con toques de estilo neocolonial. Su diseño correspondió al ingeniero Guillermo Payet. Su planta es de tipo basilical, la nave central es más elevada que las laterales y, en el coro, destacan las esculturas en relieve de la Asunción de la Virgen realizada por Julián Alangua. Tiene 7 pinturas murales, concebidas por el pintor español Eusebio Roa. La imagen de la Virgen fue traída de Portugal y fue realizada por el escultor José Ferreira Thedin, quien trabajó, hasta 1952, todas las imágenes de la Virgen Fátima de Portugal. Recién el 7 de mayo de 1965, el cardenal Juan Landázuri Ricketts autorizó la creación de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima. Su primer párroco fue el padre José María Izuzquiza Herranz, y tenía como vicarios a los padres Martín Urrutia, Felipe de Benito y José Luis Maldonado. Este último fue nombrado párroco el 7 de mayo de 1966, y tuvo como vicarios a los padres Martín Urrutia y Felipe de Benito. El 7 de julio de 1965, el padre inició la escuela parroquial, cuya primera directora fue Carmen Aza. Correspondió al padre José Antonio Eguilior construir el atrio y el primer salón parroquial en 1967.

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Santiago ‘El Volador’

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Los datos biográficos de Santiago de Cárdenas, más conocido como Santiago “el volador” son escasos. Se sabe que nació en Lima (algunos dicen en el Callao) en 1726 y que, cuando niño, se destacó por su curiosidad, por sus ansias de conocer y que, en poco tiempo, logró leer y escribir, a pesar de no haber asistido a la escuela: un modelo de autodidacta. Cuentan que a los 10 años, debido a la estrechez económica de su familia, se enroló como grumete en un barco mercante. No solo aprendió a navegar sino que también adquirió conocimientos de mecánica. Asimismo, en sus travesías por el litoral, observó a las aves marinas e intentó explicar el “mecanismo” que les permitía alzar y mantener el vuelo. Su trabajo como marino “mercante” se truncó por el terremoto y maremoto en el Callao de 1746 (sobrevivió al desastre de las naves) y decidió cambiar su trabajo.

Se traslado a Lima, continuó con su trabajo de mecánico y profundizó sus investigaciones sobre el vuelo de las aves, ahora observando a los gallinazos y, eventualmente, a los cóndores (cazó algunas aves para analizar sus formas y sistemas de vuelo); asimismo, había que profundizar sobre la dirección del viento y otros detalles. Fue así que, luego de 14 años de paciente investigación, diseñó un modelo mecánico para poder volar, muy parecido a la moderna “ala delta”. Corría el año 1761.

Pero su trabajo no quedó allí. Una copia de su proyecto se la remitió al entonces Virrey del Perú, don Manuel Amat y Juniet, a quien solicitó la ayuda económica respectiva para materializarlo. También se sabe que, en 1762, mandó un memorial al propio Rey de España titulado Nuevo sistema de navegar por los aires, sacado de las observaciones de la naturaleza volátil (cabe resaltar que en este documento, Santiago de Cárdenas incluyó grabados e ilustraciones del movimiento de las plumas guías, su curvatura, su colocación y su importancia para el vuelo). Hay que subrayar que este documento es considerado el primer tratado latinoamericano sobre vuelo (el título original era Nuebo sistema de Nabegar por los Aires sacado delas observaciones dela Naturalesa Bolatil). Nuestro personaje sería el primero en utilizar el vocablo “aeronauta”.

Lo cierto es que –seguramente muy sorprendido- el virrey Amat remite el proyecto de De Cárdenas al científico Cosme Bueno para ser evaluado. ¿Quién era Cosme Bueno? Nacido en España en 1711, fue médico, matemático y cosmógrafo. Llegó al Perú en 1730 y estudió en San Marcos. Por sus conocimientos en geometría, trigonometría, óptica y dióptrica fue nombrado Cosmógrafo Mayor. Lo cierto es que cuando llegó a sus manos el proyecto de De Cárdenas, Cosme Bueno lo desestimó. Su informe fue todo un tratado sobre el arte de volar, en el que hizo agudas comparaciones entre la anatomía de las aves y la de los humanos; además hizo interesantes apuntes sobre la gravedad. Concluyó que era posible el vuelo humano, pero no con el diseño de De Cárdenas. Cabe resaltar que por este trabajo, Cosme Bueno está entre los precursores de la aerodinámica. Murió en Lima en 1798.

El escándalo.- En una ciudad tan “chismosa” como Lima, la noticia de la petición de De Cárdenas al Virrey corrió por toda la ciudad y nuestro personaje fue bautizado con el seudónimo de “Santiago el Volador”. Pero lo peor vendría luego. Un día se difundió la falsa noticia de que Santiago iba a “volar” desde el Cerro San Cristóbal hasta la Plaza de Armas, usando el modelo que había inventado. Como es lógico, en una ciudad tan pequeña y en la que sus habitantes no tenían en qué invertir todo su tiempo, gran cantidad de limeños se reunió tanto en l cerro como en la plaza. Pasaron las horas y Santiago no daba muestras de intentar su hazaña. Fue en ese momento que casi ronda la tragedia: muchos de los reunidos fueron a buscarlo y lo amenazaron, incluso de muerte, si no realizaba su publicitado vuelo: “O vuelas o te matamos a pedradas”, le espetaron.

El asustado Santiago, casi al borde del linchamiento, tuvo que huir y se refugió en la Catedral. El Virrey, por su lado, enterado de los sucesos, envió su escolta para resguardar al héroe frustrado y refugiarlo en su Palacio. Sin embargo, al menos de la burla popular, no se salvó:

Cuando voló una marquesa
un fraile también voló,
pues recibieron lecciones
de Santiago Volador.
¡Miren qué pava para el marqués!
¡Miren qué pava para los tres!
.

Santiago moriría en Lima en 1766, el mismo año en que el virrey Amat inauguraba la plaza de Acho.

El contexto.- la confrontación entre el conservadurismo y la búsqueda de lo nuevo, la crítica social, la impecable trama y la recreación de la sociedad limeña del siglo XVIII son quizá algunas de las principales virtudes de la obra. Santiago Cárdenas, personaje histórico rescatado por Palma en Santiago el volador, resulta un hombre con una perspectiva más allá de su tiempo, cuyo criterio de verdad está basado en la experimentación y no en el academicismo, precisamente la confrontación de esas dos visiones del conocimiento es el meollo del conflicto dramático que ha hecho pensar en algunos atisbos brechtianos en esta obra, sobre todo si se considera a Galileo Galilei.

Al rescate de la leyenda.- La historia de este pintoresco personaje limeño (o chalaco) fue descrita y rescatada por diferentes escritores. En 1878, por ejemplo, el tradicionalista Ricardo Palma, recogió la historia, le insertó un prólogo escrito por él mismo y la hizo imprimir en Valparaíso, Chile. Palma recogió la tradición bajo el título Santiago “Volador” y escribe que, al presentarle un memorial al virrey de su proyecto, “decía que por medio de un aparato o máquina que había inventado, pero para cuya construcción le faltaban recursos pecuniarios, era el volar cosa más fácil que sorberse un huevo fresco y de menos peligro que el persignarse”.

Luego, a fines del siglo XIX, apareció la obra Viaje al Globo de la Luna, de autor desconocido, en la que se insertan varias notas dedicadas a “Santiago el Volador”. Ya en el siglo XX, Julio Ramón Ribeyro, también homenajeó a este personaje a través de su obra teatral Vida y pasión de Santiago el pajarero (Lima, 1958), puesta dirigida por el director y también autor Hernando Cortés y musicalizada por el maestro Enrique Iturriaga.

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Nuevo libro: Historia de Machu Picchu, el último santuario de la nobleza inca

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TÍTULO: HISTORIA DE MACHU PICCHU: EL ÚLTIMO SANTUARIO DE LA NOBLEZA INCA
AUTOR: JUAN LUIS ORREGO PENAGOS

Descripción.- Hasta 1911, el santuario de Machu Picchu, hoy maravilla mundial, solo era conocido por un puñado de habitantes de las riberas del Vilcanota en la ceja de selva del Cuzco. El explorador norteamericano Hiram Bingham lo “redescubrió” para el mundo y también abrió una incógnita, aún no resuelta, sobre la importancia y función de este santuario para los Incas a partir del reinado de Pachacútec, su constructor. Este libro nos cuenta su historia, cómo fue conocido por los mismos españoles en el siglo XVI y presenta lo que podemos afirmar hoy de la ciudadela a partir de las últimas investigaciones históricas, arqueológicas y antropológicas.

Paperback: 84 pages
Publisher: Editorial Académica Española (October 10, 2012)
Language: Spanish
ISBN-10: 3659031763
ISBN-13: 978-3659031762
Product Dimensions: 8.7 x 5.9 x 0.2 inches

Más información: http://www.amazon.com/Historia-Machu-Picchu-santuario-nobleza/dp/3659031763 Sigue leyendo

El correo, el telégrafo y el teléfono en Lima

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Casa de Correos y Telégrafos

EL CORREO.- A fines del Virreinato, pocos años de haber asumido la administración de la Real Renta de Correos José Antonio de Pando, Caballero de la Orden de Carlos III, quedó establecido, hacia 1778, el sistema de marcas impuestas sobre las comunicaciones terrestres. Estos mensajes o cartas, usualmente doblados en pliegos y sellados con cera o lacre en su reverso, se entregaban en las estafetas (oficinas de correos), donde les eran colocadas las señales impresas con el nombre de la ciudad de procedencia. Sin este requisito su tránsito era ilegal. Además, se imprimía la palabra “FRANCA” cuando el remitente pagaba el porte o tributo de la posta. En caso contrario, eran los destinatarios los que debían satisfacer (pagar) el “franqueo”, como acto previo a su recibo.

Las cartas pagaban el porte según su peso y la distancia que existía de una a otra estafeta del itinerario. En ellas, se anotaba a mano, con tinta y caracteres visibles, su valor. Solo la oficina matriz de Lima utilizó para tal fin sellos en recuadro, con números grandes y vistosos. Cabe destacar que algunas de estas marcas pre-filatélicas siguieron usándose en los primeros años de la República. Sus correspondientes “marchamos” (pago del porte de cualquier objeto que se remitía por correo), con el nombre de las ciudades peruanas, eran confeccionados con grandes letras mayúsculas y caracteres toscos, faltos de estética.

Durante el Protectorado de José de San Martín, al comprobarse que las rentas públicas eran muy pobres, se tomaron diversas medidas para evitar la defraudación tributaria. La correspondencia terrestre y marítima era uno de los ramos que podía dar mayores beneficios al fisco en emergencia. Por ello, una de las primeras medidas del Protector (noviembre de 1821) fue prohibir que se envíen las comunicaciones por mar sin que llevaran el marchamo de las estafetas. Esta orden, remitida al administrador de Correos (Félix de la Roza) fue también comunicada al director del Ministerio de Marina para que la hiciera saber a los capitanes de los buques que entraran o salieran del Callao.

El correo en los primeros años de la República, 1825-1857.- El servicio de comunicaciones por tierra no tuvo mejoras en los primeros 20 años de vida republicana. Más bien estuvo en crisis por las luchas internas, la inestabilidad política y la presencia de los bandoleros en los caminos. Existía la Administración General de Correos, cuyo edificio ocupaba una casa principal de altos y bajos en la calle de la Encarnación, frente a la plazuela del templo del mismo nombre (actual frente oriental de la Plaza San Martín). Era propiedad de Joaquín Dionisio de Azcona, Conde de San Carlos, quien la había arrendado al Estado por 1.400 pesos anuales. Hubo intentos por trasladar la sede a la Plaza de la Inquisición, pero no tuvieron éxito. Hasta 1845, la Administración de Correos siguió funcionando en la plazuela de la Encarnación.

La Administración tenía, a su vez, oficinas repartidas en el Callao y en las principales ciudades del país. Para repartir la correspondencia, fuera de la ciudad, podían salir hasta tres personas en grupo (administrador, auxiliar o interventor), que ganaban entre el 12 al 25% de la renta de Correos. Las tarifas se imponían de acuerdo al peso de las cartas y las distancias en leguas del punto de partida; en 1840 quedaron señaladas las tarifas marítimas. El giro de correos se hacía por postillones (joven que iba a caballo delante de las postas, ganado o viajeros para guiarlos).

Hubo una pequeña reorganización en 1850, cuando era Director General de Correos José María Dávila Condemarín, escritor, político y diplomático peruano, quien, por un tiempo, trasladó el local de correos a la casa que habitara el prócer Manuel de Salazar y Baquíjano, en la cuadra siguiente a la Iglesia de La Merced, signada con el número 188 (actual jirón de la Unión, calle de Baquíjano). El arrendamiento fue pactado en 1.300 pesos anuales. El local comenzó a funcionar desde el 23 de enero de 1851.

Sin embargo, esta no era la meta que se había trazado el Director General. La idea era que, con el fin de brindar mayores facilidades al público, había que adquirir un local más espacioso cercano a la Plaza Mayor. Entró en conversaciones con Carlos Beausejour a fin de conseguir el arrendamiento de una parte de los bajos de la Casa de Chacón, propiedad de la sucesión de doña Agustina Montes, en la calle del Correo N° 41 (hoy Conde de Superunda). Condemarín consiguió su objetivo y el traslado se realizó en abril de 1851, abonando 1.650 pesos por las mejoras que Beausejour había hecho a la finca (es preciso mencionar que el actual edificio de la Casa de Correos y Telégrafos se levantó en parte sobre el terreno de la Casa de Chacón).

Otro hito se produjo en 1853, cuando quedó establecido un correo diario entre Lima y el pueblo de Chorrillos. Salía a las 8 de la mañana y regresaba a las 3 de la tarde. Las cartas se franqueaban previamente, pagando un real las que no excedían de media onza y dos reales las que superaban este peso. También se autorizó para que el administrador General hiciera los gastos necesarios para el equipamiento y compra de útiles de la nueva oficina chorrillana.

De la reforma a la Guerra con Chile, 1857-1879.- La reforma del sistema de correos vino hacia 1857, cuando se puso en manejo el franqueo de cartas, primero entre Lima y Chorrillos y luego en todas las estafetas (oficinas de correos) de la República, por medio de estampillas o “timbres de porte franco”. Hasta entonces, como vimos, se había pagado calculando el porte de la correspondencia con las distancias en dinero en efectivo. Los primeros sellos de correos fueron de media onza azul y de una onza de color rojo, los cuales representaban un buque a vapor y su respectivo precio. Fueron emitidos por la Compañía Inglesa de Vapores. La tarifa de porte de correos dispuso la imposición de estampillas por valor de “un dinero”, de “una peseta” y de medio peso. El valor de un dinero era un real. Las primeras estampillas auténticamente oficiales se pusieron en circulación en marzo de 1858.

Otra novedad ocurrió en 1862, cuando se establecieron 8 buzones públicos distribuidos en diversos lugares de Lima para comodidad de los remitentes de correspondencia; en el Callao había 2. Los carteros, montados, hacían el recojo de la correspondencia depositada en los buzones tres veces al día.

En 1870, la Superintendecia General de Correos y Postas del Ministerio de Gobierno se convierte en una Dirección General, con autonomía y al mismo nivel que las demás direcciones de los ministerios. En 1876 el gobierno del general Prado, en uso de atribuciones constitucionales, derogó todas las ordenanzas, reglamentos, decretos supremos, circulares, instrucciones y decretos de la dirección, relativos al ramo de correos, mandando poner en vigencia todas las disposiciones constitutivas del reglamento general de correos del Perú, cuya confección se encomendó al doctor Mariano Felipe Paz Soldán.

El correo luego de la guerra: la aparición de la Dirección de Correos y Telégrafos.- En 1895 se produce la fusión de la Dirección General de Correos y Postas con la Dirección General de Telégrafos dando origen a la Dirección General de Correos y Telégrafos. Esta unión impulsó al avance y desarrollo de la institución. Sin embargo, entre 1911 y 1920, la falta de control en las operaciones así como en los bienes materiales y activos, devino en un gran caos en la institución, aunada a la poca visión de sus dirigentes. Había, por ejemplo, lentitud en el manejo de la correspondencia que llegaba del extranjero al puerto del Callao (recordemos que en esa época no había aun servicio aéreo regular y todo el correo se movilizaba por la vía marítima). El servicio de desembarque de las naves lo hacia un ineficiente contratista; al llegar a Lima, por medio del tranvía, las cosas no mejoraban. Así, las encomiendas internacionales se acumulaban por miles en las estrechas oficinas, demoradas por los altos gravámenes y dificultades burocráticas causadas en su paso por la aduana. Como si esto fuera poco, los empleados del Correo ganaban poco y se sumaban a toda huelga laboral. Solo cuando se decretó la jornada de 8 horas (1919) pudieron beneficiarse del pago de sobretiempo por trabajo en horas extras.

La situación era muy compleja. Fue así que, el 22 de septiembre de 1921, el Ministro de Gobierno, German Leguía y Martínez, en representación del Poder Ejecutivo, y Francisco Becerra, en representación de la Marconi Wireless Telegraph Company Ltd. de Inglaterra, suscriben mediante escritura pública la entrega a la compañía inglesa de la administración de los tres servicios fusionados en 1895.

Para los opositores, el contrato era anticonstitucional ya que el Congreso debió otorgar autorización al Poder Ejecutivo para efectuar contratos que comprometan rentas y/o bienes del Estado. La Marconi actuó con criterio empresarial, cerrando algunos servicios de postas, unificando oficinas con movimiento deficitario o sin movimiento. Esta racionalización generó personal excedente. Otro punto polémico del contrato con la Marconi es que el Estado peruano le pagaba el 5% de los ingresos brutos y el 50% del superávit al final de cada año. En estos porcentajes estaban incluidos los derechos de importación que pagaban las encomiendas postales que si bien eran cobradas y retenidas por la administración postal constituían ingresos netamente fiscales y no postales, pues esta era solo la vía por la que se realizaba una importación. Se otorgo, además, en virtud del contrato, liberación absoluta de todos los derechos de aduana y consulares a los bienes muebles y materiales importados para el ejercicio de la concesión.

Pese a las críticas, la administración de la Marconi tuvo efectos positivos, como la obtención de la autorización de las autoridades portuarias para recoger el correo inmediatamente después de la visita sanitaria: fue la primera disposición que tuvo el carácter de “expreso”. Asimismo, se adquirió una embarcación con capacidad para 400 valijas; en tierra, por su lado, se sustituyó el uso de los tranvías eléctricos por un sistema propio de transporte vía camiones. Con la efectiva rapidez desde el arribo y desembarque, la clasificación también se realizaba de inmediato, logrando entregas de correspondencia el mismo día de su llegada. Se logró, también, custodiar la integridad de las encomiendas, que usualmente eran blancos de robos a manos los empleados del correo. Asimismo, se hicieron minuciosas estadísticas del movimiento de correspondencia y confección de un mapa de comunicaciones postales, elaborado, por primera vez de manera científica. Se compró valijas propias, ya que anteriormente por falta de recursos, se utilizaban para transporte interno las valijas que enviaban las administraciones postales extranjeras, en vez de devolverlas vacías, como corresponde según acuerdos internacionales. En 1924 se instauró el servicio de giros postales internos y luego con Estados Unidos.

En 1968, tras el golpe de Juan Velasco, venció el contrato con la Marconi volviendo a funcionar la Dirección General de Correos. A inicios de la década de 1990, como consecuencia de la liberalización y privatización de los servicios públicos, se declara en reorganización a la Dirección General de Correos. Consecuencia de esto fue la creación, en 1994, de la empresa Servicios Postales del Peru S.A. (SERPOST), como persona jurídica de derecho privado bajo la forma de sociedad anónima. Se le da la categoría de Operador Publico, mientras que los concesionarios postales son Operadores Privados. De esta manera, SERPOST se convierte en representante del estado peruano ante los organismos postales internacionales y se le dio la concesión sin exclusividad del servicio postal en todo el país concesión que lo obliga a prestar el servicio en todo el país con carácter de administración postal del estado para efecto del cumplimiento de los acuerdos y convenios internacionales. Los operadores privados, a su vez, están obligados a abonar una tasa por concepto de concesión del servicio postal a favor del Ministerio de Transportes y Comunicaciones.

Finalmente, por decreto supremo, el 11 de Julio de 2004 se creó el Registro Nacional de Concesionarios del Servicio Postal, a cargo de la Dirección General de Servicios Postales, a través de la Dirección de Gestión de Servicios Postales.

EL TELÉGRAFO.- Dada la importancia que este servicio de comunicación tenía a nivel mundial, el telégrafo fue instalado por primera vez en 1855, por iniciativa de Santiago Lombardo y con el apoyo del Estado peruano. Se colocó, a manera de ensayo, entre Lima y el Callao, pero no se pudo establecer como negocio debido a defectos mecánicos de la trasmisora de ese entonces. Por ello, recién en 1857 quedó establecido definitivamente el servicio telegráfico, cuando el 6 de marzo se concedió la exclusividad a Augusto Goné para la construcción de las líneas de Lima al Callao y de Lima a Cerro de Pasco. Este privilegio cesó a los diez años por incumplimiento de lo pactado, pues sólo fueron construidas las líneas de Lima al Callao. Así se declaró el telégrafo de propiedad nacional el 25 de junio de 1867, y salió a remate público la administración del servicio.

Cabe resaltar que, valiéndose del alfabeto Morse, se transmitía la palabra a distancia usando un hilo de alambre desde un manipulador-transmisor, que era el punto de partida del mensaje, hacia un receptor donde se recibía al comunicación. En sus inicios, solo se permitía la transmisión de un solo mensaje y en una sola dirección.

En septiembre de 1867, por considerarse más económico, la línea telegráfica pasó a manos privadas, con su entrega a Carlos Paz Soldán, considerado por algunos el introductor del telégrafo en el Perú, y que fundó ese mismo año la Compañía Nacional de Telegrafía. Pero en 1875, durante el gobierno del general Mariano I. Prado, el estado volvió a asumir la propiedad de todas las líneas construidas por la empresa de Paz Soldán ya que no había cumplido su compromiso de establecer líneas en todo el territorio de la república. Sin embargo, debido ala crisis económica y el enorme déficit en al economía del estado, en 1877 el gobierno le devolvió la administración telegráfica a Paz Soldán por un periodo de 8 años, obligándolo a cubrir el presupuesto y hacer las mejoras necesarias, las que quedarían en beneficio del Estado luego del vencimiento del convenio. Poco tiempo le duró la concesión a Paz Soldán pues en 1878 se decretó que el telégrafo debía administrarse igual que el sistema de correos, es decir, en manos del Estado. Ese año había en todo el país 2,525 kilómetros de cable, 53 oficinas y 65 aparatos. Seguía empleándose el sistema Morse.

La nueva Dirección de Telégrafos cobró importancia durante la Guerra del Pacífico, pues se tuvieron que construir nuevas líneas a fin de hacer más rápida la comunicación. Asimismo, se establecieron escuelas gratuitas para la enseñanza de la especialidad, a fin de que no faltaran operadores del servicio. Cuando terminó la contienda contra Chile, Paz Soldán dejó la administración y le sucedió Melitón Carvajal, quien tuvo que renovar y reparar las líneas destruidas por los invasores del sur. El antiguo personal, además, había desaparecido casi completamente. En este contexto, tuvo que crearse la Escuela de Telegrafistas.

Hay que mencionar que en esta época también funcionaba la comunicación telegráfica submarina, en la que operaban dos empresas. Una era la Compañía Telegráfica de Centro y Sudamérica, que tendió un cable entre Chorrillos y Valparaíso el 3 de diciembre de 1890; la otra era la West Coast of America Telegraphe Company, que el 1 de septiembre de 1891 también hizo la conexión con Valparaíso y La Serena. El precio por palabra entre Lima y La Serena o Valparaíso era de 1.10 soles. Para 1892, ambas empresas no solo ampliaron la conexión con otras ciudades chilenas sino también con Norteamérica, América Central, Europa, Oceanía y Asia, y algunas ciudades de la costa norte, como Paita y Piura.

En 1895 cesó Carbajal ante la fusión de los servicios de Correos y el de Telégrafos. Lo importante es que ya, a fines del siglo XIX, la telegrafía subterránea o submarina prestó grandes servicios al país a través de este sistema de comunicación. El Perú quedó insertado en el contexto mundial y se benefició de la rapidez de los cablegramas, especialmente la prensa escrita de la época.

En 1921 el gobierno de Augusto B. Leguía entregó los servicios de correos y telégrafos a The Marconi Wireless Telegraph. De acuerdo al contrato, la empresa debía recibir el 50% de las utilidades líquidas, además del 5% del producto bruto anual. Hubo muchas críticas por parte de la oposición, pero el oficialismo defendió la operación cuyos beneficios consistían en: la reorganización de los servicios, la modernización y desarrollo de los sistemas y las ganancias obtenidas por el Estado. En 1935, el gobierno del general Benavides firmó un nuevo contrato con la Marconi.

La Casa de Correos y Telégrafos (jirón Conde de Superunda, antigua calle del Correo, 170).- En octubre de 1892, con la finalidad de dar comodidad y facilidad a los funcionarios del servicio de correos, el gobierno de Remigio Morales Bermúdez expidió una ley destinada a la construcción de la Casa de Correos y Telégrafos. El hermoso edificio fue inaugurado en 1897. De imponente arquitectura, con reminiscencias renacentistas, fue proyectado inicialmente por los arquitectos Emilio Parzo y Máximo Doig; Manuel J. San Martín y Eduardo de Brugada se encargaron de dirigir la construcción y completar los diseños.

A su inauguración asistieron el presidente Nicolás de Piérola, algunos de sus ministros de estado y el Director General de Correos y Telégrafos, el capitán de navío Camilo N. Carrillo, entre otras autoridades. La extraordinaria construcción fue elogiada por Ricardo Palma quien, durante el discurso de inauguración, dijo que “para juzgar un pueblo basta verle la cara a su edificio postal”. Con motivo de la apertura del nuevo edificio, la Dirección puso en circulación tres estampillas conmemorativas: una con el Puente de Paucartambo, otra con la fachada del Edificio de Correos y la última con la figura de Nicolás de Piérola.

El edificio tiene dos pisos. La fachada es simétrica; el primer piso es almohadillado y el segundo lleva columnas y pilastras pareadas. Corona la fachada un reloj y un león de bronce representado con el hocico abierto y la correspondencia que devora. Por las puertas centrales se ingresa a tres espacios sucesivos: el vestíbulo de entrada, un patio intermedio y, al fondo, el patio principal alargado, donde funcionaban las ventanillas de atención al público. La escalera, que está a la derecha del vestíbulo, conduce a la segunda planta donde se repite la distribución espacial. Desde su fundación, fue la estación central de correos, responsable de toda la correspondencia nacional e internacional; también funcionó la principal estación de relevo de todas las transmisiones por telégrafo; y aquí también se instaló la primera central telefónica en el Perú.

Desde 1931, funcionó en el inmueble el Museo Postal y Filatélico de Perú, cuando el servicio de correos se encontraba a cargo de la empresa británica The Marconi Wireless Co. En él se mostraba la colección oficial de sellos postales del Perú, objetos del antiguo al servicio postal (como buzones de cartas, telégrafos, máquinas franqueadoras y una antigua carreta de correo del siglo XIX), así como otros vinculados con la historia de Lima y una biblioteca especializada. Lamentablemente, en marzo de 2011 se desmanteló el Museo para dar paso a una dudosa Casa de la Gastronomía.

EL TELÉFONO.- El 15 de febrero de 1887, durante el gobierno del general Cáceres, el Congreso de la República expidió una ley destinada a implantar el servicio telefónico. Al año siguiente, se establecieron las bases para la implantación y se convocaron las licitaciones. El servicio podía vincular una o varias poblaciones a la vez, se ofrecía libertad para la importación de aparatos y útiles telefónicos y la tarifa estaba en función del costo de cada kilómetro de vía telefónica.

La era de la Peruvian Telephone Company (1888-1920).- Al principio se formaron dos compañías: Peter Bacigalupi y Cía (del comerciante ítalo-norteamericano Peter Bacigalupi, fundador de la revista El Perú Ilustrado) y The Peruvian Telephone Company (organizada en Nueva York con la participación de Bacigalupi). En agosto, Bacigalupi, con postes propios, estableció una línea de servicio de Lima a Chorrillos, con ramificaciones para Miraflores y Barranco; en septiembre, la Peruvian, establecía la conexión entre Lima y el Callao. El servicio se inició el 13 de septiembre de 1888: una multitud asistió a la primera conversación. Al finalizar 1888 puede advertirse el entusiasmo del público por el nuevo sistema de comunicación: al 31 de diciembre había 288 abonados y cada minuto costaba 20 centavos. En el Callao, por ejemplo, se fundó un nuevo periódico con el nombre El Teléfono.

La competencia entre ambas duró poco tiempo, pues se fusionaron en una sola, la Peruvian Telephone Company, con un capital de 10 mil libras peruanas. Estaba dirigida por David Sykes (Presidente del Directorio) y Peter Bacigalupi (Gerente General). Organizada en Nueva York en 1888, explotó el servicio telefónico en Lima Callao y Balnearios hasta 1920. Su local se ubicaba en la calle Espaderos 237, actual cuadra 5 del jirón de la Unión.

Con el tiempo, se incrementaron las líneas: en 1899, se implantó una línea telefónica entre el Palacio de Gobierno y el domicilio del Presidente de la República en Miraflores. Luego llegarían las instalaciones en las oficinas del Procurador de la Corte Superior de Lima, a ministerios, a cuarteles y a instituciones científicas como el Ateneo de Lima. De esta manera, ya había una red de comunicación entre el Presidente, el Gabinete, los ministerios y los cuarteles. En 1890, las tarifas de abono eran de 90 soles para las casas comerciales y de 50 soles para las particulares: con esa tarifa se llamaba libremente. Asimismo, para facilitar la comunicación con el Rímac (Abajo el Puente), la Peruvian colocó un aparato en la cervecería de Los Descalzos, de los señores Backus y Johnston. A los no suscriptores, se les cobraba 20 centavos por cada 5 minutos de comunicación, y se les llevaba gratis a su domicilio los mensajes telefónicos cuando lo solicitasen. El primer restaurante limeño en tener línea telefónica fue el de la “Exposición” (1892), del señor Ángel Bertolotto, en el Parque de la Exposición. Contaba con la línea 248 y decía que “con una hora de aviso se podía atender un almuerzo o comida”.

Según Víctor M. Velásquez, “con la instalación del teléfono, mejoró la comunicación al hacerse más rápida y cómoda. Las transacciones comerciales se hicieron con mayor facilidad y las relaciones amicales aumentaron, ya que este medio permitió con mayor facilidad la interrelación humana. Podemos decir que era un medio de enlace veloz que permitía o ayudaba al desarrollo de la vida social, al comercio, las finanzas, etc.”.

¿Cómo eran los aparatos? El teléfono patentado por Graham Bell en 1876 era el que se usaba en Lima. Tenía un transmisor y un receptor como componentes fundamentales. Pasados 50 años, el receptor era aún idéntico al imaginado por Bell, en tanto el transmisor evolucionó hasta en la forma. Los usuarios de Lima lo conocieron muy bien, desde la inauguración del servicio: instalado sobre un tablero en la pared, a la altura de una persona, con un fono exterior y una manivela para manipular la apertura de la comunicación.

¿Cómo era el sistema de comunicación? Para la comunicación entre los abonados en la ciudad se requería una central telefónica, conformada por un conmutador manual, sistema de magneto, que requería de una persona para operar manualmente la intercomunicación o conmutación. A inicios del siglo XX, había en Lima 16 tableros conmutadores en uso en Lima, Callao, Chorrillos, Barranco y Miraflores, y 1,140 conexiones, como resultado de la expansión del servicio. Los números que se asignaban a los teléfonos de los primeros abonados fueron dados de acuerdo al orden de suscripción. Las líneas urbanas de Lima sumaban un total de 998 kilómetros y las líneas interurbanas sumaban un total de 18 km. con 297 km. de desarrollo. El alambre empleado era de bronce cilicoso y de fierro galvanizado. Los postes eran de madera de pino Oregón y de una altura que variaba de 45 a 56 pies. Este sistema se mantuvo, en líneas generales, durante toda la época de la Peruvian. Las líneas telefónicas que pertenecían al Estado, por su lado, eran un mondo aparte, y estaban conformadas por tres redes: del Gabinete de S.E. al Presidente; de la Inspectoría General del ejército; y de la Intendencia de Policía.

La primera época de la Compañía Peruana de Teléfonos (1920-1955).- Si bien la expansión del servicio telefónico continuó sin parar, eran muchas las quejas por la lentitud del servicio y la mala audición de las líneas que unían a Lima con los balnearios. Las quejas eran constantes, por momentos escandalosas y la Peruvian languidecía sin remedio. Hacia 1919, los periódicos caricaturizaban a la empresa hasta que, al año siguiente, su Junta de Accionistas decide su liquidación.

Fue así que con la llegada del gobierno de la Patria Nueva se funda, en 1920, la Compañía Peruana de Teléfonos Limitada (CPT), que absorbió a la Peruvian Telephone Company. El público limeño conoció la noticia el domingo 9 de mayo. La nueva empresa iniciaba sus operaciones con 250 mil libras peruanas de capital. Estaba dirigida por Pedro D. Gallagher (Presidente del Directorio) y el ingeniero Fernando Carbajal (gerente).

La flamante CPT tuvo que encarar las necesidades y demandas de los nuevos tiempos:
a. Publicó la primera versión de la Guía Telefónica de Lima con ocasión del Centenario de la Indepndencia (1921).
b. Ordenó el régimen de administración y la atención de solicitudes de atención: esto hizo crecer el número de abonados de Lima de 3.438 (julio de 1920) a 4.818 (diciembre de 1926)

En 1928 se formó la Compañía Nacional de Teléfonos del Perú con el fin de implantar el servicio telefónico de larga distancia dentro del país. Los trabajos se iniciaron al año siguiente y recién, en 1930, se estableció la comunicación, en primer término, con Ica. Ese mismo año se intensificaron los trabajos de conversión parcial del área de Lima a operación automática: “En la tarde de ayer, la Compañía Peruana de teléfonos Ltda. Inauguró oficialmente, en su edificio de la calle Washington, la nueva central para el servicio de teléfonos automáticos que el día de ayer fueron puestos al servicio del público en el sector sur de la población de Lima” (El Comercio, domingo 14 de diciembre de 1930).

Debido a la crisis económica desatada en 1929 y ante la necesidad de ampliar y modernizar el servicio, en 1930, cuando cae Leguía, la International Telephone and Telegraph Corporation (ITT) adquirió el 60% de las acciones de la CPT. Así entra en funcionamiento la primera central automática del Perú. A estas alturas, había en Lima más de 20 mil líneas. La fase de modernización iniciada en 1930 debió seguir su curso durante los años 40, si no fuera por los efectos de la guerra mundial, especialmente cuando disminuyó el suministro de materiales de procedencia extranjera, lo que no permitió efectuar reparaciones y reemplazos en la planta existente.

Las primeras centrales automáticas que se instalaron en el Perú tenían sistemas electromecánicos, de la familia ROTARY, fabricados por la Federal Telephone and Telegraph N.J. (USA) con capacidades que superaban las 2 mil líneas. Un hito fue la llegada de la Central Rotary 7-A-2 con capacidad para 5 mil líneas para la nueva Central San Martín en julio de 1952. Todo esto estaba instalado en el edificio de la CPT en la Plaza San Martín (al costado del cine Metro, esquina con La Colmena).

La CPT, 1956-1980.- La resolución del 23 de enero de 1956 abrió una nueva etapa en la historia de la telefonía que se manifestó en la cantidad de teléfonos instalados, el kilometraje de las líneas tendidas y la instalación de centrales automáticas. Sin embargo, los desórdenes derivados de la explosión demográfica y la migración interna, trajo consigo necesidades y demandas en los años 60, que frenaron el plan de expansión; esto sin mencionar el viejo tema de las tarifas, embalsadas por presión del Estado.

Este periodo de franco estancamiento culmina en 1967, cuando se firmó el Contrato de Concesión entre el gobierno y la CPT para continuar la operación del servicio en Lima y Callao. En virtud del contrato, se establecieron determinados procedimientos para llegar a la “peruanización” de la CPT antes del plazo de 5 años. Inmediatamente, la CPT cambia de denominación y pasa a llamarse Compañía Peruana de Teléfonos S.A. (CPTSA). Hubo, entonces, un marco legal para aprobar un Plan de Expansión, lo que se tradujo en un crecimiento notable del servicio telefónico en el trienio 1967-1969. En diciembre de 1969, el número de teléfonos en Lima, Callao y Balnearios alcanzó la cifra de 142,879: fue la época en que se instituye los 6 dígitos en la numeración telefónica.

Cuando el 7 de noviembre de 1969 el gobierno militar de Velasco se crea la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel-Perú), se emitió una ley que nacionalizó la parte de acciones extranjeras en la Compañía Peruana de Teléfonos. Finalmente, el 25 de marzo de 1970, se firmó el contrato de compra-venta por el que el 69.1% de acciones de la CPT (que poseía la ITT) pasan a manos del Estado. Dos años después, se expropió la CPT y Entel-Perú asumió sus activos y pasivos. En los años 70, pese a estos vaivenes, el servicio telefónico se expande hasta Chorrillos, Villa María del Triunfo, Surco, Magdalena, San Miguel. Fue también la época en que los oficiales generales de las FFAA asumieron la presidencia de la CPT. Todo esto acabó en 1980, cuando retornó la democracia y se trazó un Plan de Expansión de 150 mil líneas telefónicas que se llevó a cabo entre 1980 y 1991. Todo un ciclo en las comunicaciones en el Perú se cerró en 1994, cuando la CPT y ENTEL fueron vendidas en poco más de 2 mil millones de dólares a Telefónica de España, en una operación gigante que, con el tiempo, también generó controversia.

Bibliografía

Pablo Herrera Polo, Materiales para la historia del correo y la filatelia en el Perú. Lima 1992
Edilberto S. Huamaní, “La telefonía y el servicio telefónico en el Perú”, en Construyendo el Perú. Aportes de ingenieros y arquitectos. Lima: UNI, 2000.
Alberto Rosas Siles, “El servicio postal y las Marcas filatélicas entre 1821 y 1858: apuntes para la Historia del Correo en el Perú”, en Revista del AGN, 1974.

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La biblioteca particular de Fernando de Trazegnies

Nacido en Lima (1935), el también Marqués de Torrebermeja y Conde de las Lagunas, es abogado, escritor, profesor de derecho de la PUCP y bibliófilo; su biblioteca es su hogar. Todo empezó por influencia familiar. Su padre, un belga, era un gran lector y un gran amante de los libros. Él fue quien le enseñó a ahorrar las propinas para comprar libros y a organizar su primera biblioteca cuando tenía 12 años. El doctor De Trazegnies aún guarda el primer “catálogo” que escribió.

Para el también ex Canciller de la República, los libros son sus amigos y nos explica qué es ser bibliófilo: “Yo entro a mi biblioteca, paseo la vista por mis libros y los siento vivos, encuentro que me están mirando y que quieren reanudar su conversación conmigo. Me digo que cada uno representa lo mejor de la personalidad de alguien que quiso comunicar algo que para él era importante. Y, como lector, le agradezco los esfuerzos que hizo para escribir y publicar lo que quería transmitirme. Pero, además, ser bibliófilo significa saber que un libro es también una obra de arte en sí mismo, es un objeto sensual que da un placer independiente de su lectura. Tomar una bella edición en las manos, sentir su peso, recorrer con suavidad sus páginas, es casi tan maravilloso como acariciar a una mujer o ensimismarse en la contemplación de un atardecer en el mar. El libro antiguo tiene, por otra parte, una sensualidad particular. Sus páginas ásperas, el olor a viejo, sus rústicas tapas de pergamino o esos empastes de un refinamiento insólito, los grabados, las letras capitales, las sugestivas marcas o divisas del impresor, los sofisticados frontispicios, colas y florones, crean una atmósfera evocativa e inquietante. Además, todo libro antiguo tiene su misterio, tiene una vida oculta al haber pasado de mano en mano quizá dejando huellas de su paso en el espíritu de los sucesivos lectores pero quizá también siendo marcado por las huellas de todos esos seres incógnitos del pasado, que lo amaron y que, muchas veces, dejaron una firma, algo resaltado que les llamó la atención, un comentario fugaz”.

Lamentablemente, a pesar de algunos esfuerzos, en el Perú no existe una asociación de bibliófilos, por lo que cada uno, como Trazegnies, es casi un “anacoreta”. Su colección de libros refleja sus gustos e intereses. Aparte de los volúmenes que le sirven para su trabajo académico, que son de historia, literatura y derecho, en su biblioteca también podemos encontrar textos de filosofía, matemáticas, astronomía, novelas, códigos de leyes, poesía y economía, teatro y política.

Piensa, además, que ser bibliófilo es una afición que no puede ser popular: “Muchas personas que realizan trabajos muy importantes en campos científicos o técnicos o en materia de negocios, no requieren consultar muchos libros para ello; consecuentemente, no desarrollan ni desarrollarán nunca un amor apasionado (iba a decir enfermizo) por los libros. A lo sumo, llegarán hasta el estadio de comprar libros de empastes llamativos, por metros, a fin de decorar algún estante de la casa o de la oficina.Sin embargo, es importante que existan coleccionistas en el Perú ya que, de otra manera, el libro antiguo existente en el país sólo encontrará mercado en las universidades de los países del Primer Mundo y en los coleccionistas extranjeros. Los coleccionistas (me refiero a los verdaderos, no a los comerciantes) salvan el material bibliográfico –y documental, en general- por dos razones. En primer lugar, porque evitan su salida del país al adquirirlos para sus bibliotecas en el Perú. Incluso yo he traído de regreso libros peruanos que he adquirido en el extranjero: Francia, Estados Unidos, Chile, Argentina y hasta Nueva Zelanda. En segundo lugar, porque, aún en los casos (como el mío) en que la colección no tiene una especialidad definida, el coleccionista tiende a agrupar de manera más o menos coherente libros que están sueltos por el mercado y así reconstituye una unidad colectiva de saber (la colección) que andaba desparramada por las calles. Muchas veces, cuando se trata de obras de varios tomos, el coleccionista va comprando tomos aislados conforme los encuentra, con la esperanza de reconstituir la obra en su integridad”.

Uno busca los libros pero los libros también “buscan a uno”, dice Trazegnies. Y es que su colección no solo viene de compras o búsquedas en librerías del país o del extranjero sino también de obsequios o títulos que le ofrecen: “En una oportunidad, alguien me llamó por teléfono para decirme que era una persona muy mayor y que tenía libros antiguos que ya no iba a usar; por ese motivo, me invitaba a pasar por su casa para ver si los quería adquirir. Me enseñó un estante lleno de libros de medicina del S. XIX. Pero definitivamente los libros de medicina no me interesan: hay demasiados y su contenido no tiene vigencia alguna en la actualidad. Sin embargo, vi otra vitrina en el lado opuesto de la sala y pregunté qué contenía. Me contestó que eran periódicos y libros para niños, sin ninguna importancia. Por curiosidad me aproximé y terminé comprándome veinte volúmenes de libros de Julio Verne en su primera edición francesa y una colección perfectamente empastada en cinco tomos de la revista “L´Illustration” de París, que cubren toda la Primera Guerra Mundial (1914-1918)”.

Entre sus libros más antiguos o valiosos podemos citar:

a. Un libro sobre aguas termales, publicado en Venecia en 1571, en el que, apenas a cuarenta años del descubrimiento del Perú, ya se habla de unas aguas en nuestro país que contienen oro y plata
b. La edición de 1608 de El Quijote, por el mismo impresor de la primera edición: Juan de la Cuesta. Lo valioso es que el propio Cervantes revisó esta edición e hizo algunas pequeñas modificaciones en el texto. Este libro lo compró en Lima, por lo que es posible que haya llegado durante el Virreinato, entre los primeros ejemplares de El Quijote que llegaron a nuestro país.
c. La edición de 1590 de Jerusalén Libertada, de Torcuato Tasso, publicada cuando el autor todavía vivía.
d. La Gramática Quechua de fray Diego González Holguín, publicada por Francisco del Canto, un incunable peruano.
e. La segunda edición de Los Comentarios Reales y la primera de La Florida del Inca, ambas, como sabemos, de Garcilaso de la Vega.
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La biblioteca del Instituto Riva-Agüero

Esta biblioteca funciona desde la fundación del IRA, el 18 de mayo de 1947, y su fondo bibliográfico se inició con la colección personal de José de la Riva-Agüero y Osma, legada a la PUCP. Es considerada como uno de los principales repositorios para la investigación peruanista y americanista en nuestro país, sólo comparable a la Biblioteca Nacional del Perú. Sus fondos mantienen actualidad mediante el canje periódico con instituciones académicas de América Latina, Estados Unidos y Europa. Asimismo, un sector destacado de los fondos documentales proviene de los donativos recibidos por parte de los miembros del IRA y de personas cercanas que colaboran permanentemente. Ellos aportan ejemplares de su producción y en algunos casos han donado sus bibliotecas particulares. Colecciones que reciben un tratamiento especial al incorporarse a los fondos de la biblioteca.

¿Quiénes son usuarios de la Biblioteca? En primer lugar, los miembros del IRA y los profesores-investigadores de la PUCP; luego, investigadores peruanos de otras universidades e investigadores extranjeros que se interesan por los temas peruanistas; finalmente, alumnos de los últimos años, de maestrías y de doctorados de la PUC, alumnos del Consorcio de Universidades y de otras universidades que pertenecen a especialidades de las áreas que promueve el IRA.

La biblioteca del IRA ocupa una parte importante de la Casa Riva-Agüero en la cuarta cuadre del jirón Camaná y sus principales salas de lectura y depósitos se encuentran en el segundo patio y segundo piso respectivamente de esta área de la casona. Entre ellas, la “Sala España” que alberga la colección de libros en reserva, raros y curiosos. También forman parte de esta área la “Sala Víctor Andrés Belaúnde”, la antigua Dirección y antigua capilla. Junto al primer patio y cerca al ingreso de la casa están las salas “Denegri” y “Lohmann”, que reúnen las colecciones pertenecientes a estos renombrados investigadores que fueron miembros del IRA.

¿Cuál ha sido la historia de sus colecciones? Según el inventario entregado por sus albaceas a la PUCP en 1947, la cifra aproximada de la biblioteca personal de Riva-Agüero fue de 12 mil y alrededor de 25 mil volúmenes de libros y publicaciones periódicas. Luego, a través de los años, la biblioteca recibió valiosas donaciones que constituyen el 51% del total de los fondos. Miembros del Instituto, investigadores que consultaron la biblioteca y luego enviaron sus obras, personalidades del mundo académico y político del país y muchas instituciones académicas del Perú y del extranjero conforman la larga lista de donantes que han incrementado, a la vez que actualizado las colecciones. También la biblioteca realiza canjes, mediante las obras que publica el Instituto.

En 1999 hubo un importante incremento de la biblioteca cuando la PUCP compró la “Colección Denegri”, la biblioteca privada del abogado e historiador peruano don Félix Denegri Luna. Entre los aportes más significativos de esta colección fue la incorporación de 1,139 valiosos títulos de periódicos de los siglos XIX-XX, de Lima y provincias y de otros países de la región; y libros de los siglos XVII-XIX que enriquecieron la colección bibliográfica de reservados. Es una colección especializada en historia republicana, en materias relativas a la historia de los límites del Perú y en ediciones de libro peruano.

Hoy en día, el fondo bibliográfico alcanza la cifra de más de 80 mil títulos de libros, folletos y separatas. Por su lado, la hemeroteca, tiene alrededor de 3,200 títulos de revistas peruanas y extranjeras, así como 1,322 títulos de periódicos; contiene títulos que van desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días. Destaca la colección completa del Mercurio Peruano (1791-95), el Diario de Lima (1790-92), la colección casi completa del diario El Comercio (1839- a la fecha), el diario El Peruano (desde 1839), y otros como La Prensa, El Pueblo (Arequipa), La Gaceta Judicial (1891-1893) y El Perú Ilustrado (1887). Si bien la biblioteca contiene título en diversas materias como arqueología, artes, cultura popular, filosofía, literatura, lingüística e historia del derecho, el área más importante de la colección corresponde a la de Historia del Perú.

Entre los “donantes” más importantes que ha tenido la biblioteca del IRA tenemos a Víctor Andrés Belaúnde, Abel Carrera Naranjo, Percy Cayo Córdoba, monseñor José Dammert Bellido, Miguel de Althaus, Odile Kieffer Marchand, Guillermo Lohmann Villena, Mildred Merino de Zela, Josefina Ramos de Cox, Luis Alberto Ratto, Heliodoro Romero Romaña, Raquel Salinas Barreto, Luis Fabio Xammar y Albert Giesecke. Cabe destacar, por último, que el IRA tiene en custodia, por 50 años, la biblioteca y archivo personales del ex presidente José Luis Bustamante y Rivero.
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La Biblioteca de la Municipalidad de Lima

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(fuente: panoramio.com)

Fue inaugurada el 29 de junio de 1945 y cuenta con más de 30 mil volúmenes de diversos temas: publicaciones antiguas (impresos e incunables) de la historia de Lima y de temas municipales, así como periódicos, revistas, fotografías y planos antiguos y la Colección de Normas Legales desde el siglo XIX.

Sin embargo, no es solo su colección bibliográfica y documental lo que asombra sino su arquitectura y decoración, sin duda una de las más bellas de nuestra ciudad en cuestión de diseño. Ingresando hacia el ambiente principal, puede apreciarse la ensamblada talla en cedro de Nicaragua que cubre íntegramente el recinto. Los trabajos fueron dirigidos por el maestro ebanista José Caycho, cuya firma “Caycho tallador” figura en la parte inferior del eje o alma de la estupenda escalera de caracol que conduce al entrepiso. Existen 150 figurillas decorativas, todas distintas entre sí, a lo largo del eje de la escalera, coronada por un fruto de piña. Los motivos en relieve del techo y las balaustradas del entrepiso tienen acentuadas reminiscencias rococó.

Entre su mobiliario, cuenta con cuatro mesas de lectura grandes “fraileras” talladas con sus respectivas lámparas de bronce y sillones de estilo Luis XIII. Al fondo destaca un armario labrado en caoba rosada venezolana, obsequio de Caracas a Lima en 1935, con ocasión del IV Centenario de su fundación; los escudos de ambas ciudades adornan sus portezuelas.

Entre sus documentos y objetos de alto valor históricos, la Biblioteca Municipal guarda el Acta de Declaración de la Independencia del 15 de julio de 1821, redactada por el prócer Manuel Pérez de Tudela y firmada por los vecinos notables de la Lima de entonces. La última vez que fue restaurada fue en 1979, en Roma. Otras curiosidades son la “Llave de la Ciudad” y una talla en madera del Escudo de la Ciudad del siglo XVIII. Muestra las alteraciones que sufrió este emblema a partir de aquel siglo: la adición del fruto de la lima, extraño a la etimología original del nombre de la ciudad, así como el águila bicéfala imperial, en lugar de las dos águilas originales, y la columnas de Hércules.
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La Biblioteca del convento de San Francisco de Lima

Desde los tiempos virreinales, los padres franciscano iniciaron su rica colección bibliográfica, que hoy bordea los 25 mil volúmenes. No por casualidad, los frailes destinaban, desde el siglo XVI, el 5% de las limosnas para adquirir libros en Lima o traerlos de España (hay documentos de los cajones de libros encargados en la Península). La colección también se nutrió de los volúmenes que regalaban o dejaban en herencia los propios frailes y de donaciones de terceros.

Según la información brindada por la propia Orden, entre su colección existen raras ediciones Aldinas, Elzevirianas y Plantinianas; figuran “incunables” y crónicas franciscanas de los siglos XV al XVIII. Asimismo, un Atlas o Teatro de todo el mundo de mediado del siglo XVII; algunos tomos del primer Diccionario editado por la Real Academia de la Lengua Española, la conocida Biblia Regia editada en Amberes entre 1571–1572; más de 6 mil pergaminos; y numerosas obras de jesuitas, agustinos, benedictinos y carmelitas. Ya en tiempos republicanos, la lista se incrementó con obras en distintos idiomas y diversas disciplinas como: Teología, Literatura, Historia, Filosofía, Música, Geografía, Derecho Canónico, Derecho Eclesiástico, Obras Predicables, biblias, etc. Hay obras escritas en latín, español, francés, portugués e italiano.

Lamentablemente, no todos los libros están catalogados por la falta de recursos en contratar un equipo de bibliotecólogos, lo cual es un peligro. Asimismo el estado de conservación de muchos volúmenes es muy precario, pues han sido atacados por la humedad o las polillas; no se sabe qué porcentaje de la colección está afectada por ese problema. Cabe resaltar, además, que los franciscanos no solo cuentan con esta valiosa biblioteca; habría que agregar la del Convento de los Descalzos (Rímac), el Convento de Ocopa (Junín) y las de sus conventos en Cuzco y Arequipa. Por último el recinto de la biblioteca es muy bello. Data del siglo XVIII, predomina la madera y su disposición y mobiliario corresponden a los cánones de la Ilustración, como un buen sistema de iluminación “natural” y ventilación. Recordemos que, por seguridad, se evitaba usar velas en estas bibliotecas conventuales. El acceso a los libros está restringido; solo tienen acceso a ellos los mismos frailes o los investigadores acreditados.
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El Archivo General de la Nación

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Logo del AGN del siglo XIX

El Archivo General de la Nación (AGN, antigua Sede del Correo, Jirón Camaná 125).- Creado por Ramón Castilla el 15 de mayo de 1861, con el nombre de Archivo Nacional (AN), es una de las instituciones tutelares del Patrimonio Cultural de la Nación. Al momento de su fundación, acopió y custodió los documentos históricos pertenecientes a las antiguas instituciones gubernamentales de la época colonial, así como de documentos y crónicas pertenecientes a las diversas órdenes religiosas y establecimientos públicos que, por entonces, se conservaban en el Convento de San Agustín. Su creación marcó un hito importante en la preservación de la memoria colectiva de la Nación y su local funcionó en la casa de los agustinos.

Su primer director, ad honorem, fue Santiago Távara y Andrade, médico y héroe de la Independencia, quien, con un archivero y cuatro amanuenses, inicio la historia del primer repositorio documental del país. Luego de sus primeros años, el AN fue devastado y saqueado durante la invasión chilena. Así, sin personal ni presupuesto, se instaló precariamente en las instalaciones de la antigua Biblioteca Nacional, dirigida por Ricardo Palma, quien consultó sus valiosos manuscritos para su investigación sobre las tradiciones peruanas. Alberto Ulloa informó que “los papeles del archivo se encontraban hacinados en una sala de la biblioteca, la clasificación había desaparecido, los censos fueron robados, los paquetes de legajos estaban deshechos, mezclados y mutilados” (1897).

En la década de 1940, el AGN se trasladó al sótano del edificio del Palacio de Justicia, donde se conservaron cerca de 28 mil metros lineales de documentos no sólo de la Colonia sino también de la República. Allí se organizan el protocolo ambulante de los conquistadores o “libro becerro”, los expedientes de la Real Audiencia de Lima, los archivos del ex Ministerio de Hacienda y Comercio, las escrituras públicas, las partidas de registro de nacimiento, de matrimonio y de defunción, los registro de inmigrantes, los archivos de la ex haciendas expropiadas por la Reforma Agraria, entre otros fondos documentales de las instituciones públicas que son únicos e irremplazables.

Cuando cerró el Ministerio de Justicia, durante el gobierno militar de Velasco, el AN pasó a depender del Instituto Nacional de Cultura y fue en 1972 cuando cambió su cambió de denominación por AGN. Sin embargo, el acto más trascendente en su historia cuando, ese mismo año, se declaró de utilidad pública la defensa, conservación e incremento del Patrimonio Documental y que el AGN está obligado a proteger.
Desde entonces, el AGN ha calificado como Patrimonio Documental de la Nación a toda la documentación existente en los archivos de todas las reparticiones y organismos del Sector Público Nacional; en los archivos históricos, notariales, eclesiásticos, parroquiales y de conventos, en los archivos particulares y en general a todo el material documental, aun de origen privado, que sirva de fuente de información para estudios históricos y de desarrollo cultural, social, económico, jurídico o religioso de la Nación.

Uno de sus más notables directores fue Guillermo Durand Flórez quien logró, en 1981, que el AGN se reintegrase al Ministerio de Justicia y convirtiese en Organismo Público Descentralizado. Así se inició su gran transformación: se establecieron las bases del Sistema Nacional de Archivos con la creación de las Direcciones Generales de Archivo Histórico y Archivo Intermedio (dedicado éste último a la custodia de los archivos de la Administración Pública) y los Archivos Departamentales; para formar al personal se creó el Centro de Capacitación transformado luego en Escuela Nacional de Archiveros donde egresaron cuadros de profesionales y técnicos que se desempeñan hasta hoy en el sector público y privado. Muchos de sus funcionarios fueron becados para especializarse en Madrid, Sevilla, Alcalá de Henares y Córdoba (Argentina), gracias a la cooperación del Ministerio de Cultura de España y la OEA. Continuaron la obra iniciada por Durand Flórez destacados intelectuales como Luis Enrique Tord, Guillermo Lohmann Villena y Jorge Puccinelli; y el archivero César Gutiérrez Muñóz.

El AGN no fue ajeno a la crisis de fines de la década de 1980 e inicios del 90. Los principales funcionarios y empleados renunciaron acogiéndose a los incentivos aprobados por el gobierno de Fujimori y algunos ex dirigentes sindicales asumieron los cargos directivos. Las reorganizaciones internas del personal se hicieron frecuentes, se fue reduciendo el presupuesto y con ello el desarrollo de nuevas actividades y, lentamente el primer repositorio documental del país ingreso a la sobrevivencia gris de la rutina y la burocratización.
Hubo intentos de algunos directivos por cambiar esta situación crítica. Durante el gobierno de Toledo se logró que el local del antiguo Correo Central sea remodelado y asignado al AGN, donde funciona parte del Archivo Histórico, perteneciente a la época colonial; la otra parte de los archivos está aún en Palacio de Justicia. Por su lado, la Escuela Nacional de Archiveros obtuvo un local en Pueblo Libre. En marzo de 2011, el AGN, se vio obligado a cerrar por denuncias sistemáticas de pérdidas y mutilación de material patrimonial, ocurridas entre 2005 y 2009, y por hallazgos de manuscritos del siglo XVII al XIX. Hubo una intensa labor de inventario.

Respecto al mundo virreinal, el AGN conserva todo documento de instituciones públicas. Contiene tesoros desde 1533 hasta 1821. El documento más antiguo es el Protocolo Ambulante o “Libro Becerro”, crónica de los conquistadores y, a la vez, libro de cuentas entre 1533 y 1538, en los que vemos que Francisco Pizarro sabía por lo menos hacer una rúbrica, al igual que Diego de Almagro. Hay documentos de todas las instituciones coloniales, como la Santa Inquisición, o referidos a la extirpación de idolatrías. Son interesantes los documentos de la Real Audiencia, el Poder Judicial de entonces, que registran todo tipo de casos delictivos. También son claves las “Temporalidades”, que registran los terrenos expropiados a la Compañía de Jesús durante su expulsión del virreinato. O los protocolos notariales, donde vemos registro de deudas y mercancías impagas (en uno de ellos aparecen las deudas que dejaron Túpac Amaru II y Micaela Bastidas luego de ser ejecutados). Figuran, asimismo, árboles genealógicos e, incluso, algunos libros como manuales de esgrima.

En relación al Perú independiente, el “Archivo Republicano” se fundó en 1943 y alberga valores desde 1821 hasta alrededor de 1950. Los documentos más consultados son los libros de inmigrantes, que marcan el ingreso de extranjeros y los lugares en donde se asentaron. Otros textos importantes son los presupuestos nacionales de cada año, que permiten ver nuestra evolución económica. También los registros civiles, pues hay que recordar que, hasta 1875, solo la Iglesia inscribía a los recién nacidos; el primer peruano inscrito en un registro civil fue Juan Igreda, hijo de un panadero.
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