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Hubo un Dios que contemplando
las maldades de este mundo,
en el siniestro mar profundo
de la pena se quedó llorando.

Y su hijo muy amado
viéndolo en tal sufrimiento:
“Padre mío, óyeme un momento
que no quiero verte así apenado

Al hombre amas con ternura,
y el te responde con mal pago;
aunque le diste tierras, lagos,
mares inmensos, ríos de agua pura.

También yo cariño intenso
tengo por tu ingrata creación
bajaré a prestarles salvación
si asientes lo que hacer pienso”

“Hijo mío muy amado,
sé que quieres dar tu vida,
y aunque el hombre pronto olvida,
testimonio habrá de mi llamado,

Vete pues, como has querido,
a la mundana tierra del pecado;
en santa mujer serás encarnado,
y humano nacerás, por ver al hombre redimido.

Y aunque se parta el alma mía,
con el dolor de tu suplicio
regocíjame tu sacrificio
por la humanidad que perdida yo tenía”

Mientras tanto en la tierra
nadie sabía lo que hacía;
el pobre paupérrimama agonía
y el rico sus puertas le cierra.

Y Gabriel el Arcángel vino
a buscar a la elegida,
entre todas, escogida,
como madre del salvador divino.

Y cumpliendo el mandato de amor
entró a casa de María,
y le dijo: “Dios te salve en este día,
llena eres de la gracia del Señor,

Madre serás del Redentor
que Jesús será llamado,
y recibirá el reinado
de las manos del Señor”

Dijo la bendita inmaculada:
“No conozco yo varón,
¿Cómo se dará tal situación?”

Y el ángel respondió a la asombrada:
“Vendrá sobre ti el Espíritu Santo
y con la sombra del Señor
te cubrirá con esplendor
y tu hijo será santo,

e hijo del Padre de los cielos”
Dijo María: “He aquí la esclava del Señor,
cúmplase en mí su mandato de amor”
Y el ángel dejó los mundanos suelos.

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