Carlos Ramos Núñez Magistrado del tribunal constitucional
La ardorosa controversia que suscitan las sentencias judiciales no descansa únicamente en consideraciones técnicas que conciernan al derecho sustantivo o a aspectos de naturaleza procesal. Cuando se exponen, en gran medida, encubren posturas ideológicas, opciones políticas e intereses materiales o sociales. Estos últimos definen, en realidad, la entusiasta adhesión o el entredicho a una resolución.
El drama del juez consiste en que se halla atrapado entre dos fuegos y cualquiera que sea el sentido de su fallo inexorablemente el mismo (y hasta la persona del juez) transcurrirá entre el hueco halago y la ofensa denigrante, los cantos de sirena y los vituperios. El tenaz enfrentamiento que suscita un fallo judicial ocurrirá tanto en el estrecho microcosmos de las partes en un proceso común como en los ámbitos más amplios del orden mediático cuando la decisión involucra asuntos de trascendencia pública. No hace mucho, el Tribunal Constitucional español rechazó la organización de un referendo en Cataluña.
Ciertamente, la sentencia debió haber generado simpatías en los opositores a la secesión, pero el diccionario de insultos (que existe) contra los magistrados debió haber quedado corto para aquellos catalanes que auspician la ruptura. Hasta hoy, la sentencia
Roe & Wade, que aprobó en 1973, en función a ciertos plazos, la interrupción del embarazo en los Estados Unidos como derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo suscita reacciones favorables y hostiles.
Ahora bien, como las sentencias que emite un juez o un tribunal son muchas, no es raro que quien aplaudió en la víspera un fallo, al día siguiente en otro sea un enconado adversario y viceversa. El más agresivo de los críticos se transforma en breve, ante otra sentencia, en un defensor apasionado. La condescendencia, la paciencia y el humor, en estos casos, son los mejores socorros de la magistratura.
El Peruano, 16 de diciembre de 2014