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Carlos Hugo Falconí Robles (*)

La fuga que hace semanas se produjo dentro del establecimiento penitenciario de San Pedro, Lurigancho, nos hace reflexionar que algunos internos todavía perciben a los centros penitenciarios como las “universidades del delito”, en donde, los que ingresan, salen graduados en el mundo delictivo.

Nos ilustran al respecto las novelas sobre el mundo carcelario, “El Sexto” de José María Arguedas, “Hombres y Rejas” de Juan Soane Corrales, “La Isla de los Hombres Solos” del costarricense José León Sánchez, “Papillon” (Mariposa) del francés Henri Chariére, entre otras obras que deben ser materia de lectura en los centros universitarios y escolares, a fin de que sirvan de prevención a los que peligrosamente se inclinan por el mundo delictivo, por ignorar que “el delito solo trae dolores y tristezas” y que las cárceles no deben ser centros de destrucción y hacinamiento.

El problema carcelario que agobia a nuestro país es una cruda realidad que se agudiza porque muchas cárceles al estar rodeadas de viviendas, como el Penal de San Pedro, de Lurigancho, hace más fácil que algunos internos busquen fugarse. Frente a esta realidad, debemos recordar que las cárceles no deben buscar castigar y vengarse de una persona que delinquió sino, conforme lo señala el Código de Ejecución Penal, lograr, a través del trabajo y del estudio, la reeducación, rehabilitación y reincorporación del interno a la sociedad.

Por ello, una propuesta posiblemente muy revolucionaria es construir establecimientos en zonas alejadas de la urbe y convertirlas en complejos penitenciarios industriales y agrícolas, sea de flores, hortalizas, plantas medicinales, frutales, cereales, piscigranjas, etc., que con la asesoría técnica de universidades nacionales o privadas, podrían lograr una óptima producción. Probablemente es una idea muy innovadora pero nuestras cárceles serían las más funcionales y operativas de Latinoamérica; y los internos redimirían su pena mediante el trabajo, impulsados por los ingresos económicos de su producción, de cuya utilidad, además de contribuir al centro penitenciario, sostendrían a su familia.

Hago un llamado a las autoridades de no más cárceles que “castiguen y destruyen al delincuente”, sino establecimientos penitenciarios donde el ser humano sea realmente rehabilitado y reincorporado a la sociedad, sólo de esta forma nuestra colectividad tendrá seguridad y se reducirá el índice delincuencial que día a día va en aumento.

(*) Juez integrante del Programa Justicia en Tu Comunidad de la Corte de Lima

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