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Manuel Carranza Paniagua (*)

Muchas veces escuchamos decir que existen buenos jueces y malos jueces. Sin embargo es necesario sentarse en el asiento de un magistrado para decir con certeza lo que significa ser juez. Desde que el hombre se reunió como tribu o comunidad siempre existió alguien encargado de resolver los problemas, fueran reyes, sacerdotes, ancianos e incluso chamanes, con la característica principal que sus decisiones las obedecían toda la colectividad.

Un país desarrollado se mide por el respeto a sus instituciones, en especial a la justicia, pero en algunos países que no han alcanzado la plenitud de su desarrollo socioeconómico, el respeto a la autoridad judicial es menoscabado, porque se pretende controlar la justicia para evitar sentencias polémicas o encubrir actos de corrupción.

El juez decide sobre todo aspecto en que el ser humano entra en conflicto, ya sea entre personas comunes como entre los más altos funcionarios públicos sean de Indecopi, Sunat, Superintendencia de Banca y Seguros, etc. El magistrado debe ser considerado como un alto funcionario, sin embargo, en nuestra realidad no se da tal reconocimiento, una prueba de ello es que los jueces tienen una escala remunerativa menor que los funcionarios públicos de las instituciones antes mencionadas, por ejemplo, sin desmerecer cargo alguno, una secretaria o asistente del directorio de dichas entidades públicas tiene una sueldo mayor que un juez pese a que las sentencias judiciales tienen mayor jerarquía que las resoluciones administrativas de estas instituciones.

La labor de un juez no tiene horario de trabajo pues su labor acaba cuando resuelve una controversia jurídica, aunque demore altas horas de la noche; asimismo, no puede tener otro trabajo ni empresa para completar sus ingresos, enfrentándose con los reclamos de su familia que con justicia aspiran mayores comodidades, porque ven en otros ámbitos de la administración pública puestos laborales que, con menores responsabilidades y sin la preparación académica y profesional exigida en la carrera judicial, tienen mejores remuneraciones.

Por todo ello vemos frecuentemente que la mayoría de los hijos de magistrados no quieren seguir a sus padres en la noble misión de administrar justicia a nombre de la Nación, como en antaño era clásico, mística que se transmitía de generación en generación y que se ha perdido por las justas aspiraciones económicas que persiguen las nuevas generaciones. ¡Revaloremos la carrera judicial, no hagamos injusticia a la justicia!

(*) Juez integrante del programa social “Justicia en tu Comunidad” de la Corte de Lima

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