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Escrito por Olga Lucía Camacho

Para comprender la relación posible entre literatura y derecho, se debe aceptar de entrada que no sólo se trata de dos universos que se leen y escriben en “códices” distintos, sino que, además, gravitan bajo una racionalidad cifrada en claves diferentes.


Sobre el particular, dos cosas habrían que ser reconocidas de entrada: primero, que se trata de una pregunta a la que se ha dedicado fielmente el movimiento Law and Literature, nacido hacia los años setenta en el contexto de la filosofía del derecho norteamericano; y la segunda, que su respuesta, como sucede naturalmente en cuestiones de filosofía, no es —ni debiera ser— del todo pacífica.

Ahora, para comprender la relación posible entre literatura y derecho, se debe aceptar de entrada que no sólo se trata de dos universos que se leen y escriben en “códices” distintos, sino que, además, gravitan bajo una racionalidad cifrada en claves diferentes. Mientras la literatura se configura en términos de verosimilitud —incluyendo textos de ficción—, el derecho funciona bajo el sentido de lo normativo. La pregunta obligada es si el hecho de que una funcione en clave de “fa” y la otra en clave de “sol” habría de generar alguna “disonancia” al interpretarse conjuntamente, por decirlo de alguna manera.

El texto de Martha Nussbaum, Justicia poética, apunta al respecto interesantes propuestas. Parte la autora en señalar que la novela, pero no cualquiera, es la que permite el establecimiento de este vínculo. Aclara que apenas la de corte realista sirve para tal ejercicio, pues es la que mejor logra abordar situaciones sociales específicas que ilustran su interés por lo cotidiano, lo cual, podríamos decir, resulta compatible con el derecho, si se considera que su fuente primera se halla en el marco de los hechos sociales (claro, bajo la perspectiva de un derecho no natural).

Si la razón no les convence, juzguen ustedes: si fueran jueces y tuvieran en frente una trama que relata el sometimiento, a manera de pobre juego sexual, de una joven muchacha que acepta el trato de un irresistible multimillonario a cambio de una buena suma de dólares; y otra que, a manera de fotografía, va retratando las maneras de ser, sobrevivir y actuar en sociedad según ciertas condiciones implícitas en el relato; en su labor, ¿cuál de estas dos se encontraría más relacionada a su actividad?

Siendo así, afirma que el mérito importante atribuible a la lectura de novelas realistas por parte de los jueces, en su ejercicio de fallar, es múltiple: (I) no sólo mejora la comprensión de los hechos relacionados en un caso judicial, sino que (II) promueve la capacidad de imaginar cuando el juez, en su posición de lector–espectador juicioso, vive la vida de personas que no son él, en situaciones que no son las suyas, lo cual genera (III) empatía y neutralidad al tener que ponerse en los “zapatos” de cada personaje, sin asumir ningún rol como propio y, finalmente, reafirma en el juzgador (IV) su deber igualador, pues, al percibir situaciones dolorosas y desventuradas en la vida de otros, el hecho de detenerse en la experiencia motivan a querer modificarla.

Desde luego, se trata de un espacio muy corto para debatir cada una de estas ideas que reafirman el poder moral de la literatura en la forma de pensar y decidir un caso judicial, pero preguntémonos ahora: ¿qué tanto pudo haber influido en hombres como Carlos Gaviria, exmagistrado de la Corte Constitucional, su conocida afición literaria en la comprensión de complejos y emblemáticos casos en su época de avanzada, como el de la eutanasia en el 97, al exonerar de responsabilidad al galeno que incurría en homicidio por piedad; o en el de la despenalización de la dosis mínima en el 94, priorizando la autonomía de la voluntad?

Lo interesante en Nussbaum es que sostiene, además, que la literatura promueve el desmantelamiento del prejuicio, del estereotipo en el juez. Si es así, ¿qué podríamos decir entonces del magistrado que tiene hoy en su despacho la última palabra sobre las formalidades que requiere la unión solemne entre parejas del mismo sexo, y que resulta ser el mismo que se niega a abandonar el cargo tan sólo para restituirle su ultrajada dignidad?

Otra vez, juzguen ustedes.

Martha Nussbaum, filósofa estadounidense, autora del libro “Justicia poética”.
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