Edwin Ricardo Corrales Melgarejo
La muerte espera al final del camino; la muerte llega puntual, a la hora que corresponde, no pregunta si uno se ha perfeccionado, o si ha intentado traspasar mediante ejercicios espirituales o gimnásticos el sustrato biológico que guarda – esconde – un excedente para el que se supone habría que prepararse porque lo queramos o no, el imperativo categórico que permite hacerle frente al último de los desfiladeros es automático, anónimo. Empero, nos llevamos lo más valioso de esta… creación, en que en un tiempo nos tocó participar: El Amor. Puesto que no pedimos venir a este mundo, y menos se nos consultó sobre su orden y naturaleza, y pese a que se nos dio la libertad de apartarnos mediante el suicidio, comprendimos rápidamente las enseñanzas cristianas o las retomamos después, y participamos con amor al creador y amor en el desarrollo de su creación, como el amor que profesamos a nuestros padres, que tampoco nos consultaron ser sus hijos. Y esta verdad se hace aún más evidente, cuando la naturaleza nos obliga a dejar con donaire los ímpetus de la juventud, pues, los dolores comienzan a sentirse al descender hacia los sesentas, y son ya los resortes espirituales los que nos van a sostener hacia la trascendencia inmortal, pues, lo físico van decayendo como cuando el sol se oculta y la sombra crece. Y mis respetos a los agnósticos que tiene que hacer todo esto sin saber que pasará ante la muerte, en momentos que ya comenzamos a despedir a nuestros Maestros. Animo cincuentones acuérdense de mí cuando festejemos los 200s cumpleaños de cada uno de ustedes.