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Virginia María Medina Sandoval (*)

Siempre tomamos decisiones, las mismas que nos atañen directamente, o a personas de nuestro entorno como familias o amigos, e igual a personas totalmente ajenas. Por eso cuando me preguntan ¿cuál es mi profesión y a qué me dedico?, no me extraña recibir reacciones que van desde la admiración, satisfacción, asombro, o sospecha, llegando incluso hasta la incomprensión, ésta última acompañada de las preguntas: “¿en serio eres juez?” “¿te gusta?, ¿por qué?, “serlo debe ser difícil” o también las clásicas preguntas (estas sí un poco menos existenciales y más prácticas): “¿qué es ser juez?, ¿qué hace un juez?”

Antes me explayaba en explicaciones formales o con la clásica: “los jueces somos quienes administramos justicia” lo que a veces derivaba en explicaciones más académicas, había que explicar el, a veces, tan esquivo concepto de justicia… en fin, con el tiempo y en mi labor diaria he aprendido a responder a esa pregunta que, por obvia o simple, no deja por eso de ser menos importante: ser juez es ser alguien que debe tomar decisiones, dar respuestas, que debe enfrentarse al problema y darle una solución sin temor y con firmeza… es eso lo que se espera de un juez, que, sin evadir, dé una solución, que aunque generará felicidad en unos y causará frustración, irritación o aversión en otros, no debe dejar de tomar.

Ese es el quehacer diario de un juez: desvanecer incertidumbres, poner fin a una duda, entregar un derecho o quitarlo y, todo ello, con valentía, sin temor y sin ahorrar en razones, que por lo demás y por supuesto sean claras, labor delicada en la que debemos insistir en perfeccionar.

Eso es ser juez, por eso mi total admiración por los jueces y juezas de este país, porque enfrentan cada día la responsabilidad de tomar decisiones y dar razones que sustenten las mismas, en un país lleno de incomprensiones, pero con gente que espera de nosotros coherencia, compromiso y lucidez.

Por ello, es la oportunidad para pedir que nuestro espíritu se ilumine y estemos siempre colmados de amor por la sabiduría, para que las decisiones que tomemos sean las correctas; y que tengamos una valentía que nunca se agote, para que nada afecte nuestra obligación de responder las demandas de justicia con arreglo a los dictados de nuestra conciencia.

(*) Jueza de la Corte Superior de Justicia de Lima

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