Xuany Reátegui Meza (*)
Un europeo reflexionando sobre su nacionalidad dijo: “en 1914, nací como súbdito del Imperio Austro-Húngaro; luego, dijeron que era un ciudadano checoslovaco, y hoy dicen que soy checo; paradójicamente fui creciendo y mi nacionalidad fue empequeñeciendo, creo que he vivido demasiado tiempo.”
Irónicamente, este europeo salió bien librado, pues después de muchas limitaciones tiene una patria en la cual reposar al final de sus días; otros no tienen tanta suerte; hace unos días, Alejandro Marinelli, publicó en el Diario Clarín de Buenos Aires, que existen aproximadamente 12 millones de personas que no tienen ciudadanía, muchos de ellos desplazados, ciudadanos de ningún país; y diversas son las causas, ya sea por secesión, fusión o eliminación de estados luego de ancestrales conflictos, que implica la existencia de personas sin ningún derecho, situación jurídica denominada “capitis diminutio” o muerte civil de la persona.
Después de la guerra de los Balcanes, muchos croatas, servios, eslovenos, montenegrinos y macedonios se refugiaron en Europa, y no les reconocieron su antigua nacionalidad, sosteniéndose dentro de grupos étnicos marginados; así también, se cita el caso de mujeres argelinas, que renunciaron a su nacionalidad, para asumir la de sus cónyuges iranís y que al separarse las pierden o el caso de naciones que no reconocen la ciudadanía al nacido en su suelo por más que viva allí toda la vida, lo que se conoce en el derecho internacional como el ius soli, otras que no aceptan a quienes dejaron el país por largo tiempo; casos dramáticos como la de los gitanos europeos, perseguidos por décadas y que continúan como apátridas; los camboyanos que no pueden regresar luego del exilio a Vietnam; los musulmanes en Myanmar, que ahora viven en campos de refugiados en Bangladesh.
En nuestro caso, somos titulares del derecho a la nacionalidad; portamos un DNI, que permite identificarnos y con ello tener la posibilidad de acceder, a prestaciones de salud, educación, libre tránsito, elegir a nuestros representantes, etc. En estas Fiestas Patrias, cantamos el Himno Nacional, nuestra bandera flamea por la ciudad y exigimos derechos con los que muchos apátridas del mundo no pueden ni siquiera soñar. Como diría Vallejo, “hay hermanos muchísimo que hacer”, empecemos valorando el ser miembros de un país multicultural, contar con una nacionalidad que nos identifica y respalda como peruanos, tenemos patria, deberes y derechos y no vivimos en un limbo legal. ¡Felices Fiestas!
(*) Jueza integrante del Programa “Justicia en tu Comunidad” de la Corte de Lima.