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Giovana Felix Rosell (*)
Cada día que pasa, nuestra sociedad se ve amenazada por el aumento de actos delictivos perpetrados en su mayoría por gente muy joven, adolescentes muchos de ellos, a quienes los jueces, integrantes del control punitivo estatal, abren proceso penal contra ellos con mandato de detención para así salvaguardar la integridad y el patrimonio de los demás miembros de la sociedad.

Sin embargo debemos reflexionar que muchos de estos jóvenes son producto del ambiente social donde se desenvuelven y de donde nacieron, así como expresión de la conducta de nosotros mismos porque, en ciertos casos, en lugar de inculcar valores en ellos, nos protegemos con casas más seguras, alarmas, armas de fuego, etc., sin ver, desde una perspectiva criminológica, el trasfondo del problema, es decir, el por qué ese joven ha llegado al extremo de delinquir sin ningún respeto a la vida de las personas y al patrimonio ajeno.

En realidad, muchos de estos jóvenes provienen de familias disfuncionales, donde si sus padres están juntos, éstos se pelean sin respeto el uno por el otro o tienen que ver que sólo uno de ellos, sea padre o madre, tiene que trabajar todo el día para así poder traer un sustento a su hogar, dejando a sus hijos al cuidado de otras personas, o, en algunos casos, al abandono moral, trayendo como consecuencia que estos jóvenes han crecido sin la orientación adecuada de un ser querido, no se sienten apreciados, no se valoran así mismos, muchas veces marginados por su condición social, asumiendo la forma más fácil y rápida de obtener lo que necesita y le complace, porque en su ser entienden que si nadie se preocupa por él, de sus necesidades básicas, de orientarlo como debe hacerlo efectivamente sus padres entonces este joven actuará instintivamente para subsistir en la sociedad.

Se dice que debe haber mejor educación en nuestro país, pero esto no significa que los padres trasladen su función de amar y educar a sus hijos hacia los maestros, olvidando que los valores se aprenden en el hogar; es por esta razón que, en aras de que exista una verdadera inclusión social y conforme a las modernas tendencias internacionales criminológicas, se deba priorizar, previo a cualquier control punitivo estatal, el control social de alto apoyo familiar promoviendo, más bien, la enseñanza de los padres a los hijos sobre el significado de responsabilidad, amor, respeto, verdad, esperanza, etc., para continuar con esta práctica en la escuela, el trabajo y en la sociedad.

La delincuencia crece cada día, es hora de cambiar el paradigma retributivo de la pena de que si un joven se porta mal entonces es merecedor inmediatamente de castigo; sería mejor que, sin perjuicio de la función preventiva de la pena al que se haga merecedor, según la gravedad o no de la infracción cometida, también proveamos a los jóvenes los conocimientos necesarios para que no vuelvan a incurrir en la misma falta, otorgándoseles asimismo la oportunidad de enmendar sus errores y corregir sus actitudes, esto es, un control social de alto apoyo que provea de los recursos necesarios para lograr tales objetivos; y así, poco a poco, ir mejorando la seguridad ciudadana que reclama nuestra sociedad.

(*) Jueza integrante del Programa “Justicia en tu Comunidad” de la Corte Superior de Justicia de Lima.

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