Poema de Amor Jurídico o de cuando la cláusula “prior amore, potior iure” no
tiene importancia:
¿Por qué me dejaste amor?
Si yo, reconozco jurídicamente que te amo;
Cómo no apelar a vos?
si fuiste mi recurso de amparo;
mi tribunal de casación;
mi unificador de sentimientos;
mi única instancia;
¿Cómo no reconocer tus derechos posesorios sobre mi?
Si en mi desarraigo fuiste mi domicilio constituido o procesal
(nunca supe la diferencia amor, ¿la hay?)
Y aquellas noches amor, oh!!!;
Cómo olvidarlas!!!;
Si en ellas vivimos los hechos conducentes,
que en definitiva,
permitieron mi apertura a prueba.
Y es cierto mi amor,
sé que la documental no llegó a cumplirse,
pero debes reconocer,
al menos,
que en la confesional mis sentimientos
fueron más claros que nunca.
Casi diría que hicieron plena prueba.
¡Ay amor! ¡Mi dulce exhorto!;
Mi notificación válida!;
Mi posesión legítima, aunque viciosa;
mi sentencia favorable y definitiva:
¿por qué me abandonaste?;
¿Porqué tuviste esa dura contestación a mi demanda?
¿Acaso no cabe, todavía,
en tu corazón un recurso extraordinario?;
¿Acaso no transarías, no conciliarías?;
No homologarías, no acordarías?;
¿No Bordarías, no Llambías?
Mi amor, larga viene siendo mi espera y mi quita.;
Mi amor, el tiempo corre
y los sentimientos caducan ¿o prescriben?
(¡Maldita confusión entre caducidad y prescripción!)
¿Sabes? Con este poema
jurídico y amoroso,
amoroso y jurídico
espero revertir la carga de la prueba,
espero tu última respuesta;
pero sin chicanas amor,
que mi dolor no las toleraría.
Es que no puedo negar que mis sentimientos
entraron en cesación de pagos,
pero por favor amor no me pidas la quiebra.
Busquemos un acuerdo preconcursal o preventivo.
Busquemos una salida, la que prefieras, porque sino amor…
Moriré!
Moriré antes de que el proceso alimentario haya concluido.
¡Mi caso constitucional, cuánto te he amado!;
Y siempre con probidad y buena fe;
¿Y vos como me contestaste?…
con temeridad y malicia,
corriéndole traslado a otro,
a un tercero, a un,
perdón que lo diga,
un “penitus extranei”
que rompió nuestro vínculo.
¡Ay si la “manus inectio” todavía existiera!
¿Imaginas mi amor con qué parte
del cuerpo de ese “extranei”
me hubiera cobrado?;
Exactamente de ahí mi amor, imaginas bien;
Y así y todo mi amor,
mi viejo amor jurídico,
me dejaste.
Me dejaste amor.
Me dejaste.
Me dejas.
¡Poca miseria amor!
Pero sabes?
A medida que deslizo mi romántica pluma (Bic)
sobre este retazo de papel receptor de emociones,
de congoja y negra tinta
pegajosa y maloliente
que a chorros deja mi frente sucia,
me doy cuenta que lo nuestro nunca hubiera sido posible:
¿Cómo yo, un amante de veraz,
preparado con Salvat, Zaffaroni,
Soler, Abbot et Costello
-entre otros tratadistas más-,
pude enamorarme de vos,
cometiendo este error de derecho inexcusable.
¿QUIEN DIJO QUE “LOS ABOGADOS NO TENEMOS CORAZÓN”?