Gris blonda la cabellera,
el color desconocido.
Madre sin haber engendrado
rodeada de niños,
jugando y riendo
entregando cariño,
jugando y viviendo
amando a los niños.
Se oye el motor de auto
como un claro fijo,
como mi sombra,
como mis brazos,
anunciar tu llegada,
cesada la espera,
como siempre
el saludo cariñoso
y la sonriza…
Te sientas y cantas
y cantar nos haces,
vibrar las paredes
y los vidrios,
retumbar el eco,
alegrarse la noche,
retroceder el frío
dispersar la neblina.
Y cantas.
Y sonríes.
¿Pensarás en qué
Sor Giselle?
¿En los niños
que dejaste
después
de la comida?
¿O en el tiempo
implacable
que anuncia
la partida?
Tal vez en tu patria
te estén extrañando,
tal vez te añoren
la nieve y los prados,
los paisajes
que aquí
nos parecen paraíso…
Lloras.
Lloras también,
conozco tu alma,
yo también soy tu hijo
y algún día seré padre.
El río.
El río que emana
de tus ojos extraños,
tus ojos de película importada,
tu piel blanca
resquicio de nieve,
resquicio de tu patria.
Salta y juega
como cuando cantas,
como cuando juegas
con tus niños,
cuando paseas
por la casa,
y el trabajo
y los amigos.
La sangre es la misma,
el mismo el ideal
y los amigos…
Los niños idénticos
en todo el mundo…
las horas, los gritos
y el bullicio y el llanto
las canciones…
Nunca dejes de cantar…