I
Desde el día en que te fuiste
la alegría ya no existe
sólo una cruel e injusta pena
a mi alma lastima y envenena.
Agónicos los ojos, el llanto maternal,
la luz y el horizonte, el canto matinal,
las voces que se apagan
y las almas que se van.
El canto en el silencio, recobra su vibrar,
el tiempo adorcmecido, las horas al pasar;
la luz enternecida, el cielo raso,
las parcas de la muerte y el fracaso.
Las olas que sa agitan
en el fondo de la mar,
las flores que dormitan
y se vuelven a cerrar,
el día que amanece,
la luz de la verdad,
el viento que estremece
y me encierra en soledad.
Las aguas de la cumbre que se pierden en el mar
las rosas que marchitas ya no pueden perfumar;
las nubes en el cielo tan difícil de alcanzar,
recuerdan un juramento
que perdido con el viento
se fue y no volverá.
II
Era muy temprano
y no llegaba el profesor,
sentado en un asiento
en el aula matinal,
las horas van pasando
y yo solo, aquí esperando
las señales del reloj.
Aquí pasando ratos
mis mañanas de cristal,
alejado de la noche,
esperando consolarme,
mientras muero,
mientras duermo
en soledad.
Vuelve el aura,
muta el sol con timidez,
la neblina dispersando
hielo frío por doquier,
los pasos creciendo
como hiel a fuego lento,
como nubes de papel.
Aquí los paradigmas,
se derraman con la tinta,
la mente está pensando,
en lo oscuro de lo alto,
los dedos cansados
por los trazos
en papel…
Esa balada suena
sin dejarme y sin cesar,
tarareando en mis oídos
desde un páramo perdido
el simpático sonido
que me cansa
al extasiar.
Nunca vendrá el final
de este largo poema,
el poema de vida,
que se escribe cada día,
la existencia prometida,
el paraíso,
el infernal. (28 y 29/08/85)