Vivir entre colinas,
lejos de las sierpes de asfalto,
refugiado en las alturas,
en los montes serranos,
lejos del mar
y de las moles de concreto urbano.
Vivir entre soledades
donde se pueda ver
el amanecer inmaculado,
lejos de las garras vejadoras
del smog urbano,
lejos de vivir pendiente
del reloj y del horario.
Vivir junto a un río
y ver las aguas cristalinas
nacer de las alturas,
sentir la lluvia y el granizo,
lejos de las minas,
las haciendas y los pueblos.
Vivir entre pastizales
y chozas hechas por las propias manos,
solo, como un ermitaño
contemplar el rocío matinal
como sudor límpido
de la hierba verde
tachonada de tréboles
de múltiples hojas.
Ver animales salvajes
y domesticarlos sin evitar el riesgo,
ver las aves volar
y pensar
que podemos imitar su vuelo,
oirlas cantar
y hacer nuestro el dulce canto.
Ver el sol
despejando las tinieblas,
mañana y tarde,
y oir el viento silbar canciones
tan viejas como el tiempo.
Ver lagunas,
patos navegando entre sus aguas,
ver los tallos felices
crecer y llegar a ser totalmente plantas,
gritar y por nadie ser escuchado,
sentir las voces altisonantes
perderse entre la inmensidad
de la llanura,
por entre rincones inaccesibles
de los Andes,
escuchar el eco
y saber que es el único
que nos escucha.
Y captar a Dios
en lo poco de ese universo intangible
que una vez creara,
ver su grandeza plena
y compararla con la
capacidad del hombre,
sentirnos pequeños
y verlo a ël tan inmenso.
Y darle gracias,
porque nuestros ojos
captan la belleza del paisaje,
porque nuestros oídos
sienten la acústica del viento
en el horizonte,
porque podemos tocar
si nos lo proponemos
un poco de esa grandeza,
porque podemos sentir
la fragancia de los prados;
lejos del estiércol de las ciudades,
porque podemos beber
del cáliz de la esperanza,
del cáliz de su grandeza,
del cáliz de las maravillas
que nuestro mundo encierra.
Podemos sentirnos
hechura suya,
transformadora
de la naturaleza
pero no su verdugo,
podemos apreciar
el ser a Él ser iguales,
el ser poco
y a la vez tan inmensos.
¿Qué sentiré
al volver de este viaje imaginario
al hormigueo de las urbes masificadas,
al ruido de motores y personas alienadas,
a las visiones de las casas en los cerros
y mansiones elefantes blancos,
al opulento y al que se muere de hambre,
al hombre joven y al que se hace viejo?
No quiero regresar nunca. (12/08/85)