Era tarde ya.
A lo lejos se divisaba el Monte Calvario,
imponente, sobrecogedor.
Ahora son tres las cruces,
tres los cadáveres clavados.
Algunos soldados al pie de la cruz;
alguno que otro pagano;
el pueblo ya tuvo su víctima;
está contento.
En el cielo,
ese cielo que tenemos al lado y que nunca vemos, alguien llora.
No tiene ojos, ni lágrimas, ni rostro,
ni siquiera cuerpo, pero llora.
Llora Dios porque su hijo ha muerto asesinado,
lloran también María y once de los doce,
escondidos tras las sombras de la noche.
Dios lloró, y no lo vimos.
Y seguirá llorando por nuestra culpa,
porque cada día hay un nuevo Monte Calvario,
porque cada día hay un nuevo Cristo Crucificado,
una nueva víctima inocente, un hermano.