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Recuerdo que anoche
me acosté demasiado tarde,
cerré los ojos
y sin saber cómo
me quedé dormido.
Y tuve un sueño.

Ví calles vacías en silencio,
ví tenues luces alumbrando el pavimento,
el cielo nublado,
oscuro el firmamento,
hojas de papel
reposando en el cemento,
ladrando y saltando
los perros callejeros,
y el viento agitando
las ramas de los árboles.

Me encuentro perdido
en la inmensidad
de una calle sin nombre,
una calle que lentamente se convierte en avenida.

Era de noche
y de pronto
se convierte la avenida
en un callejón estrecho
y sin salida.

Y apareciste en mi sueño.
Pero no sabía que eras tú,
no pude reconocerte,
pero algo en ti me resultaba familiar;
quise llanarte por tu nombre
sin saber cuál es,
y desespero
porque no lo puedo recordar.

Y te vas,
por un sendero angosto
que conduce hacia un prado,
yo me pongo de pie,
y mirando verdores lejanos
el camino decido emprender
al lugar que me lleven tus pasos.

Del viaje a los sueños despierto,
sudoso, agitado,
me cuesta trabajo levantarme,
la mañana está radiante de belleza,
mucho hace que el sol
ha dispersado las tinieblas,
hace mucho el gallo cantó
y no pude escucharlo.
Y viene tu nombre a mi memoria,
un nombre de mujer,
el nombre que no pude recordar
y ansío volver a mis sueños,
y recorrer el angosto sendero
al lugar que me lleven tus pasos.

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