Esta noche me encuentro sin quererlo
en lo profundo de un pozo negro,
lleno de nada,
vacío de todo.
Esta noche marchita de estrellas,
de cielo azul oscuro y densas tinieblas,
carente de luna, carente de vida,
carente de todo.
Luces verdes artifíciales
ce parpadeo constante e incierto,
el tiempo muerto,
muertas las horas,
el verbo se agota,
los versos se esconden,
se extinguen, me abandonan.
Es así, así son las cosas,
y me siento ajeno;
no soy uno de ellos,
soy una persona,
aquí se trata a la gente
como si fueran objetos,
se les compra, se les usa, se les bota.
Algunos vivimos el infierno,
aquí vivimos como perros,
nos odiamos y matamos,
la envidia es la sangre
que recorre nuestras venas,
el rencor el oxígeno
que siempre nos alienta,
el corazón es el seno, la matriz
del egoísmo.
La raíz de todo
es la nada,
el poema es angustia,
deseperación,
sufrimiento,
como la vida,
amargura, pesar,
tormento,
cadena,
suplicio,
frustración.
¿Para qué escribo?
¿Por qué escribo?
¿Es que una vez más
voy a convertirme
en un ser apocalíptico,
en el angel exterminador,
o en el buitre que atormentaba a Prometeo?
¿O acaso en un falso profeta,
en el ángel del infierno,
o en el adalid de chacales y hienas?
¡No sé!…
Oigo quejarse a la noche,
aunque lo hace en silencio,
sola y abatida,
abandonada a su suerte,
en el espacio.
Sola se siente,
melancólica y triste,
como la ola
que llega a la playa
sin saber cómo.
Es que como yo,
ignora aún su porqué,
que tal vez sea tan grandioso
como el mío o el de cualquiera.
Quien pudiera decirle
que me siento como ella,
y que comparto sus penurias,
y su soledad me fascina,
porque en ella encuentro
el refugio de mis penas,
porque ella me acoge en su seno,
como si fuera mi madre,…
la madre de mis penas.